‘iSlave’, esclavos del móvil: obreros y consumidores
En los Teatros del Canal de Madrid sube a escena ‘iSlave’, un drama musical contemporáneo sobre la doble alienación de consumidores y obreros. Un juguete omnipresente anima la danza de la insatisfacción y la búsqueda de salidas a través de la conciencia compartida. Hablamos con la autora de los textos y la dramaturgia, Mar Gómez Glez.
Hay una alienación doble, a ambos lados de la pantalla de estos juguetitos de los que no nos alejamos ni medio metro en nuestra vida cotidiana. Son los teléfonos inteligentes con los que nos comunicamos y nos distraemos… o nos aburrimos.
A decir verdad, no es inusual que, a casi 30 años de su aparición, los smartphones nos hastíen y, sin embargo, seguimos sin separamos de ellos un solo minuto al día. Por aquí empieza a contarse la historia de iSlave. Diseñado en California. Fabricado en China, un drama musical contemporáneo que se representa el 1, 2 y 3 de marzo en los Teatros del Canal, Madrid, que habla de la esclavitud como nombre y como verbo.
I slave –empieza con la misma letra que iPhone– significa, a un tiempo, ‘yo esclavo’ y ‘yo esclavizo’, en inglés. Ese es el juego de palabras que Mar Gómez Glez (Madrid, 1977) quiere subrayar en el arranque de este diálogo que hemos mantenido sobre la pieza para la que elaboró los textos y la dramaturgia.
La exploración sobre esta rueda de hámster de los dispositivos móviles la ha llevado adelante con el compositor Alberto Bernal y el director de escena Pablo Ramos, junto a dos oboístas y dos percusionistas del Colectivo E7.2 y dos bailarines que integran Led Silhouette.
Parece una adicción de la que nadie se salva. Nunca tenemos dosis suficiente de móvil y terminamos asfixiándonos, a sabiendas del vacío que nos genera y del dolor que causa quienes los fabrican…
Aquí hablamos bastante de las consecuencias que tiene la adicción a los móviles en nuestro país, pero mucho menos del hecho de que la mano de obra para fabricar estos juguetes se ha trasladado a otro lugar. Alberto y yo queríamos mostrar la dualidad de la alienación que albergan estos dispositivos, la de utilizarlos y la del que tiene que someterse a la esclavitud para construirlo y ganarse la vida.
¿Cuál fue el detonante dramático del lado de los ‘esclavos’ de las fábricas?
Estas fábricas no cierran: los trabajadores hacen turnos de diez horas y les dan un alojamiento barato, en habitaciones con literas para ocho personas. Además, para que esa gente no se conozca demasiado y forme sindicatos, los rotan. Es un sistema esclavista que se nutre de nuestra propia práctica lúdica.
Si lo analizamos de nuestro lado, nos preguntamos: ¿para qué queremos un nuevo modelo? Si lo vemos en perspectiva, los cambios son muy pocos significativos de un teléfono a otro. Sin embargo, esto es una rueda que no para.
¿Qué pasó en esa fábrica de China que dio origen a vuestra trama?
En torno a 2010 hubo una ola de suicidios de trabajadores en el complejo de fábricas que Foxconn Taiwan tiene en la ciudad de Shenzhen, en el sur de China. Las grandes marcas que allí fabrican sus productos (Sony, Nintendo, Microsoft, Amazon y también Apple) se cuidan bastante de su imagen pública. Cuando salieron estos suicidios, era muy difícil justificarlo… Y lo que hicieron para evitar que continuaran fue, literalmente, poner unas vallas debajo de las ventanas para que la gente no huyera de las líneas de montaje y se arrojara al vacío. Entre esas muertes ocurrió la de un poeta, que ha inspirado uno de los personajes y cuyas palabras homenajeamos en la obra. En uno de sus textos se lee algo así como que ‘otro tornillo se suelta y yo veo a alguien en la línea de enfrente que se está quedando dormido’.
En general, allí trabajan migrantes del campo. Y sucede que, en China, los chicos y chicas que llegan a las ciudades desde las zonas rurales no tienen los mismos derechos que quienes han nacido en las ciudades. Suelen ser muy jóvenes y están desarraigados.
De ahí el tema de la repetición, también a ambos lados de la pantallita…
Hay algo perturbador en la idea… Es que allí están incluso más de 10 horas haciendo lo mismo (quizá pegando una pegatina sobre el cristal), sin moverse, mientras nosotros también podemos pasar horas y horas haciendo scroll. Y tenemos la imagen de Silicon Valley, en California, como paradigma del éxito y hablamos mucho de ‘la nube’, pero estos son productos que tienen una materialidad en la que no estamos pensando.
Y nada nos provoca satisfacción alguna, como en una rueda de repeticiones que lleva a más insatisfacción.
Exacto. Allí está nuestra propia contradicción. Por eso estamos intentando poner este asunto sobre la mesa y tratarlo de una manera artística, para iniciar una conversación en un mundo contradictorio del que es muy difícil salirse, pero en el que sí merece la pena por lo menos detenerse a pensar un momento.
Otra cosa importante son los juegos: esto se nos ha ido metiendo como una especie de juguete y ahí en el juego hay una adicción… insatisfactoria.
Decía que en ese vínculo entre lo material y lo lúdico están alineados, por ejemplo, los diseños de tamaños y marcos para subir imágenes a Instagram con las características de las cámaras de los teléfonos inteligentes que se desarrollaron paralelamente…
Efectivamente, la app es lo que nos engancha, pero el beneficio también está en la venta de ese producto.
La otra pata de esa materialidad son los niños trabajando en condiciones nefastas en minas del Congo, para obtener los minerales (limitados y cada vez más difíciles de extraer) que se necesitan para los componentes electrónicos. Y allí llega la ambición de las corporaciones que incitan incluso conflictos regionales…
Por supuesto. Hacemos una alusión a esa fase, al inicio de la obra, trazando un mapa que va desde California hacia los lugares por donde han ido pasando las materias primas y la construcción de un teléfono. Esta ruta empieza en África, pasa por China y llega a Occidente.
Con todo lo que sabemos, tratamos de eludir los pensamientos de cambio. Porque, incluso concienciados, no sabemos cómo salir de esta rueda de cambiar el móvil si va lento o necesitamos tal capacidad de datos. ¿Experimentamos una ceguera voluntaria?
Claro, lo de un móvil cada año, porque si no… no eres aceptado por la sociedad. En la sociedad del espectáculo se habla del poder de la mercancía. Ahora, ¿cómo salir de la ceguera? Desde mi punto de vista, pasa por ser conscientes de que el capitalismo te está obligando a ese consumo sin conciencia siquiera de lo que consumes.
¿No crees que, con todo, lo peor de los móviles inteligentes no es la compra del ‘juguete’, sino que este trae consigo el desenfreno en el consumo de otras mercancías?
Esto que me dices es una de las preguntas que nos hacíamos nosotros, porque tú formas parte de esta serie de redes y ya sabemos que donde no pagas por un producto significa que el producto eres tú (que, a la vez, estás consumiendo). De hecho, la obra comienza viendo solo el lado del jugador. Aunque los personajes principales están divididos en tres: el jugador, el productor y el trabajador. La parte del trabajador comienza oculta y, poco a poco, el jugador empieza a preguntarse sobre su propio teléfono.
Esa es la maquinaria que nosotros queríamos poner en un escenario. Y la manera que hemos encontrado es representándola a través de la música en directo, la danza y el texto proyectado.
Sin desvelar el final de la pieza, ¿hay alguna posibilidad de encontrar una salida más luminosa en este panorama?
Hay un epílogo donde el equipo habla a través de las redes, no sé si con una mirada optimista pero… Creo que la respuesta a la enfermedad va a ser también el paso del tiempo. Me refiero a que, algún día, quizá dentro de cien años (si es que sobrevivimos), puede que veamos esto como hoy miramos con estupor cómo los médicos recetaban heroína o cocaína para un dolor de muelas, hace un siglo.
¿Eres de la opinión de que lo más saludable resulta que dejemos de mirar hacia otro lado?
Creo que lo primero que hay que hacer es asumir la verdad de lo que está pasando. Entonces, una vez que lo asumamos, se pueden dar pasos. Esta es una realidad: los teléfonos son unas máquinas que van mucho más allá de lo que han sido otras máquinas, porque se han metido en nuestra vida y afectan a toda la economía. No se trata solo de lo insalubre de las fábricas, sino también de lo que nos pasa, mientras vemos el espectáculo que montan para nosotros desde Silicon Valley.
‘iSlave’ estará en escena el 1, 2 y 3 de marzo en los Teatros del Canal de Madrid y se podrá ver en el Museo Universidad de Navarra (Pamplona), el 7 de marzo.
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