Jaime Bayly revuelve los demonios de Vargas Llosa y García Márquez
Decía Bertrand Russell que nadie chismoseaba (cotilleaba) sobre las virtudes secretas de otras personas. Se refería a que, por lo general, cuando lo hacemos, hablamos de aquello que desmerece a la persona aludida más de lo que la enaltece. La última novela de Jaime Bayly, ‘Los genios’ (Galaxia Gutenberg), se sumerge en los pormenores que rodearon el famoso puñetazo que Vargas Llosa le propinó a García Márquez, y fabula, con una prosa desatada, las minucias y detalles de la enemistad más legendaria de la literatura latinoamericana.
Leí la primera novela de Jaime Bayly, No se lo digas a nadie, con 16 años, a hurtadillas en las aulas mientras los profesores dictaban clase frente a una pizarra. Bayly, entonces, ya era un personaje público que tenía un programa de entrevistas donde años atrás había llevado al set de televisión a un transexual. Creo que era la primera vez que un transexual aparecía en la televisión peruana y eso fue gracias a Bayly. Cuando terminé con No se lo digas a nadie, pensé: esta novela es mejor que sus entrevistas a transexuales. La novela contaba el despertar homosexual de un chico de clase alta limeña, y en el Perú todos los críticos serios la despedazaron. A Bayly lo odiaban. El único que defendió la novela fue Alonso Cueto, que le hizo una entrevista en la revista limeña Debate, y Vargas Llosa, que había recomendado la novela en Seix Barral, editorial que finalmente la terminó publicando. El libro vendió varias ediciones en España y la crítica, a diferencia de la peruana, la alabó. Los odiadores de Bayly en Perú lo siguieron odiando.
Seguí leyendo sus novelas hasta la cuarta o quinta, y de ellas recuerdo Los últimos días de la prensa, Fue ayer y no me acuerdo y La noche es virgen. Esos libros hablaban del propio autor o de su alter ego. A la fecha ha publicado cerca de 19 novelas y, como el mismo Bayly ha dicho, todas ellas han tenido como narrador o protagonista al propio escritor, que más que retratarse suele hacer una caricatura de sí mismo: provocador, cínico, impúdico. Sus novelas son como él.
Los genios es el primer libro donde el alter ego del autor no aparece. La novela gira en torno al puñetazo que le dio Vargas Llosa a García Márquez a la salida de un cine mexicano en enero de 1976. ¿Qué fue exactamente lo que pasó entre los dos premios Nobel para que terminaran su amistad de manera tan violenta? ¿Qué le hizo Gabo a Patricia Llosa para que Mario reaccionara de esa manera?
En un viaje en barco de Barcelona a Lima, Vargas Llosa se enamora de una joven actriz peruana y decide romper con su esposa Patricia para irse definitivamente con su nueva amante. Cuando la mujer herida por la traición regresa a Barcelona meses después y les cuenta lo sucedido a los García Márquez, amigos y compadres de los Vargas Llosa, surge un acercamiento entre el escritor colombiano y ella, tanto así que, en la última noche antes de volver a Lima, amanecen juntos en el cuarto de un hotel.
El logro de Bayly está en mantener enganchado al lector para satisfacer su morbo. El lector quiere saber qué fue exactamente lo que pasó entre García Márquez y la esposa de Vargas Llosa aquella madrugada en un hotel de Barcelona. ¿Se acostó con ella? ¿O todo no fue más que un malentendido? De esas preguntas se desprende toda la novela. En el camino el narrador cuenta que Vargas Llosa era un “pingaloca”, “el último donjuán de Miraflores” y que junto con Gabo se iban de putas a burdeles y puticlubs; que Fidel Castro grababa a sus invitados luego de ofrecerles prostitutas en un alojamiento de lujo en La Habana; que Julio Ramón Ribeyro adulaba al dictador Juan Velasco para que éste no lo dejara sin trabajo; que al hijo mayor de los Vargas Llosa, Álvaro, un perro le arrancó un testículo en presencia de Bryce Echenique (una especie de parodia de la novela corta Los Cachorros, Pichula Cuéllar); que Julio Cortázar se hormonó para que le creciera la barba; que Vargas Llosa sufría de hemorroides; y que Velasco le hizo un funeral a su pierna amputada en presencia de escritores y celebridades. El acierto de Bayly está en satisfacer, al igual que las revistas del corazón, esas truculencias chismográficas (ficticias en algunos casos) que el lector quiere conocer, dejándose arrastrar por la prosa suelta del narrador.
La novela está escrita con un tono deslenguado, jocoso, salpicado de escenas desternillantes donde desfilan una serie de personajes; además de los ya mencionados: Jorge Edwards, Pablo Neruda, Joaquín Sabina, Carmen Balcells, la actriz Camucha Negrete, Kiko Ledgard, Carlos Barral, entre otros.
Bayly, al igual que Vargas Llosa, cree que lo que mueve a un escritor a sentarse a escribir son sus demonios: uno de esos demonios es el propio Vargas Llosa, que es su padre literario. Ningún escritor peruano nacido a partir de 1950 puede librarse de esa paternidad, porque su sombra es gigantesca. Más grande aún que la sombra que proyecta García Márquez sobre los que vinieron después de él. Es más fácil rebelarse contra el realismo mágico de Gabo, que del realismo a secas de Vargas Llosa. En Roberto Bolaño no hay nada de García Márquez, pero sí hay algo de Vargas Llosa. Tengo la impresión de que Los genios es más un ajuste de cuentas con el autor de La Ciudad y los perros que con el de Cien años de soledad.
Un periodista, César Hildebrandt, luego de leer la novela, dijo que Bayly es un suicida: que lo que acababa de hacer al publicar Los genios era un acto similar a quitarse la vida. Creo que se refería al hecho de hablar de las miserias y defectos de los dos premios Nobel y que eso podría pasarle factura. Más que un suicida, Bayly busca ser un parricida: lo fue en No se lo digas a nadie con el padre biológico del protagonista, Joaquín Camino, y lo intenta esta vez con su padre literario.
Bayly, para no sucumbir ante sus demonios, tiene que meter el dedo en la llaga, revolverse en esas zonas escabrosas que alimentan esa tenia, la solitaria de la que hablaba Vargas Llosa cuando escribió Las cartas a un joven novelista, haciendo referencia a la vocación literaria que anida en todo escritor con hambre de crear ficciones para alimentar esa lombriz.
Oscar Wilde escribió alguna vez que el escándalo es un chisme hecho tedioso por la moralidad. Bayly está acostumbrado al escándalo: ocurrió con su primera novela y, de hecho, Vargas Llosa le dijo en alguna ocasión que lo mejor que le podía ocurrir a un libro suyo era salir publicado en medio de un escándalo. Bayly, queriéndolo o no, necesita alborotar el gallinero para lidiar con esos demonios; en este caso para arañar a su padre literario, para intentar, con el chisme hecho novela, removerlo del trono en el que todos los días lo observa desde abajo, embelesado.
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