‘Jane’, el documental que revela el lado más humano de la primatóloga Jane Goodall
Una mujer cuyos estudios sobre los chimpancés en África representaron todo un reto al entorno científico de su tiempo dominado por los hombres y que revolucionó nuestro conocimiento del mundo natural. Jane Goodall. Un nuevo documental sobre ella, ‘Jane’, dirigido por Brett Morgen y recién estrenado en los canales de televisión de National Geographic (se mantendrá toda esta semana en la programación), muestra su lado más íntimo y nos ayuda a completar la trayectoria profesional, con sus altibajos personales, de una de las mujeres que más cariño y admiración despierta en el mundo.
Uno termina de ver la proyección imbuido por la energía de esa mujer, paciente y tenaz, que con 83 años sigue proyectando una voz juvenil, clara y decidida. En la película podríamos notar desajustes entre las imágenes de una mujer joven y guapa y la locución de una mujer ya anciana, pero en absoluto sucede. Esa extraordinaria combinación, perfectamente acoplada, de imágenes de los años 60 con una entrevista actual marca el ritmo de la cinta.
La gran aportación de Jane frente a otros documentales en torno a esta extraordinaria británica son las imágenes de su vida privada, la relación con su marido, el fotógrafo de naturaleza Hugo van Lawick -se casaron en 1964; se separaron diez años después-, y con su hijo, Grub. En un reflexivo arranque de sinceridad, la propia Jane Goodall rememora esos momentos más íntimos, desde la distancia que aportan tantas décadas, y reconoce cómo en cierto modo sacrificó su matrimonio –Van Lawick necesitaba vivir en el Serengueti para rodar sus documentales, Goodall no estaba dispuesta a alejarse tanto de sus primates de Gombe- y buena parte del tiempo de crianza de su hijo por su entrega al estudio en directo de los chimpancés -vivieron un tiempo separados, el niño en Londres, ella en Tanzania.
No es la única vez que Jane se desnuda a lo largo de la hora y media que dura Jane. La primera parte del metraje del documental muestra a una mujer inexperta, pero dotada de extraordinaria paciencia y de un amor a la naturaleza a prueba de cualquier ataque y contratiempo, que la llevan a no desanimarse, aunque reconoce que se pasa bastantes meses sin conseguir nada, absolutamente ninguna observación cercana de la vida en libertad de una comunidad de chimpancés, tarea que le encomendó su mentor, el famoso paleontólogo Louis Leakey, pues los monos la huyen en cuanto notan su presencia, no están dispuestos a dejarse observar por esa “mona blanca”, como ella misma se define. Se llega a acostumbrar a ese paso de los días en soledad en la selva. Hasta que llega su madre, dispuesta a cuidarla, acompañarla y animarla, que aparece poco en la película, pero levanta todas las simpatías en ese papel de madre lista para apoyar a su hija en todos sus objetivos, por muy disparatados que pudieran parecer en la época por venir de una mujer.
Especialmente emotivas son las imágenes de los primeros acercamientos, ¡por fin!, de los chimpancés a la investigadora, hasta lograr el contacto entre las manos de un pequeño monito y esa británica rubia, que sin duda le debía de parecer muy mona al chimpancé-bebé; y las secuencias de cómo las mamás chimpancés cuidan de sus hijos, en una mezcla, como dice la propia primatóloga, de protección, pero no sobreprotección, en un difícil equilibrio que lo da sobre todo la experiencia, un tira y afloja de dejarles que crezcan y maduren, se enfrenten a los peligros y descubran la realidad, pero al mismo tiempo proporcionarles un entorno de seguridad que les aporte confianza. Hasta los humanos tenemos mucho que aprender en esa tarea de ser padres y madres protectores, pero permisivos. Algo se rompe, sin embargo, en ese equilibrio familiar cuando asistimos a cómo uno de esos machos jóvenes se deja morir, inseguro y deprimido, tras perder a su ya anciana madre.
Otros momentazos del documental son los juegos entre hermanos chimpancés y su habilidad para usar pajitas que introducen por el agujero de un hormiguero para extraer hormigas y comérselas, imágenes que supusieron en su tiempo la primera deslumbrante y directa prueba de que los primates, y no sólo los humanos, como hasta entonces se creía, son capaces de usar herramientas. Un descubrimiento que en aquellos años fue a menudo desacreditado por la prensa y la comunidad científica por proceder de una mujer, y de una mujer sin formación académica. Pero las pruebas, las fotos, las grabaciones, especialmente del macho al que ella llamaba David Barba Gris, dejaban poco margen a la crítica.
También nos dejan pegados a la pantalla dos episodios especialmente traumáticos en la carrera de Jane Goodall: Por un lado, la epidemia de polio que supuso una gran mortandad en la comunidad de monos, y que a Jane le supuso otro momento crítico por los ataques que sufrió de quienes la acusaban a ella y su obsesión por estar cerca de los animales de haberles trasladado la mortal enfermedad, cosa que luego se desmintió. Por otro lado, los arrebatos de violencia que surgen en la comunidad de chimpancés y que terminan de mala forma, con el grupo dividido y peleándose entre ellos hasta la muerte. Y Jane Goodall siempre cerca, siempre entre ellos.
Resultan especialmente reveladoras sus palabras de desánimo cuando reconoce, nuevamente con la perspectiva de las décadas y la madurez, la tristeza que le produjo constatar la violencia que también alojaban los primates en sus entrañas, ya que durante mucho tiempo vivió en la idea arcadiana de que los primates representaban un estadio anterior al del Homo sapiens, en el que todavía no se había cultivado el odio, la venganza y la violencia fratricida en su cerebro y corazón.
Pero Goodall logró resurgir de los problemas profesionales y personales, incluido su divorcio, hasta convertirse en un icono del siglo XX y seguir batallando en el siglo XXI para conseguir protección y respeto para los primates a través de su fundación. Sí, Jane Goodall fue una pionera que desafió las adversidades para convertirse en una de las conservacionistas más admiradas en todo el mundo. Es fundadora del Jane Goodall Institute y Mensajera de la Paz para la ONU. En España, su instituto y su programa Roots & Shoots (Raíces y Brotes) mantienen una activa presencia a través de la colaboración con diversas entidades que apoyan su trabajo y objetivos, como Ecovidrio, que además la distinguió como Personalidad Ambiental del año 2016.
El documental Jane, nominado a los Premios BAFTA de Reino Unido, se ha estrenado en España en los canales National Geographic y Nat Geo Wild el pasado domingo, 18 de marzo, y se mantendrá toda esta semana en la parrilla de programación, con diferentes horarios. Su director, Brett Morgen, nominado a premios Oscar y Emmy, ha sido considerado “el director más destacado que ha revolucionado los documentales en EE UU”, según The Wall Street Journal. Morgen ha empleado en torno a 100 horas de material inédito, filmado en 16 mm en los años sesenta, cuando una joven Jane llegó con 26 años a la selva de Gombe en Tanzania. Se pensaba que estas grabaciones se habían perdido, pero fueron redescubiertas en 2014 en los archivos de National Geographic (NG) y sin duda arrojan nueva luz sobre el trabajo innovador de esta mujer.
El realizador Brett Morgen, cuyos documentales se han centrado en personajes como los Rolling Stones, nunca esperaba dedicar dos años y medio de su vida a contar la historia de la respetada conservacionista. Pero en marzo de 2015, poco después del estreno de su aclamado documental Kurt Cobain: Montage of Heck, una película sobre la vida y los últimos días del cantante de Nirvana, National Geographic se puso en contacto con él para añadir a Jane Goodall a su lista de personajes retratados. “Rechacé la idea porque la mayoría de mis películas eran sobre personajes subversivos al margen de la sociedad”, ha afirmado Morgen. La propia Goodall también mostró al principio un escepticismo similar. “No estaba interesada”, ha confesado. “Hay tantos ya… No veía que este documental pudiera aportar nada nuevo sobre la pantalla”.
Pero la noticia de que habían descubierto en los archivos de NG gran cantidad de material en película de 16 mm sobre las
primeras investigaciones de Jane en Gombe, intrigó tanto a Goodall como a Morgen y les unió para trabajar juntos a lo largo de 30 meses, porque sabían que podían contar algo distinto, una historia muy humana sobre los humanos y los animales, sin efectos especiales, pero con muchos afectos especiales. Una historia muy bien hilada –al ritmo de una maravillosa banda sonora a cargo del genial compositor Philip Glass- que habla también de la lucha de las mujeres por ser tenidas en cuenta y desarrollar sus propios proyectos (Goodall no quiso sacrificar el suyo para convertirse en esposa de…, y acompañar exclusivamente a su marido en sus filmaciones en el Serengueti) y del valor de la perseverancia. El resultado (en la película y en la historia) no deja margen a ninguna duda.
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