Con Joaquín Araújo y Gabi Martínez, ‘habitando’ la España desatendida
Nuestra Área de Descanso se traslada a La Siberia Extremeña, a la España interior, a la España desatendida que se va vaciando. De la mano de dos grandes escritores que han demostrado su compromiso de verdad con el mundo rural: Gabi Martínez y Joaquín Araújo. Nos vamos a Siberiana, un festival de ‘LiterNatura’.
Hace dos semanas volvía de La Siberia Extremeña tras participar en el tercer encuentro de LiterNatura en Tamurejo, una pequeña localidad de apenas 200 habitantes, fronteriza con La Mancha. Tamurejo no lo conoce nadie, como La Siberia, como tantos lugares de la España interior que se desangran por ese olvido al que los ha condenado el desarrollismo capitalista.
Situada en la parte más oriental de la provincia de Badajoz, podríamos pensar que La Siberia está lejos de todo. ¿Pero qué es ese todo? ¿Lejos de dónde? Quizás por el nombre, puede que también porque cerca de allí viven o han nacido algunas amigas y me habían hablado de esta zona de gran valor ecológico, La Siberia tenía para mí una resonancia casi mítica. Hasta este viaje no había ido físicamente, y tiene delito pues soy extremeño, pero a mi favor diré que de alguna manera la conocía un poco. Sobre todo gracias a la lectura de Un cambio de verdad (Seix Barral), de Gabi Martínez.
Leí este libro por primera vez hace más de un año y lo he vuelto a releer a mi regreso. La madre de Martínez nació en Agudo. “A las puertas de Tamurejo, donde empieza La Siberia. En la zona, a los burros se los bautiza para inscribirlos en la cartilla del registro. Miguel les pone el nombre del santo del día en que nacen, y habla sobre todo de Fermín, el más esbelto. La ovejas son tantas que la mayoría de los pastores han renunciado a nombrarlas, aunque hay gente como Fidela que las identifica con un nombre genérico que las engloba, y en su caso es Marcela”, escribe el autor casi al final de este potente, sincero y luminoso ensayo narrativo, como me gusta denominar a este género híbrido y casi anfibio en el que se mezclan lo autobiográfico y una propuesta o tesis que, a veces, se encuentra y otras no.
Lejos de la seguridad que nos plantean otros ensayos desde el comienzo, con una tesis bien clara que en ocasiones lleva incluso una introducción que lo avala, en el ensayo narrativo prevalece la duda, la búsqueda, con una verdad que solo puede contarse a través de una narración. ¿Qué nos cuenta Martínez en Un cambio de verdad? Como sucede casi siempre con las buenas historias, el libro surge de una necesidad, de un viaje interior que previamente necesita un cambio de paradigma, de lugar.
En medio de una crisis personal con varias ramificaciones, Martínez deja su Barcelona natal para ir al “origen”, al lugar donde se crio su madre, pastora en su juventud, en busca de esas respuestas que se le resisten en la gran ciudad. En La Siberia, se hace cargo de un rebaño de ovejas, vive en medio del campo junto a su perra, y traba relación con los habitantes de la zona. El proceso de aprendizaje como pastor, el “encuentro” con las ovejas negras y con algunos personajes de gran peso en el relato, como Miguel, un pastor ecologista con los pies en la tierra que sabe mirar más allá de lo inmediato, cambiarán la mirada de Martínez.
El autor no es para nada el típico urbanita en busca de una elipsis en su vida cómoda de ciudad, sino el de un naturalista (es un ornitólogo avezado, por ejemplo) abierto al conocimiento y a aprender de una cultura de la que él mismo procede en parte y que ha mamado de su madre. El viaje exterior e interior se entreveran con acierto y equilibrio en este relato necesario para conocer el mundo rural, escrito y vivido sin el romanticismo ni la idealización que a veces se tiene de él, con en esa vuelta al campo deformada que se da a veces entre algunos urbanitas, quienes piensan encontrar una especie de paraíso que, bien sabemos desde el Antiguo Testamento, ya no existe en ningún lugar.
Entre otros temas que se deslizan en el libro, me ha parecido muy interesante la tensión entre dos modelos de supervivencia que se plantean: el que representa Miguel, el pastor ecologista, una palabra con mala prensa en el campo, y el de ciertas empresas e instituciones a las que les gustaría convertir la zona en un parque temático (un proyecto que por suerte no salió).
La experiencia de Martínez tuvo otra semilla: Siberiana, un festival de LiterNatura, palabra acuñada por el propio autor y que sustituye al concepto más anglosajón de literatura de naturaleza (nature writing). Este año se ha celebrado la tercera edición, con la complicidad y el apoyo del Ayuntamiento de Tamurejo y de la Junta de Extremadura. Para abrir el encuentro, al que asistieron escritores y artistas de distintas zonas de España, se rindió un más que merecido homenaje a un campesino, naturalista, escritor y extremeño de adopción: Joaquín Araújo. Lleva más de 40 años viviendo en su finca de Las Villuercas, su particular paraíso.
En la conversación que mantuvo con Luis Sáez Delgado, director de la Editora Regional de Extremadura, Araújo, con la brillantez, la poesía y la convicción que le caracterizan, parafraseó a Tagore, uno de sus referentes, y habló del agradecimiento que deberíamos expresar hacia la Natura, como le gusta denominar a la naturaleza.
Creo que quienes pensamos que el presente y el futuro de la humanidad están precisamente en la naturaleza, en el respeto a lo que nos da la vida, no seríamos los mismos sin haber leído y escuchado a Araújo. Este país debería estar orgulloso y agradecido de contar con poetas como él. Ha sabido nadar a contracorriente, mantener el rumbo, aguantar en la superficie y sin dejar de atisbar la orilla. Tal vez su destreza como nadador sea una faceta más de esa persistencia. Con más de cien libros publicados y tras haber plantado tantos árboles como días vividos, Araújo es de esos autores que nos enseñan a mirar.
Y lo ha vuelto a hacer en su última obra, Somos agua que piensa (Crítica). Como en otros de sus libros, ha sido capaz de conjugar varios géneros en uno: el ensayo, la divulgación científica y, por supuesto, la poesía. El naturalista nos vuelve a recordar lo evidente, nuestra dependencia del agua. No solo porque los humanos seamos en esencia agua que piensa, sino que, como él mismo explica, la reencarnación existe, pues el agua se transforma en otras cosas, en esa vida que de nuevo nos alimenta. El ciclo del agua es el ciclo de la existencia, de la belleza de lo perenne y lo efímero. ¿Cuándo nos daremos cuenta?
“No solo la bondad, también la sabiduría, es darse a todos, es también destreza de lo ácueo”, dice uno de los poemas que se incluyen en Somos agua que piensa. El libro de Araújo exhala al mismo tiempo la palabra combativa y crítica hacia el mundo en el que vivimos con el abrigo de la esperanza. Por el conjunto de su obra y el compromiso de su vida, creo que Araújo es junto a Jane Goodall, Berta Cáceres, Wangari Maathai, Gary Snyder o Vandana Shiva, entre otros, uno de los grandes referentes mundiales en la defensa de la naturaleza. Y es una suerte que sea extremeño.
Javier Morales imparte en julio un Taller de lectura y escritura de la naturaleza.
Comentarios
Por angel coronado, el 03 julio 2022
Somos agua. Lo sabía o creí que lo sabía. El otro día nos lo dijo Joaquín Araujo en Noviercas (Soria). Nos dijo que el corazón, el nuestro, bombea agua. En Noviercas, el otro día, un grupo nutrido de corazones lo llegó a saber. Se proyecta en Noviercas, apenas ciento cuarenta habitantes, un atentado salvaje contra el agua. Y vino Joaquín Araujo a Noviercas. Un nutrido grupo de corazones estuvimos con él.