Jon Gorospe, un fotógrafo más allá de la zona de confort
Entrevistamos a Jon Gorospe, alavés que ha vivido en Lituania y ahora está instalado en Noruega. Sin haber cumplido 30 años, cuenta ya con una interesante obra fotográfica, que parte de la emoción y deja mucho espacio a la interpretación del espectador.
¿Dónde está Jon? Jon Gorospe ahora está en Oslo, porque se acaba de mudar allí. Pero antes se escondía en Vitoria, lugar donde nació en 1986. En ocasiones, ser de provincias resta visibilidad, aunque se puede estar presente en la movida fotográfica tanto desde Euskadi como desde Noruega, que para algo existen las redes. Gorospe es un digno representante de esa joven generación de fotógrafos que, sin haber llegado a los treinta, ya presenta un trabajo a tener en cuenta. Varios premios, becas y exposiciones han ido ayudando en el camino para crear una fotografía personal, heredera de otros que pasaron antes, pero con nuevas formas de contar, sin complejos.
La encarnación vasca de Wally, el que se esconde en cada ilustración, como muchos de sus contemporáneos, no se limita a ser fotógrafo, es también activista cultural y participa u organiza talleres, charlas, sociedades… Es un chico delgado, coqueto, inteligente. Hablamos con él aprovechando una de sus visitas a Madrid.
Veintinueve años, varios proyectos que han visto la luz, ya has conseguido varios premios… ¿También se puede decir que ya tienes un lenguaje propio?
Al menos es lo que estoy buscando. No sé si lo he encontrado, pero la idea es, por lo menos, desarrollarlo, que al final es lo que te hace autor.
¿Y cuál es tu lenguaje?
La fotografía que yo hago parte siempre del plano subjetivo, cinematográficamente hablando. Con esto quiero decir que lo que me interesa es compartir la mirada. Es una fotografía que parte de la emoción, más que del concepto.
Aunque luego te rodeas de mucho texto, mucha reflexión. Tus fotos son muy sencillas, casi abstractas, pero muy evocadoras.
Me centro mucho en lo que yo llamo el sujeto fotográfico: aislar mucho el motivo del contexto en el que está. Me interesa mucho que sea una imagen muy anacrónica, muy mínima y que sea poco significante, que esté más ligada a la atmósfera.
¿Por qué?
No quiero desarrollar los simbolismos y unos códigos que ya están escritos, y me interesa más dar un espacio al espectador a poder interpretar.
En cada proyecto cambias sin problema el formato, o pasas del color al blanco y negro. ¿Intencionado?
Tengo un par de proyectos monocromáticos y otro en color. Pero en lo último que estoy trabajando me gustaría mezclar. El monocromático lo he utilizado por la abstracción que provoca, que nos separa de la realidad. Me he ido dando cuenta con el tiempo de que los fotógrafos que empezamos en blanco y negro, cuando nos pasamos al color, lo hacemos más centrándonos en la composición lumínica, no tanto en el pigmento del color.
¿Cómo son tus proyectos?
El primero fue Almost black, un proyecto que trabaja la atmósfera y las sensaciones que hacen de esas fotografías una serie. Parten de ese costado emocional en el que nos adentramos. Viene a ser un diario fotográfico.
Luego está Unidades de lugar, un trabajo más conceptual. Pero es un concepto que viene a posteriori. Son conceptos que vienen de un proceso de búsqueda. Yo empiezo a tirar fotografías, empiezo a crear un mapeado de un espacio o de una sensación que tengo, y a partir de ahí arranca el trabajo introspectivo de querer entender qué me pasa, por qué hay esta serie de patrones que se repiten y qué quiero decir con ellos. Son conceptos que se trabajan más en la edición que en el momento de la captura. Este trabajo empezó así hace tres o cuatro años. Me empecé a dar cuenta de que tenía un gran archivo con un montón de esos falsos horizontes, y la pregunta fue obvia: por qué. Nació de una obsesión que desconocía. Y en la búsqueda surgió la colaboración con el escritor Rubén Ángel y la idea de boicotear el concepto de horizonte que tenemos, y tratar de despegarlo de toda la metáfora que para nosotros tiene.
Rain on Baltic es un trabajo que inicié en Lituania, donde viví por una beca que tuve cuando estudiaba arte. Esta serie empezó porque encontré un cartel en un puente que ponía en lituano ‘a alguien le importas’. Era un mensaje gubernamental motivado por la alta tasa de suicidios que se da en los países ex soviéticos de ese lado del Báltico. A raíz de ahí empecé a trabajar sobre cómo la lluvia crea a partes iguales tanto el paisaje geográfico como el anímico de las personas, y cómo lo va disolviendo. Es documentalismo que parte de la emoción.
Environments, en cambio, es un trabajo donde rompo mis propias reglas y parto del concepto desde el primer momento. Parto de una propuesta expositiva por una beca del centro Montehermoso de Vitoria e investigo sobre los lugares de desperdicio y cómo nos enfrentamos a ello. No es tanto desde un punto de vista ecologista, que es como normalmente se tratan estos temas, yo busco más el porqué reaccionamos así sobre esos temas. Vino de leer a Slavoj Žižek sobre la negación del desecho y cómo lo apartamos y no queremos verlo. Es un proyecto que une foto y vídeo.
¿Combinas los proyectos o te centras en uno hasta cerrarlo?
Yo no cierro los proyectos. Puedo continuarlos toda mi vida, pero cuando hago las fotos sé para cuál es, para qué carpeta lo estoy haciendo. No me interesa cerrar. Sí me gusta exponerlos o ir enseñándolos, pero no gano nada cerrándolos. Ya les doy distancia cuando paso el proceso de exponerlos, pero no pierdo nada si puedo mejorarlos.
¿Ninguno ha pasado a fotolibro?
No, sólo en formato expositivo.
¿Pero te interesa?
Me gustan bastante, pero soy crítico con ellos.
¿Por qué?
Estamos ante una fiebre sobre un fenómeno al que todavía no le hemos dado la suficiente distancia. Se recurre con demasiada facilidad al truco. Un buen trabajo es un buen trabajo, y no hay que adornarlo en exceso. Aunque creo que se están haciendo libros superbuenos y se está experimentando mucho. Si un día tengo la oportunidad, probablemente me ponga a ello. Pero ahora me interesa más el formato instalativo.
¿Vivir en Euskadi, y no en Madrid o Barcelona, influye?
Me considero un fotógrafo satélite. Los de la periferia orbitamos, pero eso no quiere decir que no estés en el meollo. Se hacen cosas muy interesantes en muchos rincones.
Te has ido a vivir a Oslo, ¿es porque aquí no van bien las cosas?
Bueno, yo no me puedo quejar. Creo que me estoy moviendo bien y me está dando resultados. Pero hay que salir de la zona de confort. Aquí ya sé lo que hay y lo que puedo llegar a hacer.
¿Y cómo ves el panorama general?
Hay mucho movimiento. Hay mucha gente trabajando en serio y duro. Pero no estamos en el mejor momento económico para poder producir. No todos nos podemos gastar 6.000 € en producir un libro. Pero se centra todo en el ruido que se genera en Madrid y Barcelona.
¿En Euskadi está pasando algo especial que nos estamos perdiendo los que vemos el mundo desde Madrid?
Se están haciendo un montón de cosas. Yo vivía en Vitoria, pero no es sólo esta ciudad, es la gran ciudad que componen Bilbao, Donosti, Logroño…, ciudades que están a una hora, que es lo que te cuesta cruzar Madrid. Está el CFC haciendo muchas actividades en Bilbao, antes Arteleku en Donostia, un montón de sociedades fotográficas… Hay mucho movimiento.
¿Al llegar a Oslo has notado diferencias en el mundillo?
En general, notas diferencias en cómo se cuida el arte. Llegas a una ciudad con 600.000 habitantes, que no es mucho, y ves la cantidad de galerías que hay, y cómo se cuida el arte, y ves que las cosas se hacen con mimo. Lo que no veo es que haya tanta comunidad fotográfica. No se mezclan mucho, documentalistas por un lado, los artísticos por otro… Hay muy buenos fotógrafos, pero no hay comunidad.
¿Les llega algo de España?
Pues sí, vas a las librerías y encuentras a gente como Cases y los nombres que despunta.
Comentarios
Por Alex Mene, el 23 agosto 2015
Muy sugerentes esas fotos.