Jonas Mekas, todo lo vivo es hermoso

Mekas

Otra forma de ver, otra forma de narrar. La pausa, la belleza y lo abrumadoramente diferente se encierran en la obra de Jonas Mekas. Ahora se editan en un cofre en DVD dos de sus películas más importantes: ‘Reminiscencias de un viaje a Lituania’ y ‘En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza’. Una oportunidad perfecta para descubrir a este cazador de instantes.

JOSÉ RAMÓN OTERO ROKO

Todos los restos son hermosos, todo lo que deja algún rastro y encontramos al cabo de los años que se manifiesta y nos devuelve una felicidad que fue irrevocable aquel momento exacto en que se trazaba, todos esos residuos de un alma luminosa, todos esos vestigios que dieron forma a la conciencia y a la manera de entender el mundo. Todo tiene un sitio, de todo queda una huella, y todo puede mostrarse hasta el infinito, si como el poeta y cineasta lituano (y neoyorquino) Jonas Mekas, no nos separamos de una cámara, si el cine consiste en hacer realidad ese mito del ángel de la guarda que almacena los fragmentos de la existencia, que protege las fracciones de la dicha.

La edición en un maravilloso cofre por parte de la casa barcelonesa Intermedio DVD de dos de las películas más importantes de Mekas Reminiscencias de un viaje a Lituania y En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza es una de esas ocasiones, más numerosas de lo que el estatus-quo cultural permite entrever, en la que podemos celebrar la memoria a propósito de aquellos a los que el tiempo no ha cambiado sino a mejor, los que se han hecho más fuertes primavera tras otoño y, además de cumplir años, han cumplido con ellos.

A sus 90 primaveras Jonas Mekas ha sido uno de los directores de la vanguardia de referencia generación tras generación desde los años 60 del pasado siglo hasta la actualidad. Vive en Brooklyn, Nueva York, desde 1949. En 1944 huyó de Lituania por la guerra y fue capturado en Dinamarca por los nazis e internado junto a su hermano en un campo de concentración. Tras la liberación, estudió filosofía en Maguncia, en la Alemania de postguerra, y más tarde emigró a EEUU. Casi a continuación conseguiría una de esas míticas cámaras Bolex de 16mm y comenzaría a registrar lo que le circundaba, una realidad que su cine despoja de causas y efectos, donde sólo permanece el instante, un río de instantes que se resisten a ser relegados, un pasado que se concentró en los destellos que aún iluminan la memoria y que su perfección no impide que podamos repetirlos.

La vida ha sido difícil para Jonas Mekas. En Reminiscencias de un viaje a Lituania recita, como si se tratara de uno de sus poemas, que «Nada más partir, empezamos a volver a casa, y todavía estamos volviendo. Aún estoy en mi viaje rumbo al hogar. Te queríamos, mundo, pero nos hiciste cosas terribles”. Mekas es un desplazado y un despojado, un tesoro para aquellos a los que la pedagogía libertaria permite sentir empatía con lo abrumadoramente diferente. Su cine, tan inofensivo en su mensaje como reflejo formal de cientos de conflictos interiores, es una reiteración abrumadora del adagio que dicta que la belleza pura sólo se encuentra aislada en un momento del pasado, sin culpa, sin interés, sin más sugestión que la que sentimos al mostrarnos, y que se evade del mundo que le rodea para ser una imagen que busca en el futuro quién la recoja y la haga omnipresente y universal. La felicidad de esa forma se convierte en una reivindicación política. A los pesimistas les muestra la parte del mundo que desean olvidar. A los conformistas les dice que ese mundo está roto en mil pedazos y que rescatamos estos, atravesados de penalidades, sesgados por la limitación del recuerdo, para reconstruir por fin el universo a la medida de los deseos.

Ni pesimistas ni conformistas encontrarán en esta edición un ejercicio, aparte de difícil, de valiosa actualización de la forma de invocar lo que dejamos atrás y que no es otra cosa que lo que nos lleva siempre hacia delante. La vida nos menciona cuando recordamos y algo de lo mejor de lo vivido lo descubrimos cuando observamos que un minuto se parece a otro minuto que creíamos olvidado. Hay películas que son parte de una manera de ver las cosas que para los señores de azul queda de espaldas, porque no se compadece con el que ellos anuncian tan ridículamente inexorable, tan cuestionablemente indestructible. En el cine de Mekas el aire lo respira una comunidad, una comunidad en la que está todo, los lazos de amistad, los familiares, los entes extraños, los nudos que tejemos con cada lugar que la vida habita. El acto no es consumir, ni producir, el acto es estar, despojarse de todo excepto de nuestra presencia y la vuestra. La marginalidad no como un síntoma sino como la elección afortunada de permanecer lejos, de radicarse en un pasaje tras otro y simultáneamente en todos.

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Jonas Mekas es un autor que, superados los inconvenientes de adaptarse a su tempo expositivo, tan pausado en la voz narrativa como veloz y desestructurado en sus representaciones, trasciende la forma experimental y se convierte en eso que esperamos del cine, como de todo arte, que nos muestre una subjetividad inalienable. La de Mekas es muy sencilla, y muy poderosa, consiste en amar a los que acompaña e ignorar el mundo de los que no merecen compañía. El pasado no es una razón o sueño, sino un sentimiento y un sentido. Si pudiéramos reunir todos los indicios dispersos de lo que un día miramos más intensamente el resultado se parecería a la forma en la que el director ¿lituano? ¿neoyorquino? encadena unos fotogramas a otros. Mekas lo dice mientras nos muestra ese álbum de planos fugaces: ”he elegido esta imagen porque es lo suficientemente real como recuerdo”.

Y es que en este ser humano todos los defectos técnicos que vigila la academia (de encuadre, de iluminación, de tempo, así como los inducidos por el tratamiento posterior de las imágenes) son características de la vida, signos exteriores de lo real, accesorios –repuestos- de la realidad. Son atributos de la caducidad con la que el tiempo que pasamos es sucedido por otro tiempo. Esto que somos, nos viene a decir en esas casi cinco horas de “En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza”, está en movimiento, ella está en movimiento, y ellas, y él y ellos, y a un acontecimiento invisible le releva otro acontecimiento del que no conoceremos su importancia hasta quizás mucho después de que todo cuanto ha existido haya dejado de existir. Es la presencia la que lo define todo, la presencia en su pureza, lo que objetivamente somos cuando miramos al pasado.

Esa irrevocabilidad del ser, que sólo es posible gracias a la magia del cine, es el campo en el que Jonas Mekas ha llegado más lejos que ningún otro, precisamente por no abandonar nunca su forma de ver las raíces del mundo, lo que nos mantiene aquí en vez de largarnos a buscar la nada a ningún sitio. Todo pervive, aunque no tengas una cámara en la mano, todo lo común es el sol alrededor del cual la tierra gira, todo lo vivo es hermoso y nada bueno muere si queda alguien que merece recordarlo.

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