José Carlos Llop, lo mejor de nuestra cultura: esencia mediterránea y europea

José Carlos Llop en un detalle de la portada del libro ‘José Carlos Llop, una conversación’

Las obras del escritor mallorquín José Carlos Llop son Mediterráneo puro. Un nuevo libro, ‘José Carlos Llop: una conversación’, en el que el autor conversa con los escritores mallorquines Nadal Suau y Daniel Capó, ayuda a comprender el carácter ‘llopiano’. Hablamos con Capó de Llop y de las esencias que él transmite: europeas y mediterráneas: Europa no se construyó sobre una imagen de melancolía y finales, “sino sobre la de Eneas huyendo de Troya con su padre Anquises a hombros. Esa voluntad virgiliana de sostener el pasado y caminar hacia el futuro resume lo mejor de nuestra cultura”.

Una vieja costumbre –y un antiguo cliché– llevó a muchos escritores y aspirantes a escritores a las grandes ciudades, donde pasaban penurias, alternando trabajos malos, hasta que conseguían destacar, el que lo conseguía. La literatura ha sido, en gran medida, inesperable de las grandes ciudades y su mundo. Frente a ellos, han existido los escritores que permanecían en su terruño y desde el que levantaban una cosmovisión que, aunque traspasaba los límites de su provincia, solía quedar opacada frente al protagonismo de los primeros.

Es habitual reconocer a una ciudad o una región por sus escritores más insignes, como ocurre con la asociación inmediata entre el escritor José Carlos Llop (Mallorca, 1956) y la ciudad de Palma. Novelista, diarista, traductor, autor de obras de teatros y ensayos de reconocida calidad, Llop ha sido alabado por la crítica y es uno de los escritores españoles más reputados en Francia, país en el que ha obtenido premios como el Écureuil de Literatura Extranjera por El informe Stein o el Laure Bataillon en 2018 por su memoria de infancia Solsticio. La editorial Elba acaba de publicar José Carlos Llop: una conversación, en la que el autor conversa con el también escritor y crítico Nadal Suau y con el escritor y columnista Daniel Capó –con quien conversamos–, ambos también mallorquines y, como confiesan en la introducción, amigos de Llop e influidos por su obra.

¿Por qué un libro de conversaciones con José Carlos Llop? Háblanos un poco de su importancia, de su figura. ¿Qué os impulsa a escribir este libro?

Llop es el gran escritor de la isla en los últimos 40 años y es, además, un gran escritor europeo: por su aliento literario, por su cultura –que entra en diálogo con muchísimas tradiciones– y por la calidad de su obra. En nuestro caso, se añade además una amistad de décadas, con todo lo que eso representa. A menudo suelo citar estas palabras de san Agustín, que repetían los viejos liberales ingleses del XIX: “Necesitas ser amigo de un hombre para poder comprenderlo”. Ser amigo porque, para decirlo con J. H. Newman, “la mejor parte de la vida queda oculta”. El propósito de Nadal Suau y el mío no ha sido otro que el de recuperar ese ritmo sosegado de la conversación –que es el propio de la amistad–, ofreciendo a la vez un retrato intelectual de nuestro autor –también en su cotidianidad más cercana– y una primera aproximación a su obra y a su mundo.

Dentro de su obra, ¿qué destacáis, y por qué? El libro invita ciertamente a leerlo con pasión.

Te hablaré, en primer lugar, de lo biográfico. Llegué a su obra muy joven, a mediados de la década de los noventa –aunque antes ya había leído su traducción del poeta Derek Walcott, la primera que de este autor se publicó en nuestro país–, a una edad, digamos, en la que la lectura tiene todavía un peso formativo en el carácter. Fue en Palma y era invierno. Yo estaba sentado en las murallas, frente al mar, leyendo La estación inmóvil, el primer tomo de sus diarios, cuando empezó a nevar con suavidad. El escenario era totalmente llopiano, aunque yo no lo sabía entonces. Recuerdo muy bien ese momento –el frío, la intensidad de la lectura, la belleza de una ciudad mediterránea levemente teñida de blanco– y el impacto que me produjo La estación inmóvil, esa obra casi inaugural en su literatura y que para mí supuso una apertura hacia muchos otros mundos. De modo que todavía hoy considero estos diarios como una magnífica puerta de entrada. Pero, si nos ceñimos a la canónico, no se puede hablar de Llop sin pensar en su gran libro sobre Palma, En la ciudad sumergida, donde te enseña a mirar literariamente tu propia ciudad. Y hay que hablar también de Solsticio, esas memorias breves de la infancia, y de novelas como El informe Stein, Háblame del tercer hombre y Oriente. Sin olvidarnos tampoco de la poesía, claro está.

Leyendo vuestro libro, lo primero que me llama la atención es que aún haya fronteras más o menos nítidas entre escritores de una zona de España o de otra, más aún cuando hay culturas o lenguas distintas. Confieso que yo empecé a leer a José Carlos Llop cuando me lo recomendaste, pero que antes, aunque lo conociera por reseñas y referencias, me era desconocido o, seguramente de forma injusta, lejano. Conversáis en el libro sobre esa condición, digamos, no periférica pero sí de literatura hecha desde la periferia.

Josef Brodsky dijo algo muy interesante sobre esa periferia, que es la provincia, frente a la capital. Para el poeta ruso, la provincia constituye una de las formulaciones posibles de la desesperanza, también en su sentido positivo, en lo que tiene de acicate y de motor. La cultura nacería pues de la lejanía, tanto o más que de la mímesis porque, paradójicamente, cierta pobreza consciente alimenta el deseo. Y creo que, frente al gran arte, somos y seremos siempre pobres. Dicho de otro modo: sospecho que la riqueza de la periferia resida en la lejanía de los centros de poder –con su pesada carga de servidumbres– y en la conversación que esa distancia permite entablar con el misterio de la condición humana. Y, si lo piensas bien, es cierto que muchos de los padres de la Modernidad crearon su obra en la periferia. ¿O no es Montaigne un periférico absolutamente central en nuestra cultura? Y la gran literatura del Siglo de Oro español ¿cuánto debe a los autores judeoconversos, es decir, a los periféricos? No creo que hoy sea muy distinto ni en España ni en ningún otro país. Otro tema es la ausencia de vasos comunicantes que apuntas: un problema derivado de la fragilidad de la industria cultural y de la ausencia de una auténtica vertebración literaria en nuestro país. Es una deuda que, como sociedad, pagamos y que –me temo– seguiremos pagando en el futuro.

Llop es un escritor muy vinculado a la ciudad de Palma y al Mediterráneo. ¿Cómo se da esta relación? Ese vínculo entre autor y ciudad es habitual entre grandes escritores, aunque no siempre es una relación fácil, ni agradecida.

Llop habla en el libro de una doble relación: Por un lado, es el territorio materno, el de la infancia, vinculado a la familia y los primeros años. Por el otro, es el misterio de la adolescencia y de la vida adulta: el espacio y el tiempo donde se configura nuestra personalidad. En el fondo, la ciudad representaría en su obra esa educación moral, estética y sentimental sobre la que se edifica una vida y con la que, en su caso, se alimenta una literatura. De hecho, cuando le preguntamos por el tono peculiar de Palma, respondió con una descripción que bien podría ser la de un mundo literario: “La oración del muecín (imaginario, obviamente) rompiendo el aire y las palmeras frente al mar y las calles silenciosas protegiéndose del sol (su tono, desde luego, no es mozartiano). A eso añada el estanque romano del jardín del obispo y la procesión del Corpus en la calle General Goded –ahora Palau Reial, antes de la guerra, Palacio– y Gomila luego –la música de la plaza llena y más viva que nada– y la vista de la ciudad desde el piso de mis abuelos paternos en Jardín Botánico y el jardín de casa de mis abuelos maternos donde jugábamos los primos, y de la armonía resultante de todo eso surge otro tono, no sé si de Palma, pero sí de mi Palma”. El Mediterráneo es una sensibilidad, y una luz particular y también un flujo de civilizaciones y de cultura, una geografía definida por los dioses y el comercio.

También es Llop un escritor ajeno a muchas tendencias. Él lo resume en que sigue siendo de París y no de Nueva York. ¿En qué se traduce esto en su literatura?

Se traduce en una vocación europea que a la fuerza es también americana, porque América es el cine y la música del XX y asimismo –¿cómo no?– una gran literatura: de Ezra Pound a mi admirada Marilynne Robinson, de Melville a Scott Fitzgerald. Pero la vocación central en Llop es Europa, con su civilización paginada, medida, que posibilita la distancia justa del que callejea, con un libro bajo el brazo, por una topografía familiar, con su luz usada, sedimentada por siglos de historia. París y Londres son la modernidad, pero al mismo tiempo son la historia que resuena en sus literaturas –aquí la voz de Montaigne que da lugar al hombre nuevo, allí la King James y el ardor de Shakespeare o la música de J. S. Bach– y que dota de un rostro reconocible a Occidente. Esa vocación se traduce en la densidad especial, casi metafísica, de su estilo y en el peso de la memoria en su obra. Un peso no asfixiante, sino clarificador, con notables ecos morales.

El libro está traspasado por cierto lamento de las tendencias que sigue el mundo, también el literario, una suerte de anotación de una realidad que se va y que no era tan mala. En este sentido, ¿Llop es uno de los últimos? ¿Por qué?

No creo que haya últimos en sentido estricto. En cambio, sí que hay testigos, autores que ejemplifican y actualizan la gran corriente de la cultura europea. En épocas de crisis se tiende a magnificar los males, olvidando que la tierra es humilde pero fértil y que el hombre –la humanidad– necesita cantar su destino y reflexionar, una y otra vez, sobre su propia fragilidad. Hay muchas cosas que no me gustan de mi tiempo y otras muchas que sí, y pienso que nadie es ajeno a esa dialéctica. Pero la melancolía –esa belleza paralizante de la melancolía, su condición de Medusa– constituye uno de los rostros más perversos del nihilismo. Europa no se construyó sobre esta imagen, sino sobre la de Eneas huyendo de Troya con su padre Anquises a hombros. Esa voluntad virgiliana de sostener el pasado y caminar hacia el futuro; de despedir un hogar en ruinas –destruido por los griegos– para fundar otro, más grande, al otro extremo del mar resume lo mejor de nuestra cultura. No hay últimos; hay testigos que recogen la voz de nuestros padres para conducirnos a un nuevo puerto.

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Comentarios

  • Miguel

    Por Miguel, el 22 octubre 2020

    No hay comentario

  • Joan manel lopez capdevila

    Por Joan manel lopez capdevila, el 22 octubre 2020

    Que puedo decir? Todos los temas y autores reportados me parecen extraordinarios. Un buen espacio no solo para conocer sino para reflexionar y entretenerse.

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