Josele Santiago: «Me juré que nunca escribiría una canción de amor»
Por DAVID KRAHE
Según Ambrose Bierce son dos las partes de las que se compone un macarrón, la masa de harina con forma de tubo y el hueco, que es la parte comestible. Las canciones también tienen dos partes, la música, en continuo movimiento, y la letra, la parte fija, que no cambia y que nos sirve para enmarcar otro vacío, el que desde hace muchos años Josele Santiago llena con su intuitiva pulsación del ambiente.
¿Eres consciente del hermetismo de tus letras? ¿Se sufre escuchando las interpretaciones de los demás?
A veces me gustaría escribir como Berry. Alguna vez me he acercado, no es fácil pero al menos trabajas sobre algo palpable. Yo suelo apuntar a sensaciones más pequeñas, casi imperceptibles. No puedes entender una sensación, ni explicarla, solo sentirla. Los hechos que se exponen en esas canciones, el marco en el que suceden o los personajes que intervienen son circunstanciales y por tanto intercambiables. No hay nada que entender. Lo que importa son las emociones. Siempre que escribo o que hablo de escribir me viene a la mente una fotografía de Nabokov, en la que se le ve concentradísimo cazando una mariposa. Escribir una canción es para mí exactamente eso: perseguirla, esperar el momento apropiado y atraparla sin hacerle ni un rasguño. Una canción lo que te va a exigir es una paciencia infinita.
¿Se te resiste algo sobre lo que siempre te hubiera gustado escribir?
Claro. Siempre he querido escribir una canción sobre el parque del Retiro y no me sale. También me gustaría escribirle a un cardo borriquero o a un puente. Cosas así. Me acerqué en “Las Cosas Fingen”, que giraba alrededor de los bultos de una mudanza. Indagar por ahí, en lo inanimado. Chuck Berry era capaz de escribir una canción con los extras que quiere un tío para su coche nuevo, o sobre una vaca. Yo ya tengo alguna sobre perros. Puede ser un buen comienzo.
Hasta que encuentras tu propio lenguaje, ¿tienes una actitud de rechazo hacia fórmulas anteriores?
La onda siniestra aquella de finales de los ochenta me era del todo insoportable. Por suerte duró poco. También me juré a mí mismo que nunca escribiría una canción de amor, sin caer en la cuenta de que ya llevaba dos o tres, o que evitaría las rimas en esdrújula y, mira, este año ha caído una de manual (“Gurú”).
¿Qué valor le concedes al trabajo de autores como Eduardo Haro Ibars, Luis Alberto de Cuenca o más recientemente Javier Laguna como letristas?
Bienvenidos sean los tres. Entre otras cosas porque distinguen con mayor claridad que la mayoría de los músicos la distancia entre el oficio de poeta y el de letrista. El caso de Haro Ibars es especial para mí, no solo por la cercanía con la que traté a su familia, sino porque su trabajo con La Orquesta Mondragón me marcó cuando era muy chinorrín. Me dedico a esto gracias a un montón de discos, y el primero de la Orquesta Mondragón está entre ellos.
¿Alguna canción que sea un “desnudo integral” de J. S.?
Casi nunca hablo por mí en las canciones. Se trata más bien de ponerles voz a personajes sin nombre. Lo hago yo, así que supongo que algo habrá de mí en ellas. Caetano Veloso sostiene que todas las canciones son autobiográficas, incluso las que no lo son. A primera vista esta declaración parece de una egolatría tremenda, pero para mí lo es. No creo que ningún autor utilice su experiencia porque la considere especial. Muy al contrario, la utilizas simplemente porque la conoces mejor y das por hecho que va a ser parecida a la de quien te escucha. Aunque viva en Siberia. La complicidad está ahí, no hay por qué buscarla.
Diez años de paréntesis sirven para que aparezca un alter ego que lleva tu nombre. ¿Influye ese personaje en tu manera de trabajar actual?
La exposición a la luz pública, aunque se limite a lo estrictamente necesario para dar a conocer tu trabajo, siempre distorsiona un poco la percepción de tu persona, que tiende entonces a convertirse en un personaje. A veces te hablan de tu carrera y parece un guión de la Marvel. Hay una responsabilidad extra en este último disco, porque bastante gente tiene el repertorio de Los Enemigos estrechamente ligado a momentos muy especiales de su existencia, y no puedes ignorar eso cuando te dispones a meterle mano. Esa carga emocional impone lo suyo. Y, sin embargo, en el momento en que te sientas a escribir es mucho mejor dejarla aparcada en la puerta.
Háblame del humor. ¿Tu doble enemigo es más socarrón e irreverente que tu yo Josele Santiago? ¿Es el humor de J. S. más simbólico?
El humor según yo lo veo supone ir más allá de la tragedia. Plantarle cara. Reírse de las mismas cosas crea vínculos poderosos. Hay que reírse de todo, coño. Tengo la sensación de que la carga simbólica suele ser inversamente proporcional a los decibelios. Hace mucho tiempo que vengo observando que en cuanto suavizo el rango, las canciones enseguida se me llenan de bichitos, paisajes y colores. Por supuesto que hay excepciones, pero sí que suelen ser más visuales que las que escribo encima de riffs musculosos, que tienden más a la víscera. Quizás el punto más alucinado que sugieren mis discos en solitario tenga que ver con esto. Al final siempre mandan las canciones. Los músicos vivimos bajo su matriarcado.
El tiempo también lo tratas con humor en lugar de hacerlo con nostalgia. Si hace 25 años “la vida te mataba”, ¿cómo te trata ahora?
Cada año que pasa representa en nuestras vidas una fracción más pequeña. El pistoletazo de salida nos lo pegan desde la meta, con fuego real y apuntándonos al entrecejo. La bala viene de camino, pero bueno, es lo que hay. Yo no puedo quejarme: a algunos privilegiados la vida nos concede la suerte de poder contemplar el paisaje mientras llega. Y no siempre sabemos valorarlo. Realmente no hay ninguna prisa.
Admites la importancia del gen egoísta como fuente de inspiración para tratar el tema del destino y la supervivencia, ¿qué hay de otras fuentes literarias?
Que no seamos más que máquinas diseñadas por y para la supervivencia de los genes no debería ser más inquietante que la idea de la predestinación de las almas, porque en el fondo es lo mismo. Pero ahora tenemos a la ciencia avalando la cuestión, y eso acojona mucho más que todo el santoral en fila india. El aval de la ciencia sacraliza lo que haga falta. El destino: esos personajes que parecen guiados por fuerzas que escapan a su propia comprensión tienen una aureola especial. Mis referentes más claros en este sentido serían el Caín de Byron o el Frankenstein de Shelley. Pero también el Bartleby de Melville, el Jacques Lantier de Zola, o el sin par Ferdinand Bardamú, de Céline, que es sin duda mi preferido. Es una idea muy poco española. A un español ni se le pasa por la cabeza esta indefensión. Dios está de nuestra parte. Cuando un español pierde el norte es porque le sale de los cojones.
¿Qué hacen un loco, un héroe y un maestro juntos en una canción?
Eso mismo me preguntaba yo mientras escribía “Cuatro cuentos”. Pero el loco de la primera historia me llevó al héroe, y este al maestro. Es él quien se encarga de descartar esa cuarta parte “que ya es otro cuento”. Y ahí tienes las tres edades: el joven, el adulto y el viejo. Ninguno de los tres tiene ni idea de por qué hace lo que hace, pero lo hace. La cuarta historia obviamente sería la muerte. Lo interesante es que yo solo me doy cuenta de esto cuando la estoy acabando, antes de darle los últimos retoques. Es un proceso de selección natural. A esto me refería cuando hablaba de perseguir mariposas. Yo sigo la canción por donde ella quiera llevarme. Y doy muchísimos bandazos hasta que la pillo, porque la única regla que me impongo es no perderla nunca de vista.
Josele Santiago (Madrid, 1965) es un compositor y guitarrista, miembro de Los Enemigos. Vida inteligente (Alkilo Discos, 2014) es el último trabajo de este mítico grupo de rock español.
David Krahe (Madrid, 1970) es germanista, aunque pasa la mayor parte del tiempo dedicado a tocar la guitarra con Los Coronas y Corizonas y poner viejos y estridentes discos en La Vía Láctea.
Comentarios
Por nickenino, el 10 mayo 2015
Bravo Josele!