Juan Millás, un fotógrafo enganchado a la ‘biofilia’
‘El bosque en los ojos’ (Vivarium) guarda –y ahora nos deja mirar– una colección de fotos íntimas y poéticas que Juan Millás ha ido tomando en los últimos cuatro años, entre trabajo y trabajo, entre encargo y proyecto de fotoperiodismo para revistas como ‘El País Semanal’. Es su lado más personal, en el que asoma su contacto y compromiso con la naturaleza más cercana, esa que podemos tocar con las manos y el corazón. Una especie de autobiografía natural, de cuidado álbum familiar en blanco y negro. Diagnóstico: Millás experimenta ‘biofilia’. Estado: muy saludable.
“Son fotos que fui atesorando en los últimos años sin saber bien qué formato, qué destino final iban a tener”. Y ahora aquí están, dentro de este precioso libro, El bosque en los ojos, en el que a menudo Juan Millás (Madrid, 1975) ha jugado con las superposiciones para dar cuenta de la conexión entre lo de fuera y lo de dentro, lo silvestre y lo doméstico, la naturaleza y nosotros mismos. Así lo vemos en ese juego de superposición entre las tomas que realizó durante el periodo de confinamiento por la pandemia en 2020 con las moscas, los caracoles, las libélulas, los escarabajos y las mariposas, la imagen de su hijo Teo lavándose los dientes añadida a un grupo de polillas en el Parque Natural de Redes, en Asturias –uno de los escenarios privilegiados de este libro y de las vacaciones de Juan–. “El resultado es el niño polilla”, dice sonriendo, tímido, como quien arriesga con una sencilla pirueta, Juan Millás, con esa cara curiosa de ojos grandes que a la vez parecen muy despiertos y muy dormidos, y que seguramente le proporcionan esa mirada tan ensoñadora sobre lo que capta su cámara.
Juan lo explica en el catálogo de la exposición Maravilla, este verano –hasta el 17 de septiembre– en el CDAN (Centro de Arte y Naturaleza) de Huesca, en la que participa y que ha coincidido con el lanzamiento de su libro (de hecho, comparten muchas imágenes): “En el transcurso de aquella lúgubre primavera de 2020, las escenas domésticas de nuestro encierro se mezclaban en mi cabeza con las imágenes de fauna y flora de mi archivo fotográfico personal. Frente a la ausencia de paisaje me refugiaba en la idea de llevar puesto el bosque en los ojos. El resultado de tal confusión es este conjunto de fotografías, un territorio de asociaciones donde lo salvaje y lo doméstico, lejos de expresarse como incompatibles, se manifiestan como experiencias interdependientes. Son fragmentos de ensoñaciones vividas o imaginadas que representan la paulatina aparición del bosque en la mirada de un fotógrafo, el despertar de una conciencia naturalista en el corazón de una sociedad antropocentrista”.
La comisaria de Maravilla, Elena de Diego, deja escrito lo que nos ayuda aún mejor a comprender este impulso natural del fotógrafo: “El biólogo y divulgador científico estadounidense Edward O. Wilson recuperó en los años 80 el término biofilia, que previamente había utilizado el psicólogo alemán Erich Fromm para definir “el amor apasionado por la vida y por todo lo que está vivo. (…) Al observar las imágenes de Juan Millás da la impresión de que el fotógrafo se haya visto imbuido de ese mismo estado de trance, en su serie El bosque en los ojos, donde esa especie de posesión biofílica lo llevó a superponer naturalezas ensoñadas, recordadas y vividas con escenas domésticas y familiares durante un periodo no muy lejano”.
Y sigue De Diego: “Las fotografía de Juan Millás nos llevan de la mano por el campo. Las imágenes tomadas, a pocos centímetros del suelo, en el Parque Natural de Redes, en Asturias, nos devuelven al placer de estar rodeados de naturaleza, de formar parte del paisaje de una manera casi trascendental. Millás es capaz de encontrar en esos prados auténticos pequeños mundos, dándonos la impresión de que solo deteniendo la mirada y el ritmo seríamos también capaces de hallar. La naturaleza integrada en la vida, en la casa, en el ámbito domestico, a escala humana. Sentirse completamente absorto por la naturaleza circundante es, en cierta medida, un tipo de meditación, una intensa impresión ante un universo natural que nos maravilla: plantas diminutas, insectos, aves, flores…que mediante la luz y el milagro fotográfico conspiran en una especie de sinfonía hipnótica para atraparnos, seducirnos y abstraernos de la (otra) realidad que nos rodea, la maravilla de un infinito mundo natural cuyas reglas nos desconciertan y nos fascinan al mismo tiempo”.
Ya puestos, no me resisto a reproducir otra reflexión general de De Diego en el catálogo de esa maravilla que es Maravilla: “En estos tiempos de crisis climática y alejamiento de la naturaleza, en los que ya no es posible ignorar la conexión entre los seres humanos y el mundo natural, la relación entre nuestra propia salud y la salud del planeta, quizás cambiar la dimensión de la mirada, empezar a ralentizar la marcha y pararnos frente a lo aparentemente intrascendente sea el comienzo de una nueva conciencia medioambiental que nos interpela ya no desde la culpa, sino desde una escala íntima y esperanzadora en la relación con nuestro entorno más cercano. (…) Como afirma el filósofo francés Gilles A. Tiberghien, “un verdadero jardín está hecho a la imagen de aquel que lo ha soñado, es el resultado de una alquimia que transforma la naturaleza en espíritu y hace de ella un poema vegetal”.
El bosque en los ojos es una ventana a la lentitud, a darle tiempo al tiempo (como hace la naturaleza), a la ternura. Terminamos con el mismo texto con que Millás cierra su libro, a la vez que anuncia que esta es la primera de una serie de entregas con espíritu de álbum natural familiar: “El bosque en los ojos reúne 30 fotografías realizadas entre los años 2018 y 2021 que se corresponden con una etapa de enorme entusiasmo naturalista, de muchas lecturas sobre mariposas, pájaros, anfibios… Han sido años de interés por lo salvaje y lo doméstico, de fotografiar gorriones y moscas, de emprender caminatas por el campo y pernoctar en el bosque. Pero también hubo durante este tiempo periodos de confinamiento y enfermedad. Y pérdidas que estaban cuajándose en silencio y que me alcanzarían poco después como un golpe de frío, dolor y miedo. Este cuaderno es, en definitiva, una melancolía propia, el anhelo de retener un tesoro, el culto al recuerdo: “El hueso rojizo y duro de ese melocotón que, hambriento, me comí, pero que aún chupo para, en mi boca, conservar la dulzura de tu amor” (Joan Margarit).
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