Vuelven los juegos de amor prohibido de Eloy de la Iglesia
Eloy de la Iglesia, el cineasta vasco transgresor, lascivo y tierno, osado y necesario, que sufrió como nadie la censura del post-franquismo, icono del cine quinqui, vuelve a casa este verano, al barrio de Madrid que fue más suyo, Lavapiés. Una serie de fotografías realizadas durante los rodajes de sus películas, entre 1966 y 2003, se exponen en la Sala Principal de Tabacalera Promoción del Arte, hasta el 8 de septiembre. Estuvimos en la inauguración, hablamos con muchos de sus amigos y conocidos, y con el comisario de la muestra, el fotógrafo Pedro Usabiaga. Y coinciden: “El cine que rodó Eloy de la Iglesia no podría hacerse ahora mismo”.
La muestra, que ya se estrenó en el Espacio Cultural Tabakalera de San Sebastián, Fundación Kutxa, el pasado verano, vuelve a ser comisariada por el fotógrafo Pedro Usabiaga, responsable también de un título tan buñuelesco como Ese oscuro objeto del deseo.
En la presentación de la muestra, De la Iglesia (Zarautz, Guipúzcoa, 1944 / Madrid, 2006) fue recibido por un grupo de amigos que compartieron con él ratos de escritura, rodaje, militancia o simplemente largas y aderezadas noches. Admiración, cariño, añoranza y gratitud fueron las palabras que más reverberaron en los holgados pasillos de Tabacalera, junto a la certeza de que ese cine, el que rodó Eloy de la Iglesia, no podría hacerse ahora mismo.
“¡Cómo se parece a Stanley Kubrick!”. Usabiaga parece subir el volumen de sus pensamientos cuando contempla el retrato de Eloy de la Iglesia que nos recibe en este interesante recorrido. Luego reflexiona sobre el título de la muestra, que tiene que ver con el impacto posterior al visionado de Juego de amor prohibido, rodada en 1975 y que repasa los claustrofóbicos y arriesgados amoríos entre un profesor universitario y dos de sus alumnos, hermanos entre sí; la película más censurada de su filmografía, sufrió 42 tijeretazos. “Me quedé absolutamente impactado. Yo era muy joven y nunca había visto nada igual”, recuerda Usabiaga, que llevaba dando vueltas a este proyecto desde 1996.
Entre sus intenciones al preparar este trabajo, algo trasciende al homenaje: “Me interesaba mucho enseñar la obra de un cineasta tan necesario también para quienes, por generación, no lo conocen ni han visto sus películas. El cine de Eloy de la Iglesia no podría hacerse ahora mismo. Pero es el signo de los tiempos, porque dudo mucho que Pedro Almodóvar o Bigas Luna llegaran a estrenar las películas que rodaron el siglo pasado”, explica Pedro Usabiaga.
Destaca como privilegio la inclusión de algunas fotografías personales de actores y actrices que trabajaron con Eloy. Una de las imágenes favoritas de Usabiaga es la que primero prestó y finalmente ha donado la actriz María Luisa San José, protagonista junto a José Sacristán de El Diputado, la atrevida historia de un político de izquierdas, homosexual y poliamoroso, estrenada en octubre de 1978.
María Luisa San José contempla la escena en blanco y negro y accede a resucitar tan buenos recuerdos: “Eloy y yo fuimos vecinos durante un tiempo, y aunque nunca llegamos a ser íntimos amigos, nuestra relación fue muy cordial”. La fotografía, tomada durante el rodaje en el Rastro madrileño, una de las localizaciones clave en el mapa sentimental y artístico del cineasta, muestra a San José y Sacristán, interceptados por aquella policía gris, que despreciando la supuesta inmunidad política de su detenido, no rebaja la intensidad de sus modales toscos. “Nos atacaban los Guerrilleros de Cristo Rey, pero éramos nosotros lo que acabábamos detenidos. Eloy fue un hombre muy valiente y con las ideas muy claras. Pionero en retratar temas como los de El Diputado, un político de izquierdas, además homosexual. Recuerdo que la película se clasificó como S, circunstancia que reducía su distribución, pero no su éxito”. “Ha llegado el momento de perder los miedos, pero de perderlos para siempre”, pregonaba el diputado del Partido Comunista al que dio vida Sacristán. Juana Escudero, gestora cultural y amiga de Eloy, recuerda haber comentado la película con el director, convencida de que “nunca fue consciente de su valentía”.
El Diputado coincidió con otro título importante en la filmografía de José Sacristán, Un hombre llamado flor de otoño, la historia de un abogado de día, cabaretera de noche, dirigida por Pedro Olea, también presente en la apertura de la muestra, convencido también de que aquellos proyectos posibles hace cuatro décadas hoy serían pura utopía.
Los diez últimos años del franquismo más gazmoño fueron malos tiempos para un creador homosexual, adicto a la heroína y miembro del Partido Comunista de España. Pero De la Iglesia no se dedicó tan solo al cine quinqui con el que se le asocia al primer golpe de vista. No todos los personajes dibujados fueron descarados enemigos de lo ajeno con las venas perforadas unos días al trote y otros al galope, ni homosexuales de vida y cuarto oscuros. Veamos:
Algo amargo en la boca (1969) se empapa del deseo sexual que un fascinante joven despierta en tres mujeres. Cuadrilátero (1970) sitúa al púgil hispano-cubano José Legrá en una coctelera batida a golpes de celos. En El techo de cristal (1971) y La semana del asesino (1972), consideradas dos de sus mejores obras, convierte a Carmen Sevilla en una obsesa y a Vicente Parra en un asesino en serie. En 1973, ambos rodarían juntos Nadie oyó gritar. La icónica folclórica y el actor del régimen franquista, uniendo fuerzas para deshacerse de un cadáver, al que acaban tirando por el hueco del ascensor. Cuentan que el reparto fue la mejor argucia del cineasta para intentarse zafar de la censura.
Impacta la fotografía que firma César Cruz. Una mujer vestida de blanco ensangrentado camina con paso errático. Es Sue Lyon, que trabajó con De la Iglesia en la película Una gota de sangre para morir amando (1973), once años después de ser la mítica Lolita de Stanley Kubrick. Hay más: La otra alcoba (1976), Los placeres ocultos (1977), La criatura (1977), El sacerdote (1978). Y, claro, testimonios gráficos impagables de sus títulos más conocidos: Navajeros (1980), El Pico (1983), La estanquera de Vallecas (1987) y Los novios búlgaros, escrita a partir de la novela de Eduardo Mendicutti junto a David Calle en 2003, que se ocupó también de la foto fija del rodaje. Calle nos remite al texto escrito para su amigo en el catálogo, donde reproduce jugosas charlas de merienda en una terraza frente al Mediterráneo. “Como te lo digo, David, a mí lo de los maricones de playa ni fu, ni fa, soy más hidráulico contemplativo, no en vano vi la zarza ardiendo en un baño en Zarautz. Ponía caballeros, pero a mí me daba igual”. No paraba de reír y llorar al mismo tiempo”, firma Calle.
Ramón Pilacés, representante de artistas, se detiene ante una fotografía correspondiente al rodaje de la película Algo amargo en la boca (1969). Junto a un grupo de extraños personajes disfrazados, hay una niña guapa y sonriente, que con el tiempo se convertiría en uno de los nombres más importantes del cine español, con su marido Julián Mateos, ambos actores y productores. Es Maribel Martín, que observa la foto con Ramón, aunque no consigue recordar ni el rodaje ni la escena.
Y sí, hay jóvenes que se acercan a Eloy de la Iglesia, una de las cuestiones que tanto le interesaban a Usabiaga cuando abordó el proyecto. “Por eso decidí preguntárselo a ellos mismos”, y respondieron así: un vídeo firmado por Tamara Díaz e Itziar Orbegozo, cinco collages de Quentin Valois, una intervención en grafiti de Baptiste Pauthe, y nueve retratos de Jorge Fuembuena realizados durante el rodaje de Quinqui Stars (2018), con El Coleta, actor y rapero, como protagonista, y Juan Vicente Córdoba en la dirección. De la Iglesia fue uno de sus profesores de cine. “Yo estudiaba en el TAI en 1982, y Eloy venía a darnos algunas clases magistrales, como Miguel Picazo o Antonio Drove. Todo un lujo. Recuerdo a un tipo fascinante, hiperculto, enamorado de Kubrick, como deja ver en algunas secuencias de Navajeros, al son de rumba y música clásica. Se manejaba igual de bien cuando trataba el cine clásico que al centrarse en la denuncia, lo subterráneo o lo prohibido”.
Recuerda Córdoba como surgió entonces el movimiento que alguien llamó, comedia madrileña, con Fernando Trueba y su Ópera prima al frente. “Trueba firmaba críticas de cine en El País, y machacaba sistemáticamente a Eloy”, recuerda Juan Vicente. He aquí la prueba: “El cada vez más asumido feísmo de su cine, más que una aguerrida postura contra el buen gusto, ¿no será el disfraz de una absoluta incapacidad para producir cualquier producto mínimamente estético?”, escribía Trueba en 1979 en un artículo titulado simplemente El cine de Eloy de la Iglesia, donde repasaba su trayectoria hasta entonces.
El cineasta vasco no sufrió tan solo el rechazo de los probos, de aquellos de moral supuestamente intachable, que le condenaron al cuarto del olvido, donde la heroína se empleó a fondo para ocupar huecos y grietas, hasta que Diego Galán, director del Festival de Cine de San Sebastián, tiró de él en 1996 proyectando una retrospectiva de su cine. Eloy de la Iglesia murió en Madrid entre quirófanos, a los 62 años. ¿Sabemos como vivió? “Se podría decir”, resume Pedro Usabiaga, “que vivió, amó e hizo cine como pocos lo hicieron: sensualmente, con verdad y hasta locura”.
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