Julio César, una conspiración que dura más de 20 siglos
Un reparto de lujo para volver a poner en pie un clásico de Shakespeare: ‘Julio César’. Paco Azorín dirige a Mario Gas, Tristán Ulloa, Sergio Peris-Mencheta, José Luis Alcobendas, Agus Ruiz, Pau Cólera, Carlos Martos y Pedro Chamizo en un drama que resiste como ninguno el paso del tiempo.
“Cada época tiene su Shakespeare y lo relee a tenor de lo que significa en ese momento, y Shakespeare no solo lo resiste sino que se instala ahí como un paradigma, como un autor que profundiza en el alma humana, en sus contradicciones y en los mecanismos del poder”. Quien así opina es Mario Gas, uno de los protagonistas de Julio César de Shakespeare, dirigido por Paco Azorín en el teatro Bellas Artes de Madrid.
Azorín está convencido de la conveniencia y la oportunidad de representar esta obra en el momento actual. “Es una historia que fue escrita hace 400 años y que habla de unos sucesos, seguramente los más controvertidos de la historia antigua, que sucedieron hace veinte siglos. Es curioso que ahora en 2014 estemos todavía hablando de estos temas y tengan una actualidad tan rabiosa”. “Me gusta definirlo como un montaje de cámara, despojado de elementos superfluos, donde el texto y los actores están en primer término para explicar la historia, la de la conspiración en contra de Julio César, su asesinato a manos de Casio y Bruto, y las consecuencias que este tuvo en la política de Roma y de todo el imperio, con un enfoque masculino y castrense».
En esta historia de hombres, guerra y poder, las mujeres han sido eliminadas de la escena. “Al principio pensaba mantener los personajes femeninos, pero luego me di cuenta de que en esta obra tienen un papel muy subsidiario y solo tienen sentido apoyando a los hombres, máxime cuando lo que yo quería era criticarlos por cómo han gestionado lo público. Suprimí a los personajes femeninos para ponerlos a ellos en el centro de la diana”, puntualiza Azorín.
Uno de los elementos de vital importancia para representar una obra de Shakespeare es su traducción, pero el director lo tenía claro desde el principio. “Hacer una obra de teatro clásico supone tener que elegir, hacer una dramaturgia, pero sobre todo tener que elegir una traducción. A mí me resultó muy fácil porque las traducciones de Ángel Luis Pujante para mí son las mejores que hay. Ha traducido cada una de las frases de la obra de una manera tan natural que parece que Shakespeare la hubiera escrito en la lengua de Cervantes”.
Bromea con los actores asegurando que es casi un novato en la dirección: “Yo soy un director intruso, lo digo porque he hecho 150 escenografías y solo 10 direcciones. La mayor parte de la gente me conoce por mi trabajo de escenógrafo; sin embargo, una cosa que tuve clara desde el principio es que teniendo este reparto (Mario Gas, Tristán Ulloa, Sergio Peris-Mencheta, José Luis Alcobendas, Agus Ruiz, Pau Cólera, Carlos Martos y Pedro Chamizo) no quería hacer un montaje de columnas, de reconstruir el Senado romano; al contrario, he jugado con los mínimos elementos para ponerlos a ellos en primer término”.
Y para ello ha creado una escenografía minimalista. Un escenario presidido por unas sillas vacías que representan al pueblo y un obelisco que simboliza el poder y la masculinidad: “Una especie de falo gigante que representa al hombre como género”, explica Azorín. Es un montaje casi en blanco y negro donde la única nota de color la ponen unas togas romanas que llevan los actores sobre unos uniformes grises con los que intentan recrear el ambiente castrense que evoca al siglo XX, pero sin precisar el periodo. “Se sabe que Shakespeare, cuando representaba con su compañía Julio César, lo hacía con vestuario de su época, no con togas romanas, para que se estableciera esa conexión con el público y supieran que en el fondo estaban hablando de los políticos de su momento”.
Otro elemento de gran importancia en la escenografía son los audiovisuales que se proyectan en una pantalla al fondo del escenario. Su función es doble, una brechtiano-localizadora que indica dónde estamos, en qué momento de la función y en qué lugar, y otra más expresiva. “Ya que en el siglo XXI el continente audiovisual es un mundo de gran significación que tenemos a nuestro servicio, yo he querido que nos ayude a explicar a los personajes desde una perspectiva completamente introspectiva. Hay un momento en que se ven unos grandes primeros planos de ancianos que son los senadores mirando el asesinato de César, y hay otro momento al final, cuando los personajes van muriendo, que aparecen proyectados con un grito mudo expresionista. La pantalla es un elemento subjetivo que nos explica otra perspectiva distinta de los personajes”.
Mario Gas vuelve a subirse a las tablas después de años ejerciendo de director de obras y del Teatro Español para interpretar a Julio César. Asegura sentirse igual de bien en cualquiera de estas facetas, ya que el teatro es su manera de responder como ciudadano al mundo que nos rodea. Tiene claro que ha vuelto porque, además de interesarle el personaje, ha habido una gran conexión con Azorín y su forma de trabajar. “El trabajo ha sido sencillo, que no esquemático. A veces nos llenamos la boca en esto del teatro queriendo estructurar, intelectualizarlo todo, pero la tarea cotidiana de los actores y los directores es mucho más normal. Paco deja que los actores propongan y que se construya el personaje final con un toma y daca entre actor y director. Ni impone ni se pliega a los deseos del actor”, cuenta Gas. “Hay una cosa buena en esta compañía y es que entendemos de verdad, sin manierismos, que el teatro es un trabajo colectivo, se hace con todos los que participan en esa especie de comunión laica. Todos tenemos claro que nos estamos pasando el testigo y que intentamos tejer un tapiz en el que estamos explicando lo mismo. Eso que puede parecer algo normal es muy difícil de encontrar, es más valioso que el oro o que los diamantes. Pese a la modernidad de nuestra escena, te encuentras constantemente con gentes que van a lo suyo, que hablan de boquilla de la colectividad del teatro y que lo que quieren es estar por encima de los demás. Aquí eso es un remanso. Ha sido un trabajo lúcido y lúdico”.
La obra ha recorrido varios festivales el pasado verano; de su paso por el de Mérida los actores guardan especial recuerdo por diversos motivos. Tristán Ulloa, que encarna a Bruto, rememora: “Fue una representación especial. Sobre todo para los que debutábamos allí. Además, pasó una cosa. Estábamos en el camerino con la adrenalina a tope antes de salir a escena y el ministro Wert quiso visitarnos. Le dijimos que no era el momento y que no estábamos en disposición de recibirle para hacernos una foto con él. Después volvió a sentarse a su sitio y el público empezó a pitarle de una forma escandalosa y violenta, y nosotros tuvimos que esperar a que la gente se callase para poder salir. Eso nos dio que pensar sobre lo que estábamos haciendo y la vigencia de la obra. Los parlamentos tanto de Bruto como de Marco Antonio son muy vehementes. Yo digo en un momento: ¿Quién hay aquí tan ruin que no ame a su patria? Yo tenía claro a quien dirigía esa frase. Fue algo anecdótico, pero luego trajo cola”.
Además de esa anécdota, su paso por Mérida con una obra ambientada en la Roma antigua fue algo especial por ese decorado natural que completaba la historia, pero Ulloa asegura estar muy a gusto en un teatro más pequeño: “Yo quiero reivindicar estar aquí, en el Bellas Artes, porque aquí ganamos primer plano. En Mérida nos perdíamos un poco entra las piedras, hay mucha distancia con el público. Aquí lo bonito que tiene es ganar en primeros planos y en matices al no tener que proyectar tanto la voz. Lo de Mérida fue maravilloso, pero yo prefiero este ambiente”.
Ulloa ha trabajado en los últimos tiempos en cine y televisión y ha dirigido algunas obras de teatro, pero este es su primer trabajo como actor desde hace años. “Yo llevaba años sin hacer teatro y lo que pasa es que cada año que pasa, pesa más y te da más pereza, miedo o pánico subirte a unas tablas. Esto se convierte en nuestra trinchera. Más allá de que es nuestra vocación y nuestro oficio, el teatro es nuestra trinchera y nos toca batallarla y que la gente que se sienta en el patio de butacas vibre a través de lo que decimos, de las palabras de Shakespeare en este caso, que bien se podían haber escrito hace unas semanas en este país. Un Shakespeare como este me parece la función más apropiada en estos tiempos”.
Otro de los protagonistas que también hacía tiempo que no se enfrentaba al público en un escenario es Sergio Peris Mencheta. “Más que el hecho de hacer de Marco Antonio, para mí lo más importante ha sido volver a subir a un escenario. Era algo que tenía metido en un cajón por las malas experiencias que he tenido, por la mala suerte de hacer proyectos donde los directores ya tenían el cuadro pintado y los actores no pintábamos nada. Esa es una de las razones por la que me puse a dirigir, para saciar esa necesidad. Para mí este Julio César significa volver a encontrarme con el actor, y si encima tienes que estar a la altura de Marlon Brando en la película de Mankiewicz… Yo en casa tengo una fotito de Marlon Brando haciendo de Marco Antonio de toda la vida. Mi padre no es actor, pero me ponía el vídeo de pequeño para que me fijara en cómo hablaban los actores. Yo lo tenía metido dentro, pero cuando me plantearon este proyecto quise sacármelo de la cabeza para intentar sentir el Marco Antonio de la versión de Pujante y Azorín”.
José Luis Alcobendas es Casio: “El catalizador, el que pone en marcha la maquinaria. Bruto tiene la dinamita preparada, pero hace falta la chispa. La habilidad y la constancia necesarias para que el magnicidio se lleve a cabo es lo que más me atraía del papel”.
Mario Gas no puede evitar intervenir para hablar de este personaje porque piensa que lo que mueve a Casio es la desesperación del olvido, estar relegado: “La virtud de los personajes de Shakespeare es que son muy poliédricos; si en la acción denigra a ciertos personajes, en la resolución final, que es la autoinmolación, los redignifica. Una de las escenas más bellas de Shakespeare es la despedida entre Bruto y Casio, la dignidad con la que afrontan su desaparición siendo conscientes de lo que han hecho. Ahí, después de haber visto un personaje malvado e instigador que actúa desde la oscuridad, finalmente muere como un hombre”.
Teatro Bellas Artes. Marqués de Casa Riera, 2. Madrid. Miércoles, jueves, viernes 20.30 h. Sábados 19.30 y 22.00 h. Domingo 19.00 h.
Comentarios
Por jesus palancares, el 29 enero 2014
Roma no paga traidores, pero Gallardón sí. Le pagó un montón de euros a Mario Gas and family, el antiguo progresista, para que le vendiera imagen en El Español.
Ahora supongo que recobrará su condición de progre…
Por Erasme, el 30 enero 2014
La he visto dos veces. Algunos actores están magníficos, pero el texto excesivamente recortado y el montaje fallido. Una pena.