‘La Bola de Cristal’ y la filosofía de Santiago Alba Rico
Cumple 40 años ‘La bola de cristal’, el programa de TVE que se ha convertido en icono de creatividad y libertad para todas las edades, y, con este motivo, nos detenemos en leer al filósofo y escritor Santiago Alba Rico, hijo de quien fue directora del programa –Lolo Rico–y uno de los guionistas de ‘La bola de cristal’.
Confieso que no fui un niño de La bola de cristal, el mítico programa de TVE que cumple ahora 40 años. Una buena edad, si nos atenemos a eso que decía Cesare Pavese de que a los 40 años uno es responsable de su cara. Un tiempo suficiente para verlo con perspectiva. Aunque era un programa pensado para niños de 7 a 100 años, que diría Rafa Ruiz, coordinador de esta revista, cuando se estrenó en 1984 yo ya tenía 16 y había dejado de ver la tele (algo que había hecho compulsivamente desde los 14), en parte como un gesto de rebeldía y también porque el muro (imaginario) que rodeaba mi Plasencia natal de entonces impedía la llegada de estas ondas.
No me enteré de su existencia hasta años después, ya en Madrid, cuando la Movida y el propio programa habían llegado a su fin. El punto final lo puso Lolo Rico, al no aceptar la censura que trataban de imponerle desde arriba a una pieza. Con una coherencia que hoy sorprende, pensó que si cerraba la boca esa vez vendrían más veces (gobernaba entonces Felipe González, el mismo jarrón chino que predica por el mundo como gran estadista y sabio, hoy icono de la derecha aunque entonces también quisieran que se marchase). Habría sido una vergüenza para ella y para su propio equipo. Lo cuenta Rico en un reciente Imprescindibles, de La2, que con buen tino le ha dedicado uno de sus episodios, narrado por uno de los hijos de la presentadora.
Rico demostró que la verdadera cultura y rebeldía siempre nacen de la periferia. Cuando le encargaron la dirección del programa, apenas lo veía nadie. Era inocuo, casi sin audiencia, para niños. Por lo tanto, algo que una mujer de la época podía hacer sin llamar la atención.
Lolo Rico, hija de la burguesía madrileña, predestinada desde la cuna a mantener el estatus social, vio, sin embargo, cómo su vida se oscureció después de casarse con Santiago Alba, un empresario del Opus Dei. Mujer brillante, culta y creativa, a partir de ese momento su día a día quedó reducido a lo que se esperaba de una mujer de la época: la crianza de los niños, el cuidado del marido, que como sabemos incluso tenía que autorizar a su esposa para que abriera una cuenta bancaria (aunque el fango del Opus es conocido, para profundizar en lo que era y es la Obra en España, sus tentáculos empresariales y su sectarismo, no dejen de leer Opus, de Gareth Gore, editorial Crítica). De hecho, los problemas con el marido, de “buena familia”, como la propia Lolo, empezaron justo la noche de bodas y, aunque Rico buscó el refugio de los padres, tuvo que volver con él por las convenciones sociales y aceptar que a partir de entonces su vida dependería de un maltratador, como se revelaría muy pronto, un maltratador legal, que es al lugar donde la corriente neocon quiere devolver a las mujeres.
Entre los testimonios que recoge el documental está el de Santiago Alba Rico, el hermano mayor, filósofo, escritor y uno de los guionistas de La bola de cristal. Coincidí con él en un viaje de Madrid a la Siberia extremeña para participar en, el festival de liternatura que organiza Gabi Martínez desde hace unos años. Ninguno de los dos tenía coche y, dado que el transporte público no llega hasta Tamurejo, nos vino a recoger un conductor muy simpático con el que estuvimos hablando de lo divino y lo humano durante casi todo el viaje.
Santiago Alba Rico iba vestido con su sombrero de ala ancha, con su camisa de cuello Mao, con su educación y su amabilidad, algo que uno nota también en sus artículos y ensayos, sin perder nunca el lado crítico. Es de los pocos pensadores que no son previsibles, que se adentran en cuestiones actuales y polémicas siempre desde el argumento, la cultura y una prosa deliciosa, a veces con aliento poético, que ya solo por eso merece la pena leer. La editorial Pepitas publicó en 2023 La moral terrestre entre las nubes, que recoge sus colaboraciones en CTXT principalmente. Dividido en cuatro secciones (De la ética terrestre, Del volar sin alas, Pandemias, Derechos), nada de lo humano le resulta ajeno. Cada artículo es una invitación a pensar, de modo que mi recomendación es que lean el libro a pequeñas dosis, como hay que leer un volumen de poemas o de cuentos, con lentitud.
La elegancia de su estilo hace que uno lea a Alba Rico no para que confirme las ideas que tiene, sino para que le abra otras puertas. Esto es, no porque uno esté de acuerdo con él sino porque no lo está. Me ocurre por ejemplo con Tolerancia, piedad y mascotismo, que comienza así: “Primero murió Pan, el dios rijoso de patas de cabra, y su último grito, según nos cuenta Plutarco, sacudió el Mediterráneo. Después murió Dios, el bueno, el celoso, el omnipotente, empujado al abismo por la ciencia y el socialismo. Después murió el Hombre, desplazado por azares integrados e invisibles relaciones de poder. A principios del siglo XXI, ¿qué queda? O mejor dicho, ¿qué vuelve?, los animales”.
Alba Rico repasa la historia de Occidente y Oriente y de sus distintos simbolismos en torno a la piedad y la tolerancia, a la democracia, contextualiza estos sentimientos dentro del capitalismo y el predominio de lo que él llama la mascotización. Para concluir que, desaparecidos Pan, Dios y el Hombre, quedan los animales, “a los que rendimos culto, después de arrancarles las uñas. Queda también el animal que llevamos dentro. ¿Cuál es? ¿Es el vencido, doméstico, desarmado, que nos hace compañía, recostado en el sillón, en las horas de soledad? ¿O es el egipcio, extraño, feroz, licántropo y ominoso? La red, plagada de gatitos cuquis –pábulo de sentimentalismo digestivo–, nos da la respuesta menos benigna. El hombre en la red es un dios lobuno para el hombre. Sobre todo, los “hombre”.
Aunque sería largo de rebatir, me da la impresión de que la mirada de Alba Rico reposa en un cierto antropocentrismo, no sé si deliberado. La idea que traslada de la simbología animal está muy arraigada en esta forma de contemplar el mundo. Es cierto que en Madrid hay más perros y gatos que niños, por ejemplo. Y que abunda cada vez más la gente que lleva a sus perros en carritos, como si fueran bebés, e incluso hablan de ellos como si fueran sus padres o madres, algo que a mí personalmente me descoloca mucho. Sue Donaldson y Will Kymlicka abordan esta cuestión en profundidad en Zoópolis (Errata Naturae). Pero al mismo tiempo España es uno de los países de Europa que cuenta con mayores tasas de abandono de perros y gatos. Luego están los toros y, por supuesto, los animales de granja, las macrogranjas, verdaderos campos de concentración. Supongo que a eso se refiere cuando habla de arrancarles las uñas. ¿Dónde está la sacralización? Muchos de quienes dicen amar a los perros y gatos (su consumo es relativamente frecuente en algunos países de Asia) se zampan una hamburguesa sin pestañear.
Creo que no se trata tanto de estar por encima o debajo de los animales, de verlos como amigos o enemigos, sino tener claro que formamos parte de una red de la vida, donde no hay jerarquías, que somos parte de esa naturaleza, salvaje que diría Thoreau. En definitiva, que somos interdependientes. Una idea que alumbró la ecología profunda en el último tercio del siglo pasado (lo cuenta muy bien Jorge Riechmann en Simbioética, Plaza y Valdés) y que ya habitaba en algunas tradiciones, sobre todo la de los nativos norteamericanos. Se me ocurre que necesitamos a los perros y a los gatos, a los que cada vez humanizamos más, en eso estoy totalmente de acuerdo con el filósofo, porque buscamos en su mirada algo que nosotros como animales ya hemos perdido. Andamos buscándonos sin encontrarnos, por parafrasear a Cortázar. Y en ese proceso de domesticación de la naturaleza en general (la mayoría de los mamíferos son hoy animales de granja y, en menor medida, humanos) hemos convertido a los animales en mera mercancía, en un producto más, como a la propia especie humana. El capitalismo nos ha dejado más solos, incluso aunque estemos rodeados de perros y gatos. No es casual que en la novela de Philip K. Dick Sueñan los androides con ovejas eléctricas los animales de verdad, los biológicos, sean los “productos” más cotizados y deseados en ese mundo distópico al que tal vez nos acercamos.
Coda: Al viaje a la Siberia, por cierto, fui invitado por la Editora Regional de Extremadura, un ejemplo de cómo una editorial pública puede hacer un trabajo digno si tiene al frente a las personas adecuadas. En 2024 también cumple 40 años. Larga vida a la Editora.
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