La buena noticia del mes: Assange, al fin libre

El periodista y fundador de Wikileaks, Julian Assange.

Este mes de junio termina con una noticia cuyo abrazo alivia: El pasado martes 25 el fundador de Wikileaks, Julian Assange, volvía a ser reconocido como un ser humano con derecho a una vida digna. Tras un breve juicio, la magistrada de las Islas Marianas (EE UU), Ramona Villagomez Manglona, permitía a Assange regresar a Australia «como un hombre libre».

Su sentencia ponía fin a 14 años de persecución por parte de EE UU y sus aliados, siete de los cuales estuvo refugiado en un cuarto de la embajada de Ecuador en Londres y cinco encarcelado en la prisión de alta seguridad de Belmarsh (Reino Unido), en una celda de 2 x 3 metros, donde le mantuvieron aislado 23 horas al día, sin acceso al aire libre ni al sol, sometido a meses de aislamiento completo, unas condiciones de vida cercanas a la tortura, y todo por haber hecho su trabajo: informar sobre crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad perpetrados fundamentalmente por EE UU durante las guerras de Irak y Afganistán, entre otras acciones derivadas de la política internacional.

Sucedió en 2010 y fue la mayor filtración de documentos secretos de la historia de la mano de un medio de comunicación insólito, alejado abiertamente del mercado de la información. “Yo soy un editor. Y como editor, también dirijo, y soy vocero de mi, nuestra, publicación. He estado involucrado en periodismo desde que tenía 25 años, cuando co-firmé el libro Underground, y, actualmente, dado el estado de impotencia del periodismo, me parecería ofensivo que me llamaran periodista. Por los abusos del periodismo. El mayor abuso es la guerra contada por los periodistas. Periodistas que participan en la creación de guerras a través de su falta de cuestionamiento, su falta de integridad y su
cobarde peloteo a las fuentes gubernamentales”, declaraba Assange en octubre de 2010 al diario La Nación.

Aun así, en ese mismo mes decidió filtrar 250.000 notas de las embajadas estadounidenses a cinco grandes medios tradicionales: El País, The Guardian, The New York Times, Le Monde y Der Spiegel. Cada mañana, la ciudadanía aguardaba con intriga nuevas revelaciones. Eran los años de las primaveras árabes y 15Ms por doquier. En las universidades y en los medios especialistas y divulgadores explicaban retroactivamente algunos de los principales acontecimientos de los últimos años. Se emprendieron miles de actuaciones judiciales que se apoyaban en las publicaciones de WikiLeaks. La ciudadanía palpaba hasta dónde podía llegar su propia incidencia política.

Millones de personas veíamos cómo los grandes medios iban a remolque de aquella plataforma informativa, una alternativa al periodismo conocido hasta ese momento, entre otras razones porque era virtual y permitía a los y las lectoras acceder a la fuente original de cada información, lo que facilitaba que cada cual pudiera verificarla y hacerla propia. Desde que se fundó en 2006 (y hasta ahora), nada de lo que divulgaba era falso. Semejante apuesta por la inteligencia colectiva cuestionaba las mimbres de la política internacional.

Convertido en disidente, el outsider australiano vio cómo una densa telaraña le iba atrapando de manera inexorable: sería acusado de violación, de antisemitismo, de conspiración, de sumisión a los servicios secretos rusos… Aun así, parecía irreductible. En verano de 2016, durante su asilo en la embajada de Ecuador, Wikileaks publicaba miles de correos electrónicos que revelaban cómo la dirección del Partido Demócrata había manipulado sus primarias para favorecer a Hillary Clinton en detrimento de su competidor de izquierdas, Bernie Sanders. El refugiado político más conocido del planeta demostraba su capacidad para no derrumbarse. En abril de 2019, violando todas las convenciones internacionales relativas al derecho de asilo, Lenín Moreno, el presidente de Ecuador, permitía a la policía británica entrar en la embajada y detenerle en nombre de Estados Unidos.

Se enfrentaba a 18 cargos y se le acusaba de alentar y ayudar a Chelsea Manning (artífice de entrar en el sistema informático y acceder a los documentos clasificados) a robar los archivos militares. En caso de ser declarado culpable, podían imponerle una pena de hasta 175 años de cárcel. Mientras tanto, permanecería encerrado en condiciones infrahumanas, sin luz, sin compañía, en una celda en la que apenas podría dar tres pasos.

A partir de ese momento la actividad de decenas de profesionales del Derecho de los cinco continentes se centraron en evitar su extradición. Contaron además con el apoyo de múltiples organismos internacionales. Sin su compromiso y sin las voces indignadas de tantos miles de personas en todo el mundo, Assange estaría hoy cumpliendo condena perpetua o incluso esperando turno en el corredor de la muerte de algún penal norteamericano. Desde hace siete días, Julian Assange puede perder la mirada en el horizonte, abandonarse en un abrazo, conversar, mirar a los ojos a otro ser humano, atravesar un jardín… vivir, sencillamente. No entiendo cómo podemos infringir tanto daño a otro ser humano y más en nombre de la ley; cómo seguimos permitiendo la existencia de tantos Guantánamos.

Para poder volver a una vida que merezca ser vivida, el Departamento de Justicia exigió que Assange reconociera que había cometido al menos un delito: conspirar para obtener y divulgar documentos clasificados de Estados Unidos. Si lo hacía así, se le condenaría a 62 meses de cárcel, otorgándole crédito por el tiempo ya cumplido en prisión, lo que implicaba su inmediata puesta en libertad.

A pesar de tanto sufrimiento, cuando la jueza le preguntó cómo se declaraba ante los cargos imputados, el australiano respondió en dos ocasiones: Culpable de la información “Trabajando como periodista, animé a mi fuente a que me proporcionara información clasificada para poder publicarla”. “Creía que la primera enmienda protegía esa actividad, pero acepto que fue… una violación de la Ley de Espionaje”, una ley que data de 1917 y cuya constitucionalidad y su relación con la libertad de expresión han sido impugnadas en los tribunales varias veces desde entonces. ¿Dónde estaba el problema, en su actuación o en la existencia de esa ley?

La liberación de Julian Assange llega en pleno debate en España sobre la denominada “máquina del fango”, la proliferación de las fake news, las movilizaciones contra la ley mordaza y las manifestaciones y protestas por la liberación del periodista Pablo González (detenido en prisión preventiva en Polonia desde febrero de 2022 sin acusación judicial) y para reclamar un juicio con garantías y su extradición inmediata. En función del ángulo en el que se le mire, Assange puede ser tomado como la encarnación del castigo ejemplar para cualquiera que se plantee desatascar las cloacas del poder instituido o la encarnación del poder de posicionarse en un lado de esta historia.

Julian Assange es uno de los nominados al Nobel de la Paz de este año a propuesta de la diputada del Parlamento de Noruega Sofie Marhaug. En su defensa declaró a los medio: “Assange ha revelado crímenes de guerra occidentales y contribuido a la paz. Si queremos evitar la guerra, debemos conocer la verdad sobre los daños que provoca».

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