La calmada Lyon, entre ‘El Principito’, Rousseau y Stendhal 

Una panorámica de la ciudad de Lyon. Foto: CC.

Viajamos a una de las sedes de los JJ OO 2024. Acoge el fútbol. Viajamos a Lyon, la tercera mayor ciudad de Francia, tras París y Marsella. Hace 80 años, Antoine de Saint-Exupéry, que desde su infancia en Lyon había soñado con países y viajes, dejó escrita para la posteridad su obra más famosa, ‘El Principito’, un cuento poético que posee observaciones profundas sobre la vida y la naturaleza humanas. Mucho antes, Jean- Jacques Rousseau pasó en Lyon largas temporadas en el siglo XVIII; aquí fue preceptor intelectual de los hijos de un escritor ilustrado, y aquí el autor de ‘El contrato social’, dijo que había aprendido a cultivar la delicadeza de la vida. Sin embargo, al viajero Stendhal, quién vivió un mes en la ciudad en 1837, nunca le gustó.

Después de aterrizar en Lyon no necesité ducharme para quitarme el olor a aeropuerto. En sus asépticas salas y pasillos me había parecido como si todo estuviera demasiado en orden, demasiado en su sitio y en silencio. Esta vez no había tormenta, como me ocurrió un verano hace años, y no vi las nubes bajar hasta el Ródano y escupir toda su furia intentando que el enorme río recreciera. Suele llover a menudo en Lyon, pero desde lo alto de Fourvière se contempla, en días buenos, toda la geografía de la ciudad, sus dos ríos, el Saona además del Ródano, imponentes. Todo su centro histórico, Patrimonio de la Humanidad, está condicionado por la presencia del agua porque, entre otras consecuencias, la presencia de sus extraordinarios caudales provoca una caída de temperatura de 2°C en su entorno durante el calor extremo.

De la colina de Fourviére, sobre cuya cima se alza la bella Basílica de Nuestra Señora, se dice que es “la colina que reza”. A la otra, la Croix-Rousse, se le llama “la colina que trabaja”, por los canuts, los tejedores de la seda. Desde ambas, las vistas de las formidables corrientes de agua en su confluencia, las iglesias, los quais o muelles, las avenidas y los parques se fusionan en una encrucijada bien urbanizada. Sin embargo, se suele decir de Lyon que no termina de despegarse de ese halo de ser el patito feo en Francia, frente a la belleza y la singularidad de París o la vitalidad radiante de Marsella.

Desde la Presq´île, el centro neurálgico que se sitúa en la península entre los dos ríos, camino hasta la Croix-Rousse, el barrio en lo alto de la colina. Aquí es donde residieron los canuts, el gremio de los artesanos, obreros de la seda que trabajaban en su domicilio y que durante siglos produjeron tejidos de seda para la aristocracia. En el siglo XVII Lyon se convirtió en la capital europea de la seda y hasta treinta mil canuts vivieron en esta colina, trabajando 14 horas diarias, y lo hacían en edificios que desde la Alta Edad Media se dotaron de pasajes cubiertos, los traboules, hoy laberintos oscuros y algo misteriosos cuya construcción obedeció primero a la necesidad de acceder a los pozos de agua compartidos, y más tarde porque el comercio textil requería viajes rápidos y a cubierto entre los lugares de producción y los de venta.

La lucha de los trabajadores de la seda

En la Cour de Voraces hay instalada una placa que reza: “Dans la cour des Voraces, ruche du travail de la soie, les canuts luttaient pour leurs conditions de vie et leur dignité» (En el pasaje de Voraces, hormiguero del trabajo de la seda, los canuts lucharon por sus condiciones de vida y por su dignidad). Los canuts se levantaron en sucesivas revueltas sin precedentes a partir de 1831 por las duras condiciones laborales y sus traboules fueron usados para escapar de la sangrienta represión. Los pasajes laberínticos también ayudaron a escapar a los partidarios de la Resistencia durante la ocupación nazi. Por eso quizá no es de extrañar que sea en esta colina combativa donde se han instalado grupos de migrantes africanos. Me pregunto cuánto no habrán arriesgado para llegar hasta aquí y al final terminar formando parte de una multitud de sans-abri (sin hogar). En los bancales en forma de terrazas de la cuesta que desciende hasta el Saona han instalado sus chabolas y sus tiendas de campaña. La zona destila ese atmósfera más alternativa, con librerías que convocan charlas donde se habla de cambiar el sistema capitalista, paredes con grafitis contra el genocidio en Palestina o anuncios de cursos para inmigrantes.

El último traboule en el que me interno se llama la Petite Rue des Feuillantes y me parece escuchar el fino trajín de los telares de seda renacentistas, elaborando damascos y terciopelos, mezclándose con las voces de los canuts que murmuran la hora de la próxima protesta. Y recuerdo una frase de Rousseau que rechazaba cualquier tipo de esclavitud y servidumbre: “Renunciar a su libertad es renunciar a su condición de hombre, a los derechos de la humanidad y aún a sus deberes”.

Una imagen de Lyon en la que podria escucharse el silencio de la ciudad. Foto: CC:

Una imagen de Lyon en la que podría escucharse el silencio de la ciudad. Foto: CC

Rica, próspera y silenciosa

Lyon carece de la energía callejera vibrante de Montpellier o de Toulouse, y es fácil encontrarse con cafeterías donde el silencio sepulcral te obliga a recogerte en tu propio ordenador o en tu móvil. No se dice una palabra, nadie parece necesitar comunicarse, quizá porque aquí, en una ciudad tan rica y próspera, ya esté todo dicho, o tal vez se trate de un entorno donde, más que en ningún otro, cobra vida aquel aforismo de Ramón Eder: “Hay un tipo de generosidad que consiste en regalar nuestra ausencia”. Mucha, realmente, podría ser la generosidad del lyonés. A Stendhal le parecía que la burguesía local era aburridísima, gris como la niebla que cubría a menudo la ciudad y no encontraba en sus habitantes nada que destacar más allá de la “piedad de los fieles”.

Tal vez Lyon sea, efectivamente, una ciudad a la que no le gusta mostrarse en público para divertirse. Pero, sin duda, hoy se puede encontrar una capital sugerente y cosmopolita, y a ello ha contribuido seguramente la globalización, que todo lo iguala.

Además de los atractivos indudables de la tercera ciudad de Francia, Lyon cuenta con buenos museos (el de los Lumiére y el de Bellas Artes indispensables, pero también el de las Confluencias, con una espectacular colección de historia natural), y hay barrios singulares como el de Part-Dieu, donde en 1978 se construyó la estación de tren Lyon-Part Dieu, la más importante después de las de París –no olvidemos que Lyon es el ombligo geográfico del país–. En el mismo barrio, algo más al norte de la estación, se sitúa el impresionante Parc de la Tête d´Or, uno de los mayores parques urbanos de Francia. El día es luminoso, apetece pasear y hay muchos matrimonios de gente del Este, de Oriente Medio, y sobre todo africanos, todos llevan niños que arrastran a sus padres de la mano para ver el despliegue de decenas de tortugas en el estanque.

Aquí hay invernaderos, un jardín zoológico, animales en semi-cautividad y hasta un velódromo y un enorme lago con patines. En uno de los invernaderos observo a una modelo con muy poca ropa que está siendo fotografiada por un hombre maduro que le da instrucciones en voz baja. Tiene el pelo ensortijado y la piel muy blanca, y posa con discreción ocultándose detrás de las enormes hojas de las plantas tropicales. Aunque parece que nadie la mira, el escaso público, curioso, pero tan discreto como la propia modelo, encuentra cómo atravesar con la mirada esas mismas plantas y observar sus movimientos suaves entre sus resquicios.

La primera película de la historia

En la enorme estación de Part Dieu no se recuerda aquella escena en la que los hermanos Lumière filmaron un tren a su llegada a La Ciotat, atemorizando al mundo entero. El trasiego imparable de los viajeros no deja tiempo para la memoria ni para la nostalgia. A media hora caminando desde la estación se encuentra el Institut Lumiére, y aquí al lado se rodó la primera película de la historia, Salida de los obreros de la fábrica de los Lumiére. La casa es una bella mansión decimonónica del padre de los hermanos cinematógrafos, que alberga una institución académica y un museo en el que se recoge el legado de los Lumière. En una de las salas se proyectan casi todas las películas que los hermanos pudieron filmar. A espaldas del museo, en la Place Ambroise Courtois, el animado mercadillo de frutas y verduras de Monplaisir vende, sobre todo, producto francés, los martes, jueves y sábados. Los vendedores en los puestos apenas alzan la voz para reclamar la atención de los clientes, y si lo hacen es muy tímidamente. En esta ciudad el silencio parece una norma no pactada. Este sábado la visión de naranjas, de aguacates y de pomelos Origine Espagne me deja perplejo, teniendo en cuenta que los agricultores franceses se han pasado semanas volcando camiones españoles (y de otras naciones) en protesta por los bajos salarios en el sector y contra la legislación ambiental de la Unión Europea. Un episodio de trabajadores en conflicto dispuestos a romper el silencio de la ciudad.

Anfiteatro romano de Lyon. Foto: Jean Christophe Benoist / CC.

Anfiteatro romano de Lyon. Foto: Jean Christophe Benoist / CC

Fuente Bartholdi. Foto: Adrien Parrad / CC:

Fuente Bartholdi. Foto: Adrien Parrad / CC

La capital gastronómica del país

Suele decirse que la alta cocina francesa siente pasión por las vísceras y eso es particularmente cierto en Lyon, donde se elaboran las famosas andouillettes, las salchichas que contienen el estómago y el intestino del cerdo o de la ternera y que se aprecian más cuanto más animal es su sabor. Con la gastronomía de la ciudad Stendhal sí fue más indulgente: “Sólo se me ocurre una cosa (además de rezar) que hagan bien en Lyon: se come estupendamente”, dijo el escritor. No fueron andouillettes, para mí de sabor demasiado acerbo, lo que pedí en el Bouchon Café des Federations, sino una deliciosa quenelle, especie de empanada o pudin ovalado relleno de carne o pescado desmenuzado y todo regado con un vino de Beaujolais, famosa región vinícola situada al norte de Lyon. Los bouchons son los restaurantes típicos, tradicionales, y en este no faltó la música del acordeón que nos acompañó durante toda la velada, cuyos acordes del Allons enfants fueron celebrados y tarareados por toda la concurrencia, el himno de la nación al que el acordeonista siguió con Les Champs-Elysées, de Joe Dassin, o canciones, casi también himnos en sí mismas, de Edith Piaf, Yves Montand o Georges Moustaki. Es ese aire inequívocamente francés que se respira en este bouchon el que se me antoja tan especial. Al salir nos damos de bruces con uno de los famosos murales que decoran las paredes de muchos edificios de la ciudad: a este le llaman Le mur des Lyonnais donde, en balcones pintados y ventanas de ficción, se sitúan el emperador romano Claudio, los hermanos Lumière, el propio Saint-Exupéry, el famoso chef Paul Bocuse y así hasta 30 personajes históricos de origen lyonés. Nos recuerdan que no hemos probado la sopa de cebolla, otra de las delicatessen de Lyon, pero para degustarla nos prometen llevarnos a las montañas del Parc Naturel Régional du Pilat.

En este parque natural, rodeados de la belleza natural de la Crêt (cresta) d´Oeillon me dicen que Rousseau paseó por estas mismas vías hoy señalizadas, contemplado los mismos picos nevados allá a lo lejos, recorriendo la senda que lleva a la capilla de Saint-Sabin. Fue un amigo de Saint Etienne quien me lo indicó durante el recorrido: “Estuvo por aquí, creo que en 1769, y caminó hasta la capilla, y recogió muchas muestras de plantas”.

Quise saber más con esa ansia que nos lleva a consultar cada duda en el móvil, pero no había cobertura en el sendero. La capilla está en un alto y desde ella, mirando de frente, tras atravesar con la vista todo el feraz valle del Ródano, se divisa la cordillera de los Alpes. En esta cresta, a 1.293 metros de altura, a una hora y media en coche de Lyon, nos rodean cientos de abetos centenarios y pinos, y muchas flores de montaña. El lugar es visitado por montañeros de la zona de Saint Etienne o de Lyon que suelen venir a comer al Vert Anes, restaurante y albergue, donde pudimos degustar la exquisita sopa de cebolla. Uno de los alojamientos que componen el conjunto tiene labrado el año 1667 en el dintel, invitando al senderista a imaginar que Rousseau podría haber pernoctado aquí.

Fachada del Ayuntamiento de Lyon. Foto: CC.

Fachada del Ayuntamiento de Lyon. Foto: CC

Café des Federations en Lyon donde se sirven platos de comida típica de la ciudad. Foto: CC:

Café des Federations en Lyon donde se sirven platos de comida típica de la ciudad. Foto: CC

Las visiones de Rousseau y Stendhal

El polímata Jean-Jacques Rousseau, escritor, pedagogo, botánico, naturalista, músico y filósofo, pudo disfrutar en estos bosques de ese aislamiento, de esta vida apacible en fusión con la naturaleza, la marcha y la contemplación, como paseante solitario y descontentadizo que era, que negaba en medio del fervor ilustrado, que la ciencia y la razón contribuyeran al progreso. En la Enciclopedia de Diderot que cambió el mundo, Rousseau solo participó con artículos sobre música. Pero es en su pensamiento filosófico donde más se destaca. Sus frases más célebres –“El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado” y “El hombre es bueno por naturaleza”– marcan su pensamiento radical y revolucionario. Yo me pregunto dónde quedó su sabiduría y si, tal vez, no se fue dejando a medias el destino de la humanidad.

Con todo, Rousseau en Lyon se sintió a gusto. Stendhal, por el contrario, encontró la capital de la seda aburrida, sin gracia. Pero no solo habló así de Lyon: de Grenoble, donde nació, decía que era provinciana, que tenía un aire asfixiante, que la detestaba. Es esa visión sobre los viajes tan personal la que le llevó a esas conclusiones; en definitiva, estaba inaugurando una nueva forma de escribir el viaje.

Stendhal quiso, en su recorrido por Europa, alejarse de los clichés de las guías turísticas de la época, imponiendo una manera de ver las cosas desde la óptica de sus propias ideas, buscando paisajes insólitos y sobre todo tratando de satisfacer sus anhelos espirituales. Como Jovellanos, otro viajero ilustrado para quien el viaje, más que un fin, era un medio de observación al servicio de los ideales de la razón. De alguna forma, lo que los ilustrados nos vienen a decir es que viajar necesariamente debería resultar incómodo, porque si resulta demasiado confortable es que no estamos aprendiendo lo suficiente del viaje, que no estamos abandonando nuestra forma de vida habitual.

Las nubes esta tarde vuelven a estar enfrentadas con la ciudad y antes de regresar a ese aséptico y silencioso aeropuerto, me acerco a los muelles. En unos minutos el cielo evanescente se tiñe de noche y hay una sola estrella que brilla. Pienso en Lyon y en que la he encontrado más seria y sobria que otras ciudades, pero también más fuerte, y a sus habitantes tal vez un poco reservados. Terminada la Prêsq´île, en la confluencia de ambos ríos, el agua oscura del Saona se une a la más gris del Ródano en una fusión extraña, hipnótica, que se dirige hacia el sur. Ambos ríos yacen en forma de imponentes estatuas alegóricas de bronce en el vestíbulo del Musée des Beaux-Arts, como testigos mudos de esa confluencia, el Saona es una mujer joven, y el Ródano un hombre maduro, como vigilantes colosales de la prudencia y de la calma de la ciudad.

Edificios del centro económico de la ciudad de Lyon. Foto: CC.

Edificios del centro económico de la ciudad de Lyon. Foto: CC

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