La cultura puede ser mala e injusta para ti

La cultura puede estar profundizando las brechas de desigualdad.

Una investigación –plasmada en el libro ‘La cultura es mala para ti’– documenta cómo la cultura puede estar profundizando las brechas de desigualdad. Al trabajar en situación de precariedad la mayoría de los agentes culturales, ¿realmente puede la cultura transformar las realidades sociales y contribuir a reducir las desigualdades? Otro artículo para la reflexión de cara a las elecciones del próximo domingo, una reflexión seria, alejada de todo lo estrambótico, de toda la carga de odio y manipulación que hemos escuchado en los últimos días.

Puedes seguir a Rubén Caravaca Fernández en Twitter aquí. @rubencaravaca

Hace unos días conversaba con la directora de un centro cultural de titularidad municipal. Desde que ocupa dicha responsabilidad ha convivido con varios responsables políticos, de diferentes formaciones. Ante la proximidad de las elecciones municipales le pregunté si había recibido alguna directriz sobre política cultural a desarrollar. Su respuesta fue clara: “Siempre nos reunimos con los nuevos responsables, la única pauta es que no tengamos, ni demos, problemas”.

Recientes publicaciones y estudios en Gran Bretaña y Estados Unidos, que se pueden trasponer –de alguna manera y con matices– a países como el nuestro, dan una visión no tan plácida, enfatizando que la cultura actual fomenta más desigualdades que las mitiga. 2.487 respuestas, fruto de 237 entrevistas en el sector, han dado pie a la publicación La cultura es mala para ti, a cargo de Orian Brook, investigadora sobre igualdad en el sector cultural por la Universidad de St. Andrews; Dave O’Brien, miembro del consejo de Industrias Culturales y Creativas de la Universidad de Edimburgo, y Mark Taylor, profesor titular de métodos cuantitativos en la Universidad de Sheffield. Más de 300 páginas, en 10 capítulos y anexos, analizando cómo la manera en la que definimos y planteamos la cultura refleja la desigualdad.

Profesión con profundas diferencias de clase

Recurrimos a trabajadores culturales para aliviar la cuarentena, pero ahora este estudio muestra cómo son de los más impactados por la desigualdad del sector. La mayoría son autónomos –solo hay que echar un ojo a las estadísticas de nuestro Ministerio de Cultura–, carecen de ayudas, de la posibilidad de presentarse a determinados concursos públicos, vacaciones reguladas, prestaciones por desempleo o enfermedad…, determinando la trayectoria de sectores culturales donde la precariedad es endémica. El estudio evidencia cómo el acceso al trabajo cultural tiene un componente de clase desde la niñez. Las personas procedentes de la clase trabajadora encuentran dificultades desde la infancia para acceder a determinados productos culturales. Acercarse a la cultura y el compromiso con ella determina el desarrollo de una carrera cultural, igual que la suerte: un buen profesor, una biblioteca cercana o un ordenador personal ayudan al desarrollo de un capital cultural propio y específico.

Las personas de procedencia obrera escasamente pueden realizar actividades de voluntariado, algo reiterado para adquirir experiencia curricular, ni por supuesto acceder a másteres, ante las escasas becas existentes para este tipo de formación, originando frustración y abandono. Trabajo no remunerado, un lujo que no se pueden permitir al no disponer de una red de seguridad económica familiar. Para los autores, “el trabajo no remunerado es un problema estructural y de larga duración en los trabajos creativos”, lo que significa “que el trabajo no remunerado es más que probable que suponga una explotación para lxs que provienen de la clase trabajadora; para lxs de clase media, en cambio, puede ser una opción”, estos últimos accedieron a actividades extraescolares con regularidad. Si ello es importante para cualquier profesión futura, para la cultural es básico. La desigualdad económica es solo una parte, la social es incuestionable. Tener una buena agenda de contactos y conocidos resulta esencial para acceder al mercado laboral. La meritocracia tiene poco ver, ni por supuesto la inteligencia y la cualificación; lo significativo son los contactos, amistades, conocidos.

Más allá de desigualdades económicas

A la desigualdad económica y social hay que añadir la de género. En una profesión donde las trabajadoras ocupan un papel determinante en el día a día, ¿cuántas productoras, guionistas y directoras conocemos al más alto nivel? ¿Cuántas han tenido que renunciar para dedicarse a la crianza o por ser madres solteras? ¿Cuántas han salido del mercado cultural al ser madres? Elegir entre maternidad o ser trabajadoras reconocidas que deben plantearse afrontar un desafío profesional donde horarios y jornadas laborales –a pesar de cacarear de flexibilidad– nunca están delimitados y definidos. Situación casi nunca planteada en una profesión que presume de progresismo, igualdad y dignidad social, pero que calla cuando mujeres con capacidad y talento contrastado tienen que abandonar sus trabajos por incompatibilidad con la crianza, algo que no ocurre con ellos, que son felicitados por su paternidad sin tener que renunciar por ella a casi nada.

A las anteriores desigualdades hay que añadir la racial: ¿Cuántas personas racializadas ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito cultural? ¿Cómo se muestra, por ejemplo, la cultura gitana? ¿Por qué está ausente? ¿Cómo se trata a los migrantes? ¿Cuántos protagonizan películas y series sin ocupar papeles de delincuentes, terroristas o narcos? También desigualdad geográfica: ¿Tiene las mismas posibilidades una trabajadora cultural en una gran ciudad que en el ámbito rural? ¿Cómo se utilizan los acentos lingüísticos para ridiculizar determinados territorios? ¿Cuántos estereotipos se mantienen? ¿Existe una brecha salarial relacionada con clase, raza, género, edad y geografía?

Todas estas desigualdades interactúan, generando productos que condicionan nuestro consumo cultural, donde determinadas realidades y situaciones siempre están excluidas, incrementando la desigualdad y las barreras, prefijando lo que da y quita valor.

¿La cultura es realmente progresista?

Se habla de que los trabajadores culturales son progresistas, liberales, amantes de la libertad, la paz, la justicia, pero se obvia su responsabilidad al perpetuar la desigualdad cultural existente, asumiendo realidades individuales sin percatarse que son estructurales. Resignados a la precariedad, al trabajar en algo que merece la pena… Cierta semejanza con el egoísmo que mencionaba Orwell, manteniendo un modelo de sociedad que poco tiene que ver con lo que se pregona, quizás para no dar problemas, como recomendaron los responsables políticos a la directora del centro cultural.

La cultura es mala para ti anima a profundizar en la discusión y el debate entre desigualdad y cultura. Teorizar sobre ello, haciéndolo no solo desde la economía o la sociología. El valor más allá de los recursos financieros que incrementan la discriminación, no solo económica. A procesos que excluyen la diversidad y, con ello, parte del potencial cultural existente, creando una cultura dirigida a un público muy determinado, poco predispuesto a cambios. Consumidores casi exclusivos al producirse propuestas, muestras y espectáculos destinados para ellos.  La cultura es mala para ti desafía a que los trabajadores culturales aborden la labor que juegan unas industrias creativas que han transformado tanto su papel como el de la industria y el de los creadores, a una cultura ligada a la desigualdad institucionalizada y asumida.

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