La esperanza ensancha el alma, palabra de Byung-Chul Han

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Foto: Prix Bristol des Lumières, 2015.

Pensar es un acto amoroso y una manera de mirar lejos, mirar lo que aún no existe, con confianza y la posibilidad de crear alternativas nuevas. La inteligencia, en cambio, solo es un cálculo  entre opciones ya dadas, viene a decir el famosísimo filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en su último ensayo, ‘El espíritu de la esperanza’, que acaba de aparecer en España. En él nos habla del miedo como instrumento de dominación, de la angustia y el pánico, emociones tan instaladas en las sociedades occidentales.

“La esperanza genera sus propios conocimientos”, dice una de las frases más atinadas del último libro del filósofo Byung-Chul Han (Seúl, 1959), El espíritu de la esperanza, que Herder acaba de publicar en español. Esto es así porque, según el lacónico y prolífico pensador, “la esperanza no atiende a lo sido, sino a lo venidero, y conoce lo que todavía no es”.

Para decirlo en otros términos, lo que sabemos los mortales a ciencia cierta es que siempre desconocemos lo que vendrá, por lo que muy probablemente no acertaremos ni adivinaremos ni lo bueno ni lo malo que esté por llegar. Y en esto se diferencia el espíritu de la esperanza del bobo optimismo (“carente de negatividad”) del todo-saldrá-bien que se adentra –desconociendo la duda y la desesperación– en un futuro que es “un campo abierto de posibilidades”.

Han lo explica mencionando una Epístola a los Romanos del Nuevo Testamento: “Si lo que se espera ya está a la vista, entonces no es esperanza, porque ¿para qué esperar lo que ya se está viendo?”.

La esperanza, en fin, “agranda el alma para que acoja las cosas grandes”. Por eso, sostiene, “es una excelente vía de conocimiento”.

Hay quien dice que ya era hora de que este profesor de la Universidad de las Artes de Berlín señalase algún posible atajo para sortear la desesperanza en la frenética sociedad de consumo occidental.

En efecto, este es el libro que nos toca abrazar para recomponernos este otoño, sobre todo si hemos leído uno o varios de los ensayos en que Han analiza el cansancio del sujeto autoexplotado, la imposibilidad del encuentro erótico con el otro, la psico-política, la expulsión de lo distinto y lo rasgado en la belleza contemporánea, la crisis de la narración y el olvido de los rituales, e incluso el valor del budismo zen, desde una óptica que aúna su cadencia oriental para contar con una aguda mirada sobre la historia de la filosofía europea (y, en especial, los postulados de su estudiado Martin Heidegger).

Miedo: un excelente instrumento de dominio en el ‘primer mundo’

En este volumen, para el que el mismo filósofo ha elegido ilustraciones de Anselm Kiefer, el autor entabla un juicio al miedo, “un excelente instrumento de dominio” (y quizá la más potente de las emociones que se amplifican en el llamado primer mundo). Han asevera, en cambio, que “la esperanza más íntima nace de la desesperación” y que “cuanto más profunda sea la desesperación, más intensa será la esperanza”.

Para comprender el omnipresente miedo –Angst, en alemán–, el filósofo echa mano a la etimología latina de “lo angosto”, lo que estrecha y aplasta nuestras vistas del porvenir: la angustia. “Cuando no tenemos otra cosa a que aferrarnos que el miedo, la vida se reduce a supervivencia”, señala.

“El régimen neoliberal es un régimen del miedo”, según sus palabras, y “hace que las personas se aíslen” para rendir. En este contexto, indica, no aparece ninguna forma de vida que no se reduzca a la producción y al consumo, ya que incluso la mentada creatividad “se impone como un dispositivo neoliberal, que como todo dispositivo tiene un carácter esencialmente coercitivo”.

“Las cosas que se hacen por miedo no son acciones abiertas al futuro”, insiste Han. “Las acciones deben ser narrables” y la esperanza es “elocuente”, mientras que el miedo es “negado para el lenguaje, es incapaz de narrar”.

Alejarse del botón del pánico

En este punto, cabe señalar el valor de dar con esta escritura sensible y tan acertada en este presente del pánico, ya que cualquier persona que se haya sentido alguna vez atenazada por el pavor, sabrá que es una emoción que resulta indescriptible, inenarrable e, incluso, muy difícilmente representable.

Disipar el miedo (y la asfixia) implica tener esperanza, la cual “va dejando indicadores y señalizadores de caminos”. La esperanza es “la única que nos hace poner en marcha” y dota a nuestras acciones de un horizonte de “sentido y orientación”.

La esperanza es, apenas, el “todavía no”, pero contiene, según el filósofo, una dimensión amorosa y esta se manifiesta desde la primera página de este ensayo traducido por Alberto Ciria. En ella, dos citas que ojalá abran ojos a nuevos futuros; la del poeta Paul Celan suena certera:

“Mientras aún le quede luz

a la estrella

nada estará perdido

Nada”

La otra es del filósofo Gabriel Marcel: “La esperanza es un afán y un salto”.

Pensar es ‘hacer el amor’

“El pensamiento es un acto amoroso”, quiere decir Byung-Chul Han para sacudirnos la modorra existencial de supervivientes. Lo argumenta con una frase lapidaria: “El pensamiento tiene una dimensión afectiva y corporal”. Esto podemos comprobarlo en el momento en que “una imagen nos hace pensar”; sucede porque esta “tiene un fuerte arraigo corporal”.

En la misma senda en la que el filósofo camina desde hace un par de décadas, esta vez destaca que “sin sentimientos, no hay conocimiento” y que este es exactamente “el motivo por el que la inteligencia artificial no puede pensar”.

Han arguye: “La inteligencia solo es capaz de calcular. La palabra viene de inter-legere, que significa ‘escoger-entre’. Uno escoge entre posibilidades que ya están dadas. Por eso, a diferencia del pensar, la inteligencia no genera nada nuevo”.

De ahí la reivindicación del pensamiento guiado por el amor: “Lo llamo Eros, el más antiguo de los dioses, según las palabras de Parménides”. El “aleteo de ese dios me toca siempre”, concluye Han, sabiendo que, «al pensar, doy un paso esencial y me aventuro por caminos intransitados”, como decía Martín Heidegger.

¿Qué es lo que nos impide pensar?, podemos preguntarnos, antes de adentrarnos en “la esperanza como forma de vida”, que es el título del capítulo con que el filósofo concluye esta obra en la que enaltece el pensar empático y ancho, para ver más lejos.

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