La exquisitez de Proust en malos tiempos para la lírica

James Tissot. ‘El Círculo de la Rue Royale’, 1866. París, Musée d’Orsay.

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza dedica su gran exposición de primavera a la importancia que tuvo el arte en la obra de uno de los escritores más influyentes del siglo XX, Marcel Proust (Auteuil, 1871-París, 1922). Su obra cumbre, la novela ‘A la busca del tiempo perdido’, se publicó en siete tomos entre 1913 y 1927. Las ideas estéticas que Proust desarrolla en su obra, los ambientes artísticos, monumentales y paisajísticos que le rodearon y que recrea en sus libros, así como los artistas contemporáneos o del pasado que le sirvieron de estímulo articulan el recorrido de la muestra. Una exposición exquisita en malos tiempos para la lírica.

“No, no voy a aprovechar a Proust para meterme con Trump”. Así contestaba en la presentación de la exposición el director artístico del museo, Guillermo Solana, a la pregunta de este periodista: Me gustaría una reflexión sobre qué puede aportarle a los visitantes una exposición tan dandi, intelectual y exquisita en unos tiempos de exaltación del matonismo y la ignorancia. Y añadía Solana: “Pero, en fin, la mirada de Proust siempre aporta otro tono a la vida”.

Y ése es el tono que encontramos en el recorrido por estas 136 obras de formatos y estilos muy dispares, ya que, claro, hay pintura –y de mucha calidad–, pero también escultura, textil, fotografía… Aparte de la generosa aportación de instituciones francesas como el Museo del Louvre, el Museo d’Orsay y la Biblioteca Nacional de Francia, hay que destacar la importante contribución –28 obras, un 20% del total expuesto– de las colecciones del Thyssen, especialmente de las pinturas impresionistas de la Colección Carmen Thyssen.

El comisariado ha corrido a cargo de un nombre insigne, el historiador de arte Fernando Checa (Madrid, 1952), que fue director del Museo del Prado entre 1996 y 2001, con la colaboración técnica de Dolores Delgado, conservadora de Pintura Antigua del Thyssen-Bornemisza. Checa reconoció en la presentación que esta exposición responde a un proyecto, un sueño, largamente acariciado por él, ya que desde los años 70 se hizo ferviente admirador de Proust y su mundo. Personalmente quiso destacar de él que era una buena persona, su modestia, su humildad, su cortesía, “cuando analiza la sociedad emplea un fino tono irónico, nada arrogante”. El hecho de que Proust fuera homosexual, a pesar de pertenecer a la clase más alta del más refinado París, le hacía sentirse, en cierto modo, un desclasado, alguien que se movía en los márgenes de la sociedad, no del todo aceptado, y eso le permitía esa aguda mirada distanciada.

Georges Jules Victor Clairin Retrato de Sarah Bernhardt, 1876. Petit Palais, Musée des Beaux- Arts de la Ville de Paris


Georges Jules Victor Clairin. ‘Retrato de Sarah Bernhardt’, 1876. Petit Palais, Musée des Beaux-Arts de la Ville de Paris.

Y desde ahí, desde el comisariado, explican: “Para entender a Proust es importante conocer el París en el que vivió; es decir, la cosmopolita y rica capital de la Tercera República, su gran transformación tras las reformas urbanísticas del barón Haussmann, con la aparición de la electricidad, los coches, los espectáculos, los restaurantes y los cafés. Proust era un apasionado no solo de las artes, sino de esa modernidad tan en auge a fines del siglo XIX. La imagen de lo moderno que crearon los pintores impresionistas a través de su representación de las calles y otros ambientes de París está en la base de la estética proustiana: todo ello marcaría su biografía y también sus escritos”.

Así, la exposición es un paseo por ese París de comienzos del siglo XX, pero tiene también algo de brujuleo de la vida y carácter de Marcel. Por ejemplo, Proust nació en una familia acomodada y cultivada (su padre era un médico de renombre internacional y su madre una mujer judía de amplia cultura), y al final de la exposición, en una fotografía en la que Marcel se retrata atildado con dos amigos, la cartela aclara que a su madre nunca le gustó nada esa toma. Un hombre de gran sensibilidad a la que contribuyó su naturaleza enfermiza y sus frecuentes ataques de asma. Murió con solo 51 años, y podemos ver un dibujo en la expo de Jean Cocteau, El joven aviador, en el que la cartela aprovecha para explicar: “Las máquinas, como los coches y los aviones, fascinaban a Proust. Su secretario, chófer y amante, Alfred Agostinell, modelo de la Albertine de la novela murió en Antibes, en 1914, en un accidente de aviación. Su muerte llevó al novelista a la desesperación”.

Y en el pastel (hay mucha obra apastelada en la exposición) Reynaldo Hahn al piano, de Lucie Lambert, se explica: “Amante y luego amigo, Reynaldo Hahn, compositor de origen venezolano, es uno de los puntos esenciales de unión de Proust con la música”.

También encontramos otro vaporoso retrato de María Hahn, realizado por Raimundo de Madrazo, con quien estaba casada (lienzo que pertenece al Museo del Prado). Pues bien, María era hermana de Reynaldo y ambos formaban parte de una acaudalada familia de ascendencia judía, que había hecho de París su primera residencia. Se conoce la correspondencia que Proust mantenía con María, uno de cuyos temas recurrentes era la fascinación que el escritor francés sentía por los modelos diseñados por Mariano Fortuny Madrazo, hijo de Mariano y Cecilia, y sobrino de Raimundo, que consumían las mujeres más atrevidas de la alta sociedad, imitando a las divas del teatro y la danza. De ahí que en el Thyssen haya también varios vestidos diseñados por Fortuny, incluida una capa de este diseñador que perteneció al propio Marcel y que guarda el Museo Textil de Terrassa.

La relación entre Reynaldo, María y Marcel se completaba con Federico Carlos de Madrazo y Ochoa, Cocó (1875-1934), hijo de Raimundo. De él hay una atildada pintura, un retrato de Arthur Chaplin de 1904, que pertenece a la colección del BBVA. Y a propósito, encontramos estos detalles en una ficha del Museo de la Historia de Madrid: “Cocó se dedicó a la pintura y en especial al retrato mundano con la misma fortuna que su padre. Era un diletante, un snob, no solo fue amigo de Proust, también del enfant terrible Jean Cocteau y del dandi parisino que siempre hizo ostentación de la extravagancia, el conde de Montesquiou. Personajes todos ellos obsesionados con la belleza y muy cercanos ya a las vanguardias artísticas. Cocó tuvo una corta vida, su decisión de establecerse en la India fue el comienzo de una serie de desavenencias con su padre que finalmente llevaron a Raimundo a desheredarle. Se suicidó en 1934 en París”.

Édouard ManetMuchacho comiendo cerezas, h. 1858. Museo Calouste Gulbenkian, Lisboa

Édouard Manet. ‘Muchacho comiendo cerezas’, h. 1858. Museo Calouste Gulbenkian, Lisboa.

Jacques-Émile BlancheRetrato de Marcel Proust, 1892. París, Musée d’Orsay.

Jacques-Émile Blanche. ‘Retrato de Marcel Proust’, 1892. París, Musée d’Orsay.

Podemos escudriñar así bastante sobre el exquisito entorno del pintor, a través de una especie de Sálvame de luxe.

Aparte de los devaneos e influencias proustianas, la exposición cuenta con varias obras maestras en sí mismas. Varios ejemplos: Dos bodegones de Jean Baptiste Siméon Chardin (entre 1728 y 1733). Muchacho comiendo cerezas (hacia 1858), de Édouard Manet. El único retrato pintado del escritor, obra de Jacques-Emile Blanche de 1892 (cuando el escritor tenía 21 años). Diana y sus ninfas, de Johannes Vermeer (hacia 1653-1654). El círculo de la Rue Royale, de James Tissot (1866). Y, en fin, siempre es agradable volver a contemplar cuadros de Boudin, Monet, Pissarro, Renoir… en su mayoría, como hemos dicho, procedentes de los fondos de Carmen Thyssen.

Tras recorrer tantas pinceladas propias de una vida acomodada, impresiona la última sala, donde Checa y Proust, en comunicación extrasensorial, se alían para lanzarnos un contundente mensaje del paso del tiempo, el tiempo perdido y el tiempo recobrado, a través de cuatro impactantes obras: Dos retratos de Rembrandt, de 1642 y 1661, junto a un dibujo de su amigo Paul-César Helleu y una fotografía de Emmanuel Sougez que captan a Proust en el lecho de muerte, en 1922. Leemos en la cartela: “Proust se refiere a los últimos cuartetos de Beethoven y los últimos autorretratos de Rembrandt como muestras insuperables de los estragos del tiempo sobre la creación artística y el cuerpo de las personas…: ‘Aceptamos el mal físico (…) a cambio del conocimiento espiritual que nos aporta; dejemos que nuestro cuerpo se disgregue (…) Las ideas son sucedáneos de las penas…’, dice al final de su novela”.

Y hablando de tiempos recobrados, quien esto escribe no se pudo resistir en la rueda de prensa a una pregunta que –como seguramente a muchos de los lectores de esta somera pieza sobre Proust– le rondaba insistente en la cabeza: ¿Cómo está representada la famosa magdalena de Proust en la muestra? Ni rastro. Checa respondió que esta apelación a los sentidos para remover recuerdos, pensamientos y sentimientos se significa en la literatura de Proust de muchas formas, y no solo a través de las magdalenas. “Por ejemplo”, dijo, “tiene otro pasaje muy emotivo en el que a través de los cordones de los zapatos cae en lo poco que echa de menos a su abuela”.

Claude Monet 'Hôtel des Roches Noires, Trouville, 1870. Musée D’Orsay, donación de M. Jacques Laroche

Claude Monet. ‘Hôtel des Roches Noires, Trouville’, 1870. Musée D’Orsay, donación de M. Jacques Laroche.

Pero uno se quedó mucho más tranquilo cuando vio que en la tienda (montada, como siempre, al final del recorrido expositivo para saciar las apetencias más mundanas) pueden comprarse bolsitas de las típicas magdalenas francesas con forma de ovni (no las españolas, con papel), que nos ayuden a recobrar tiempos.

Y aparte de llevarse las magdalenas –o no–, como destacaron Solana y Checa, seguramente el visitante salga de la exposición con algo prendido de esa elegancia, fina ironía, de ese prisma para ver con otro tono lo que nos rodea, poniéndole unas pinceladas de vaporosa educación, a lo Cocó, a los tiempos tan de brocha gorda que corren. Lo decía Proust y lo recordó Solana: “Sólo a través del arte podemos salir de nosotros mismos”. Recuperemos tiempos perdidos.

‘Proust y las artes’. En el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza hasta el 8 de junio de 2025. 

El comisario, Fernando Checa, ha preparado una playlist en Spotify con algunas de las obras musicales favoritas de Marcel Proust. 

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