La extraordinaria audacia de llevar a Julio Cortázar al teatro
El Teatro de La Abadía (Madrid) lleva a Julio Cortázar a escena en una arriesgada coreografía en la que Clara Sanchís y Pablo Rivero juegan con el espacio y el tiempo gracias a unos textos míticos del escritor argentino. El simple hecho de llevar al teatro algo tan complejo como la obra cortazariana es audaz; ya solo por eso hay que reconocer el trabajo de los dramaturgos, José Sanchís Sinisterra y Clara Sanchís, junto con la directora, Natalia Menéndez. Hasta el 7 de noviembre.
Defiende el dramaturgo y director Juan Mayorga que el teatro tiene que ser una forma de respeto al espectador, entendiendo como respeto esperar algo del público, poner sus cerebros en funcionamiento. En otras palabras: hacerle pensar, completar quizá lo que han visto sobre el escenario con su propio contexto. Esta idea, que articula toda su producción, la lleva a cabo también como director del Teatro de La Abadía.
Leer a Cortázar es siempre algo similar a un reto. El lirismo del autor argentino, el ritmo fluido y sedoso de sus palabras alcanzan sin esfuerzo las mentes, pero sus mundos posibles, sus combinaciones infinitas, llaman siempre al movimiento, a la interpretación constante de sus textos. No en vano Rayuela toma su nombre de un juego infantil en el que, si se juega en serio, podremos tomar mil caminos, buscando siempre llegar al cielo. Llegar a un imposible.
Cortázar en juego, que se puede ver en el teatro de La Abadía hasta el 7 de noviembre, propone algo similar; aunque, siendo estrictos, no plantee demasiados textos de esta obra cumbre del genio argentino. La estructura planteada es un juego de dos espejos: en ocasiones se esconden, o sale solamente uno a escena, o se mandan destellos recíprocos o se sitúan uno enfrente del otro para así reflejar un universo tan interminable fructífero. Partiendo y volviendo una y otra vez, como quien vuelve a un ancla, al cuento Adiós, Robinson –pensado originalmente para ser emitido por radio– los dos actores (Clara Sanchís y Pablo Rivero) que habitarán el escenario recorrerán distintos textos de Cortázar, encarnando los espejos, siendo ellos quienes reflejen al uno y al otro y envíen destellos al infinito.
La apuesta es arriesgada, como lo es leer al autor. En esta propuesta, el montaje encuentra apoyo infinito en una escenografía sobria en apariencia, pero que guarda tantos recursos estilísticos como lecturas se pueden hacer de las palabras del argentino.
Cabe destacar la vuelta de tuerca que se da al escenario durante la interpretación de La Casa Tomada o las chaquetas colgadas en la pared que contienen, exaltan y dan cuerpo a la interpretación de aquel texto maravilloso del capítulo 68 de Rayuela: “Apenas a él se le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso…”.
El simple hecho de llevar al teatro algo tan complejo como la obra cortazariana es audaz, y el trabajo de los dramaturgos, José Sanchís Sinisterra y Clara Sanchís, junto con la directora, Natalia Menéndez, se aprecia como imaginativo y arduo, lo suficiente, como para que parezca lo más natural ver sobre el escenario una extraordinaria sucesión de textos. A los ya mencionados se unirán otros como Manual de instrucciones, Ocupaciones raras o Papeles Inesperados. Si bien el resultado dramático de cada uno de ellos puede ser irregular, los cuentos se enhebran con la facilidad de los saltos infantiles gracias en gran parte a la poliédrica Clara Sanchís, que como actriz es capaz de transmutarse en un personaje u otro sin despeinarse, o quizá precisamente gracias a eso mismo. A su lado, la interpretación de Pablo Rivero se puede acusar de plana y monocorde.
El deseo carnal, el miedo, la confrontación entre lo aparentemente civilizado y lo que no lo es, la tecnología, el orden y el desorden, la burocracia o el miedo son muchos de los temas que recorren los textos del autor, y que se traducen con más o menos éxito en esta versión teatral.
Cortázar en juego se enmarca dentro de los puentes que el Teatro de la Abadía quiere tender entre Europa y América Latina. El teatro ya acogió al también argentino Jorge Luis Borges entre los días 3 y 6 de octubre y hará lo propio con el mexicano Juan Rulfo en diciembre, gracias a la adaptación de Natalia, un cuento con el que la compañía La Chana abordará el remordimiento y la aceptación humana.
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