La incapacidad de tantos chicos de expresar sus emociones y deseos

El escritor Luis Díaz, autor de ‘Los bloques naranjas’.

Este es un libro sobre la incapacidad de tantos chicos de expresar sus emociones, de verbalizar sus deseos, algo que se hace un nudo allá dentro y causa tantas frustraciones. “Quería hablar del deseo frustrado. De ese momento de tu vida en el que no entiendes tu cuerpo o tu sexualidad y en el que estás en proceso de descubrimiento de ti mismo. También de la incapacidad de mostrar afecto, no quería limitarle solo al deseo sexual, sino también a la capacidad de decir a tus amigos que valoras su amistad”. Hablamos con Luis Díaz, autor de ‘Los bloques naranjas’ (Caballo de Troya).

Luis, permíteme que comience por algo que me ha llamado poderosamente la atención al leer tu novela. A pesar de lo específico del tema, conmueve la manera tan sencilla, pese al gran trabajo de ritmo interno que supone narrar sin puntuación o precisamente por eso, en que haces entrar al lector en tu universo. Desde el inicio de la narración deslumbra tu don para la oralidad, esa forma exacta en que conduces la primera ‘conversación’ atrae de manera insalvable al lector y eso me lleva a preguntarme: ¿Cómo es posible escribir diálogos tan precisos sin obligarlos a ser específicos, sin contar con las normas, sin contar con las muletas verticales que siempre los preceden, sin señalizar su naturaleza?

Para mí es muy importante, a la hora de escribir, trabajar el ritmo de los textos. Cuando estoy trabajando un texto, intento leerlo en voz alta tantas veces como sean necesarias, hasta que nada me chirría y pienso que ya está lo suficiente limpio. Esto lo aplico también a los diálogos, no solo a partes en las que habla el narrador. Por eso creo que se produce ese efecto en el que no hace falta que las frases tengan un signo específico, porque se entiende hasta donde llega cada aportación de las personas que aparecen en el texto.

Este libro es una confesión de una integridad superlativa. Un instrumento de verdad circular que atrapa y predestina al lector a comulgar con cada frase. Tu novela vuelve empático hasta al más contumaz de los cínicos, vuelve empático incluso a quien huye de la historias generacionales. Y es que el dolor que narra posee una frescura poco hollada en el panorama literario patrio. Las frases de tu protagonista fluyen como si al ser construidas hubiesen aniquilado todo lo sólido. Se nota que la poesía marca las entrañas de este valioso libro delgado. Y se nota que la brevedad de cada página sustituye a la mejor versión del silencio a la que pueda acceder un escritor. En esta novela es tan valioso lo que se cuenta como lo que se construye para ser imaginado. ¿Fue la brevedad capitular la primera opción cuando te sentaste a escribir ‘Los bloques naranjas’?, ¿quiso ser un homenaje a tus inicios poéticos o escogiste este camino para ofrecerle al lector esa originalísima vehemencia inversa que con tanto ímpetu anega su memoria mientras avanza en la lectura?

Durante el proceso de escritura me di cuenta que esta era la manera más adecuada para contar lo que quería contar. En algunos momentos pensé que el libro debía ser más narrativo, entendiendo narrativo como la aparición de unos elementos clásicos: personajes, trama, un desenlace a lo que ha ocurrido. Pero al intentar poner en práctica esas herramientas me daba cuenta que no eran tan útiles como el tono poético para las ideas que yo tenía en mente. Aunque sí considero que utilizo algunas herramientas típicas de la novela, me pareció que de esta manera quedaba más claro lo que quería decir en este libro.

A pesar de ser poeta, tus imágenes huyen de la norma lírica y evidencian un coloquialismo visual que atrapa la mirada del lector. No empoderas la emoción de tu narrador a través de metáforas premeditadas desde lo estético, pero sí desde lo ético. Yo diría que eres un narrador falsamente liviano. ¿Tuviste conciencia de este estatus desde el inicio de la narración o fuiste adquiriéndolo a medida que avanzaba el trabajo?

Cuando empecé a pensar en el libro, quería que apareciera una serie de elementos o imágenes reconocibles y presentes en las ciudades. Es el caso de los gorriones o los edificios. Este tipo de imágenes, que son las que me interesan, no son muy abstractas, sino que son bastante tangibles, se pueden ver en cualquier sitio. Pero creo que muchas veces se olvida el potencial literario o visual que tienen, seguramente por esta presencia tan habitual de la que hablaba.

Después de leer esta potente historia, el lector puede confirmar que eres un seductor narrativo al que nada le importan los signos de puntuación. Se sabe en cuanto se empieza a leer, como también se percibe que no es por esnobismo, sino porque no deseas pausar el ritmo que necesita esta confesión de profundas hechuras. Posee tu narrativa la venturosa serenidad que adquieren aquellos a los que la verdad les obedece. Tu libro podría considerarse como autoficción y, sin embargo, ya desde el título se reconoce la pluralidad de un sinfín de tarjetas de visita titilando entre las sombras de esos bloques naranjas. Tu protagonista tiene muchos timbres de voz y muchas pieles. Es un corpóreo espectro, si me permites la ‘boutade’. ¿Ha sido complicado implicar a tantas y tantas generaciones en tu precioso texto? ¿Ha sido complicado convencer a todas esas voces para ser representadas por una sola?

En este libro quería hablar de todos los chicos que no han expresado sus emociones o han dicho lo que sentían. Como te decía antes, creo que la mejor manera de llevar a cabo esto era mediante este tipo de tono, en el que se habla de un verano concreto, unos chicos concretos, una ciudad concreta, pero que nunca se especifican cuáles son. Tampoco creo que sea necesario especificar esos elementos, porque pienso que se entiende que hablo de algo universal, por decirlo de alguna manera. Pero también creo que es una historia muy particular e íntima desde las que puede llegar a conectar con mucha gente.

El tuyo es un libro de imágenes explícitas que, sin embargo, no convocan al lector hacia ese pudor que a veces nos condena a mirar hacia otro lado. Lo que cuentas envuelve con su profundidad la posible presencia de cualquier rapto de mojigatería. ¿No temiste en algún momento la renuncia de los lectores maduros a sumergirse en tu desinhibida prosa?

Cuando escribía no pensaba en un posible lector, sino que tenía en mente la mejor manera de contar esa historia. A veces el uso del lenguaje puede resultar explícito para un tipo de lector. También el tema puede no conectar con algunas personas. Pero lo que yo buscaba era contar esa historia, aunque soy consciente que puede haber gente que no conecte con ella.

Aunque he hablado de tu libro como una novela, bien podría hablar de él como un raro y rico epistolario emocional y emocionante. O como un epílogo post-adolescente que muestra a la perfección ese encuentro con la edad adulta que en un primer contacto parece despellejar el porvenir de quien acude a esa cita. Incluso como un poemario más allá de la poesía puramente confesional, ya que, como te decía más arriba, tu narración implica a un número importante de generaciones, aunque el enclave geográfico sea tan definitorio para esta pseudo elegía en la que  paradójicamente las heridas que se muestran tan vivas. “En mitad de la noche nadie puede hacerte compañía” enuncia tu personaje casi en el ecuador de la  novela y al hacerlo escribe a mi entender el final de la historia. Sin embargo, tu ilimitado intercambio sensorial con el lector hace que esa sentencia sea también un nuevo comienzo. ¿Eres consciente de que tu hermoso libro convoca un sinfín de comienzos y finales? 

Cada texto lo trabajé en sí mismo, aunque los ponga en relación con los demás. Busco siempre que cada uno de ellos, entendidos como algo individual, tengan un principio y fin autoconclusivo, que al acabarlo tengas la sensación de fin. Aunque haya una estructura dividida en tres partes y un intento de avance de los pensamientos, sí quería que cada página acabase con una idea clara de lo que quería contar.

La violencia contra el yo, tan arraigada a la logística postadolescente, es uno de los hallazgos de tu novela por cómo se lucha contra ella, porque no consientes que se convierta en el flautista de Hamelin para tu narrador. Tú atemperas divinamente las intenciones narrativas con las que alimentas a tu protagonista. Un muchacho que tiene un color de voz que convoca a Cernuda, hay mucha claridad en el deseo, mucha pureza en el cántico lento con que tu protagonista evoca su destino: “Sacarme los ojos para no mirar cortar mi lengua si no la uso me depilo el pene y pienso: debería arrancarlo tirar de él como si agarrase una fruta madura”. ¿Es en tu libro el deseo la meta de cada página?,  ¿o es esa convocatoria ininterrumpida de él la metáfora que coloca en la memoria del lector todos los signos de puntuación que le has negado al discurso de tu protagonista?

Más que el deseo, quería hablar del deseo frustrado. De ese momento de tu vida en el que no entiendes tu cuerpo o tu sexualidad y en el que estás en proceso de descubrimiento de ti mismo. También de la incapacidad de mostrar afecto, no quería limitarle solo al deseo sexual, sino también a la capacidad de decir a tus amigos que valoras su amistad. Más allá de ese amor frustrado por la incapacidad de expresar emociones, me interesaba el deseo incapaz de cumplirse por no poder ser verbalizado.

Las páginas de este libro poseen una brutalidad reconfortante, un bellísimo aprendizaje que revierte la propia existencia del lector: “Deseo saber qué hacer con el deseo no sentirlo en mis manos como si mis manos se llenasen de llagas”. El lector siente las pequeñas muertes del protagonista como propias. Tu protagonista muere y resucita cada vez que abre la boca, cada vez que mira o cada vez que recuerda. Y, sin embargo, tus párrafos son veloces y cautivadores. ¿Te resultó difícil no rendirte a cada uno de esos particularísimos finales con que cierras cada una de sus páginas? ¿Qué necesidad te llevaba a seguir buscando después de sellar las reflexiones de tu protagonista con tanta exactitud?

Como te decía antes, buscaba que cada texto fuese valioso en sí mismo. Aunque este trabajo fue duro, durante el proceso de escritura, siempre me sentí acompañado por Sabina Urraca [la editora]. También es cierto que en los procesos de escritura intento ser muy metódico y repaso mucho lo que escribo; si por mí fuese, estaría eternamente escribiendo y reescribiendo cada texto.

Desde que comencé a leer ‘Los bloques naranjas’ supe que me encontraba frente a una lengua en carne viva que no iba  a cansarse de pelear por adueñarse de la cicatriz capaz de salvarla. Esa cicatriz llega en la página 56 de tu novela. Y lo hace a través de un texto incontestable. Un texto explícito y poético a más no poder. Un texto que sabe a infierno y a paraíso y que me lleva directamente al universo de poetas como Louise Glück, Anne Sexton, Sharon Olds, aunque el lenguaje que en él se exhibe podría llevar a otros lectores a encuadrarlo dentro del realismo sucio. ¿Releíste muchas veces estas líneas antes de ofrecerles un lugar en el mundo? ¿No pensaste en ningún instante en renunciar al riesgo narrativo que llevan implícito?

Sí, releí el texto muchas veces, pero al igual que todos los del libro. En este caso este texto puede parecer explícito para algunos lectores. Intento no pensar en la recepción del lector, porque es algo que es ajeno a mi control. Lo único que intento es que esos textos estén en consonancia con lo que yo busco, tanto a nivel formal como de contenido.

Tu protagonista es un muchacho atento que naufraga demasiadas veces por la desatención de otros. Un muchacho que hace de tripas corazón para no quedar en evidencia. Un muchacho que pronuncia la palabra madre cuando necesita aferrarse a la verdad: “un dedo acaricia la llaga un cuchillo araña el hueso (me subo el bañador” si los demás cerrasen sus ojos y solo respirasen olería el mundo como yo lo huelo? como si todo estuviera hecho de plumas de paloma de agua de piscina como si todos los chicos llevasen ropa nueva recién planchada por sus madres”. En este pensamiento habita una de las pocas preguntas que alberga la historia de tu protagonista. ¿Por qué escoges las certezas para hacer hablar a un alma que está completamente perdida? ¿De dónde nace tu desdén hacia esta forma de comunicación para tu protagonista?

Creo que nace de la imposibilidad de comunicación que tienen los hombres. Buscaba reflejar esa imposibilidad de hablar de lo que sienten. Pero esto no significa que no se sientan cosas, solo que no tienes las capacidades para verbalizarlas de una manera sencilla. Esta incapacidad es la que hace que esas emociones se queden ahí y que solo sea mediante el pensamiento como se puedan expresar, nunca mediante la palabra.

Tu novela habla de deseo, pero no solo se sostiene sobre él, también se habla de la precariedad, esa sima insaciable que reclama nuestros nombres, a través de un discurso contundente. ¿No te dio miedo que esa sombra tan rotunda e inamovible arrebatase con su presencia el portentoso lirismo de tu historia? ¿No te dio miedo enfrentar realidad y deseo en esos tiempos tan poco poéticos?

Creo que, más allá del discurso sobre género y masculinidad, es importante hablar siempre teniendo en cuenta la clase social. Yo hablo desde un entorno urbano que no es de clase alta. Obviamente, este entorno hace que mis experiencias sean de un tipo y no de otro. Todos estos discursos se entremezclan y son necesarios para comprender cómo funcionan en conjunto.

Para terminar, me gustaría hacer hincapié en la madurez de este trabajo, en la prodigiosa compartimentación de los estados de ánimo de tu protagonista, en la progresión semántica de su discurso, en la viveza de esta diatriba que tanto bien le hace a la poesía y a la poética de este país. Has conseguido que las metáforas no se comporten como tal mientras dura la narración, es difícil reeducar a una figura literaria tan potente y tú lo has hecho, has llenado sus cuerpos de naturalidad y, como lectora y poeta, te doy las gracias. Y también me gustaría preguntarte: ¿dónde crees que reside la globalidad emocional que brinda tu novela, en esa ausencia de voluntad poética que marcas desde el comienzo y que te comentaba hace un momento, o en la marcada y atípica, por la edad que habita, ausencia de pudor de tu protagonista?

Creo que esta globalidad que mencionas se debe a que he intentado hablar de algo muy específico. Esto, aunque parezca paradójico, creo que consigue conectar con la gente porque en esa sinceridad puede encontrarse mucha gente. Al final, las emociones sobre las que hablo son fácilmente entendibles y estoy seguro que muchas personas las han sentido en su vida. Aunque no pertenezcan a ese grupo exacto de población. También creo que es un texto ambiguo de cierta manera, a pesar de ser tan específico de lo que se habla. Esto hace que las personas que lo lean puedan sacar sus conclusiones, partiendo de sus lecturas o experiencias vitales propias.

‘Los bloques naranjas’. Luis Díaz. Caballo de Troya. 105 páginas.

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