La ira por una hija en el permanente abismo de la muerte
María García Zambrano nos deja un nuevo y conmovedor poemario, ‘Esta Ira’ (Vaso Roto). “En este libro me desnudo, muestro mi propio miedo, mi fragilidad, mi soledad, mi oscuridad…”. Reivindica el derecho a expresar esa ira como parte de la vida, de la muerte y del miedo. “Los feminismos tienen una tarea pendiente que deberían acometer de una forma más… ¿consciente, seria? La sororidad es una palabra que hay que llenarla de muchos contenidos. Las hermanas feministas han de contar con las mujeres que no podemos parar de cuidar, que no podemos marchar en las manifestaciones, que no tenemos el cuerpo para protestar, que no tenemos el tiempo para salir, que no estamos en los parques, ni en los coles, ni en las tribus…, que no tenemos tribu… Porque nuestra maternidad está silenciada, oculta, y no termina nunca. La maternidad de una criatura dependiente no termina hasta que la criatura fallece. Y esas madres no sabemos lo que es la depresión posparto, ni el arrepentimiento… Esas madres sabemos lo que es el miedo a la muerte, esencialmente”. “No son pájaros los estambres / de las flores funerarias”. Impresiona. Como impresiona esta entrevista.
Qué difícil es, María, saber por dónde empezar sin miedo a olvidar algo después de haber leído su extraordinario libro. Quizás lo lógico sería comenzar por el título. Un título que pronto se convertirá en leyenda dentro de la historia de la poesía de este país. Sin embargo, prefiero empezar por el final, por ‘Las hermanas’, una de las partes más crudas del libro, esa parte que patea la sororidad femenina sin buscar la herida y sin que se vislumbre ningún miedo a ser señalada por ponerla en tela de juicio. Hay en esas breves páginas versos de una hondura que rozan la dura boca del abismo, pero que jamás son oscuros, tétricos o pesarosos:
“Construye su esperanza al mirar la aves”
“Invento a la otra que asiste, a la otra que ríe,
a la otra que ama por encima del miedo.
La que sueña. Y me digo:
Da las gracias, no olvides dar la gracias”.
Esta ira es definitivamente un hermoso canto a la justicia. ¿Cómo conseguiste metamorfosear con tan brutal acierto la naturaleza de esa palabra?
Muchas gracias por lo que dices del libro y por tu interés. Cuando una escribe no se plantea, a priori, lo que está escribiendo, por lo menos yo, y en ese proceso, en ese descenso, el miedo desaparece, me libero totalmente. La escritura para mí es justamente ese lugar donde me siento más libre para ser, para cuestionar, para indagar, para hacerme todas las preguntas que me asaltan, que me hieren… El problema es encontrar las palabras, ya sabemos. Y ahí viene el trabajo que hacemos. Cuando escribí ese poema del que hablas, que fue, creo, el primero del libro, por eso me ha llamado la atención que empezases por ahí, me movía una experiencia muy fuerte, la primera vez que voy a un centro de parálisis cerebral con mi pequeña, y la dificultad para metabolizar esa imagen. No me interesaba mostrar esa fotografía en el poema, no me interesa mostrar la realidad como tal, sino que me interesa responder a esa pregunta que me hago desde que era una adolescente, y que pude verbalizar gracias a un poema de Pizarnik que decía “Señor, ¿qué haré con el miedo?”. Para responder a esa pregunta escribí ese poema. Esa metamorfosis de la que hablas, de alguna manera cierta encarnación de lo real en un poema, creo que es el oficio de poeta…, ¿no?
Hay versos en el breve estómago de ‘Las hermanas’, sin duda una de las partes más prósperas y enérgicas del poemario, que hacen del dolor una afrenta social, pero jamás una venganza. Como te decía más arriba, tu libro destila justicia, aunque también esa pesada carga que es la fragilidad por persona interpuesta. El vacío y el abismo sobre el que meces a tu impecable Mirla pone en evidencia la estridencia y la farsa social:
“Sus intachables vástagos las siguen en fila
cortejo de bacantes sobre el mármol
la estética de lo efímero y
bla, bla, bla”.
¿Todos estos versos, todas estas verdades, se escriben bajo el amparo veloz de la inconsciencia o desde el rotundo aliento de la consciencia absoluta?
En este poemario no hay nada que no se haya sopesado antes de editarse, más que nada porque es una escritura de años… Otro aspecto es si yo, como autora, soy consciente de lo que mi texto reverbera, si puedo controlar el eco de las palabras… Y la respuesta es que no. Se me escapa el sentido último, y menos mal. No me interesa controlar lo que las palabras dicen porque, y parafraseo de nuevo a Pizarnik, las palabras dicen lo que dicen y más. Si los textos fuesen cerrados en su sentido sería un fracaso para mí. Si la lectura de este libro fuese unívoca, unidireccional… abandonaría la escritura y me dedicaría únicamente a leer…
Dices también: “El lenguaje es una farsa”, y lo dejas escrito sabiendo que cada verso escrito antes y después van a escapar de encubrir cualquier eco, por incómodo que este sea ¿Eres consciente de que incurres en una prodigiosa contradicción que hace de tu poemario un discurso perfecto?
Ese es el pacto que establecemos desde el principio con la literatura: todo lo que va usted a leer forma parte de un artefacto ficcional. No hay hija, no hay enfermedad, no hay dolor. Hemos creado este libro para reflexionar sobre otros temas y nos hemos inventado a una mirla, un pájaro, una genealogía de mujeres, animales extraños… Y a una madre iracunda. Saque usted sus propias conclusiones. Deje que el libro le interpele y toque sus zonas más oscuras, sus heridas… Si después de leerlo sigue igual, habremos fracasado.
Este libro, María, es también un combate inclusivo, me refiero a la pertenencia que su libro ofrece a otros cuerpos, a otros individuos alejados de la empatía que sus versos demandan, cuestionan y gritan. Tus versos son generosos microuniversos:
“Hermanas que son víboras
o suaves conejitos”.
“Y deseas abrazar a las hermanas
besar los bordes azulados
de su miedo”.
“Hermanas que no nacen como hermanas”.
¿Cómo se mira al exterior sin olvidar dónde habita el núcleo de tu mirada y cómo has conseguido que cada verso, pese a su duro tuétano, acabe siendo un elemento de liberación emocional para quien lee?
La respuesta que me sale así, a bote pronto, es: no lo sé. ¿Son estos versos liberadores? Como dije, cuando escribo no me propongo un fin, lograr algo, no hay un propósito tan claro, o por lo menos no lo había en este libro. Quizás en La hija sí deseaba contar la historia del nacimiento de mi pequeña… Pero en este libro, como en otros que he escrito, y en mi poesía en general, la escritura se me impone como parte de esa vida y de esa búsqueda vital… Porque para mí vivir y escribir no son acciones tan separadas. Al escribir me cuestiono y me es posible metabolizar, rumiar la vida, a veces alumbrar lo que no veo, alguna vez incluso vaticinar… La escritura tiene mucho de profética, decía hace poco María Negroni… En mi libro Menos miedo hay un poema que cada vez que lo leo me estremece, porque habla de mi hija diez años antes de que llegara al mundo, habla de su canto, de su esperanza…
Si logro que alguno de mis versos sea liberador para quien lo lee, que toque, como decía antes, alguna herida ajena y la ilumine, entonces significará que voy por buen camino y mi texto no se quedó en algo autorreferencial, que es siempre el riesgo…
En la página 65 de tu libro hay unos versos que abren en canal el alma de quien lee: “De los dedos de la madre nace / un hilo de compasión / para tejer sudarios”. Son versos que dejan ver la sombra de una palabra que casi no me atrevo a escribir. La palabra eutanasia, y no es esta la única vez que me late en la memoria al leer su libro. “He pactado con alacranes / una muerte dulce para el futuro”, “tú eres mi hija pero yo soy tu hija guíame”. Me ha costado mucho hacer esta pregunta, saber si era lícito y decente preguntarle a una madre qué temor o qué gesto de generosidad la lleva a inventar y a sostener esta palabra…
No hay que tener miedo a la muerte. Respondo a esta entrevista con mi hija muy enferma y estoy lidiando con la posibilidad de que suceda… Una posibilidad real que tiene que ver con el oxígeno que entra o no en sus pulmones. Para mí la muerte no es una abstracción, ya que desde que nació nuestra pequeña el riesgo está ahí, y de hecho fue lo primero que nos dijeron…
Creo que la posibilidad de morir, el nombrarlo, no debería ser un tabú para nadie, y que esta sociedad, algo infantilizada, en el peor sentido, hace que no se hable de ciertos temas, como si no existieran… Vivimos de espaldas a lo único seguro que va a sucedernos… El problema es el apego y la falta de una fe, de un sistema de creencias, de religión y/o de una filosofía que nos sostenga y le dé sentido a la vida para tener una buena muerte. Qué angustia debes de sentir si piensas que mueres y después no hay nada, pienso. En mi caso, estoy convencida de que mi hija y yo volveremos a encontrarnos en una próxima reencarnación, y eso, que no le quita ni un ápice de dolor a mi experiencia como madre, le da sentido a mi vida.
Practico el budismo de Nichiren Daishonin en la Soka Gakkai desde hace 20 años, y llevo muchos años leyendo, estudiando y profundizando sobre la vida, la enfermedad, el karma… No estoy libre de sufrimiento, pero puedo decirle a mi hija que parta tranquila, que nos volveremos a encontrar, que elija libremente si quiere seguir o no en esta existencia. Hasta ahora ella ha elegido seguir, en contra de la opinión de la medicina, de alguna vidente incluso… Ella ha superado trances en los que parecía imposible seguir respirando, y su corazón no se ha detenido. Ella conoce la casa de la muerte, creo, pero ha preferido no quedarse, y regresar con nosotras. Esto lo digo con un dolor que no puedes imaginar, pero con templanza.
María, conmueven de manera extraordinaria la cantidad de metáforas que habilitas para nombrar a tu hija y a las hijas de tantas otras madres. Conmueve también el bellísimo ritmo con que las haces fluir, la calma tras la verdad, pese a la dificultad que ha debido de suponer lidiar con tantos sinónimos, con tantos significados para denotar la grandeza de estas sublimes niñas quietas. ¿Fue fácil olvidarse del egoísmo que genera siempre la ira y darle a esta una nueva acepción que, bajo mi punto de vista, no es otra que la de una regeneración totalitaria del gueto en que se las incluye?
“La mueca acompasada
el cuerpo obedece a la música
y perdona
este silencio”.
¿Cómo lograste abrir tantas puertas hasta ahora cerradas? ¿Presentiste en algún momento, mientras escribías, que la imaginación y el deseo de transformar el presente y el futuro de tu hija tendría una consecuencias estéticas tan perturbadoras en el lector?
En mi escritura la imaginación tiene un papel muy importante y me asaltan estas imágenes en las que puedo levantar un escenario donde hacer que sucedan cosas. La poesía se convierte en movimiento, baile, vuelo, diálogo… El texto poético roza lo dramático, los tiempos confluyen, espacios distintos que se funden… En este libro necesitaba echar mano de la maquinaria surrealista para elevar a la mirla sobre la realidad… No sé si lo he logrado, pero quería crear un gran musical donde los textos fuesen composiciones distintas, que hubiese muchos personajes, situaciones, decorados, escenas, atrezzo, drama y también algo de comedia, sueños, poesía, amor, mucho amor, y un final en el que mi hija y yo nos fundiésemos como un mismo ser…
Me gusta muchísimo también que en este libro no se hable de culpa sino de lucha, y que se haya logrado desvincular la culpa de cualquier tiempo verbal:
“El attrezzo.
La herida.
Antes el parloteo y montones de ropita
Con olor a lavanda y lazos tan azules
Pero los cuerpos crujen
Y no puedes parar la escena
Autómata empujas
Las ruedas metálicas
Ya no eres parte de la escenografía”.
¿Has empleado la experiencia como cura para borrar cualquiera de los estigmas que lleva implícito ser la madre de una niña dependiente?
La culpa no forma parte de mi vocabulario; como he dicho, hace muchos años que me alejé de esa terminología… Trato con la responsabilidad y con la reparación a través de la acción… Y de eso se trataba, de poder transformar en belleza todo el metal, todo lo que antes veía de forma diferente… La belleza de lo raro.
Es muy arriesgado huir del dramatismo de la manera en que tú huyes. Pero desde el comienzo de la lectura, la luz que despliegas en cada verso repele cualquier atisbo de manida fragilidad. Tu manera de dialogar con la oscuridad que proyectan los otros sobre el cuerpo de tu Mirla pone de manifiesto un equilibrio a priori imposible:
“Enterrar la semilla
con toda la compasión
de esos barcos de papel
que no se hundieron”.
Eres enérgica y decidida en tu enfrentamiento con la falsa compasión. ¿Mientras escribías ‘Esta ira’ pensaste en algún momento en que los versos que lo componen podrían ser tomados como un rapto de arrogancia?
Sí y no. Sí, si se leían a la ligera y sólo se veía esa fuerza que repele. Pero en este libro me desnudo, muestro mi propio miedo, mi fragilidad, mi soledad, mi oscuridad… El poema de Las hermanas, en el que hay varias voces, por ejemplo, con todas sus contradicciones… Porque el poemario, cuando lo he vuelto a leer intentando separarme, me ha enseñado un yo fragmentario que muestra esas contradicciones, esas fracturas, ese quiebre, esas heridas…
La mayoría de tus versos llevan implícitos una celebración, pese al título del libro. ‘Esta ira’ no es el lamento de una madre, no, ‘Esta ira’ es mucho más, es una canción de amor irreversible:
“Nadie ha venido a escuchar el grito
de niña
amaestrada
nadie”.
¿Cómo se escribe un testamento tan certero teniendo todo tan en contra? ¿Cómo se consigue que la soledad y la lucha no destruyan las palabras? ¿Cómo se construye este universo de palabras exactas desde la destrucción que expones en este maravilloso poemario?
En realidad, la soledad y la lucha forman parte de la vida, como ya he dicho, y no creo que haya destrucción total porque, a pesar de todo, la vida continúa (con su reverso que es la muerte), la vida eterna continúa. Formular la pregunta qué haré con esta ira, cómo voy a soportarla, ya es parte de la respuesta, de la salvación, de la ganancia.
Perturbadora es también, como decía al principio de esta conversación, esa manera tuya de patear la sororidad sin buscar la herida, y perturbadora es esa falta de miedo en cada verso. Tú ya no quieres callar lo inapropiado y lo cuentas de una manera arrolladora, y otra vez tenemos que hablar de ‘Las Hermanas’, una de las partes más duras y más analíticas de este poemario. En ella hay realidad y hay sueños. En ella convocas a la hija ya adulta y exhibes el sueño de observar un porvenir para ella, de narrar un viaje imaginado como ofrenda a la hija. ¿Cómo has conseguido salir de la realidad para escribir los versos que conforman esta parte del libro?
La realidad no me interesa para la poesía, sino crear esa otra realidad con el lenguaje donde la Mirla vuele, flote, donde haya una estirpe de mujeres que la sostengan, donde podamos reír y soñar… En ese lugar que es el poema está ese bestiario que me acompaña, está mi madre eterna e ideal, y mis abuelas, están las poetas que me abren camino y me prestan sus palabras, están mis hermanas de sangre y otras. Y además están quienes dicen palabras huecas, mujeres, hombres, bustos parlantes, depositarios de la rabia, pero acicate… En mi caso más mujeres que hombres porque ese es mi mundo, real e imaginario. Ese fue mi dolor y eso fue lo real que tuve que metabolizar: la soledad de las mujeres, la soledad de las madres, la soledad de las cuidadoras de mirlas blancas…
Y ahí somos muchas, no estoy sola. Ahí los feminismos tienen una tarea pendiente que deberían acometer de una forma más, ¿consciente, seria? La sororidad es una palabra que hay que llenarla de muchos contenidos. Lo decía Audre Lorde cuando reivindicaba un feminismo que contara con las mujeres negras, en la hermana, la extranjera. Las hermanas feministas han de contar con las mujeres que no podemos parar de cuidar (porque no tenemos hombres cerca que nos reemplacen), que no podemos marchar en las manifestaciones, que no tenemos el cuerpo para protestar, que no tenemos el tiempo para salir, que no estamos en los parques, ni en los coles, ni en las tribus…, que no tenemos tribu… Porque nuestra maternidad está silenciada, oculta, y no termina nunca, es 24/7 y para toda la vida. La maternidad de una criatura dependiente no termina hasta que la criatura fallece. Y esas madres no sabemos lo que es la depresión posparto, ni el arrepentimiento… Esas madres sabemos lo que es el miedo a la muerte, esencialmente.
Para terminar, me gustaría darte las gracias por esa falta de miedo pese a la herida violenta que dejan tus versos sobre la mirada del lector:
“No son pájaros los estambres
de las flores funerarias”.
Tú no complaces; interpelas, renombras, reeducas y tiendes la mano en un gesto altruista sin precedentes. Supongo que eres consciente de la deliciosa y delicada biografía que has escrito, de que todo lo que cuentas conforma un prólogo, pero también un productivo epílogo que envuelve con mimo, pero sin falsos atajos, a tu hija. Es como si tuvieras la certeza de que todo puede cambiar y, al mismo tiempo, supieras también que esta es la última oportunidad de darle su sitio a tu cautivadora Mirla. ¿Cuánto has tenido que olvidar para llegar a alcanzar la incontestable generosidad que alberga este poemario?
Este poemario forma parte de una trilogía: La hija, que como he dicho, es el inicio, la llegada y el impacto del nacimiento de mi hija, el deseo y lo que supuso pasar los primeros meses de su vida en el hospital. Esta ira, con todo lo que hemos hablado. Y un tercer libro inédito que se centra en mi hija, en cómo es su comunicación con el mundo y entre nosotras, en cómo su cuerpo habla, en cómo mi hija es un ser que ha venido a colmar de amor mi mundo, y el de otras muchas personas. Y la ignorancia que creo que envuelve la forma que tenemos de acercarnos a personas que no cumplen con cierta norma. Rebato la máxima de pienso, luego existo. No sabemos cuánto piensa mi pequeña… pero sí sabemos que existe, claro que existe, y nos permite apreciar cada día la fuerza, la resistencia, el amor y la tenacidad de la vida sobre la muerte.
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