La Juan March trae el arte de una Europa destrozada por la guerra
Se cuestionó la noción del mismo arte, las formas se habían destruido en el conflicto bélico y no había otra manera de representación que echar mano a las formas de lo informal, el informalismo. El cubismo, los expresionismos o el surrealismo habían dejado de tener sentido en la Europa devastada por la guerra, en ese mundo horrorizado ante Auschwitz o el hongo nuclear de Hiroshima. Y ese otro modo de representar la forma hubo de servirse de nuevos materiales, arenas, yesos, arpilleras, trapos, papeles. La pintura se emplastaba, se torturaba en el lienzo, se modificaba a paletadas. Mientras, la fotografía captaba la realidad en vertical, retrataba paredes desconchadas, grafitis, trozos de tierra, rastros de metralla y siempre en blanco y negro. Los fotógrafos se convirtieron en documentalistas de la barbarie como pusieron en evidencia las fotos de Lee Miller (Believe it, Creedlo) en la revista Vogue con esas pilas de huesos calcinados, de cadáveres amontonados en el campo de exterminio de Buchenwald.
¿Cómo aguantar la mirada ante el horror? ¿Cómo sobrevivir a la mayor inmoralidad y vejación del siglo XX? Orson Welles lo resumió bien: “La guerra ha sembrado el mundo de cadáveres, ninguno es agradable de contemplar”.
Lo nunca visto. De la pintura informalista al fotolibro de posguerra (1945-1965) es una exposición de tesis, una reflexión acerca de cómo tras la barbarie a escala industrial que supuso la Segunda Guerra Mundial el arte no podría volver a la belleza anterior, ya no era posible crear una obra de arte tras Auschwitz, Mathaussen o Dachau. Después del Holocausto en el que seis millones de judíos fueron asesinados por los nazis, ¿era posible volver a la lírica? Lo nunca visto es la respuesta a esta pregunta.
Los artistas que sobrevivieron al horror disolvieron las formas, capturaron imágenes no del dolor sino doloridas. Jamás se había visto una pintura y una fotografía como las que se empezaron a practicar tras la Segunda Guerra Mundial y hasta bien entrados los sesenta. Son obras que buscan un sitio en un mundo absolutamente destruido. Son pinturas de historia sin relato en la idea del “yo lo ví” de Goya. Pinturas y fotografías europeas de la posguerra, de 1945 a 1965, para que el visitante de la exposición se sumerja en el contexto histórico del momento y pueda entender la ruptura que los artistas llevaron a cabo tras las guerra.
Del boom de la bomba de Hiroshima, al boom del pop. 1945 fue el Año Cero. el punto de partida para refundar una Europa sepultada entre ruinas en la que 40 millones de personas perdieron la vida. La Segunda Guerra fue una guerra total en la que todo se puso patas arriba. “La muestra», dice Manuel Fontán, director de exposiciones de la Fundación Juan March, «presenta la pintura del informalismo escoltada por la fotografía con el deseo de que ambas sean vistas de otra forma, de un modo no formalista”.Hay obras de Pierre Alenchinsky, Karel Appel, Alberto Burri, Jean Dubuffet, Georges Mathieu, Pierre Soulages, Saura, Canogar, Millares, Zóbel, Torner, Feito, Lucio Muñoz.
Cuando los europeos despertaron de la pesadilla de la guerra, se encontraron en medio de los escombros de ciudades destrozadas y ruina moral. Ya no se podía representar el mundo como hasta entonces. El informalismo no era tan diferente al expresionismo abstracto que se hacía en Nueva York, pero sí había una diferencia fundamental: en Estados Unidos no hubo guerra ni campos de exterminio. Duelen las imágenes de la destrucción, como la fotografía de Richard Peter de la ciudad de Dresde bombardeada, la imagen icónica más potente de aquel periodo: sólo se ven esqueletos de edificios y en primer plano una escultura monumental intacta.
Nadie sale indemne de una guerra ni de una posguerra. En la Juan March la pretensión es mostrar la pintura y la fotografía informalista en un espacio que recuerde la negrura de aquellos años. Mostrar para no olvidar, contextualizar para que el tiempo no borre la memoria del desastre. La exposición no sigue un orden cronológico y el espectador se introduce en un espacio negro, opresivo con la Cabeza de rehén (1945), de Jean Fautrier. El artista había sido arrestado por la Gestapo en 1943 y sus primeras obras después de aquello utilizan capas de papel de estraza, colas y pigmento en una masa sin forma. Fue la primera obra hecha desde el dolor, un puñetazo al ojo del espectador que nadie entendió. Tras la Cabeza de rehén, la exposición continúa con la proyección del fotolibro Chizu – The Map de Kikuji Kawada, con fotografías tomadas en un edificio cercano al epicentro de la bomba de Hiroshima y los retratos de las familias de pilotos kamikazes.
En los años 50, Europa tuvo que reinventarse. París, que sin saberlo estaba herida de muerte, asistía a un resurgimiento intelectual de la mano de Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus. Eran la “segunda generación perdida”. Los Juicios de Nuremberg habían dado visibilidad al horror sádico de los nazis. En Holanda se publicaba el Diario de Ana Frank, el libro donde la joven judía contó la reclusión junto a su familia para escapar de los campos de exterminio. Primo Levi publica Si esto es un hombre, la crónica sobre el dolor y las atrocidades vividas en Auschwitz; en París, el poeta francés Francis Ponge resume el sentir de aquellos hombres y mujeres heridos en el alma y escribe acerca de cómo “los dogmas de la belleza griega, el encanto de la perspectiva, la historiografía, las fiestas galantes… Todas esas cosas ya no son pertinentes. Como tampoco lo es la decoración. ¿Qué íbamos a decorar? Nuestra casa, nuestros palacios y nuestros templos han sido destruidos: al menos en nuestro pensamiento. Nos parecen horribles”.Con los años, los artistas informalistas salen del desastre y comienzan a experimentar con nuevas formas de cartelismo, de color. Europa poco a poco pierde el cetro del arte y Estados Unidos toma el relevo. Todos los especialistas coinciden en señalar la fecha de la Bienal de Venecia de 1964 y el poderío del galerista Leo Castelli, que logró el premio para uno de sus artistas, Robert Rauschenberg, como el momento clave para despedir el arte de posguerra y saludar al nuevo arte pop. 1965 es el año en que Lo nunca visto echa el cierre. Las heridas de la guerra han cicatrizado y el arte vira hacia otras formas. El color se impone y Europa sale de las negras sombras del tiempo.
‘Lo nunca visto. De la pintura informalista al fotolibro de postguerra (1945-1965)’. Fundación Juan March, www.march.es. Madrid. Hasta el 5 de junio.
Comentarios
Por Alex Mene, el 10 marzo 2016
Una exposición muy interesante y estimulante.
Por Juan Fernandez, el 10 marzo 2016
curioso, la Banca March que financió los bombardeos franquistas en las ciudades republicanas, (en Alicante el bombardeo de aviones italianos traidos por March provocaron en mayo más de 200 civiles muertos, por ejemplo) y ahora hablan de bombardeos como arte.