La marquesina de tranvía más hermosa del mundo está en Zúrich
‘El Viajero Asombrado’ llega a Zúrich y se queda hipnotizado con “la marquesina de tranvía más hermosa del mundo”. Investiga quién ha podido concebir semejante sencilla perfección, donde no sobra ni falta nada. Y descubre a Hermann Herter (1887-1945), el arquitecto municipal e ingeniero civil que transformó el urbanismo de la ciudad entre 1927 y 1940, extendiendo por ella, con una discreción asombrosa, casi la totalidad de su obra. Y nos invita a seguirle repasando las obras de Herter, que la ciudad suiza protege y cuida, desde un garaje y una antigua estación eléctrica a piscinas y un complejo deportivo.
No sé cómo lo hago, pero siempre que aparezco en Zúrich a la primera de cambio acabo dando con la parada de tranvía de Bellevue Platz, la marquesina de tranvía más hermosa que conozco. Desde la primera vez que vine a la ciudad, en 2018, quedé fascinado por sus proporciones, su escala y su elegancia. Casualmente tenía una cita cerca de ahí, en el café Odeon, y al bajar del vagón fue tanta la impresión, que me alejé hasta el puente para verla mejor, aun a riesgo de llegar tarde al café.
El cielo, cosa rara, parecía recién fregado y una chispeante claridad realzaba esa estructura metálica de tejado triangular de esquinas redondeadas ancho, plano y blanco que tanto protege del sol como de la lluvia, de la nieve, de la niebla. ¿Es un hongo? ¿Es un ovni? Es una obra crucial de la arquitectura moderna. Tanta fascinación me llevó a investigar de qué mente pudo salir un elemento tan simple y determinante. Así fue como conocí a Hermann Herter (1887-1945), el arquitecto municipal e ingeniero civil que transformó el urbanismo de la ciudad entre 1927 y 1940, extendiendo por ella, con una discreción asombrosa, casi la totalidad de su obra.
Para una primera toma de contacto con el Zúrich de Hermann Herter es inevitable detenerse a contemplar los alrededores de la rotonda y observar cómo esta Girondelle articula el tráfico, cómo, con su presencia discreta, hace que todo fluya a su alrededor. En su centro, bajo el techo asombrosamente largo y proporcionado, hay espacio para bancos, taquillas, kiosko y para el Belcafé, un bar circular cuyo techo acristalado es un foco de luz natural, ideal para resguardarse o adquirir una pizza o llevarse un café. La elegancia de sus formas es acorde a sus funciones. Qué bien integrada está la obra, además, en esa esquina de la ciudad en la que bajo el puente QuaiBrucke se unen el río Limago y el lago de Zúrich, y en la que se despliega la explanada que precede a la ópera.
Al otro lado queda el famoso café Odeon, donde Stefan Zweig pasó tantas horas durante su exilio leyendo desolado sobre los avances del nacionalsocialismo, y unos pasos más allá, en la Ramisstrasse, el mítico Kronenhalle, el restaurante con más cuadros que uno pueda imaginar, cuya mitología forma parte de la historia del arte del siglo XX y que sirve de antesala a la subida que nos conduce a la Kunsthalle, ese gran edificio de David Chipperfield que ha dinamizado este lado del Zúrich tradicional.
La ubicación de esta Girondelle de Herter es, pues, el vértice que une el casco viejo y el nuevo Zúrich, el lago y el río. Pero, más allá de eso, Herter, aprovechando su condición profesional en la consejería de arquitectura, proyectó más edificios. Los años 20 y 30 favorecieron la construcción de edificios civiles: se construyeron oficinas de correos (algunas de un nivel imbatible, cómo olvidar la oficina de Otto Wagner en Viena), gimnasios, gasolineras (la misma Gesa de Madrid, de Casto Fernández Shaw), centros cívicos, garajes (en Oporto todavía resisten un par de ellos bien conservados), centros comerciales (pocos como el City of Light de Rotterdam, por ejemplo, de Willem Dudok), piscinas o edificios administrativos.
Hermann Herter nació en Oberengstringen, hijo de un agricultor. Se formó con el arquitecto municipal Gustav Gull y estudió arquitectura como alumno invitado en la Politécnica de Zúrich. Como arquitecto independiente, Herter participó en concursos para la Mustermesse de Basilea y se encargó del Banco Nacional en Lucerna, el imponente edificio que alberga hoy la colección de Angela Rosengart, una de las grandes coleccionistas y marchantes de arte moderno clásico. Incluye unas 200 obras que van desde Monet, Pissarro, Seurat, Vuillard y Bonnard hasta Klee, Matisse, Léger y Picasso, de quien la coleccionista fue amiga íntima.
Herter se convirtió en arquitecto municipal de Zúrich en 1919 y ocupó este cargo hasta 1942. Bajo su dirección se construyeron muchos de los edificios públicos que todavía siguen aportando calidad al espacio público. Su impronta es aún evidente, actual y funcional. Fueron proyectos visionarios, creados para durar, para facilitar la vida de la sociedad, a los que no pude renunciar en mi última visita. Proveído de información me fui a ver uno por uno.
Estación de tren Wiedikon.
La estación de tren de Wiedikon es la primera obra de Herter y deja claros sus principios e influencias. Es un ejemplo de funcionalidad radical, en la que la sencillez prima. No hay ningún elemento ornamental que chirríe (Adolf Loos estaría muy orgulloso). Dominan las líneas básicas. Se trata de un apeadero que sigue intacto desde su construcción. Atrae la entrada masiva de luz a través de sus amplios ventanales, las puertas originales de madera y cristal y el hall, tan amplio y paseable, con techos altos y frescos pintados en las paredes, y con el kiosko como paso previo a las escaleras que llevan a las vías.
Instalación deportiva Sihlhölzli.
Aún más refinado, este complejo deportivo armoniza exterior e interior y conjuga un espacio que remite a los preceptos defendidos por Le Corbusier. Sorprende la delicada intervención en el campo de fútbol, en cuyo margen aparece un pabellón de hormigón con forma de concha, dedicado a conciertos de música clásica, que prefigura sin duda obras mayores como la Girondelle. Imbatible es el gimnasio en el interior, cómo se armonizan las proporciones con la funcionalidad de un espacio que absorbe tantísima luz natural. Destacan los detalles de barandillas, puertas y pomos, originales, con la sencillez geométrica de un estilo muy particular deudor del art déco. La escultura de la entrada, imagen de dos deportistas, nos remite a las proporciones del mundo griego y al mantra mens sana in corpore sano.
Tramdepot Oerlikon.
Situado a 20 minutos del centro, vale la pena agarrar un tranvía y conocer este distrito. Aquí, en aquel entonces claramente un área de las afueras de Zúrich, Hermann Herter construyó un imponente garaje y un taller de reparación de tranvías, un medio de locomoción perfecto que nunca se retrasa en esta próspera ciudad en la que todo funciona.
Complejo administrativo Amtshaus V.
Brillante ejemplo de arquitectura civil, este es un proyecto que alberga varios ministerios y que se sitúa a la vuelta de la esquina del famoso Amsthaus, cuyas bóvedas del interior fueron decoradas por Alberto Giacometti. Para disfrutarlo conviene sentarse en el Café Restaurante Lotti que se abre a la plaza desde la planta baja, con un interior informal decorado con viejos carteles publicitarios de metal que se avienen muy bien con el espíritu de Herter. Todo lo que los vecinos comparten -desde la ensalada de berros a las delicias de pescado con ruibarbo- llama la atención del visitante y despierta el apetito.
Antigua subestación eléctrica: Ewz Unterwerk Selnau
La siguiente parada no solo es un ejemplo de funcionalidad, sino también de modernidad, de readaptación. La antigua central eléctrica se ha transformado en un espacio de color que mantiene las estructuras originales, así adopta un aire de factoría industrial con el que resulta difícil no empatizar. Ejemplo brillante de remodelación del interior de una antigua fábrica, se ha dado una nueva vida a un interior que permanecía abandonado, en una localización muy céntrica y que congrega a un buen número de jóvenes con los que uno quisiera integrarse. Son ellos, los jóvenes, quienes con sus propuestas gastronómicas y espacios de coworking han animado el interior con colores y mobiliario de los Eames y de Saarinen en una combinación retro e industrial.
Piscina al aire libre: Strandbad Wollishofen.
Las piscinas son, sin duda, la culminación del proyecto de Herter. Para empezar, una al aire libre. Situado a los pies del Lago de Zúrich, con salida directa al agua, este complejo deportivo de gran valor arquitectónico e histórico destaca por la conexión entre el café con vistas (protegido por una cubierta similar a la estación de tranvía, con pilares en forma de hongo y techo en voladizo) y el agua de la piscina y del lago, es decir, el lido de Wollishoffen. La atmósfera resulta irresistible, un ambiente de comunión con el paisaje. Cuesta creer que Herter pudiera superarse, pero ciertamente lo hizo, como no podía ser de otra manera, con otra piscina.
Piscina cubierta: Städtisches Hallenbad.
Hallenbad es la depuración de las formas. Resulta extraordinario cómo se siguen utilizando igual que el primer día todas las instalaciones, y sus ventajas: piscina, vestuarios, gradas, entradas de luz. Es un proyecto visionario por su modernidad, como demuestra el uso del cristal. El encaje y la combinación de materiales convierten a Hallenbad en una obra maestra por la pureza de las líneas y la geometría unida a las coreografías de los nadadores. Nada está fuera de escala en una piscina que siempre resultará contemporánea. Cuando queremos definir por qué un diseño es bueno basta con que nos respondamos: porque nunca nos vamos a cansar de verlo. Eso ocurre con este tipo de arquitectura, uno jamás podrá cansarse de ella y la ciudad de Zúrich lo demuestra cuidando al máximo este patrimonio arquitectónico de los años 30.
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