La matanza del cerdo: tradición, violencia, miedo
Puedes seguir al autor GUILLERMO MARTÍNEZ @Guille8Martinez MADRID
Para Ruth Montiel Arias no ha sido nada fácil elaborar su nuevo fotolibro, ‘Anima’ (Alauda Negra). En él, mediante un código artístico descarnado, esta profesional de la imagen transmite cultura y tradición, violencia y miedo: un todo en uno que se dan la mano en las instantáneas que esta gallega ha realizado, como si escarbara en su propia herida, en su propia geografía, llegando a ver eso que no se conoce bien, pero que tampoco se esconde. Es la matanza del cerdo, el degollamiento del animal, el ritual social. Ha sido la primera vez que esta mujer, habituada a documentar el maltrato animal, ha tenido que salir del lugar. Escapar de lo que estaba presenciando. Buscar un lugar en el que estar sola para respirar.
“Conseguí acceder a un tipo de personas que realizan esta práctica en 2019, y a partir de entonces empecé a reflexionar no solo sobre el propio acto, sino lo que lo envolvía”, comenta la autora. Ruth, además, también trabaja en el ámbito de la fotodocumentación de explotación animal. En esos casos, su labor se encuentra ligada a la comunicación informativa. No sucede así con Anima, donde el lenguaje artístico consigue inmiscuirnos en una realidad desagradable para cualquier persona que se atreva a cuestionarse sus propios principios sin utilizar la tradición como justificación.
Por otra parte, este no es un trabajo más para Ruth: “De todas las explotaciones animales a las que me he enfrentado, y he visto muchas barbaridades que se cometen con ellos, en el caso de la matanza del cerdo es la primera vez que rompí esa entereza que se presupone que debes tener cuando documentas casos de este tipo”. Fue la primera vez que tuvo que salir del lugar. Escapar de lo que estaba presenciando. Buscar un lugar en el que estar sola para respirar.
Pero el reto no era fácil. ¿Cómo hacer atractivo al ojo humano algo tan violento como el asesinato de un cerdo? “Es algo en lo que reflexiono mucho, eso de la poética de la imagen y demás. También pienso que estamos en un momento en que las imágenes ayudan a modificar nuestras conductas”, responde. Sea como fuere, Anima es mucho más que un producto artístico más. Anima es el grito que interpela a esa profundidad en la que descansa la empatía humana, es decir, animal.
Conseguir ese objetivo no siempre pasa por mostrar las imágenes más duras y desgarradoras, sanguinolentas. “Si hay que hacerlo, se hace, pero no creo que sea necesario, y menos en un momento como el actual. Ver la violencia de forma tan explícita creo que nos anestesia y muchas veces consigue que nos volvamos más insensibles a la dureza de lo que nos rodea en el día a día”, reflexiona la fotógrafa.
Entre todas las facultades de Ruth, una de las que más se reflejan en su trabajo es la capacidad de reflejar su mirada en las instantáneas que realiza. Su mirada, cargada de miedos, dudas, certidumbres e inseguridades, también de fiereza y pasión y fuerza, llega al público como si de una expresión universal se tratara, como una suerte de poética que transmite con los brazos abiertos. Y aun con los brazos abiertos, ella es capaz de disparar su cámara.
“Estas imágenes están realizadas por varias partes de mí misma, por decirlo de alguna forma. En el momento en el que estoy expuesta a la matanza, me siento de una forma, pero a medida que voy trabajando en ello ya descubro otro rincón de mí ligado a lo místico y supersticioso, que es lo que envuelve a la matanza en Galicia”, se explaya la autora, quien ya investigó sobre la caza en su anterior trabajo de similar formato, Bestiae.
Ruth sabe bien que tampoco puede desdoblarse, que sus ojos están igual de educados por la mañana que por la noche, con la sangre que con los gritos, con la fuerza que con la sensibilidad. Por eso, admite que en este trabajo no sobresale ninguna de esas facetas que predominan en ellas: la artística y la activista. En sus propia palabras, “al final soy yo, haga lo que haga; es una manera de entender la vida, militar con todas las herramientas que tengamos y en todas las causas que debemos estar”.
Cada vez más, estos actos crueles y basados en la violencia hacia los animales están peor vistos por la sociedad española. No es raro ver cómo algunos de sus acólitos rechazan que se documenten este tipo de prácticas, como sucede en las peores “festividades” basadas en maltratar hasta la muerte a un toro. “En este caso, nunca me han preguntado por qué lo estaba fotografiando”, aduce Ruth. Y si lo hacían, ella les era sincera. Les decía que quería documentar lo que ahí sucedía.
De todas formas, no es extraño encontrar a alguien en Galicia que tiene un conocido de un conocido de un vecino que hace matanza. “Y lo hacen por pura tradición, al menos todos los casos que yo he estudiado”, dice la fotógrafa. Es decir, ninguno de los que intervienen en la muerte del cerdo lo hacen por necesidad alimentaria. “Nadie que conozca mata un cerdo porque necesita comérselo. Es todo más tradicional: crían al animal durante un año y después lo matan y se lo comen”, relata Ruth.
Algo tan normalizado en algunos ambientes pasa por ver la matanza del cerdo como una especie de festividad personal, íntima, en la que se juntan amistades y familias, incluso menores. Además, las fotografías que aparecen en Anima tienen otra capa de lectura centrada en el cómo. “La manera en que acaban con la vida del cerdo no es legal. Hay gente que lo sigue haciendo de la forma más visceral, que es degollarlo a cuchillo, y es lo que documenté”, sentencia esta gallega.
En definitiva, Anima ha venido para proyectarnos un reflejo más sobre nosotros mismos, para interpelarnos tomando como referencia lo que el ser humano es capaz de hacer con una única justificación que, en la inmensa mayoría de los casos, ha supuesto un freno para el progreso: la tradición. “Yo hago este libro”, concluye la autora, “para que nos cuestionemos cómo utilizamos lo tradicional para justificar actos violentos hacia los animales, como el asesinato y la tortura”.
No hay comentarios