La ‘película social neurodivergente’ del Zar Saltán en el Teatro Real

Una escena de ‘El Cuento del Zar Saltán’ en la versión de Dmitri Tcherniakov en el Teatro Real.
El Teatro Real estrena con gran éxito la propuesta escénica de Dmitri Tcherniakov de la ópera ‘El Cuento del Zar Saltán’, de Nikolái Rimski-Kórsakov. En su propuesta, una madre explica la cruda realidad de su vida a un muchacho autista a través del cuento de hadas, logrando así un sorprendente giro social a una aparentemente inocente narración. La superproducción llega tras su estreno en el Teatro de la Moneda de Bruselas, que la coproduce en el coliseo madrileño.
El Cuento del Zar Saltán, de su hijo, el famoso y poderoso bogatyr Príncipe Guidón Saltánovich, y de la bella Princesa Cisne es un cuento de hadas en verso del gran poeta ruso Aleksandr Pushkin publicado en 1831. Es una obra muy querida en la tradición literaria rusa y cuentan que su popularidad es tanta que la mayoría de los rusos son capaces de recitar de memoria partes de su texto.
El compositor Nikolái Rimski-Kórsakov es conocido no solo por ser uno de los referentes musicales del llamado nacionalismo ruso, sino también por buscar inspiración en los cuentos de hadas y los temas populares. Su ópera El Cuento del Zar Saltán es una de ellas. Normalmente se representa tal cual es: como un cuento repleto de viajes fantásticos, hermanastras malvadas como en la Cenicienta, ardillas gigantes que comen nueces de oro que guardan en su interior gemas preciosas, padres ausentes, princesas cisne… Tal vez por eso en la representación del pasado 2 de mayo había varios niños en el patio de butacas que, lamentablemente, abandonaron sus butacas cuando no había siquiera finalizado el primer acto.
El Cuento del Zar Saltán se estrenó en el Teatro Solodóvnikov de Moscú el 3 de noviembre de 1900, comenzando un ajetreado siglo XX. El libretista Vladímir Belski se inspiró en los amados versos de Pushkin para ofrecer al compositor un texto con el que pudiera dar rienda suelta no sólo a su amor por el folclore y la tradición, sino también a su preciosista sinfonismo, que reluce como el oro en los interludios de esta ópera, que se ha actualizado en esta producción de una manera magistral, adulta y empática.
El culpable de que esta propuesta adquiera unas cotas de interés inusitados para un cuento de hadas es el muy polémico director de escena Dmitri Tcherniakov, que regresa al Teatro Real tras 13 años de ausencia de Madrid, tras su discutida versión de Macbeth, que se representó en el Real en 2012 con dirección musical nada menos que de Teodor Currentzis. Entonces, el público de la capital de España no perdonó al regista su propuesta, que eliminaba casi todo lo fantástico del texto de Shakespeare, como las brujas y el fantasma de Banquo, por poner dos ejemplos, en una reconstrucción que trasladaba la acción desde Escocia hasta un indeterminado país de Europa del Este dominado por la dictadura en plena Guerra Fría.
Si entonces lo fantástico se veía lastrado por lo real, en este caso las cosas son diametralmente opuestas. En su Zar Saltán es la incursión de la realidad la que logra que la historia se vea no solo como un cuento para niños, sino también como toda una película de denuncia social.

Primer acto de ‘El Cuento del Zar Saltán’ en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
Durante la rueda de prensa de presentación de este espectáculo, que ya se pudo ver en 2019 en el Teatro de la Moneda de Bruselas, con quien la coproduce el Teatro Real, Dmitri Tcherniakov aseguró haberse inspirado en el documental Life, Animated, del director Roger Ross Williams, que cuenta la conmovedora historia de Owen Suskind, un joven que a los tres años dejó de hablar repentinamente y fue diagnosticado con autismo severo. Durante años, Owen se encerró en sí mismo, sin apenas comunicación con el mundo exterior.
Sin embargo, sus padres, Ron (autor del libro en el que se inspiró el director de cine) y Cornelia, descubrieron una sorprendente vía de acceso a su mundo interior: las películas animadas de Disney. Owen mostraba una fascinación profunda por estos filmes, memorizando diálogos y escenas completas. Lentamente, utilizando las películas como un lenguaje propio, Owen comenzó a comunicarse con su familia, a expresar sus sentimientos y a entender el mundo que le rodeaba a través de las historias y los personajes de Disney.
Exactamente esto es lo que hace Tcherniakov con su propuesta del Zar Saltán. Al principio de la ópera, una mujer le explica al público que el joven que está de pie junto a ella en el escenario es su hijo. Un chico autista con el que no logra comunicarse si no es a través de los cuentos. ¿Cómo explicarle que su padre los abandonó y que por esa razón él no ha podido conocerlo?
Desde ese preciso momento ambos emprenden una aventura en la que el público tiene la absoluta libertad (guiado, por supuesto, por el buen hacer de Tcherniakov) para incluir capas y capas de realidad a un cuento en el que todo puede entenderse como una tremenda metáfora.
Así, cuando en el cuento un personaje se pregunta cómo hará para defenderse de las decisiones de jueces corruptos, es inevitable escuchar un murmullo perfectamente audible entre el público. Lo mágico desde que conocemos la condición del protagonista y de su madre es que comenzamos a construir una verdadera historia de denuncia social en la que comprendemos que la presión familiar, el engaño y las malas artes fueron las culpables del abandono paterno. Entendemos que la madre ha pasado un verdadero calvario sin ninguna ayuda legal, ni familiar, ni social, ni económica para sacar adelante a su hijo neurodivergente.

El tenor Bogdan Volkov interactúa con los dibujos en ‘El cuento del Zar Saltán’, en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
No vamos a destripar el final de la propuesta del regista nacido en Moscú un 11 de mayo de 1970, pero ya adelantamos que, tras atravesar un claro en la tormenta, en este cuento las cosas no acaban del todo bien.
En la propuesta de Tcherniakov, en la que él mismo firma también la escenografía, se mezclan varias disciplinas en una suerte de teatro híbrido. La labor actoral es magnífica y el primer acto transcurre como en un sueño hecho realidad gracias al estupendo y colorista vestuario de Elena Zaytseva. Gleb Filshtinsky es el responsable de la iluminación y el vídeo. Dos de las disciplinas más importantes para uno de los momentos más emocionantes de esta producción: la sorprendente aparición de la Princesa cisne en una pantalla, que pasa de las dos a las tres dimensiones de manera casi mágica.
Cohesión narrativa y musical
La dirección musical de Ouri Bronchti, que sustituyó a última hora a Karel Mark Chichon, saca muchísimo partido a los motivos melódicos recurrentes asociados a personajes y situaciones específicas. El director israelí logra crear una cohesión narrativa y musical muy fuerte. En la partitura de Rimski-Kórsakov (del que hace poco vimos también El Gallo de Oro en el Teatro Real), la orquesta se convierte en un personaje más que dibuja paisajes sonoros que van desde la serenidad del mar hasta la furia de la tormenta, pasando por el famosísimo vuelo del moscardón (en realidad un abejorro) o la delicadeza de los encuentros amorosos.
El tenor, Bogdan Volkov, que ya nos maravilló esta temporada en el papel de Lenski, el poeta amigo de Eugene Onegin, da toda una lección de canto y de interpretación en el papel protagonista del muchacho autista / Príncipe en la producción de Tcherniakov. La madre / Zarina Militrisa, a cargo de la soprano rusa Svetlana Aksenova, interpreta un desgarrador papel en el plano de la realidad y es la verdadera médium que logra que la idea del director de escena funcione tan bien como lo hace. La novia / Princesa Cisne de la soprano armenia Nina Minasyan es uno de los papeles más agradecidos de toda la obra; su timbre y canto acompañan perfectamente a uno de los personajes más amables de este cuento. Stine Marie Fischer, Bernarda Bobro y Carole Wilson interpretan con gran vis cómica a las tres hermanas de la Zarina: Tkachija, Povarija y Babarija. El bajo croata Ante Jerkunica interpreta al ingrato Padre / Zar Saltán logrando una disociación perfecta tanto en el canto como en la interpretación en los planos de la realidad y la ficción de esta propuesta.
El público ovacionó cerradamente el espectáculo propuesto por Tcherniakov, una superproducción que en ocasiones puede parecer heredera de algunas de las propuestas de Barrie Kosky, pero que a lo largo de los cuatro actos de la ópera alza el vuelo directa al corazón y la compasión de los espectadores. Una fiesta teatral y musical que ningún amante de estas dos disciplinas debería perderse.
El Teatro Real advierte en su página web: «Esta producción está concebida con una propuesta escénica que trasciende los límites habituales del escenario. En determinados momentos de la representación, miembros del Coro Titular del Teatro Real cantan próximos a los palcos de platea y a los asientos más exteriores del patio de butacas. Esta disposición forma parte de una experiencia artística especialmente diseñada para generar una atmósfera más inmersiva y cercana». Efectivamente, los miembros del Coro del Teatro Real vuelven a ser un elemento imprescindible para el éxito de esta producción. Sin embargo, algunos de sus miembros han mostrado su malestar, ya que tan solo 26 cantantes suben a escena y el resto hasta completar los casi 90 han de cantar fuera de la escena y microfonados por exigencias de la escenografía.
No hay comentarios