‘La península de las casas vacías’: el libro del año
Aquí tenéis la última reseña del año, la entrega de ‘un hombre al mes’ de diciembre. Una reseña que se ha hecho esperar porque debía ser madura, valiente y única del que es para mí el libro del año. Lo recibí antes incluso de que saliera a la venta, pero necesitaba su momento estelar y su día ha llegado: el último domingo de un año raro, sembrado de odio, violencia e intolerancia. Estoy hablando de ‘La península de las casas vacías’, tercera novela de David Uclés, que lleva ya ocho ediciones. Le hacía mucha falta a la Historia patria una novela como la que ha escrito este joven escritor ubetense que ha desgranado con coherencia y una sabiduría deslumbrante esas dos mitades que hoy en día todavía laten en España, y, lo que es peor aún, se empeñan en beber de la sangre caliente de sus hermanos.
Hay una riqueza desorbitada en La península de las casas vacías. Hay una erudición venturosamente purgada y hay un pulso narrativo y emocional incontestable.
La península de las casas vacías es un prodigio, un prodigio de aliento largo que se paladea de manera total en cuanto su bellísima y particular anatomía roza la memoria de quien lee. Porque, aunque se habla de realismo mágico para nombrar la destreza, la valentía y la modernidad de su narración, va mucho más allá de esa opresiva realidad.
La península de las casas vacías es un comienzo y un final único en el panorama literario de un país en el que la literatura apuesta por las verdades mediáticas, por el estrambote o por los éxitos enlatados. Quien la lee sabe que no volverá a encontrarse con una obra literaria de estas dimensiones. Una obra en la que late la bella necesidad de honrar a los muertos que no tienen hogar, a los muertos hacinados por la barbarie y el olvido, aquellos a los que Dios no bendijo, aquellos a los que no dio ese último beso amoroso y salvador que debe dar un padre al hijo vencido.
Uclés es un coloso de la justicia poética. Es aquel que sabe que debe asirse a las supersticiones y a la intrincada fisonomía de los pueblos para acceder a los secretos que los movilizan, los arman y los desarman.
Uclés conoce cuál ha de ser el exacto humor de los cautivos y lo reparte entre sus personajes en una suerte de efervescente filosofía que le concede a su durísima historia una pátina de salvaje credibilidad que entronca directamente con autores como Almudena Grandes o el mismísimo Delibes. Hay mucho de Episodios de una guerra interminable y de Los santos inocentes en esta portentosa novela en la que el paisaje es un brutal interlocutor, un progenitor que golpea a sus hijos con metáforas extremas.
La península de las casas vacías es un libro que te absorbe, un ejercicio de literatura con mayúsculas y un ejercicio de justicia ética (por fortuna muy alejado de la justicia moral) casi inverosímil. Una enorme verdad en la que queda claro que la memoria es un arma de construcción masiva.
La península de las casas vacías es un hallazgo que bebe de ricas fuentes, que amolda su estómago incluso al de los grandes coros griegos, que incluye a una majestuosa Casandra rural, a una cicerone trágica, lenguaraz y valerosa que sostiene en su mirada de largo alcance todos los horrores que la megalomanía de un señor bajito con voz de pito y ridículo bigote fue capaz de labrar sobre la siempre agradecida tierra española. Es un artefacto que atraviesa la vida del lector de la mano de un gozoso surrealismo capaz de contar la exegesis de una tragedia que aún late, que aún domina la vida de un país.
Es también La península de las casas vacías una novela que contiene información electrizante. Una novela que muscula la memoria del lector con riquísimos y dolorosos prefacios de incontrolable magnitud. Una novela que es mucho más que una crónica histórica, una novela que acoge el rugido de durísimos soliloquios, de durísimos monólogos, de incendiarias soflamas capaces de soliviantar la seguridad del hemisferio de un país. En esos prefacios hay fuego:
“Estamos totalmente entregados a la guerra y no habrá paz mientras el triunfo no sea completo. Para nosotros todo freno y todo reparo están desechados. Ya no hay parientes. Ya no hay hijos, ni esposa, ni padres, solo está la patria” (Onésimo Redondo dixit).
Y bálsamo:
“Después llegó la guerra que convierte a los hombres en piltrafas; las casas en ruinas, y se auto transforma en exterminio, que algunos llaman paz” (Agustín Gómez Arcos dixit).
Inmensas citas, sólidas vértebras para la relevantísima columna vertebral de este libro, de esta genialidad superlativa que Uclés ha compartido con el mundo. Bravo por todas las citas escogidas, por la laboriosidad del discurso que articulan.
La península de las casas vacías es un acontecimiento mecido por la inocencia y la sinceridad que muestra lo irrefutable, lo que otorga a la masacre el aliento de una fantasía parida y amamantada por lo verídico. Es un libro que no juzga, aunque quede claro que nace para enjuiciar el abuso y la soberbia. Y sobre todo para hablar de esa violencia que jamás nace de la necesidad de ayudar, sino del acomplejado paroxismo de los hombres más inadecuados para preservar la supervivencia de una nación.
La península de las casas vacías es un ejercicio de osada lucidez, un mapa elaborado por el natural pulso de la paciencia:
“Si os preguntáis la razón por la que he preferido descongelarlos y matarlos a que despertaran en cuarenta años, os la resumo: me daba pena que, en cuatro décadas, los niños despertaran en una sociedad que, en lugar de tratar la guerra con una firme memoria histórica, firmará un pacto de silencio y dedicará únicamente un par de páginas en los libros de texto al conflicto”.
La península de las casas vacías posee una estruendosa perfección estética.
La península de las casas vacías clama por el eterno olor a podrido de la Iglesia.
Sí, estoy completamente enamorada de esta novela, de la forma en que el autor custodia la Historia, de la forma en que la hace grande hasta saciarla de humanidad.
La península de las casas vacías es un libro magnífico, deslumbrante. Una novela justa, rigurosa y cuyo original enfoque debe servirnos para modificar el denso rumbo del conformismo y la molicie. Para acabar con el renovado caciquismo de las patillas largas y de las banderas que pretenden aniquilar la hegemonía del mismísimo viento.
Seamos coherentes y que el pasado solo nos sirva, después de leer esta novela, para ofrecerle garantías al presente.
Hay que darle las gracias a Uclés por su invención de Jándula, por la fuerza y blancura de Odisto, su personaje principal, por el tino y la ferviente rapsodia de sus personajes secundarios, y por su lealtad a la verdad. Por un libro tan sentido y tan verazmente abrigado por lo onírico de sus impagables paisajes.
La península de las casas vacías es una magistral ensoñación cargada de futuro. Es como esa lluvia que llega cuando la tierra es lamida por una totalitaria pena de muerte.
No dejen de leer este libro, porque sus heridas son un himno en el que late el camino hacia la libertad, el respeto y la inteligencia.
No dejen de leer La península de las casas vacías porque hay guerras que no se acaban nunca, aunque no haya muertos ni zumbido de aviones sobre las calles de una ciudad. Lean La península de las casas vacías porque, como dice un verso que escribí hace casi diez años: “Todas las generaciones son una mentira y el mundo una matrioska con el cerebro de Medea”.
‘La península de las casas vacías’. David Uclés. Siruela. 697 páginas.
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