‘La ternura’: para superar los egocentrismos que nos invaden
Hay libros que deben leerse despacio porque llegar al final resulta incómodo, desasosegante y macabro para la propia biografía de quien lee. Abandonar ese lugar en que la belleza supone una inesperada redención es siempre complicado. Por eso resulta tan dura la velocidad del deseo de avanzar mientras se lee ‘La ternura’, primera novela de la filósofa madrileña Paula Ducay. Un hombre mayor y una mujer joven contemplan y despedazan el mundo que les rodea sin que en ese descuartizamiento haya una sola palabra que haga daño o condicione. ‘La ternura’ es un artefacto que desconecta al mundo del egoísmo extremo al que cada día se vincula más y más. ‘La ternura’ conforma una nueva ética emocional que deslumbra.
Una novela con ecos de Morante, de Ginzburg, pero escrita con pudor, con miedo a que se note la influencia de la mejor literatura europea en sus páginas.
Ducay posee una firmeza irrevocable en sus pensamientos, en sus párrafos, en sus páginas. Narra el naufragio emocional de una familia y sus adláteres con una sencillez tan apabullante que a menudo el lector ha de preguntarse si no será solo un espejismo forjado por la necesidad de buena y comprometida literatura.
Pero no, Ducay concibe la literatura de una forma nueva haciendo de lo mínimo una odisea de inusual perfección. La historia de Naima y Marco no posee elementos epatantes, tan solo se basa en una fluida complicidad que a priori parece no poder pertenecerle a su amistad.
Como digo más arriba, Ducay coloca la sencillez frente a la extrañeza, frente a la descortesía, y maneja el diálogo con una entereza que transforma la lógica de quien lee. Un hombre mayor y una mujer joven contemplan y despedazan el mundo que les rodea sin que en ese descuartizamiento haya una sola palabra que haga daño o condicione. La ternura y sus páginas conforman una nueva ética emocional que deslumbra. Las reflexiones de sus protagonistas son íntegras, perfectas, bellas y jamás alienantes. Naima y Marcos ven pasar la vida, la violencia intergeneracional que implica, y tratan de no parar su curso, porque saben que quien desvía el cauce de un río solo obtiene destrucción y caos.
Hay temas universales en las páginas de La ternura, pero también un tema que va anegando la paz de un hogar que está condenado a la guerra y a la represión.
En La ternura hay personajes arquetípicos como Aldo, el patriarca de la familia, bello y cruel a partes iguales. Hijo del más rancio libertinaje patriarcal. Un hombre que vive para aventar su propia violencia e inocularla en otros.
La ternura está llena de pasajes duros, pese a que la acción que presenta semeja a los movimientos de un animal lento que sabe que está fuera de cualquier lucha.
La ternura mezcla apoteósicas contradicciones con altruistas actitudes. Habla de dominación, de duda, pero también de progreso y proyección emocional.
La ternura es un latido a destiempo, ese último esfuerzo que se le pide a un corazón que alguien se he empeñado en masajear con profesionalidad cuando los demás lo han dado por muerto.
La ternura es un artefacto que desconecta al mundo del egoísmo extremo al que cada día se vincula más y más.
¿Pueden unas plácidas vacaciones entre dos compañeros de trabajo suponer un repaso exhaustivo al podrido siglo XXI? La respuesta es sí, y lo es gracias a la novela de Paula Ducay, a la generosidad de compromiso.
La ternura conforma un relato transparente, atractivo y luminoso, pero hay que tener muy en cuenta que el poder del misterio es exuberante en esta novela. Las palabras son esquivas con los interlocutores en muchas ocasiones y por eso Ducay necesita reproducir entre sus páginas un entramado de misterios capaces de eternizarlas en la memoria y en el día a día del lector.
Y en ella deslumbra la manera en que la autora trata los fracasos de sus protagonistas, como materializa esas sombras que han de tragar cada día para parecer los supuestos ganadores que son.
Hay tanta exactitud entre las paredes que mantienen en pie esta historia que el deseo, la pérdida o la incertidumbre se convierten en cuerpos que acompañan al lector, que transforman su pensamiento, que le llevan a cambiar su mentalidad y a idolatrar lo imperfecto.
La ternura es una novela llena de belleza y calma, pero no de la ternura que promete su título. El dolor que late en todas sus páginas hierve como lo hace la carne abierta del animal que ha caído en la trampa del cazador y agoniza sin que sus alaridos obtengan respuesta.
Una novela que forma parte de esa literatura caudalosa y profunda en la que no hay necesidad de malgastar palabras. Un coloso de cuerpo delgado, pero imparable musculatura que hay que leer, porque hay en ella una verdad que ha de ser tratada con esa empatía, ese cuidado y esa prestancia que requiere la presencia de una rara avis en un corral habitado por aves comunes.
Una novela que advierte de la grandeza que lleva implícita la duda existencial, la resistencia y el respeto bilateral entre los seres humanos. Esta novela restaña las fisuras del cordón umbilical que debe alimentar el futuro.
Una novela imprescindible.
‘La ternura’. Paula Ducay. Altamarea. 114 páginas.
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