La ultraderecha no es una opción, pero el Gobierno la tolera

La delegada del Gobierno Concepción Dancausa.

La delegada del Gobierno Concepción Dancausa.

La delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa.

Si hay algo que no se le puede disculpar a un político es la irresponsabilidad. Y la señora Concepción Dancausa, delegada del Gobierno en Madrid, puso en peligro, el pasado sábado, la libertad y la dignidad de una buena parte de la ciudadanía madrileña con su irresponsabilidad al permitir una manifestación neonazi.

Esa señora de la foto, la misma que prohibió la exhibición de la estelada en la final de la Copa del Rey porque podría generar disturbios, permitió una manifestación de la formación neonazi Hogar Social Madrid por el barrio de Malasaña, un barrio plural, diverso y, no lo olvidemos, con un importante número de negocios lgtbfriendly.

A la llegada de la manifestación a la plaza del Dos de Mayo, acompañada por lemas tipo “españoles sí, refugiados no” o vivas a Franco, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado desalojaron a empujones a una pareja de chicos que se besaban porque esa expresión de libertad, en un país y una ciudad con una legislación respetuosa con los derechos y libertades de la población lgtb, era una provocación. Por la noche, una vez finalizada la concentración neonazi, algunos de estos individuos circularon por las calles del barrio madrileño amedrentando y agrediendo a ciudadanos y negocios. La mayor parte de los negocios de la zona, con clientela gay, cerraron por miedo y por la responsabilidad de proteger a su clientela. Empresarios privados perdiendo la caja de un sábado noche por responsabilidad con sus clientes mientras la Delegada del Gobierno hace gala de su irresponsabilidad permitiendo que, en una democracia occidental del siglo XXI, haya ciudadanos que dejen de ejercer su libertad por miedo. De ahí a pensar que una mujer con minifalda debe cambiar su vestuario para impedir que la violen va un paso.

Algo no funciona en nuestro sistema si un ciudadano tiene que dejar de hacer uso de su libertad y sus derechos adquiridos para que otro ciudadano pueda mostrar libremente su homofobia o su desprecio por nuestros derechos.

Soy el primero que ha pronunciado y escrito cientos de veces la cita de Voltaire –“no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”-, pero sería una tremenda insensatez no aprender de la Historia. La ultraderecha, o extrema derecha, es una ideología que sobrevive en un estado democrático cuando su principal objetivo es la destrucción de la democracia. Supongo que son esas ruedas de molino con las que tenemos que comulgar aquellos que nos reconocemos demócratas. Lo que debería plantearse los sistemas democráticos y los Estados de Derecho es si, después de lo vivido y padecido durante el siglo XX, podemos seguir creyendo que un pensamiento que cuestiona la libertad, los Derechos Humanos, la igualdad o la solidaridad es una opción respetable. Porque, sinceramente, me parece mucho más antisistema toda la teoría que subyace bajo colectivos como Hogar Social Madrid que todo el entorno de partidos como Podemos (y lo digo yo, que he sido y sigo siendo muy crítico con ellos) y, sin embargo, es a estos últimos a quienes determinadas corrientes políticas han colgado el cartelito de ‘antisistema’ mientras, curiosamente, han permanecido en silencio ante la exhibición antidemocrática del pasado sábado.

España, un país que vinculó el terrorismo de ETA a una ideología de extrema izquierda nacionalista, reacciona de una manera intransigente e implacable ante cualquier acto, noticia e incluso entrevista que asocie el sistema democrático a esa ideología. Si aparecen las siglas ETA, aunque sea en una marionETA, el sistema se alarma y actúa sin detenerse un segundo en la legalidad de sus actos. Sin embargo, cuando ese atentado a nuestra democracia viene de la extrema derecha, no deja de sorprenderme la tranquilidad –inconsciente o peligrosa- con la que no se reacciona a una ideología históricamente mucho más dañina. Y no, la extrema derecha no cambia. La evolución no va con ellos. Las mismas razones que tuvieron en el siglo XX para detener, discriminar, agredir, encarcelar y asesinar son las mismas que manejan hoy. Y si eso no es antisistema, que venga alguien a explicarme la historia de nuevo.

No es un mal exclusivamente español. El triunfo de la extrema derecha en Europa es mérito, en gran parte, de las políticas económicas de la Unión Europea que solo han fomentado la falta de oportunidades y la desigualdad. El mismo caldo de cultivo que emplea el Estado Islámico para captar terroristas es el que emplea la extrema derecha para engrosar sus listas. Tienen paciencia. Van poco a poco. Porque si algo caracteriza a todas las ideologías ultraconservadoras es su mesianismo, su talante conspirativo y conspiranoico, y su fuerte carácter ultranacionalista.

Aunque en España haya casi una docena de formaciones de extrema derecha –no olvidemos que algunas personas con ese pensamiento militan en el Partido Popular-, es de los pocos países de Europa en los que no tienen representación parlamentaria. Pero también es el único país de Europa que ha vivido bajo una dictadura de extrema derecha durante 40 años, hasta que el dictador murió en su cama. Déjenme creer que al menos eso nos haya vacunado. Aun así, seguir creyendo que una ideología neonazi es una opción democrática respetable me parece un despropósito humanitario. No estamos hablando de opiniones contrarias a las nuestras; estamos hablando de deslegitimar la democracia desde una auténtica posición antisistema, de un carácter autoritario y antidemocrático, de políticas discriminatorias, racistas, sexistas, xenófobas, contrarias y represoras de cualquier expresión cultural o religiosa que no sea la suya.

¿De verdad es eso una opción? Entonces, ¿de qué han servido siglos de ilustración y pensamiento si estamos dispuestos a poner nuestro trabajo a los pies del terror y la opresión sangrienta? ¿Es razonable que el sistema democrático proteja y defienda a quienes desean destruirlo? En el siglo XVIII, cuando Voltaire pronunció esa frase, la Humanidad aún tenía que vivir algunos de sus episodios más crueles e indecentes. Hoy, echando la vista atrás, tal vez hasta el propio Voltaire pensaría que hay opiniones que no merecen ningún respeto.

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