La vanguardista Canarias africana de Martín Chirino

En primer término, la obra ‘Afrocán (23)’, bronce dorado de 2012 de la colección de arte Caja Canarias. A su lado, el hierro forjado ‘Viento (118)’, de 2007, de la colección Rafael Monagas. Ambas forman parte de la exposición ‘Afrocán. El oráculo del viento’. Foto: Manuel Cuéllar.

La Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino acaba de presentar el segundo volumen de la enciclopedia dedicada a preservar y estudiar la obra de uno de los artistas canarios más universales. ‘Afrocán. El oráculo del viento’ da título además a una exposición comisariada por el autor del libro, el historiador del arte Antonio Manuel González Rodríguez, en la que se muestra el universo artístico de Chirino en una etapa creativa en la que reivindicaba la africanidad de Canarias como punto de partida para un arte universal.

“Canarias está a 100 kilómetros de África. La existencia del canario-americano es un hecho histórico de gran significación. La presencia de África y América en Canarias es evidente”. Este es el quinto de los siete puntos del llamado Manifiesto de El Hierro que varios artistas canarios, entre los que se encontraba el escultor Martín Chirino, rubricaron en 1976 como “toma de conciencia de su realidad” como intelectuales y creadores del archipiélago español más alejado geográficamente de la península. Dos años antes, en 1974, Chirino daba a luz su primer Afrocán, una pieza que sería el germen de una serie que, como todas las de su creador, se agrandaría como una suerte de aria y variaciones hasta el día de su muerte a los 94 años, el 11 de marzo de 2019. Ese mismo día, el también canario Juan Cruz escribía su necrológica en el diario El País: “El más cosmopolita de los artistas canarios del siglo XX, de la estirpe de Manolo Millares, de Manuel Padorno y de Juan Hidalgo, era un titán de la arena y del hierro. Era un intelectual del arte; nunca renunció a sus raíces, las islas Canarias, a las que volvió siempre que pudo y donde deja una fundación que tiene su nombre”.

Jesús M. Castaño dirige esa fundación y está empeñado en que el trabajo de Chirino siga vivo y documentado más allá de las piezas que pueden contemplarse en plazas, calles y museos. El viernes pasado se presentó en Las Palmas de Gran Canaria el segundo volumen de la Enciclopedia Martín Chirino, del que Castaño es su gran impulsor, dedicado a ese periodo creativo conocido como Afrocán. Un fantástico libro que ha escrito Antonio Manuel González, historiador del arte y profesor emérito de la Universidad Complutense de Madrid. El primer volumen se publicó el año pasado bajo el título de Reinas Negras y contó, como este segundo, con la colaboración de la Fundación Azcona.

‘Afrocán (3)’ 1975, de Martín Chirino. Colección Azcona.

Paralelamente a la publicación de esta nueva entrega de la enciclopedia, se inauguró una exposición, comisariada por el propio González, que ocupa dos salas en dos espacios de la capital grancanaria: Casa África y la sala de exposiciones temporales anexa al Castillo de la Luz, sede de la Fundación Martín Chirino. Una muestra que contiene esculturas, dibujos, fotografías y documentos que aluden al periodo en el que la dictadura languidecía en España y nuevos caminos se ampliaban y bifurcaban: “Hay una búsqueda de libertad que hace temblar los pies de barro de la dictadura”, dejó escrito el propio Chirino.

Es curioso y significativo que Chirino llegara muy pronto, en 1958 –escasamente un año después de la creación del grupo El Paso, del que fue miembro fundador–, a la que se convertiría en la imagen más representativa del conjunto de su obra: la espiral. Fue con una escultura titulada El viento I, un tremendo hallazgo personal que impregnaría, en cierto modo,  casi toda su obra desde entonces y que en esta exposición dialoga con los posteriores Afrocanes. El propio Martín Chirino dijo: “Si desde París se había acuñado el término afroeuropeo, pensaba que afrocán resultaba idóneo; una voz que sonaba muy natural, pues no parecía un cuño de dos palabras superpuestas, sino que aludía a una: AfriCanarias”. Según escribe González en el segundo tomo de la Enciclopedia: “En estas nuevas esculturas, el artista pretendía establecer un discurso de proyección universalista en el que, partiendo de la espiral canaria identitaria y portadora de su condición insular, se coordinara con la esencia ancestral de la cultura africana, a través de una referencia explícita a las máscaras, como manifestación más palpable de su expresividad como pueblo. Con dicha forma y estructura, Chirino elevaba a símbolo universal su propuesta, a la vez que revelaba su condición más vanguardista”. Ese puente entre el primitivismo y el vanguardismo se tiende en la exposición con la inclusión de máscaras africanas y obras de otros autores como Julio González, Ángel Ferrant y Alexander Rodchencko.

Martín Chirino. ‘Cabeza. Crónica del s. XX’. 1986.

A principios de los setenta, Martín Chirino pasaba largas temporadas en Nueva York, trabajando en el estudio de la escultora Beatrice Perry en Southwood, en la margen este del Río Hudson, a medio camino entre las ciudades de Albany y Nueva York. Allí dejó una escultura en la tumba de Scott, el hijo de su amiga y anfitriona, que se yergue sobre el epitafio: las últimas cuatro palabras que en su último aliento pronunciara el príncipe Hamlet en la tragedia shakespeariana: “El resto es silencio”. De esta época es el germen de Afrocán en la mente del artista. Iba y venía de y hacia un país al que le quedaban pocos meses de dictadura franquista y, como si fuera una premonición, su espiral se agrandaba en un óvalo, como si el aire fuera la máscara y de su boca el viento se transformase en un grito de libertad.

Coincidiendo con El Manifiesto de El Hierro, Chirino realizó una exposición individual también titulada Afrocán en la Galería Juana Mordó de Madrid, que también está ampliamente documentada en la muestra que acaba de abrirse al público.

El Castillo de la Luz, sede de la Fundación Arte y Pensamiento Martín Chirino. Foto: M. Cuéllar.

Interior de la Fundación Arte y Pensamiento Martín Chirino. Foto: M. Cuéllar.

Una fundación de visita obligatoria

El Castillo de la Luz es una edificación mítica para todos los canarios. Es la fortaleza defensiva más antigua de Canarias y fue construida hacia finales del siglo XV junto al puerto de Las Palmas como defensa para los barcos que hacían parada obligatoria en su regreso a España desde el continente americano. En 1941, el edificio se declaró Bien de Interés Cultural y más tarde fue remodelado para albergar un espacio expositivo por el prestigioso estudio de arquitectos Nieto y Sobejano. Desde su inauguración en 2015, ha sido la sede de la Fundación Arte y Pensamiento Martín Chirino y alberga una colección permanente que, elegida por el propio Martín Chirino, supone una inmejorable muestra de su legado artístico. Contiene obra en hierro, fundición en bronce, obra gráfica y dibujo. Tanto el edificio como su situación, la impresionante remodelación y su delicado contenido lo convierten (junto al Centro Atlántico de Arte Moderno, del que Martín Chirino fue director desde su inauguración en 1989 hasta 2002), en un lugar de visita obligatoria para todos los amantes de la escultura y el arte contemporáneos.

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