‘La vida breve’ en el Real: cuando ‘el hipertexto’ no deja ver a Falla
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Sara Jiménez en el papel de La Madre, durante la segunda danza de ‘La vida breve’, de Falla. Foto: Javier del Real.
El Teatro Real acaba de estrenar un nuevo programa doble en el que se propone unir las óperas ‘La vida breve’ de Manuel de Falla con ‘Tejas Verdes’ (estreno mundial) de Jesús Torres no solo en la misma velada, sino también en la misma producción por medio de un «hipertexto» creado por su director escénico, Rafael R. Villalobos. Sale mejor parada la propuesta de Torres, que logra desplegar todo su terror y dureza, mientras que la obra de Falla termina seriamente trastocada por ese ‘pegamento’ que en ocasiones la complica tanto que pareciera necesitar un manual de instrucciones para poder ser entendida.
El libreto de la La vida breve de Carlos Fernández Shaw está basado en un poema alargado, también de su autoría, en el que se cuenta la triste historia de Salud, una gitanilla seducida y engañada por un señorito payo, Paco, que acaba casándose con una mujer adinerada de su mismo rango social. Salud, al descubrirlo, muere de pena. Un drama sencillo y conciso. Sin mayores pretensiones.
Rafael R. Villalobos, director de escena que firma esta producción, escribe en el programa de mano: «Utilizando la propia cualidad líquida del tiempo en Tejas verdes, donde las realidades temporales se solapan, los personajes de ambas fábulas [La vida breve y Tejas verdes] se entremezclan para crear un hipertexto que engloba ambas obras». En principio, puede parecer una buena idea, pero es sin duda arriesgada y, visto el resultado, el drama de Falla termina sepultado en una avalancha de ese hipertexto. Es complicado encontrar un pasadizo por el que los personajes de esta ópera compuesta en 1905 interconecten con Tejas verdes, de Jesús Torres, escrita y estrenada exactamente 120 años después de aquélla. Pero no solo las separan más de un siglo, también el lugar en el que se desarrollan: Granada y Santiago de Chile, y la época en la que los acontecimientos que cuentan tienen lugar: principios del siglo XX en el caso de La vida breve y la dictadura de Pinochet entre los años 1973 y 1974, por más que el libreto de Fermín Cabal se quiera desprender de cualquier referencia temporal.
Es cierto que ambas óperas pueden compartir un punto de partida conceptual: dos mujeres que mueren por amor y que están presas en dos cárceles muy distintas: Salud en la cárcel de la lucha de clases y Colorina en el menos conceptual campo de detenidos de Tejas Verdes que da nombra a la ópera. Sin embargo, esa especie de puerta que trata de abrir Villalobos entre Chile y Granada y viceversa supone que el público que acude al teatro se vea bombardeado por una serie de decisiones dramatúrgicas que no sólo le sorprenden, sino que convierten, sin querer, el resultado en una propuesta más hermética que otra cosa. La puesta en escena de Villalobos carece en muchos momentos de empatía con un público que se ve obligado a tener que realizar un buen trabajo de investigación previo para ser capaz siquiera de encontrar el hilo por el que empezar a deshacer la madeja de sus ideas. Porque no solo despista el hipertexto, también los añadidos: como la decisión de ¿desdoblar? el personaje de Salud en una bailaora a la que se llamará La madre, personaje que no existe en el original. O la decisión de embarazar a la protagonista; suponemos que el padre será el propio Paco, aunque nunca se nos explica en la función, tal vez con la intención de hacer más creíble que Salud muera de mala salud más que de amor. O convertir a los gitanos de la fragua en una especie de turba de fascistas de camisas de transparencias negras y pantalones de faena también negros que bailan dando tanta información como si hablasen. Saludos a la romana o a lo Elon Musk incluidos, sutilezas las justas.
Hasta la escenografía despista. No la elección de las dos obras de Soledad Sevilla, Insomnios, para el gigantesco telón transparente y las paredes de flores rojas de Leche y sangre, pero sí esas construcciones que parecen más de diseño nórdico que del propio Albaicín granaíno. Obvio que Villalobos nos quiere transmitir que tanto la casa de Salud como el campo de concentración de Tejas Verdes son las dos caras de la misma prisión. Por eso las mezcla premeditadamente, una vez más con mejor resultado para la obra nueva que para la que ya tenemos en el imaginario colectivo. Y no es que este cronista esté solicitando un costumbrismo o manierismo en un alarde de ranciedad sin destilar. Simplemente un poco de coherencia que, sobre todo, ayude al público que ha comprado su entrada a no sentirse perdido o idiota al no comprender gran parte de lo que está ocurriendo sobre las tablas.
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Alejandro del Cerro (La voz en la fragua) y Ana Ibarra (La abuela). Abajo, bailarines y Natalia Labourdette (Colorina) en uno de los hipertextos de ‘La vida breve’ de Falla. Foto Javier del Real.
¿Era necesario, por ejemplo, que en la danza segunda la bailarina llamada La madre, que curiosamente lleva el mismo vestuario que Salud, sea golpeada, vejada, sacudida, casi violada y que termine muerta de una paliza por una especie de manada de hombres incontrolados que lo mismo zapatean que desfilan bajo palio al paso de la oca? ¿Nos trata de explicar Villalobos que la madre de Salud fue asesinada por una manada feroz de hombres sin escrúpulos y que eso marcó a su hija para toda la vida en sus relaciones con los hombres? ¿Nos trata de decir el regista que Falla se equivoca y que las mujeres no pueden morir de tristeza, sino que tienden, más bien, a morir siempre de una sobredosis de hetero-patriarcado?
Casualmente, la noche anterior a asistir a esta representación del lunes 17 de febrero (me fue imposible cumplir con la cita de la función de estreno el día 13), vi en La2 de TVE un documental sobre el tenor grancanario Alfredo Kraus, al que denominaban «el último romántico», en el que todos sus allegados, hijos, amigos, alumnos… coincidían en que el maestro había muerto literalmente de pena tras la muerte de su mujer dos años antes. Se puede morir de tristeza, aunque no esté de moda o parezca una cursilería. Se puede.
Y parece que la cosa se extendiera hasta el foso. La travesía entre una ópera y otra también se nota en lo musical. La dirección musical de Jordi Francés ha pulido la música de Falla y no sirve una versión manierista o folclórica de la partitura, sino más bien la visión más impresionista o tardo-romántica de La vida breve. Uno de los momentos más emocionantes de la noche fue la interpretación del cante por soleares de María Marín en el primer cuadro del segundo acto. Otro cambio sobre el original que suele cantar un hombre. Sin embargo, la solemnidad y dramatismo que supo imprimir Francés a Tejas verdes fue absolutamente efectiva dejando al público entre la ansiedad y la congoja. Las vicisitudes de los seis personajes femeninos de la ópera de Jesús Torres son tan duras que hubo un goteo incesante de personas que abandonaron el teatro al no poder soportar la crudeza de algunos textos e imágenes que se representaban sobre el escenario. Como ese niño al que rompen los huesos de la mano con un cascanueces para hacer hablar a su madre. O esa especie de doctora Mengele, negacionista de las desapariciones y las torturas, de las violaciones y las heridas de bala, que en un cordel va tendiendo mechones de pelo arrancados a sus víctimas para que se sequen al aire. “Los muertos son como los fetos que se crían en el vientre de la tierra”, canta la enterradora. O la delatora que justifica su mezquindad en la buena voluntad, puesto que su delación llevará a Colorina «junto a Miguel, su amado». Estaba segura de ayudarla, de que la soltarían, de que no le pasaría nada, pero las cosas siempre se tuercen. Y, por supuesto, ella no es la culpable, sino la propia víctima «por solicitar unos partes de lesiones” que torcieron la huida.
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La Doctora, saludando a lo nazi en Tejas Verdes. Foto: Javier del Real.
En resumen, nos encontramos ante un interesante programa doble en el que, contra todo pronóstico, la ópera contemporánea sale mejor parada que el clásico de Manuel de Falla. En cuanto a los cantantes, Adriana González, en el papel de Salud, cantó con delicadeza y verdad, pero con una dicción insuficiente que hacía imposible seguir su papel sin leer los subtítulos. Natalia Labourdette, como Colorina, utilizó su angelical voz para imprimir todo el dramatismo a la injusticia de su situación. El coro, tanto en Falla como en Torres, estuvo imponente. Desde dentro o desde fuera, este coro siempre hace subir enteros a lo que ocurre en escena cuando ellos y ellas cantan.
La obra es dura y difícil (en cierto sentido me hizo recordar algunos momentos de La Pasajera de Mieczysław Weinberg , otra obra que aborda la ignominia humana). Pero, al mismo tiempo, sobrecogedora. Y necesita ser también un poco optimista, aunque la historia se empeñe en no estar de acuerdo con ella. Se canta en Tejas Verdes que “los tiranos llorarán sangre avergonzados ante la magnitud de sus crímenes”, sin saber que los tiranos carecen no sólo de vergüenza, sino de la capacidad de asumir que sus actos han sido terribles y de consecuencias devastadoras.
Lo que será imparable es que, cumplido el mal, rematado el ultraje, «entonces se escuchará el estrépito insoportable del silencio».
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Noticias musicales de febrero de 2025 | Beckmesser
Por Noticias musicales de febrero de 2025 | Beckmesser, el 20 febrero 2025
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