Las cosas van tan mal que la ‘ecoansiedad’ ya no tiene sentido
¿Por qué los ecologistas podemos estar cada vez más tranquilos? He de confesar que, tras casi cuatro décadas muy preocupado por la protección del medioambiente, vivo esta situación como una liberación. Se me ha quitado la ‘ecoansiedad’. No voy a dejar de trabajar por un planeta sano para las generaciones futuras, pero me libero de la necesidad de ver grandes resultados. No aspiro a salvar el mundo. Me conformo con entenderlo. El capitalismo salvaje nos ha conducido a esta trampa. Pero no seamos ilusos, porque ni se va a reformar a sí mismo ni podemos matarlo; solo podemos dejarlo morir. La manera de hacerlo es intentar colaborar lo menos posible con él.
En las últimas semanas los científicos nos han contado que se ha producido la primera fuga de metano en el lecho marino del hemisferio sur, que en el Ártico los incendios de 2020 emiten más carbono que nunca, que en la Antártida y en Groenlandia la pérdida de las capas de hielo sigue los peores escenarios, que en Siberia este verano se ha batido el récord de temperatura máxima y comienza a liberarse el metano contenido en el permafrost, que 2020 marca también máximos en los incendios en la Amazonia, los cuales se suman a los de California y Australia…
Paralelamente, siguen apareciendo noticias sobre inversiones en hidrocarburos y recursos minerales: en el Ártico crecen las tensiones internacionales a cuenta de la explotación minera y rusos y franceses estudian colaborar en un gigantesco proyecto gasista, que aprovechará las nuevas rutas que el deshielo abre; la compañía francesa Total pretende construir un oleoducto que atravesará importantes espacios naturales africanos; Grecia y Turquía se enzarzan en el Mediterráneo por las prospecciones de los turcos… No es este sector el único que trata de nadar y guardar la ropa. Al escribir mi reciente libro ¿Sosteni…qué? busqué las previsiones futuras a nivel mundial de industrias como la cementera, la del aluminio, la de telefonía móvil, la química y otras. Todas proyectan crecimientos muy importantes a medio plazo; ninguna se plantea frenar: producirán más y más, aunque harán magia para conseguir hacerlo de modo “sostenible”.
La Agencia Internacional de la Energía pronostica una sustancial participación de los combustibles fósiles en el mix energético mundial durante las próximas décadas y advierte de que la transición energética no estará exenta de tensiones, debido a la enorme necesidad de minerales estratégicos que requiere la electrificación de la economía. Estos minerales se concentran en pocos países, siendo China el que alberga las mayores reservas. Por su parte, Naciones Unidas afirma que los compromisos de reducción de emisiones son insuficientes y hay que quintuplicarlos. Todos estos hechos presagian un agravamiento de la emergencia ecológica y, en particular, del calentamiento global.
Para animarnos a pesar de este panorama, en su último informe Perspectivas Ambientales del Mundo, la ONU aporta soluciones tan audaces como poner un impuesto mundial al carbono e invertir su recaudación allí donde más falta haga, que no será necesariamente donde más se recaude. Sin embargo, la realidad es que no somos capaces ni de poner un impuesto global a las tecnológicas ni de eliminar los paraísos fiscales, que son cosas más sencillas. Y recordemos la que liaron los chalecos amarillos franceses por un impuesto al combustible. Naciones Unidas propone también restaurar 450 millones de hectáreas de terreno y conservar otros 1.300, pero ya vemos el ritmo al que arden los bosques más grandes del planeta.
En resumen, la respuesta a la pregunta de la primera frase es, simplemente, porque las cosas van tan mal que la ecoansiedad ya no tiene sentido. Me siento afortunado: cuando muera habré vivido la mayor parte de mi vida en un planeta con unas todavía buenas condiciones de habitabilidad. Me temo que no podrán decir lo mismo quienes ahora tienen 20 años. Debido al deterioro ambiental y a la explosión demográfica, se van a encontrar con que cada vez son más en casa y que la casa está cada vez peor. A ver cómo se da la convivencia dentro de dos o tres décadas. Lo suyo es mala suerte. Por si les consuela, pueden pensar que lo de los nacidos a finales del s. XIX y principios del XX que soportaron las dos guerras mundiales quizás fuera más trágico. La historia dirá…
Mi consejo es que adoptéis una actitud estoica, preparándoos para lo peor mientras actuáis serena pero decididamente para que no ocurra.
Sí, he de confesar que, tras casi cuatro décadas muy preocupado por la protección del medioambiente, vivo esta situación como una liberación. No voy a dejar de trabajar por un planeta sano para los niños, los jóvenes y las generaciones futuras. Pero me libero de la necesidad de ver grandes resultados. En realidad, no necesito resultados; sólo la seguridad de que obro conforme a mis convicciones. Es karma yoga. No aspiro a salvar el mundo. Me conformo con entenderlo.
Y porque creo que lo entiendo, sé que si todos hiciéramos el esfuerzo de entenderlo conseguiríamos también comprender que realmente otra visión de la vida es posible y no estamos predestinados a que el mundo lo conduzcan la ignorancia, la codicia y la agresividad.
Una actitud empática hacia los demás y hacia la Vida reduce la propensión al conflicto y también al consumismo. El cerebro humano tiende de modo espontáneo a la empatía si se desarrolla en un entorno adecuado, lo cual atañe al modelo educativo, a la familia y a la sociedad. Esto es de sentido común y, además, está en vías de demostración por la ciencia. Tomarlo en consideración tendría un corolario muy potente: un sistema en el que se sacraliza la competencia no favorece ese correcto desarrollo del cerebro sino, más bien, lo contrario. El ser humano está tan preparado para colaborar como para competir, y darle más importancia a una u otra conducta depende de cuál de las dos deseemos potenciar más.
Este capitalismo tan desregulado y salvaje y los valores y enfermedades sociales que promueve nos han traído esta situación. Pero no seamos ilusos, porque ni se va a reformar a sí mismo ni podemos matarlo; solo podemos dejarlo morir. La manera de hacerlo es no colaborar con él. Para conseguirlo debemos hacer un consumo más reducido y responsable, ser socialmente activos y tener muy claro a quién le damos nuestro voto. La sociedad no cambia si no cambiamos nosotros, y el único cambio sólido es el que se realiza en el interior de cada persona.
Miguel Á. Ortega es presidente de la ONG Reforesta. Autor del libro ‘¿Sosteni…qué? Sostenibilidad (o el reto de transformar la mente humana)’.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
Comentarios
Por Luis Alberto German, el 20 septiembre 2020
«Mi consejo es que adoptéis una actitud estoica, preparándoos para lo peor mientras actuáis serena pero decididamente para que no ocurra».
Ok de acuerdo. Sería la misma tesis que defiende nuestro gran Jorge Riechman. Algo así como «Resistir es vivir» parafraseando la antigua consigna del presidente Juan Negrín en la Guerra Civil.
Por Jordi, el 22 septiembre 2020
Molt bé
Por Cómo nacen palabras como átomo, zoonosis, DANA, ecoansiedad, el 22 octubre 2023
[…] nuevos para nuevas situaciones, como la solastalgia, que es el dolor de ver destruido el paisaje, la ecoansiedad, los tecnofósiles, el propio cambio climático, la […]