‘Las Horas’: tres mujeres mirando la vida a la cara
Tres mujeres en la cama parecen dormir, pero están despiertas. Tres mujeres frente al espejo. Tres mujeres a las que les cuesta dar comienzo al día, continuar su vida. Mientras el tiempo pasa, sólo quedan ‘las horas’. En 2002, Stephen Daldry dirige Las Horas (The Hours), un guión de David Hare basado en la novela ganadora del Premio Pulitzer de Michael Cunningham, a partir de una mujer que marcó el feminismo, Virginia Woolf. Profundamente conmovedora, hermosamente dirigida, hábilmente montada, brillantemente escrita y soberbiamente interpretada, todo en esta película gira en torno a la condición humana.
“Tú me has dado la mayor felicidad posible, has sido todo lo que alguien puede ser para otro. Te debo toda la felicidad de mi vida. En mí ya no queda nada salvo la certeza de tu bondad”. Y aun así, ¿es esto suficiente?
Las Horas supone una experiencia enorme repleta de significados, tantos que merece la pena revisitarla de vez en cuando para descubrir las recompensas que afloran entre cada una de sus ideas, el contenido profundo que el director y su historia nos regalan en cada plano, en cada diálogo, en cada interpretación.
Nicole Kidman interpreta a la escritora Virginia Woolf, trabajando en el primer borrador de La Sra. Dalloway, su obra maestra, “exquisita y soberbiamente construida”, como la calificó E. M. Foster. Escrita por Woolf en 1925, tiene lugar en un día durante el cual una mujer desayuna, compra flores y se prepara para celebrar una fiesta. La primera historia en Las Horas muestra a Virginia Woolf escribiendo sobre esa mujer; la segunda se centra en Laura (Julianne Moore), una mujer de los suburbios de California aparentemente corriente, leyendo el libro; la tercera en Clarissa (Meryl Streep), una editora neoyorquina en los años 2000 comprando flores después de haber dicho una de las famosas líneas del libro.
Las tres historias de Las Horas comienzan en el desayuno, implican preparativos para fiestas y acaban en tristeza, como en el libro de Woolf. Todo parece girar en torno al personaje ficticio de la Sra. Dalloway, quien muestra una máscara de valentía frente al mundo pero que en realidad se encuentra sola. Está sola, absolutamente sola, encarcelada entre los barrotes de su pensamiento, de sus sentimientos, de sus emociones, de sí misma. Deshabitada, sin rumbo y alejada del amor y la felicidad que afana. Del deseo.
Un tríptico absorbente, profundamente filosófico. La película del director Stephen Daldry está habitada por mujeres de mentes nobles pero complejas, torturadas, brillantes frente a la esterilidad de su existencia y asfixiadas por los remordimientos de no saber encontrar el sentido de su respirar. El sentimiento trágico de la vida, que, vivida de hora en hora, se desplaza sin entenderlo tras la ansiedad y el pavor a no comprender el porqué de ella. La sensación de no pertenecer a los otros, de no pertenecer a la vida.
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Mujeres ahogándose bajo deseos frustrados, bajo la fugacidad de la felicidad, bajo la idea de suicidio. La insatisfacción del consuelo, del amor, del tiempo pasado, del tiempo por venir. De las horas compartidas, de las horas perdidas. La muerte, la vida.
Las Horas, una historia feminista hecha por hombres (quién sabe si se equivocan) bajo el paraguas de Woolf, la enorme escritora, lesbiana y precursora, que escribió un pequeño libro titulado Una habitación propia (A Room of One’s Own) que en cierta forma inició el feminismo moderno con tan solo observar que en el transcurso de la historia las mujeres no tenían una habitación propia, sino que estaban de guardia en una casa ocupada por sus esposos y familias. Algo tan simple como eso que ha hecho falta tanto tiempo para comprender: que las mujeres deben tener su propia habitación, su propia vida.
Las horas de tres mujeres atemporales y de la agonía que refleja su paso, aun hoy en día no completado, no completo. Una pasión que disfrazamos a veces de compasión, de experimento, incapaces de claudicar ante una verdad tan cierta.
Elegante, conmovedora, valiente, Las Horas es más que un entretenimiento. Hay que verla y recordarla para poder hacer paralelismo con nuestra existencia, extrapolar las inquietudes de sus personajes con los nuestros y desear que llegue el día en que la frase de Woolf no sea necesaria: “Alguien tiene que morir para que los demás podamos apreciar la vida”.
Espero que la busquen, la encuentren y la vean; pasarán un rato hermoso y profundo, y aprenderán junto estas mujeres de celuloide y junto a las que tienen cerca, a su lado, a “mirar la vida a la cara”. “Siempre hay que mirarla a la cara y conocerla por lo que es. Así podrás conocerla, quererla por lo que es y luego guardarla dentro”. Felices horas.
Programa de radio de RNE “mujeres malditas” sobre Virginia Wolf.
Comentarios
Por Olga, el 10 enero 2020
Me encantó esta película. No podía haber una mejor manera de comentarla, este artículo me ha vuelto a llevar por emociones y conclusiones que experimenté en su momento y a la vez me ha descubierto otras. Gracias por esta selección.