‘Las madres no’, la maternidad no es inofensiva y puede convertirse en cárcel
Una madre ahoga en la bañera a sus gemelos. Otra madre busca entender por qué lo ha hecho. ‘Las madres no’ es una reflexión distinta, dura, sobre la maternidad. Su autora, Katixa Agirre (Vitoria-Gasteiz), nos lanza una pregunta como una bofetada: ‘Si como mujeres somos distintas, ¿por qué hemos de ser iguales como madres?’. No es agradable acceder al laberinto que construye la autora, a la soltura y la solidez emocional con que narra el horror del infanticidio para acercarse a lo que tantas veces es un tema tabú: la maternidad no es inofensiva y puede significar una cadena perpetua. Otra valiente apuesta de la editorial Tránsito.
Podría empezar diciendo muchas cosas de La madres no, pero comenzaré señalando que es un libro espectacular, tan distinto de todo lo leído que asusta guardarlo en la memoria. Tan audaz, tan feroz, tan dinámico, tan luminoso a pesar de la tragedia que lo alimenta.
Es un río tan caudaloso que no hay océano que sea capaz de acogerlo entre sus aguas sin que modifique su silueta. Te atrapa como atrapa un tornado a una casa que ha estado en pie durante siglos. Su realidad es un espejo que muestra nuestra cara, nuestras dudas, remordimientos, deseos y fantasmas en una enumeración escandalosa y milimétrica. Y es al mismo tiempo un refugio que protege todas esas palabras que al decirlas en público el receptor solo se atreve a acogerlas como salvadores silencios.
Las madres no es una reflexión distinta sobre la maternidad, es ver a una Dorothy Parker con trastornos de sueño que abandona Nueva York para instalarse en Bilbao. Es desafiar la supremacía de Capote y superar el oneroso eco de A sangre fría. Es desplegar la venganza extrema sobre la piel helada de toda la sociedad y ratificar que hay árboles genealógicos que a pesar de su perfección son auténticos páramos. Es transformar a Medea, darle una palmada en la espalda y convertirla casi en una santa de manos tibias. Las madres no es un testamento que compromete y que también libera. Es revelar que la maternidad no es inofensiva, y es nombrarla como a una asesina silenciosa, como una manipuladora que crea monstruos o madres sumisas. Como una cadena perpetua que nos esquilma.
Katixa Agirre (Vitoria-Gasteiz) es una alquimista que nos llena el futuro de respuestas y que lanza una pregunta totalitaria que nos corta la carne: Si como mujeres somos distintas, ¿por qué hemos de ser iguales como madres?
No es agradable acceder al laberinto que construye la autora, al triángulo de cuerpo espeso y secretos que se convierten en sombras dispuestas a cambiarte la vida (Alice/Jade, Lea y la narradora), en el que se habla sin tapujos de los niños que sobreviven a la violencia doméstica, de la infancia asesinada por los golpes del padre contra la madre. No es fácil acceder a la vida cuando la más incomprensible de las violencias ha elaborado un sofisticado muro contra el que el niño, al hacerse adulto, está condenado a chocarse. Agirre sabe que las malas infancias deforman, arrasan y convierten en otros a los damnificados si no son capaces de usar la memoria para otra cosa que para autocompadecerse.
Agirre nos transforma mientras vamos leyendo, nos convierte en faquires y nos llena la boca de fuego y nos atraviesa con multitud de espadas. Nos hace coleccionar heridas. Su plasticidad es escabrosa y a la vez sublime. Y tiene su punto álgido al comienzo de la segunda parte. Un punto de partida espeluznante en el que la soltura y la solidez emocional con que narra el horror del infanticidio te estrecha la garganta hasta convertirla en un pozo sin salida.
Las madres no es la historia de un descubrimiento, la resolución de una acción que se presenta como un deseo y que a la larga no es más que una imposición de lengua lenta que siempre acaba convenciendo y venciendo a las mujeres para que acepten todos los preceptos que se esperan de ellas y del sexo al que pertenecen. Es una cavilación que encubre palabras y reflexiones que albergan auténticas jaurías metafísicas. Es reivindicar el espíritu de María Zambrano cuando dijo: «Juego y seriedad no son incompatibles». Es saber que un día muy cercano el patriarcado será el ratón errante encargado de hacerle una ininterrumpida felación al gato.
Agirre, tan concreta, también fabula, pero se pega a la realidad con esa abrumadora irreverencia con que se pega una gota de agua sobre la boca de un sediento.
Leer Las madres no es atravesar un invierno en el que los árboles se convierten en cilicios. Es abrir en canal la amistad, el pasado, el futuro, la sociedad, la maternidad, la sororidad. Es hacerle una lobotomía a lo políticamente correcto hasta lograr que le haga una reverencia al neurocirujano que ha jugado con él a la ruleta rusa.
No dejen de leerla porque Las madres no es una llama que quema e ilumina. Es el verso áspero y sublime que nunca soñamos entregarle a nuestro porvenir.
‘Las madres no’. Katixa Agirre. Tránsito Ediciones. 202 páginas.
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