“Las personas más fascinantes que he conocido viven en las selvas”
Aunque nació en los 70, la vida de este intrépido gallego parece más propia de aquellos exploradores del siglo XIX que buscaban las fuentes del Nilo. Manu López demuestra que el espíritu nómada, el gozo del descubrimiento y la naturaleza virgen no han muerto, y que ese mundo salvaje de misterio y aventura que creíamos extinguido sigue existiendo y es, de hecho, el mundo real frente a ese otro mundo virtual y consumista que nos ha domesticado en las sociedades modernas. Sus ganas de descubrir le llevaron a enrolarse muy joven en un velero y a vivir en distintos países, desde las playas de Brasil al desierto del Sáhara o las selvas del Congo. Y su amor por los libros y la naturaleza le hace contarlo ahora con una curiosa mezcla de erudición y pasión.
En busca de su propio Walden, Manu López también se convirtió en un experimentado guía de expediciones, siempre al acecho de nuevas rutas por los rincones más remotos del planeta para su agencia de viajes «de autor”, un proyecto que por ahora ha aparcado.
En plena cultura de la imagen y el espectáculo, del exhibicionismo digital y los youtubers, cuando mitos como el Everest parecen agotados y se masifican de turistas o islas recónditas sucumben a exóticos reality shows, cuando hasta el riesgo se convierte en señuelo para el entretenimiento en programas de supervivencia, todavía encontramos a personas que velan como las vestales por el fuego virgen del planeta, desde el anonimato, sin publicitarlo ni hacer un show de ello. Personas como Manu, que se declaran puristas y huyen de la sobre-exposición en redes, quizá por respeto a la intimidad en que esos lugares y gentes siempre han existido.
Hablamos con Manu unos días antes de zarpar en invierno en su barco atracado en Baiona (Pontevedra), que aprovisiona para cruzar el Atlántico a vela y con sextante. Este viajero nato habla 10 idiomas y ha sobrevivido a 10 malarias, conoce de cerca lo que significa la deforestación de la selva o el tráfico de marfil, ha sido detenido en África acusado de espía o despedido en un aeropuerto de Nepal por miembros del gobierno, en agradecimiento tras levantar desde su moto una red de apoyo por las aldeas afectadas en los terremotos de 2015. En sus ojos el mundo se ensancha y parece más grande e indómito de lo que los medios nos han hecho creer.
¿Cómo es eso de embarcarse para cruzar el Atlántico a vela y con sextante?
No se la puede considerar navegación extrema, que ya sería navegación en solitario, pero en mi caso sí que es una preparación para hacer grandes travesías en solitario. Cuando vamos solo dos es muy parecido, porque al final en las guardias el otro está durmiendo: hay presión psicológica, condiciones duras, no puedes forzar demasiado el cuerpo… Pero cruzar el Atlántico en invierno no es tan complicado porque el viento es un viento noble. Eso sí, tienes que cuidar el barco al máximo e ir todo el rato pendiente de no forzar nada demasiado. Tienes que ser uno con el barco, lo cual es una parte muy bonita. Puede sonar un poco espiritual, pero el barco coge otra dimensión, se vuelve un ser vivo que tienes que estar escuchando todo el rato.
¿En qué sentido va a ser navegación tradicional?
Llevamos motor y teléfono satélite, pero como procedimientos de emergencia. El combustible es exclusivamente para la entrada y salida de puertos. Nuestra idea es hacerlo todo lo más purista posible. Navegación con sextante, que a mí me apasiona navegar con las estrellas y el Sol.
Mucha gente cuando lea esto se preguntará qué ganas renunciando al «progreso» o qué sentido tiene sacrificar seguridad y confort.
Lo de la seguridad lo podríamos discutir. Yo confío mucho más en mis velas y en el viento que en un motor. Entiendo que alguien lo vea como menos seguro…
Quizá por la confianza cultural que hemos depositado en esa idea de progreso o en todo lo tecnológico. Es un sesgo, pero también entiendo que para gente experimentada no sea así.
Mira, navegar a vela te diría que es el medio de transporte por excelencia de la humanidad. Llevamos haciéndolo miles de años. Fíjate si es una tecnología testada. Evidentemente la mecánica y la electrónica son ayudas, pero yo confío más en todo lo que sea manual, visible. Y luego, también, cuanto más complejo sea tu sistema tecnológico más complicado es de reparar en el mar. Por otro lado, me parece muy importante mantener estas habilidades. Tengo la impresión de que nos estamos volviendo cada día más bobos. Como sociedad sí puede ser más desarrollada, aunque esto tiene muchos matices claro, pero la tecnología tiene este peligro: que tanto física como mentalmente tenemos tantas muletas que dejamos de realizar actividades muy humanas.
Así que no solo es por el romanticismo, que sí que lo hay, desde luego, sino que también hay una defensa de lo que somos en realidad. Y de mantener eso vivo y ágil. Y mira, por volver a la navegación con sextante, que es una navegación preciosa y muy exacta: es que además nos da una relación con el Cosmos, con el cielo, con los astros, con el movimiento de la Tierra… Te ayuda a tener una comprensión de dónde estamos. Quitando a los muy viejos en la costa, donde vivo ahora, la gente urbana ya no sabe ni de dónde viene el viento, ni las fases de la luna, y esto son cosas muy básicas. Sin entrar en cómo funciona el firmamento o el movimiento de los astros, me parece algo precioso y muy útil. Te insisto en que a mí, por lo menos a nivel personal, me ayuda a sentirme en el mundo. A entender en qué mundo estoy. Estar entre cuatro paredes y mirando una pantalla todo el rato para mí se acerca mucho más a la irrealidad que a la realidad. Las aventuras y travesías que hice por la selva en mi caso van por ahí, por intentar acercarme a la realidad. A dónde estamos y a lo que realmente somos.
Si me enrollo, dímelo, que estos temas me fascinan.
Para nada, a mí también. De hecho, quería preguntarte por ellos, así que la entrevista va sola. La lleva el viento. ¿Cuándo empezaste a navegar?
Yo empecé a navegar de chaval. Hice una travesía atlántica ya cuando tenía veinte y pocos años; estuve navegando por el Caribe, y era la carrera que iba a tomar… Pero entonces se cruzó África en mi camino.
¿África? Leí en algún artículo sobre tu etapa africana y el proyecto Mawu. ¿Qué es?
Mawu de hecho es una diosa africana, del Este de África, la madre de todos los dioses. Por eso escogí ese nombre. En Brasil la llaman Yemanyá, es la madre de todos los Orishás. Está muy ligada a Mawu, y de alguna manera a Gaia, en Grecia, a esa visión del Cosmos como algo femenino, madre de todas las cosas. Siempre veo el Universo un poquito más como madre. Y bueno, Mawu, no sé si la palabra adecuada es empresa, pero fue una manera de organizar expediciones por los lugares más remotos de África, buscando esos grandes espacios naturales que ya solo encuentro en el océano, en montañas muy particulares, o en las selvas de África. Fue una búsqueda personal de dónde están esos sitios, y luego lo que hice fue llevar a gente a esos sitios. Intenté siempre que fuese el mínimo número de personas. He hecho expediciones de hasta 40 días por las selvas del Congo, con un poco más de supervivencia… Me acabé especializando sobre todo en las selvas del Congo, República Centroafricana, Gabón… Es verdad que también recorrí Chad, Sudán… Siempre buscando espacios salvajes. Lo más bonito y lo más increíble que he vivido en mi vida. De hecho, de niño puedes tener mucha imaginación y todos queremos ser, o yo por lo menos quería ser pirata o astronauta, y al final mira, lo cumplí bastante. Pero no me hubiera imaginado que iba a ver todo lo que vi después.
¿Y cómo tomaste ese camino? ¿Fue por tu formación?
A veces lo pienso y te digo de verdad que no lo sé, si es la vida que te va acercando a lo que siempre has tendido. Pero tengo que reconocérselo también a las personas más importantes de mi vida: mis padres. Ellos me hicieron viajar desde niño, me regalaron hablar con fluidez en cuatro idiomas a la edad de diez años, me abrieron las puertas de todo para que yo pudiera elegir libremente, me educaron en el amor por el conocimiento y los espacios naturales. Nada de lo que yo soy es sin ellos. Yo leía mucho, escribía mucho desde muy joven. Ya sabes que leer mucho y leer de muy joven es muy malo… (Risas). Al final depende de cómo seas, te genera unos sueños y te hace ver que es posible, que hay personas que lo han hecho. Yo de hecho escribía de muy jovencito y me veía más como escritor. Pero eso te hace soñar y querer tener muchos oficios: ser leñador, ser pescador, aprender muchos idiomas…
Más que viajar lo que yo busqué siempre fue vivir en lugares. Había hecho un gran viaje por todo el Oeste de África, así que lo que hice luego fue mudarme allí. El primer país africano donde viví fue Etiopía. Y mi manera de vivir allí fue trabajando como guía en las montañas: llevaba grupos de viajeros españoles. Hasta entonces en los años de primera juventud tuve trabajos en distintos países para poder conocerlos desde dentro. Navegando, pintando casas, en un bar en Brasil…
O sea que en Galicia paraste poco.
En Galicia muy poquito. De hecho, a Galicia volví ahora, un año antes de la pandemia. Llevaba 25 años fuera de Galicia. Siempre volvía a ver a mis padres, pero en África habré vivido 15 o 16 años casi seguidos. Nunca había pensado volver a Galicia, la verdad. Y más que volver, para mí ha sido como irme a otro sitio. De hecho, me he mudado a esta zona de las Rías Baixas, que apenas conocía. Yo nací en A Coruña y me crié en Lugo. Y ahora la gente de la zona me dice: ¿y cómo después de viajar tanto acabas aquí? Y yo les digo: Precisamente. Porque es un lugar maravilloso. Eso es otro tema que te sonará. El poco cariño que le tenemos a Galicia. Aunque a veces hasta es bonito, porque demasiado orgullo o apego no está bien. Pero aquí noto que todavía no se valora tanto la belleza. Al contrario, se va destrozando el litoral… Y es asombroso el litoral que tenemos. Solo por las posibilidades de navegación esta zona es de las mejores del mundo. Somos terra de mariñeiros, pero se navega muy poco, y como mucho por un ocio snob y muy limitado. Es muy raro encontrar a alguien aquí que se haya navegado toda la costa gallega. Nos falta esa cultura. Con el sambenito del clima… Pero tenemos viento casi todo el año, y resguardos naturales en las rías… Por otro lado, esto nos lleva a contradicciones y cada idea genera una opuesta. Siempre intento pensar que todo es…
¿Relativo?
Para nada. Creo que el relativismo es una enfermedad del mundo actual. Soy un gran admirador de la filosofía griega. Creo que hay unos valores y unos principios: la amistad de los epicúreos, la fortaleza moral, la búsqueda del bien común o universal de los estoicos, la búsqueda inquebrantable de la verdad, en definitiva: lo bello, lo justo, lo bueno. Pero todo pensamiento genera un contrario… Quiero decir que a nivel egoísta a mí me encanta que esto se conserve así de salvaje, con poca gente.
Esa contradicción está muy presente para los que hemos escrito alguna vez sobre ecoturismo…
Bueno, yo que he estado tanto tiempo en África, para mí es un tema muy sensible. Primero porque yo he intentado antes de nada vivirlo para mí y luego compartirlo. Hay que saber muy bien dónde pones los límites, y ahora que se ve tanto viaje de aventura…
Y de safaris…
Bueno, de los safaris mejor no hablar. Parece que la industria de consumo se va apoderando de todo. Yo afortunadamente me he movido en espacios muy salvajes. Hoy en día para acercarte a los lugares salvajes que quedan tienes que hacer un gran esfuerzo. Por otro lado, como todo en la vida, si no hay esfuerzo no hay recompensa. Muchas veces me han preguntado mi relación con el riesgo. A mí no me gusta nada el riesgo. No me gusta la adrenalina. No me gusta nada de hecho. Son cosas que tengo que asumir para conseguir llegar a ciertos lugares, o para convivir con las tribus de cazadores-recolectores de los bosques de África. Para llegar hasta allí claro que tengo que pasar muchos riesgos, pero no me atrae en absoluto. Lo que sí, tú no los buscas, pero claro que tienes que asumirlos, prepararte para ellos. Mira, otra vez un pensamiento contrario. El riesgo no me gusta, pero el confort me parece igual de peligroso. Creo que está muy sobrevalorado el confort.
Pero, claro, las consecuencias son muy distintas. Con el riesgo te juegas la vida a corto plazo. Con el confort de la vida sedentaria arriesgas otras cosas, o tu salud a largo plazo…
Pero si uno no se expone… No quiero decir que todo el mundo tenga que atravesar un océano en solitario o hacer una travesía por la selva, que al final son medios parecidos –porque los grandes bosques, como la Amazonia o las selvas del Congo son otro bioma, ahí no estás en la Tierra, estás en un océano verde–. No digo que todo el mundo tenga que hacer eso. Pero esto sí lo creo como una filosofía personal: que uno tiene que exponerse constantemente, no sé si al riesgo o a la adrenalina, pero tiene que exponerse un poquito a los elementos. Tienes que jugarte algo. Igual que el artista expone su obra, o la persona que se enamora…
El filósofo Nassim Taleb habla de esto precisamente.
Sí. ¡Justo! Nassim Taleb tiene un libro, Skin in the game (Jugarse la piel). Conozco su obra. Él lo lleva por otro camino, pero sí.
Creo que la parte en común con lo que dices es la experiencia, que para poder opinar tienes que emprender y arriesgar primero.
Sí, pero yo lo digo como ser humano. Si tú no te pones un poquito en riesgo cada día, si no sales a cazar, te afofas. Pierdes lo que somos en esencia. Y sí, el ser humano es un animal racional evidentemente, pero yo apelo a la parte de ser vivo, de ser vivo salvaje. Es una convicción que tengo. Somos seres que pertenecen a la naturaleza. Y nuestro desarrollo va cada vez más rápido. Antes eran las ciudades, ahora este mundo tecnológico-virtual… Hablábamos del riesgo de enamorarse, que también parece desaparecer ahora en tiempos del Tinder. Hasta ese riesgo se empieza a perder, hasta eso se vuelve un consumo. Bueno, pues para mí no. La historia nos dice que el 99,9% de nuestra historia el ser humano ha sido un animal salvaje. En el momento en el que perdemos contacto con la naturaleza, en el momento en el que vivimos en una sociedad donde todas las líneas son rectas, donde todo está cuadriculado, todo está medido, para mí perdemos lo que nos hace humanos. Igual para otros no, porque sé que hay una tendencia que defiende ahora el transhumanismo, el hombre híbrido con la máquina…
Muchos hemos pensado así en la infancia o en la juventud, pero lo que me fascina es cómo tú seguiste ese camino, habiendo mamado además la misma cultura que al crecer nos va domesticando a todos, o nos va exigiendo cierta estabilidad o adaptación al sistema para ganarnos la vida. ¿Fue una cuestión de arrojo? Entiendo que lo hiciste solo.
Sí, pero cuando sales en esa aventura vital empiezas a ver que hay otra gente que vive también así. Al final esto pasa un poquito ahora en Internet también ¿no? Ves lo que ve tu grupo. Esto siempre ha pasado en la vida, pero si no sales no lo ves.
La cuestión quizá es que la cultura urbana y ‘mainstream’ que nos rodea en los medios nos acostumbra a creer que el mundo real o válido solo es ése.
Claro, al final si vives en esa realidad, que para mí es muy irreal, o con muy poca sustancia, sí. Pero para mí las personas más fascinantes que he conocido son las que viven en las selvas. Los grupos de cazadores-recolectores. Esos sí que tienen una vida especial, una vida humana. Lo digo con cuidado, porque no digo que el que viva en la ciudad tenga una vida menos plena. Esto es algo que he aprendido a matizar con los años. Antes era más rebelde en ese sentido. De jóvenes todos somos muy rebeldes, lo que pasa es que luego mucha gente pierde esa rebeldía. Recuerdo una conferencia a la que fui muy joven, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, de Saramago y José Luis Sampedro. Decían que lo importante es ser rebelde cuando hemos madurado. La primera rebeldía, la de juventud, es una rebeldía vital, un ansia por romper las normas quizá, pero ellos defendían la rebeldía de la madurez.
Hablando de escritores y pensadores, ¿qué referentes tuviste en este camino?
Tengo unos cuantos ídolos. Los he tenido y los sigo teniendo. Por ejemplo, leo mucho a los grandes navegantes. Como Bernard Moitessier. Es un grandísimo, el primero en dar la vuelta al mundo en solitario, sin parar, en el año 68. Tengo otro que es Henry de Monfreid, que es una fábula. En todos los sentidos, porque Henry de Monfreid comparte mis dos pasiones: África y la navegación. Su vida sí que es una aventura. Estuvo navegando por el Mar Rojo, fue traficante de armas, de hachís, tiene unas fotografías preciosas de África de los años 20… Podría tirarme horas hablando de él, e inspiró el personaje de Corto Maltés.
Otro referente de adolescencia fue Rimbaud, el poeta. Yo peregriné a Harar, adonde había ido Rimbaud, una ciudad santa en Etiopía, que tiene el cristianismo más antiguo del mundo; tiene los falasha, que son judíos pretalmúdicos, o sea tiene el judaísmo más antiguo del mundo; y es un pueblo santo para el Islam. Esos fueron mis años de Etiopía. Rimbaud dejó de escribir con 19 años, fue una especie de mito, desapareció, se metió en un barco y acabó en el desierto de Danakil, en Harar, en el cuerno de África, y allí estuvo traficando con café y con armas. Otro de mis grandes faros es Blaise Cendrars. Nació en Suiza y se escapó de su casa con 15 años, y estuvo viajando alrededor del mundo. O el capitán Richard Burton, que hablaba unos 30 idiomas. Todos son almas gemelas. Esos son sobre todo mis referentes. Esa mezcla de acción y reflexión, estudio y aventura.
Mañana, viernes, publicaremos la segunda parte de la entrevista con Manu López.
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