Las ratas diferentes de Bolaño y Teatre Lliure
Un bulto gigante cubierto con papel plateado llama la atención a un lado del escenario; cuando uno de los actores lo descubre, nos muestra una rata gigante: es Elisa, ha sido asesinada y Pepe el Tira tiene que investigar quién es el culpable. Así nos sumergimos en la historia de ‘El policía de las ratas’, un cuento del escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003) incluido en el libro ‘El gaucho insufrible’, que nos retrata la vida de este policía solitario en busca del asesino de algunos de sus congéneres por las cloacas del submundo y que ha montado el Teatre Lliure.
Solitario y diferente; de eso va el texto, del arte y de lo diferente en un mundo donde la individualidad no está bien vista y prima lo colectivo, y del riesgo que a veces eso implica. Un mundo protagonizado por ratones humanizados que nos permiten ver a los seres humanos reflejados en sus comportamientos.
No es la primera vez que Álex Rigola ha dirigido y adaptado para el teatro una obra de Bolaño. En 2007 ya lo hizo con 2666 en una maratoniana función de casi cinco horas. El policía de las ratas dura una hora escasa, pero, según el director, sigue conservando la esencia del escritor chileno: “Hace años que quería montar algo más de Bolaño», reflexiona Rigola. «Me gusta su calidad en la narrativa, la exquisitez de palabras y su pasado como poeta que impregna todos sus relatos y novelas. El placer de cualquier narración apenas con unas palabras a mí me produce la sensación de encontrar la paz; la poesía es mi territorio religioso donde encuentro la paz conmigo mismo. Con la obra de Bolaño me sucede esto, solo la combinación tan particular de sus palabras acaba produciéndome paz interior. Independientemente de la crítica a la sociedad y a sí mismo que reflejan sus obras”.
Este montaje, en el que vuelve a contar con Andreu Benito y Joan Carreras, dos de los actores que ya participaron en 2666, es un thriller basado en el relato de Franz Kafka Josefina la cantora. Rigola asegura que los cambios que ha hecho para la adaptación son mínimos porque “quería mantener la narración literaria y transmitir las sensaciones de la lectura al espectador”. Pero hay un cambio importante: en el relato de Bolaño había un solo narrador, Pepe el Tira, aquí hay otra voz que representa al resto de los personajes del libro. «Para mí era importante que Pepe pudiera dialogar con el resto de los personajes y que al mismo tiempo hubiera el ying y el yang del narrador”, puntualiza Rigola.
En la escenografía también ha habido cambios. Al principio concibieron una con 50 bolsas de sangre que iban apareciendo a medida que se sucedían los asesinatos, pero la transformaron: «Me parecía que interfería con la verbalización del texto y lo reduje a una. El suelo es una página en blanco, que define la propuesta escénica, en la que brilla una mancha de tinta-sangre con la que escribió Bolaño sus palabras”, comenta Rigola. «Es un espectáculo que parece fácil, pero nada más lejos de esto. Parece que no hacemos nada, pero está lleno de trabas que apenas se ven y que hacen que cueste mucho transmitir al espectador; el trabajo de los actores es muy fuerte”.
Andreu Benito, uno de los dos actores, coincide con el director y reconoce que les extrañó al principio que, a pesar de la aparente sencillez a la hora de decir el texto y la aparente inmovilidad del escenario, en el que permanecen casi todo el tiempo sentados en una silla, acababan agotados después de la función. Su compañero Joan Carreras opina lo mismo. “La dificultad que tiene el texto es que nos hemos obligado a ser extremadamente sinceros, y la sinceridad cuesta un sacrificio casi cerebral porque las emociones tienen que ser puras y limpias. Es una historia que nos concierne a todos, un thriller que mantiene en vilo al espectador con los asesinatos, pero que también habla de hasta qué punto el arte influye en la sociedad, cómo la sociedad lo ningunea y considera que es una peculiaridad, algo extraño, que no es útil”.
La diferencia y su defensa, uno de los ejes sobre el que Bolaño vertebra su obra y que defiende en todos sus campos para bien o para mal, es también tema capital para Rigola: “Es siempre en la diferencia donde una sociedad avanza, no en la repetición continuada. Cuando uno se para, se pregunta y decide escoger otro camino. Muchos caen, pero algunos lo encuentran”. Y sobre la oportunidad del momento para hacer esta función. “En esta época que estamos viviendo hay una cierta demagogia con el mundo de la cultura como si no fuera necesario. El Gobierno ha anunciado que la cultura es un lujo, de momento tiene más IVA el teatro que el fútbol e incluso que algunas revistas del corazón. Parece que los valores están en lo popular, en lo amable, en lo que gusta a todo el mundo. Parece que las funciones de instituciones públicas tienen que ser rentables».
Y termina: “El apoyo público hacia la cultura nace con la idea de crear una democracia cultural para que cualquiera tenga la posibilidad de acceder a esta cultura no como creador sino como espectador, lector, como consumidor de cultura, por eso no se puede mezclar lo que hace el teatro privado y el público. Eso se podría generalizar al mundo de la enseñanza, la sanidad o incluso a la banalización que nos ofrecen las redes sociales, en las cuales vosotros periodistas o fotógrafos también os veis amenazados en el sentido de que cualquier opinión de cualquier persona toma la misma fuerza que la de un profesional y se plantea por qué pagar a un fotógrafo por una instantánea cuando cualquiera tiene una cámara digital con qué hacerla. Todo se está banalizando mucho, se está yendo a una cierta neutralidad donde no hay extremos, no hay posibilidad de estar a los extremos”.
‘El policía de las ratas’, producida por Heartbreak Hotel y Teatre Lliure, en colaboración con el Teatro de La Abadía, se puede ver hasta el 23 de febrero. Teatro de la Abadía. Calle Fernández de los Ríos, 42. Madrid. Miércoles a viernes: 20.00 h. Sábados: 19.00 y 21.00 h. Domingos: 19.00 h.
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