‘Las Sinsombrero’: recuperar la creatividad de tantas mujeres olvidadas por la historia
Hace un mes Espasa publicó ‘No quiero olvidar todo lo que sé’, de Tània Balló, tercera parte de Las Sinsombrero, que aborda el exilio de un grupo de mujeres de gran aporte cultural. A ello se une que ahora, desde esta semana hasta el 15 de enero, puede verse la exposición ‘Las Sinsombrero’ en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa, en Madrid. Tània Balló al habla.
Recuperar a aquellas mujeres olvidadas de la generación del 27, o de épocas anteriores o posteriores, reconforta, porque nos devuelve la historia del país, nos trae otro relato paralelo y rellena esos destrozos o esos rotos que nunca tendrían que haber sucedido. Las Sinsombrero, que no representan ni a una generación ni es un término histórico avalado, fueron mujeres que estaban transformando el país y a las que no se les había dado la plaza que merecían ocupar. Muchas tuvieron alguna difusión a finales de los años 20 o principios de los 30, pero la Guerra Civil y la posguerra sumieron a muchas en el olvido. Tània Balló, a través del proyecto documental, educativo, interactivo y editorial, ha estado ligada a Las Sinsombrero, símbolo del poderío cultural femenino. Ahora cierra la trilogía editorial y descubrimos a Cecilia G. de Guilarte, a Silvia Mistral, Luisa Carnés, Concha Méndez, María Dolores Arana, Mada Carreño, Magda Donato. También lo culmina con una exposición en Madrid. Hablamos por teléfono con Tània Balló, una de las directoras del proyecto de Las Sinsombrero, productora audiovisual, realizadora de documentales, escritora y también gestora cultural.
En este último libro toma más entidad el título ‘No quiero olvidar todo lo que sé’ que la tercera parte de la saga de Las Sinsombrero ¿Querías salirte del concepto creado?
No negamos que es como la tercera parte de Las Sinsombrero, porque acaba siendo una trilogía. Pero sí es cierto que el contenido cambia en este libro. Los dos primeros eran libros capitulares, monográficos; con cada capítulo dedicado a una de estas mujeres. Esta vez he cambiado el estilo. Me siento más madura, con más libros por medio. Y tenía ganas de probar otro tipo de estructura y concepto.
Parto del mismo lugar, pero sí que quería entremezclarlas más, trabajar desde las temáticas generales que me permiten, sin dejar de contar su historia, ir desarrollándola a lo largo del libro. Desde que se tomó esa decisión interna de que el contenido iba a cambiar, se consideró que el título fuera algo más que la tercera parte de una saga. Algo más que Las Sinsombrero.
¿Sientes que ha calado el nombre de Las Sinsombrero a la hora de insertarlo en una generación de mujeres? ¿Crees que con este tercer libro de esta generación de mujeres ha quedado claro un concepto de recuperación de esas mujeres olvidadas o crees que tienes que matizar algo más?
Para mí fue una sorpresa cuando el título de Las Sinsombrero caló en el lenguaje cotidiano al referirse a las mujeres creadoras de esa época. Es algo sobre lo que he reflexionado mucho. Y también es algo que considero que ha abierto cierto espacio de debate, y cierto espacio de controversia. Yo siempre me peleo contra la necesidad. Lo ideal sería no tener que generar espacios de exclusividad o altares a las mujeres, pero a la vez ahora es la única manera de intervenir sobre el relato hegemónico. Si fuéramos sólo a combatir la idea de incluirlas en el relato del 27, no moviéndonos del relato del 27, sería muy complicado, porque es un relato muy instaurado. De esta forma, de repente generas un contenido nuevo, con una nueva marca, con una nueva perspectiva y, sobre todo, con un nuevo pulso.
A mí no me gustaría hablar de Las Sinsombrero como una generación, me gusta más que Las Sinsombrero identifiquen a un tipo de mujer, en cuanto a aquellos conflictos con los que estas mujeres tuvieron que lidiar, respecto a la mirada femenina y a la implicación femenina. Yo siempre explico que Las Sinsombrero jamás se llamaron así, que ese es el título de un proyecto que yo me inventé hace muchos años. Pero que jamás ellas se autoproclamaron las Sinsombrero, el nombre viene de una anécdota de Maruja Mallo, que dijo: “Fuimos las primeras sinsombreristas”. Con lo cual, todo es un producto de un proyecto cultural, parte de una marca.
Actualmente vivimos en una España tan dividida que se extiende el discurso de que la ley de Memoria Histórica pretende reabrir heridas y revolver el pasado. ¿Qué te parece todo eso?
Creo que el tema de la ley de la Memoria es muy complejo como para diseccionarlo. Tampoco sería capaz de hacerlo; no me he acercado a ella al detalle. En términos generales, la memoria histórica debe ser entendida como un lugar de un pasado en el que nos tenemos que reconocer, al que tenemos que cuidar, que prevalecer para transmitir a las siguientes generaciones, para saber de dónde venimos, qué es lo que sucedió en este país, dónde estamos y adónde vamos. Eso tiene que ser una razón de Estado. Pero no para que ese Estado tenga que politizar esa memoria. Ese es el gran error. Entendido como una cuestión ineludible de una sociedad democrática. A partir de ahí, ya sabemos que los debates son múltiples y no hay verdades absolutas, por descontado, pero sí hay certezas. Pero sí hay que activar esa memoria, que tiene que estar en constante actualización, pero también tiene que ser una memoria pública, colectiva, consciente. La historiografía está para analizar esos hitos históricos, analizar sus consecuencias.
Hay quien dice que la Memoria Histórica sirve para cerrar heridas…
No sé si las heridas se cierran o se abren. Es una analogía que no acabo de entender muy bien en un país en el que, más que nada, se han puesto parches. Es un tema en el que no me gusta entrar en comparaciones…
Muchas mujeres que fueron importantes, figuras culturales, sociales y políticas han sido olvidadas por la historia, por esa historia hegemónica escrita por y para los hombres. “Hay pocas mujeres” dicen; bueno, eso se puede contradecir. Aunque hubieran sido pocas, lo que me interesa es cuando ellas están en el centro del relato. Y esa es la historia que se nos ha escondido, y que no se nos ha narrado. Y digo ellas como sujetos históricos. ¡¿Como que no podían ser artistas?! Ellas estaban, por lo que aún es más tremenda la invisibilidad.
Aquí además está la historia del exilio. Algo durísimo. Un exilio forzoso por una razón de subsistencia. Y luego mantener a tu descendencia. Esas circunstancias hacen que la cultura, la creación, sirvan como agarre o sostén ante ese panorama desolador.
Sobre el tema del exilio, el de ellas es tan feroz como el de ellos, en eso no hay distinción, pero con diferencias. Estamos hablando de una sociedad de los años 20 y los años 30. Por mucho que llegue la República y obviamente cambie la Constitución, que ve reflejada por primera vez la igualdad entre hombres y mujeres. Pero la sociedad española no se transforma de la noche a la mañana. La República tiene de vida cinco años, y tres en guerra. Son muy pocos años. Es una sociedad muy tensionada en ese momento. Con lo cual, no tiene tiempo para una transformación profunda en cuanto a esos valores. Obviamente, de repente a esas mujeres se les abre una oportunidad que antes no habían tenido. Ahora por ley tengo una igualdad por mi parte; con lo cual, me convierto en una ciudadana de primera y puedo hacer cosas que antes no podía, como viajar, alquilar un piso, trabajar sin permiso de los hombres. Pero, claro, en lo cotidiano todavía había una muralla.
Las mujeres ganaron en libertad, en autonomía, en derechos… Somos artistas, creadoras, escritoras… Mujeres que podemos ejercer nuestra profesión. Pero ante la maternidad somos madres y los hombres no se dedicaban a la crianza. En el exilio ellas se dedicaron a criar a sus hijos. Muchas de ellas tardan mucho en tener hijos. Como Concha Méndez, Rosa Chacel, Silvia Mistral, como Mada Carreño. Es una generación de mujeres que precisamente por todos esos cambios son muy tardías en su maternidad.
Cuando llegan al exilio, la gran diferencia con su vida en España es la red de apoyo. Lo que hay en el exilio es una tremenda soledad. Esas madres se tienen que poner a trabajar, porque tienen que sobrevivir y generar también economía familiar, y cuidan de sus hijos sin una madre, una abuela o una tía de apoyo. Ese peso lo soporta la mujer.
Al no haber esa red familiar de apoyo, lo que se generan son redes de amistad, de colaboración y sororidad entre las propias exiliadas. Esas redes se generan en el propio exilio; muchas de ellas se conocen allí. Por ejemplo, Cecilia G. de Guilarte y Silvia Mistral tuvieron una relación muy cercana y muy profunda que duró muchos años, y que relato en el libro; es una amistad surgida en el exilio; o la de Concha Méndez con María Dolores Arana.
Ahí se van encontrando. Pero eso es muy cruel para ellas. Una de las primeras cosas que hacen es escribir y contar su periplo hasta el exilio. Pero después, cuando ya entran en la dinámica de la supervivencia diaria, esas autorías se deshacen y tardan años en publicar libros propios (no hablo de artículosen revistas, periódicos o de otros textos). El espacio de la escritura creativa es un espacio muy absorbente, y es un espacio en el que necesitas mucha tranquilidad, mucha concentración y mucha estabilidad económica.
Una serie de mujeres que vienen de clases bajas y que tienen ganas de hacer otras cosas, no trabajar en una sombrerería como Luisa Carnés, combinándolo con más cosas, porque ella venía del proletariado.
Se respiraba algo en esa época. La segunda república recoge y hace ley todos esos cambios que se estaban fraguando en los años 20, sobre la igualdad, la autonomía, etcétera. Todo ello se impregna en sus caracteres y en la manera de abordar todo su proceso creativo.
Concha Méndez, María Zambrano o Ernestina de Champourcín ya llegan a la república con una carrera, con cierta presencia. Y ya se sienten en un espacio de autoría y de creatividad propia. Pero sí que tienen la voluntad de dedicarse a ello. Valga decir que Maruja Mallo, Rosario de Velasco, Manuela Ballester, que ya son pintoras en los 30, ya ocupan un espacio y tienen un recorrido.
Queda esa imagen de fortaleza y de superación de las adversidades, y de seguir haciendo lo que te apasiona en la medida de lo posible. Rescataría como positivo ese modelo de fortaleza y de continuar pese a todo. ¿Crees que hay mucho de ejemplar en las Sinsombrero?
Creo que por descontado estas mujeres son ejemplares. Nos podríamos hacer muchas preguntas sobre qué hubiera pasado con estas mujeres si hubieran podido seguir su camino de una manera normal. Con el movimiento de recuperación de estas mujeres olvidadas, ya no solamente las Sinsombrero, sino de otras mujeres, se plantea que no hay historia hegemónica si no las incluye a ellas. Ellas se han convertido en un referente que traspasa el propio legado artístico, y van más a un modelo de mujeres que afrontaron una circunstancia vital e histórica que iba contra ellas y, a pesar de ello, tiraron adelante. Obviamente, eso no es solamente aplicable a las artistas e intelectuales; eso también era más efectivo en todas aquellas obreras que luchaban por sus derechos laborales y sociales. Y que también son muy olvidadas por la historia política y social de este país.
Tenemos que entender que la República supuso unos cambios, entre los que incluyo el tema de la igualdad, pero porque previamente había habido muchas luchas, batallas, discursos y concienciación de que esa igualdad era sine qua non, el punto clave que identificaba a una sociedad libre y democrática. Una de las cosas que más me sorprende de todo es cómo podemos explicar la República sin explicar el elemento fundamental que incluye, que es el tema de la igualdad. Porque eso realmente transforma de una forma soberana la sociedad, el hecho de que un ciudadano o una ciudadana sea igual ante la ley. Cómo ese colectivo evoluciona ante esas nuevas leyes. Y Las Sinsombrero están en el centro del relato. Pero eso no significa que ellos queden excluidos del relato, pero sí que el reto es intentar construir un nuevo relato en equilibrio entre hombres y mujeres, y explicarlo desde todos los puntos de vista, y eso mismo aplicado al exilio. Lo que no puede ser es que la historia esté difuminada en el caso de ellas. Entonces esa historia no me interpela, no habla de las mujeres cercanas.
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