Las troyanas: heroicas resistentes en el espanto de la guerra
La actriz Aitana Sánchez Gijón protagoniza la versión de Las Troyanas de Eurípides que el dramaturgo Alberto Conejero estrenó anoche en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida con dirección de Carme Portaceli. Un desgarrador relato sobre las mujeres como seres de segunda categoría castigadas, no solo por la guerra, sino por el mero hecho de ser mujeres.
Cegados por esa desmesura que los antiguos llamaban hybris, los vencedores griegos regresan a la vencida ciudad de Troya, donde solo permanecen las mujeres y los niños. Allí se reparten a las mujeres como si fueran un botín: la desgarrada reina Hécuba (Aitana Sánchez Gijón) será esclava para el astuto Ulises, Casandra se casará con Agamenón, etcétera. Las ultrajan, las desprecian, y hasta asesinan a los niños, hijos de héroes troyanos como Héctor, por miedo a su venganza cuando sean adultos. “Lloradme, troyanas”, dice Hécuba. Y las troyanas lloran desesperadas.
Esta tragedia de Eurípides, Troyanas, que en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida (es la edición número 63) se ha estrenado con dirección de Carme Portaceli y en versión de Alberto Conejero, tiene ciertas particularidades: “Es un texto excepcional porque pone a las mujeres en el centro del relato”, dice el dramaturgo, “además, Eurípides, siendo griego, da voz a las vencidas, cosa nada común en la historia. Me parece importante ponernos en la piel de las víctimas y preguntarnos qué silencios hay en el relato de los vencedores”. En el reparto, además de Sánchez Gijón, figuran Ernesto Alterio, Alba Flores, Maggie Civantos (en el papel de Helena, casus belli de esta guerra), Pepa López, Miriam Iscla y Gabriela Flores. El escenario romano emeritense, tan apropiado para estas tragedias clásicas, es el lugar ideal para recordarnos que, muchos siglos después, y obviando los avances tecnológicos, las pasiones y bajezas humanas siguen siendo las mismas. La obra puede ver hasta el domingo 23 de julio.
Lo cierto es que el texto recuerda al hecho, no muy divulgado entre el bando vencedor de la Segunda Guerra Mundial, de que los soldados aliados violaron a cientos de miles de mujeres durante aquel conflicto. Se recuerda la barbarie nazi, el Holocausto, pero se pasa de puntillas sobre este horror, o sobre los bombardeos incendiarios que causaron miles víctimas civiles alemanas (por ejemplo en ciudades como Hamburgo o Dresde) y que el narrador W.G. Sebald denuncia en su libro Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama). “Troyanas es en realidad un texto muy contemporáneo, un fragmento de guerra, pocas cosas han cambiado”, dice Conejero.
El texto sí que ha sido cambiado por el propio Conejero, por ejemplo con la introducción de algún nuevo personaje (la mitológica Briseida) o de versos de mujeres poetas que han tratado el tema de los dramas de la guerra en primera persona, como la somalí afincada en Londres Warsan Shire o algunas poetas afganas. “Me ha interesado mucho el personaje de Taltibio [Alterio], soldado griego que hace de enlace con las troyanas y que podría representar a cualquiera de nosotros, que practicamos el heroísmo de sofá y divagamos sobre la guerra sin saber qué cosas (que nunca hubiéramos pensado) llegaríamos a hacer puestos en esa situación”, dice Conejero. Se trata de una especie de versión preliminar del nazi Adolf Eichmann en el que la filósofa Hannah Arendt descubrió la “banalidad del mal”. Es decir, las peores acciones pueden ser cometidas por seres grises y normales que pasaban por allí, y allí había una guerra.
Para Carme Portaceli el tema de Troyanas no podría estar más de actualidad: “Hoy seguimos viendo cómo las mujeres son seres de segunda categoría a las que no importa excesivamente lo que les suceda: después de cada guerra, e incluso durante la guerra y sin guerra, se las viola reiteradamente, se les falta al respeto, se las maltrata, sin ni siquiera temor a las leyes”, escribe la directora, “no pasa nada, sus sufrimientos siempre quedan en la cola, siempre hay problemas más importantes: los niños, el hambre o los refugiados”.
La escenografía, obra de Paco Azorín, tampoco se olvida de los conflictos bélicos contemporáneos: se inspira en la matanza de Hula, al norte de Siria, ocurrida en 2012. Murieron 108 personas, la mitad eran niños. El suelo del escenario es un campo de cadáveres envueltos en sábanas a los que las troyanas se abrazan. Una gran letra T (de Troya) domina la escena, y ahí se proyectan las llamas, las víctimas y las ciudades arrasadas por los bombardeos en el aquel país de Oriente Medio. No está mal traído el recuerdo a Siria, por estas razones, pero también porque si el autodenominado Estado Islámico hubiera llegado a Mérida probablemente hubiera destruido el Teatro Romano sin contemplaciones, igual que hizo con el patrimonio de la ciudad de Palmira. Como resumen del espíritu del montaje valdría la frase de Taltibio/Alterio: “Solo lograremos nuestra libertad cuando reconozcamos nuestras propias vergüenzas”.
No hay comentarios