Las vidas al límite de cinco mitos de la canción, hechas cine

Cate Blanchett, como Jude Quinn, trasunto del Dylan que rompió con la música folk, en una imagen de ‘I’m not there’.

Ni Elvis Presley, ni Billie Holiday, ni Edith Piaf alcanzaron los 50 años. Sus vidas desmedidas, traumáticas, al límite, fueron minando sus cuerpos hasta su prematura consunción. Otro de esos grandes mitos de la canción del siglo XX, Elton John, templó sus excesos y pudo reconducirse. Hoy, aparentemente, vive feliz. En una dimensión menos suicida, también superó el tiempo de los excesos Bob Dylan. De todos ellos, el cine ha trasvasado la parte más derrotista de sus vidas, como recogen las cinco películas que repasamos aquí, con motivo de una nueva biografía (o biopic, anglicismo que une los sustantivos ingleses ‘biography’ y ‘pictures’) de Bob Dylan, ‘A complete unknown’. Hoy viernes se exhibe por última vez en el Festival de Cine de Berlín y la próxima semana se estrena en los cines españoles.

Billie Holiday. ‘El ocaso de una estrella’. Sidney J. Furie. 1972

Canta el corazón, dice Billie Holiday en El ocaso de una estrella. Canta, como los antiguos flamencos, la vida de fatigas que ha vivido. Niña violada, de padres separados, joven prostituta, yonqui irremediable hasta su muerte, y aun así capaz de emerger de ese mar asfixiante de infortunio con su música, con un dominio que solo cabe atribuir a la genialidad, es decir, a un rasgo único, propio, molde roto del que se desprendió su susurrante voz azul. Uno sigue con agrado la película de Sidney J. Furie, uno de esos productos de estudio al que él entrega su pericia artesanal de convencional ilustrador de un guión escrito con retazos de hechos que la propia Holiday narró en su autobiografía Lady sings the blues. Escasos, a pesar de las más de dos horas de duración del filme, pero significativos.

En los años 70, la década del nuevo cine americano, había mayor libertad para mostrar la oscuridad de mitos como el de Holiday: sus heridas, su dependencia de las drogas, su paso breve por la cárcel. Como en los biopics que aquí se recogen, El ocaso de una estrella describe la trayectoria de un ídolo caído y arraiga su malaventura en una infancia y adolescencia que desencajaron el armazón débil de una mujer en formación. Diana Ross estuvo a las puertas de ganar el Oscar por su interpretación de la principal cantante de jazz del siglo XX. Y aunque ella misma, como gran cantante que era, interpreta las canciones de Holiday, uno echa de menos escuchar la voz auténtica, irrepetible, de la trágica dama del blues.

Edith Piaf. ‘La vida en rosa’. Olivier Dahan. 2007

Entre la muerte y la soledad, Edith Piaf escoge la soledad. La cantante francesa responde a una periodista uno de esos cuestionarios sintéticos y sentenciosos que aspiran a atrapar la personalidad del entrevistado. En ese momento de La vida en rosa, el personaje de Piaf descansa plácidamente, sola, en una playa, en uno de los raros intermedios sosegados de una película algo tremendista. Pero así, aparentemente, fue la vida de la mayor cantante francesa del siglo XX. Da algo de aprensión contemplar su decrepitud, encogida, de espasmódicos movimientos, a lo que se presta una Marion Cotillard tan pegada al molde de su personaje que a veces parece una caricatura.

En una secuencia, al principio de la película, Piaf aparece delante de una amplia fotografía de Billie Holiday. Y se diría que ambas vivieron vidas paralelas. Chapotearon en el mismo arroyo de violencia, de desprecio, a fuerza del don innato de la voz. La Piaf niña de La vida en rosa se ganaba los cuartos en la calle cantando a voz en grito. Trabajó para mafiosos de baja condición en el París de entreguerras. Incluso cuando un empresario la descubrió siguieron extorsionándola y les entregaba parte de sus ganancias. La película pasa sorprendentemente de soslayo por la Segunda Guerra Mundial, cuando el París ocupado por los nazis era una fiesta cultural, según lo ha descrito el escritor y periodista Alan Riding, y prefiere detenerse en el tramo final de la vida de Piaf: en su gloria, en la dependencia del alcohol y la morfina, en su diminuto cuerpo de 1,47, socavado por enfermedades, en sus amores frustrados y, naturalmente, en sus canciones: escucharlas de nuevo es volver a asistir al milagro de la genialidad. ‘La vida en rosa’ puede verse en Movistar +

Elvis Presley. ‘Elvis’. Baz Luhrmann. 2022

Elvis es la película de un pacto fáustico entre un mesiánico productor y un prometedor cantante. Entrégame tu vida y yo te daré fama y dinero, vino a decirle a Elvis Presley el que era en realidad el gran estafador Tom Parker, el Coronel Parker, como se llamaba a sí mismo. Fue el mánager del rey del rock hasta la muerte de este a los 45 años. Y es él el que narra la historia de su relación con el músico. Una historia de sutil extorsión que duró casi cuatro décadas, en las que Parker construyó un negocio abusando de las carencias emocionales de su protegido, al que nunca dejó salir de Estados Unidos para cantar.

El Elvis de Baz Luhrmann plantea pues una tesis. Y esta es algo insatisfactoria, poco convincente a pesar de su trasfondo real, como si Luhrmann (director de un cine de oropeles, barroco, excesivo) se sirviera de este argumento para desplegar su propia iconografía cinematográfica y lo exhibiera como un planeador, a vista de pájaro, mientras dispersa notas de época sobre el racismo, el control moral y la política. Vemos así la vida explotada de Elvis Presley: su dependencia familiar, su desorbitada fama, su domesticación a manos de su protector y su rendición final. Esa tesis dice que fue el Coronel el responsable último de la muerte de Elvis. Le exprimió tanto el corazón que este estalló. Y por ahí se pierden visos de realidad. Luhrmann toma el nombre de Presley en vano con el propósito de urdir un gran espectáculo. Por fuera lo es; por dentro, no.

‘Elvis’ puede verse en Amazon Prime

Elton John. ‘Rocketman’. Dexter Fletcher. 2019

“Me llamo Elton Hercules John. Soy alcohólico, adicto a la cocaína, al sexo y bulímico”. Así se presenta en una reunión de alcohólicos anónimos el cantante británico Elton John al principio de Rocketman. Dos horas después, cuando la ficción sobre su vida cede paso a las imágenes documentales del verdadero Elton John, sale como un hombre rehabilitado y aparentemente feliz. Como si el director Dexter Fletcher dijera: este artista ya cumplió sus excesos; ahora es otro: un buen hombre, caritativo, creativo, amigable…, alguien que ha caído y se ha levantado. Un hombre redimido. Como si justificara así la propia película sobre un músico aún vivo, que debió dar su consentimiento para que se filmara esa caída, a condición de que el colofón lo exhibiera como un ser apacible.

Igual que le ocurre al personaje de Billie Holiday de El ocaso de una estrella, el origen familiar de Elton John malforma su personalidad: un padre que le repudia, una madre que exprime el éxito de su hijo en su propio beneficio. Flechter canaliza la biografía de John en un musical que muestra al artista como niño talentoso, estudiante de música clásica deslumbrado ante el descubrimiento del rock and roll, joven aprendiz de compositor e intérprete en pequeñas salas que en manos de un productor alcanza la fama y su reverso: la droga, la carencia de amor, el engaño, el exacerbado y airado egotismo exhibicionista y caprichoso, con su vestuario excéntrico y grotesco. En su caída, el artista parece arrastrarse a la muerte. Pero no, el verdadero Elton John resurge para mostrar que ha destruido a su propio mito.

‘Rocketman’ puede verse en Apple TV

Bob Dylan. ‘I’m not there’. Todd Haynes. 2007

He aquí un experimento. El director Todd Haynes toma a Bob Dylan como personaje, pero no el nombre. Lo llama Arthur Rimbaud, Woody, Jack Rollins, Jude Quinn, Billy McCarthy… A estos bobdylans, digamos encubiertos, los interpretan Ben Whishaw, Marcus Carl Franklin, Christian Bale, Cate Blanchett, Richard Gere. No interpretan exactamente a Dylan, sino la encarnación simbólica del artista durante diversos periodos de su vida: el niño que amaba a Woody Guthrie, su mentor; el joven folklórico del Festival de New Port de 1962 y 1963; el disonante y rebelde que abatió como una pieza ya vieja el mundo folk y entró en el rock dos años después; el religioso que difundió el mensaje divino…

Todd Haynes escoge el tramo que va (más o menos) de la infancia del cantante a los años 80, aunque atiende con mayor detalle el tránsito escandaloso (para sus fans) del Dylan folk al Dylan rockero (o de la guitarra acústica a la eléctrica): el periodo de una traición musical. Pero no se espere aquí una indagación sicológica. I’m not there toma la apariencia de las letras de las canciones de Dylan: surrealistas, extrañas, desconcertantes. Véase el onirismo en blanco y negro de la gira inglesa del músico (con la cara de Cate Blanchet) o el Dylan compositor de la banda sonora y actor de Pat Garret y Billy El Niño (Richard Gere): en este episodio de I’m not there, Haynes remeda el western de Sam Peckinpah y lo convierte en una fantasía política en la que el sheriff Garret aparece como un dirigente corrupto y el músico como un activista en defensa de los intereses del pueblo.

I’m not there subraya la imposibilidad de acceder al Dylan real y opta por la alegoría, empleando las letras, las posiciones políticas o antipolíticas, las músicas, las relaciones amorosas del artista: un imaginario de la ensoñación de Haynes. Aunque lo que este no hace (porque no puede) es fantasear con las canciones. Ahí están intactas para que las amemos de nuevo.

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