Póker de divas en el nuevo Arqueológico
Quince años de reformas. Y por fin se presenta en sociedad el remozado Museo Arqueológico, que ahora contiene lo más antiguo y lo más nuevo de la ‘milla de oro‘ (por los museos) de Madrid. Recorremos los casi tres kilómetros de la visita de re-inauguración del gran palacio neoclásico, que acoge, entre otras joyas asombrosas, a un maravilloso grupo de damas ‘maduritas’.
Presumen los conservadores del Museo Arqueológico Nacional de tener un póker de damas. Y es cierto. Las de Elche, Baza, la Galera y Cerro de los Santos se muestran con todo su poderío a los visitantes del reconstruido museo decimonónico que este jueves se ha puesto de largo para mostrar sus encantos guardados a ojos profanos desde hace dos años y medio largos. “La mejor representación museística de España”, dicho en tono rimbobante por el ministro del ramo, José Ignacio Wert, o “el museo que contiene los elementos más importantes de todos los pueblos y culturas de la península ibérica”, en palabras de Andrés Carretero, director desde 2010 del Arqueológico.
Hay que andar y mucho, casi tres kilómetros, para recorrer los 9.700 metros cuadrados que contienen la colección permanente en el nuevo edificio realizado por el arquitecto Juan Pablo Rodríguez Frade -Premio Nacional en 1995 de Restauración y Conservación de Bienes Culturales por la Rehabilitación del Palacio de Carlos V como Museo de la Alhambra- y en los que predominan las maderas, de Merbau y de roble, mármoles y aluminio.
Las obras han cambiado totalmente por dentro el edificio de estilo neoclásico del Museo Arqueológico, fundado en 1867 por Isabel II, que levantó Francisco Jareño en 1895 en la calle Serrano de Madrid. En la reconstrucción se han cubierto patios y enlazado espacios para una mejor circulación de los visitantes. También se ha ampliado la superficie que ahora sobrepasa los 30.000 metros cuadrados, “ha crecido por los sotános y el tejado”, según Carretero. El artista Juan Manuel Ballester documentó hace años todo el proceso con unas imágenes potentes y descriptivas en las que podían verse las tripas del antiguo edificio.
La obra ha sido, salvando las distancias, como la de El Escorial. Contabiliza 15 años desde que se inició el proceso de reforma, seis de ejecución y dos de puesta a punto tecnológica y de limpieza de los 13.000 objetos que se exhiben. El total de la inversión ha alcanzado los 65 millones de euros.
El paseo a trote ligero por el museo dura más de dos horas. Para abrir boca, las vitrinas de la entrada son como el escaparate de las joyerías vecinas de la milla de oro madrileña. Objetos iberos, romanos, piedra, metal, oro, aguijones estéticos para darle al espectador un adelanto de lo que las 40 salas del museo le ofrecerán. De entrada un mapa audiovisual –España, un gran yacimiento– comprime nuestra historia arqueológica desde los iberos y celtas a los visigodos y musulmanes. Es el reino de lo audiovisual, las piezas de sílex nos saludan desde pantallas y el ruido del corte de las piedras nos acompaña un buen trecho. Todo está pensado para ver, oír y tocar. Sí, han leído bien, las piedras se pueden masajear y en cada sala los invidentes y los sordos no tendrán limitaciones, podrán acceder sin dificultad a todo el contenido explicativo.
Con las primeras menciones escritas dejamos atrás la prehistoria y entramos en lo que el museo presenta como las novedades del primer milenio. Una reconstrucción de la cultura del Argar (Almería) permite observar cómo vivían y morían aquellos pobladores de la Edad del Bronce. Es el periodo de la expansión del oro como material noble (en las vitrinas lucen bien limpias la empuñadura de la espada de Guadalajara, los brazaletes, las joyas).
De Iberia a la Hispania romana, la luz se derrama por la cubierta del patio central. Se entra en la protohistoria. Y bajo ese epígrafe tan rotundo nos acercamos a la grandes divas. Las Damas de Elche (ella sola, con su medio metro de piedra, inunda el espacio con su belleza y la perfección de los rodetes), Galera y la de Baza (Granada) con un pájaro en la mano. El tiempo no pasa por ellas ni por la Bicha de Balazote (Albacete). Son la gran atracción del museo, las reinas de la visita.
Las cabezas en bronce de los toros de Costitx son otras de las estrellas mediáticas del museo. Las tres figuras de la cultura talayótica de las Islas Baleares dejan paso a las esculturas de la cultura romana. Impresiona ver a Livia, esposa del emperador Augusto, y a su lado otro emperador, Tiberio. Más allá, los bronces de la Ley, los documentos públicos que los romanos de Hispania colgaban a las puertas de los edificios públicos.
De la etapa visigoda, destaca el tesoro de Guarrazar. Son las salas que los conservadores del museo han denominado “la antigüedad tardía” y “el mundo medieval”, un placer para observar piezas cristianas como los capiteles románicos de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, San Pedro de las Dueñas o el pórtico del monasterio de San Pedro de Arlanza. Y si quieren más apoteosis, pasen a las salas de la cultura islámica con la maqueta de la Mezquita de Córdoba, colgada del techo, o el arco del siglo XIV del palacio de los reyes de León, o el arte mudéjar del Toledo del siglo XV.
Nadie puede irse sin echar un vistazo a las salas de Grecia, con la colección de vasos griegos más importantes del mundo. En esto sí somos los mejores. En las salas de Oriente próximo y Egipto hay alguna momia y sarcófagos decorados, pero se palpa un cierto desequilibrio, porque no hemos tenido aventureros ni exploradores que hayan rapiñado tesoros como los del Partenón de Atenas. En lo que sí es único el Museo Arqueológico Nacional es en las piezas de la protohistoria y en objetos procedentes de las excavaciones de la Península Ibérica.
El museo abrirá sus puertas el próximo martes, 1 de abril. No asustarse por la fecha con connotaciones franquistas. La visita valdrá la pena.
Y ya sólo queda estar atentos a la fecha en que el Arqueológico inaugurará su primera exposición temporal. Será la exhibición del tesoro de la fragata Nuestra Señora de Las Mercedes, extraído del fondo del mar por los cazatesoros de Odyssey.
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