Lea Vélez: amor, verdades y 500 cintas magnetofónicas de escritores
Lea Vélez (Madrid, 1970) se deshace escribiendo. Su escritura es pura emoción. Su vida es literatura. “Todo lo veo literario”, dice en esta entrevista sobre su nuevo libro: ‘La olivetti, la espía y el loro’ (Editorial Sílex). La autora de ‘El Jardín de la memoria’ (Galaxia Gutenberg) encuentra en su casa familiar de Toledo 500 cintas magnetofónicas que contienen decenas de horas con entrevistas que se emitieron en el programa cultural ‘Encuentros con las letras’, un espacio de TVE que dirigió su padre, Carlos Vélez, durante la transición y los primeros años de democracia, y por donde pasaron escritores de la talla de Borges, Cortázar, Marguerite Duras, Onetti, Francisco Umbral…
La Olivetti, la espía y el loro es un libro fragmentario, de memoria familiar, de amor por los libros, el cine, la cultura, un libro de una autora que se siente libre, que ha buscado su libertad para no hacer otra cosa en la vida que dedicarse a sus hijos y a escribir. “Yo solo sé que mi libertad me cuesta muy cara. Me cuesta una vida entera de ahorros para poder dedicarme a escribir solo lo que me gusta”, señala.
Todo empieza en la cocina. Suena el tap, tap, tap-tap de una Olivetti y una niña rubia juega, debajo de la mesa, entre las piernas delgadas de su madre, juega y escucha lo que va saliendo de un magnetófono. Y lo que sale de este aparato encendido no es cualquier sonido. Es la voz del escritor Jorge Luis Borges durante una entrevista fechada el 31 de enero de 1978, en el programa televisivo ‘Encuentros con las letras’, que centra tu nuevo libro. Tu padre es el que dirige este mítico espacio cultural y tu madre era la jefa de prensa del programa. Y tú ahora eres la escritora que vuelve al pasado, que tira de memoria y trae al presente una historia fragmentaria, un tapiz de retazos que se dispara en múltiples direcciones, recuperando una época, un pedazo de historia cultural clave en la España de la Transición y en los primeros años de democracia, un pedazo de aquella España literaria contenida en 500 cintas magnetofónicas en perfecto estado. Dices que este libro es una manera de hablar de la cultura de hoy contrastándola con “la feliz cultura” de aquella época…
Mi madre era la jefa de prensa del programa y la documentalista. Formaba equipo con mi padre, llevaba todas las relaciones con los medios, y por eso yo tuve la oportunidad de escuchar sus conversaciones, de saber cómo funcionaba el programa, porque se traían el trabajo a casa. Por eso, yo estaba debajo de la mesa de una periodista que con su Olivetti y aquellas cintas que escuchaba, me convirtió inevitablemente en periodista y escritora. Efectivamente, yo viví un momento único en esa casa y quise explicarlo porque me parece original y porque mucha gente se ha olvidado de que la Transición no fue solo una época gris. Lo que era gris sería gris, pero lo brillante estaba lleno de ilusión. En ese sentido, el libro no es diferente de una fotografía de un bello paisaje, pongamos, de un pueblecito pesquero, que nos provoca nostalgia al ver cómo lo hemos estropeado llenándolo de edificios horteras en la actualidad.
En esa primera entrevista Borges que sirve para abrir tu libro, donde el lector va a encontrar diálogos familiares en presente, entrevistas en el pasado, recortes de prensa o cartas, el escritor argentino ya deja algunas frases de auténtico coleccionista literario. Dice Borges: “A mí no me gusta lo que yo he escrito (…). Yo aspiro a ser anónimo, que es la forma máxima de la gloria (…). Sí, yo estoy asombrado del hecho de que me tomen en serio. Yo trato de no tomarme en serio”. ¿España se toma en serio hoy a sus escritores y su cultura?
No creo que se los haya tomado en serio nunca, ni creo que haya que tomarse nada demasiado en serio, pero creo que se los toma más en serio de lo que parece. Otra cosa es que nos tomemos muchísimo más en serio lo de fuera, por esa manía nacional que tenemos de creernos inferiores a los demás. Vaya, me ha salido un trabalenguas.
‘Encuentros con las letras’ fue no sólo un programa clave en la historia de la televisión y de España, sino que fue también, como escribes, la lucha incansable de Carlos Vélez por llenar un amplio vacío que se había generado durante décadas en nuestro país, tras la cultura exiliada, huida y asesinada por la dictadura franquista. Eran tiempos, los de finales de los 70, todavía muy difíciles y convulsos, tiempos de censura, de falta de pluralismo y libertades y, sin embargo, tu padre consiguió sacarlo adelante…
Tenía la ayuda de mi madre, tenía excelentes colaboradores y tenía el apoyo del público. Durante un tiempo lo logró con cabezonería, saber hacer y pasión, pero todo lo bueno nos lo cargamos en este país porque tenemos, además del sentimiento de inferioridad que mencioné antes, la manía de la envidia, que creo que fue fundamental a la hora de machacar Encuentros. La envidia en este país es una pena enorme, porque machacar a quien brilla y disfrutar es una forma de autodestrucción. Lo que brilla nos ilumina a todos y machacarlo nos oscurece a todos.
Por ese programa pasan referentes literarios de primer orden: el ya citado Borges, Susan Sontag, Cortázar, Onetti, Francisco Umbral, Jorge Semprún, Marguerite Duras… Precisamente Duras dice una frase que me sirve para hablar más de ti, más de Lea Vélez como escritora: “Hacer un guion es también una forma de escribir. El gran vacío del cine es la falta de guiones y de la ignorancia de esta faceta resulta la completa incomprensión del texto”. Lea Vélez viene del cine, de hacer guiones televisivos, pero un día lo dejas todo para quedarte en casa haciendo lo que más te gusta, escribir literatura.
Me encanta el cine, me encanta el guion, pero no encontré los proyectos que me dejaran expresarme con total libertad. Necesitaba ir más allá. Como ves, ningún fragmento está escogido gratuitamente y lo que dice Marguerite Duras sobre el diálogo y sobre la música del texto está ahí porque yo pienso lo mismo.
En los tiempos de hoy, de la postcensura, del fin de la historia, de una época digital egocéntrica, de selfies, de la anteposición del yo al otro, a la alteridad, una época marcada por la velocidad, la aceleración…, ¿hemos antepuesto el tener al ser, hemos olvidado lo humano y nos autoengañamos con una libertad que no tenemos?
Yo no sé si los demás se autoengañan. Yo solo sé que mi libertad me cuesta muy cara. Me cuesta una vida entera de ahorros para poder dedicarme a escribir solo lo que me gusta. Pero, vamos, esto no es nuevo. Esto es así desde hace cientos de años.
La escritura de Lea Vélez es fragmentaria, como vemos en ‘El Jardín de la memoria’ o ahora en ‘La Olivetti, la espía y el loro’. Y esta forma de escribir es el resultado de una lectura a trozos. Dices que eres una lectora a trozos. “Amo los trozos como a los hombres”, señalas. Y de esos trozos lo que más te interesa es el aliento, el corazón del escritor, más que la trama, que la propia historia. Precisamente en ‘El Jardín de la memoria’ (Galaxia Gutenberg) te deshaces en cada frase, hay una escritura que al leerla duele, emociona y hace temblar por dentro al lector…
Sí, bueno, hay un motivo para esto de los trozos que yo exploro en La Olivetti más que en ningún libro, puesto que es una vuelta a mi infancia, pero es que, además, mi formación de guionista me lleva a los trozos, pues los guiones se escriben en secuencias que son trozos independientes que luego se unen en el montaje. La necesidad de hilar en literatura es absoluta, los trozos en mi caso son más bien collares, pero tradicionalmente la trama tradicional es un hilo conductor mucho más artificioso de lo que soy capaz de soportar. Ahora, en mis libros siempre hay trama. En cuanto a emocionar…, yo me emociono escribiendo, me deshago escribiendo. Esto es para mí escribir, algo que va más allá de la acción o del pensamiento.
‘El Jardín de la memoria’, ‘Nuestra casa en el árbol’, ‘La Olivetti, la espía y el loro’… son también libros de amor, de amor a tu marido, George Collinson, que falleció hace unos años, amor a los niños, a tus hijos, amor al padre… Se escribe con amor o no se escribe…
Es de suponer que el odio también puede dar mucha fuerza a un escritor. A mí me la da el amor. Me la da la pasión y el disfrute por lo que hago y por los míos. He sabido canalizarlo hacia la literatura para poder llevarlo a otro plano, para poder guardarlo y volver a él, quizá porque mi gran miedo es perder el amor.
Amor al padre y también a la madre, clave en tu nuevo libro como confidente necesario para avanzar en tu escritura.
Bueno, claro. Mi madre es la memoria adulta de la Transición y es la memoria de aquella niña. La necesitaba para recordar. Si mi padre hubiera estado vivo también le habría hecho cómplice, pero al haber muerto, mi madre cobraba otro protagonismo, también porque el libro y mis conversaciones con ella fueron una forma de terapia para superar el duelo y para ayudarla a superar el suyo.
Tu tema principal, es en verdad, la búsqueda, una detective literaria que rastrea en la memoria y en el interior de sí misma para comprender la extrañeza del mundo.
Para comprenderme a mí misma, pero sobre todo para comprender dónde yace el talento, o el impulso de escribir. Escuchar las cintas con todas esas visiones diferentes sobre la vida del escritor fue como una terapia de grupo. Alcohólicos anímicos. Escritores anónimos.
Escribes que la auténtica felicidad está en la infancia. Dices que la infancia es el ejemplo más puro de libertad. Que la infancia es ficción y la ficción es felicidad. ¿No tenemos hoy un concepto bastante equivocado de la felicidad?
Yo creo que tenemos conceptos equivocados de casi todo. De la moral, de la libertad, de la felicidad. Se dice mucho eso de que la felicidad es una utopía o que son ratos sueltos. No lo creo. Yo soy feliz también cuando lloro.
No podemos pasar de largo en esta entrevista el tema de la muerte. Precisamente el día que vas a presentar tu novela más personal, ‘El jardín de la memoria’, tu padre muere. Un libro que habla de la muerte de tu marido se presenta el día en que muere tu padre, que amaba los libros. Parece de ficción…
Siempre digo que mi vida es literaria porque yo todo lo veo como literario. Lo prosaico y lo otro. Para mí, el hecho de acabar todos en el tanatorio, hablando de libros, hablando de literatura, de mi padre, de su marca en mí, en lugar de en un sitio de venta, dándome autobombo, hablando de un libro concreto… me impactó, me hizo replantearme cosas y es posible que aquel día fuera la génesis de La Olivetti, la espía y el loro.
Por cierto, cada vez que leo la palabra Olivetti se me vienen a la cabeza muchas cosas, pero especialmente me viene a la retina el libro de Natalia Ginzburg ‘Léxico familiar’, donde la escritora italiana tenía gran relación con los Olivetti, dueños de la fábrica de máquinas de escribir en Ivrea. Dice Ginzburg en ese libro que dentro de las familias va surgiendo con los años un lenguaje, un vocabulario, una manera íntima de expresarse que son la base de la unidad familiar. En ‘La Olivetti, la espía y el loro’, el lector descubre esa intimidad de Los Vélez, esa manera especial de estar en el mundo a través de los libros, de la cultura.
Sí, todas las familias tienen su lenguaje familiar. Las frases que son únicas de esa familia. En nuestro caso hablo de muchas de esas expresiones en mi libro: “Qué dura es la vida del pingüino”, “El capitán de la floresta”. La literatura y las metáforas son instintivas. Reducimos a una expresión todo un mundo de sensaciones que nos unen, que nos ayudan a remar hacia el mismo lugar. Es una delicia para mí adentrarme en esos mundos secretos de las familias y quise mostrar el mío porque sabía que otras personas se sentirían identificadas, porque todos tenemos esas expresiones en casa que son solo de casa.
El cine, la literatura y la música, porque señalas que de no haber sido escritora hubieras sido cantante… De hecho, te vemos cantando con tu guitarra en vídeos. ¿Escribir se parece a cantar?
Claro que se parece. Es como cantar y componer a la vez. El ritmo es el motor de la escritura. El ritmo es el motor de la música. Cantar es una llamada. Los pájaros cantan para llamarse. Escribir es una llamada. Los escritores escribimos para llamar a los demás.
En uno de tus artículos que escribes en prensa dices: “No puedo ser madre y vivir feliz en una sociedad de horarios inoperantes, que encima me pide eficacia y lealtad. No puedo con todo y creo que no es cierto que otras mujeres puedan sin estar frustradas (…). Creo que ya es hora de que las mujeres digamos que no podemos con todo. Creo que ya es hora de que los hombres sean conscientes de ello y cambien las reglas del juego”. ¿Por dónde se empieza a cambiar las reglas?
Por los horarios. La base de la felicidad es el tiempo.
Y tras ‘La Olivetti, la espía y el loro’, ¿qué vendrá?
Literatura hecha de trozos con trama trepidante. Una de esas tramas increíbles que nos da la realidad.
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