Lecturas para agosto que escarban en la desubicada alma humana
Nuestra ‘Área de Descanso’ se despide hasta septiembre con un puñado de buenas recomendaciones de lecturas para el verano, que siguen la estela de Chéjov, protagonista de la sección la pasada semana. De los norteamericanos Richard Ford y Raymond Carver a los españoles David Aliaga, Nuria Sierra y Marina Sanmartín. Todos escarban en el alma humana con la crudeza y precisión de un especialista en anatomía.
Hablábamos en nuestra última Área de Descanso de Chéjov y de la influencia que ha tenido y sigue teniendo el escritor ruso en el relato contemporáneo. Entre sus discípulos más destacados, sin duda ocupa un lugar de honor Raymond Carver (1939-1988).
Como la historia de la literatura se mueve entre el canibalismo y las modas, durante los últimos años ciertos escritores y críticos parecen empeñados –a veces con argumentos legítimos y otras por mera pose o por apuntarse a la corriente de turno– en apagar la estrella literaria de Carver. Es verdad que su vida –el origen humilde, el alcoholismo, las trifulcas matrimoniales, el reconocimiento tardío de su obra– y su temprana muerte lo convirtieron inmediatamente en un mito. También es cierto que su influencia en los talleres de escritura –el propio Carver fue alumno y profesor en varios de ellos– ha tenido claroscuros, pues si por un lado ha servido como modelo a ilustres seguidores, que luego han desarrollado su propio estilo, sin embargo, el llamado “minimalismo cartesiano» (¿suyo o de su editor Gordon Lish?) ha hecho creer a muchos ilusos que escribir como Carver es fácil. Nada más alejado de la realidad. Sólo alguien con el talento de Carver consigue peinar un relato hasta dejarlo en su mínima expresión. Gracias, en parte, a una sensibilidad extrema que le permitió convertir el mundo cotidiano, su mundo, en un espejo donde muchos de nosotros podemos mirarnos. Comprometido con la búsqueda de la palabra exacta, escribía con el tesón y la agudeza de un poeta, pero con la magia de los grandes narradores que saben contar una historia. Como un “minero del alma”, supo excavar en el corazón humano y extraer joyas como Catedral, ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? o Tres rosas amarillas, el mejor homenaje que se le podía haber rendido a Antón Chéjov.
En Flores en las grietas (Anagrama), recoge Richard Ford un capítulo entrañable, por su humildad y sabiduría (¿se puede ser sabio sin ser humilde?), en el que narra su encuentro y su relación con Carver. Se conocieron en 1977, antes del efecto Granta, antes de que ambos levantaran la cabeza en el mundo literario. Ese año iniciaron una amistad que duraría hasta la muerte prematura de Carver, en 1988. “Me siento feliz de decir -y Ray lo sabía, sin duda- que durante un tiempo crucial de mi vida sus relatos fueron una presencia conmovedora en los cuentos que yo escribía, de la misma manera en que estoy seguro de que su obra proyectará una luz de cierta intensidad sobre cualquier cosa que escriba en el futuro. Después de todo, su obra es magnífica. Me muestra, como muestra a todos los lectores, cómo puede ser una versión de lo bueno. Y luego, como él mismo habría deseado, nos deja libres”, escribe Ford en el ensayo El bueno de Ray. Si bien fueron amigos, cómplices literarios, la obra de estos dos gigantes de la literatura norteamericana se ha desarrollado por caminos diferentes. Así debe ser, formamos parte de una tradición y es iluso y de ignorantes pensar lo contrario.
A quien quiera adentrase en la vida de este titán de las letras le recomiendo la biografía de Carol Sklenicka (Raymond Carver, A Writer’s Life. Scribner). En español contamos con el testimonio de su primera mujer, Maryann Burk Carver (Así fueron las cosas, Circe), y el de su segunda esposa y también escritora Tess Gallagher (Carver y yo, Bartleby Editores). Para los mitómanos y curiosos, la editorial Anagrama publicó recientemente Carver Country, con fotografías de los lugares y personas que alimentaron el mundo literario carveriano.
Un mundo del que se nutren hoy jóvenes escritores. En su primer libro, Inercia gris (Editorial Base), David Aliaga (Barcelona, 1989) reúne una colección de relatos ambientados en Estados Unidos, y este dato no es baladí porque este periodista catalán ha querido rendir un tributo y un homenaje a un universo cultural que, en cierta forma, para bien y para mal, forma parte ya de nuestro imaginario colectivo, algo parecido a lo que debió de suceder en la Península Ibérica después de la invasión de los romanos. Aliaga no sólo no quiere ocultar la huellas de Carver o de su amigo Tobias Wolff, sino que las hace visibles en historias que nos hablan de perdedores, de la soledad de la gran urbe, de la pérdida del trabajo, de las frustraciones y de los miedos cotidianos. Un par de relatos (Le Tallec, Schaars y el horror en el arte y Composición VI) apuntan a otros prometedores caminos estéticos.
También en la estela de la narrativa norteamericana, pero más cerca de la prosa irónica y el humor inteligente de Lorrie Moore (Nueva York, 1957), se encuentra otro primer libro de relatos, Nido ajeno (Colección Pez Volador), de Nuria Sierra Cruzado (Madrid, 1975). Como en Pájaros de América, el celebrado libro de Moore, al que Sierra hace más de un guiño, también en Nido ajeno nos encontramos con personajes desubicados que buscan su lugar en el mundo. En su boca, Un ascensor en la colina, Cosas que le pasan a otro, Deja que siga cavando o Papeles son algunos de los relatos más destacados de esta colección, publicados en una cuidada edición, y en los que con una prosa precisa y cortante, llena de imágenes certeras y mordacidad, Sierra se adentra en la memoria, la infancia, las relaciones personales, el mundo del trabajo o el vacío que deja el amor.
El amor, uno de los grandes temas de la literatura universal. ¿Se puede contar algo nuevo sobre él? Marina Sanmartín Pla (Valencia, 1977) se arriesga y nos habla del amor que puede llegar a sacar lo peor de uno mismo. Desde otra propuesta estética a las anteriores, lo hace en El amor que nos vuelve malvados (Principal de los libros). “Mi piel es de arena, cuando la acaricio la noto plagada de cráteres. Palpo los hoyos con los dedos. Están ahí, aunque nada pueda verlos excepto yo misma: mi cuerpo está podrido, repleto de agujeros y va a desaparecer… Eduardo se niega a reconocerlo, pero él también ha sido desterrado”. Así comienza esta novela de aliento poético y una prosa equilibrada donde lo importante no es la trama (es sencilla, la relación de una pareja se quiebra cuando ella, Sara, ve cómo un mendigo se tira al metro), sino la creación de personajes. Y en contra de lo que pueda esperarse, los protagonistas no son Sara y Eduardo, sino otro personaje enigmático, Jeremías Prun. Especialista en anatomía (la profesión no está elegida al azar), vecino de la pareja, Jeremías Prun arrastra su propia y tortuosa historia de amor. La voz narrativa oscila entre la tercera persona y las grabaciones de Sara cuando visita al psiquiatra, lo que aporta distintas perspectivas a la historia y nos ayuda a vislumbrar tanto los entresijos del cambio de piel que experimenta Sara como el inquietante cambio en su relación con Eduardo. Sanmartín da otra vuelta de tuerca a un tema eterno como es el amor, un amor bajo sospecha porque, como señala Houellebecq en la cita que abre la novela: “No temáis a la felicidad: no existe”.
¡Hasta septiembre!
Comentarios
Por Nely García, el 03 agosto 2014
Creo que la sapiencia está ligada a la humildad. El amor es indispensable, sin el no podríamos existir, pero como todo, su percepción, o manejo, puede derivar en situaciones no deseadas. Lo cotidiano es la esencia de la literatura y el observar el entorno, puede ser causa de inspiración.
Por Alex Mene, el 06 agosto 2014
Buenas lecturas para este verano luminoso.