Leer y escribir contra la estupidez
La portada de un libro de Manuel Rivas, un desnudo firmado por Manuel Vilariño, sirve al autor para reflexionar sobre los límites de la libertad artística que imponen algunos ‘parajes’ de las nuevas tecnologías como las redes sociales y sobre el impacto que estas pueden suponer en los géneros literarios.
Para anunciar un curso de periodismo cultural que voy a impartir subí el otro día a Facebook la portada de un libro de Manuel Rivas, A cuerpo abierto (Alfaguara), un viaje de periodismo indie cuyo sentido, dice Rivas, “responde a un propósito que con encarnizada precisión enunció Rodolfo Walsh. Esa idea de que escribir es un avance laborioso contra la estupidez” (no dejen de leer los Cuentos Completos de Walsh, editado por Veintisiete Letras y con un excelente prólogo de la poeta Viviana Paletta, gran conocedora de su obra). La foto de la portada es una composición de Manuel Vilariño en la que se ve el torso desnudo de una mujer, una mujer occidental que lleva unas ramas en la cabeza. No hay nada erótico en la foto, se limita a plasmar en una imagen una idea que recorre el libro, que las mujeres siempre transportan algo en la cabeza. Sin embargo, un día después de publicar la portada en Facebook, recibí un mensaje de esta red social en la que me avisaba de que había sido penalizado por subir un contenido inapropiado.
Uno de los libros fundamentales para entender el siglo XX es 1984. No son muchos los que han leído esta novela en la que se denuncia el control que ejercen las dictaduras sobre los ciudadanos, pero el Gran Hermano, el ojo que todo lo ve, forma parte ya de nuestro imaginario colectivo. En la apropiación que hace el capitalismo de las rebeldías y del lenguaje (nos han robado las palabras), incluso hay un conocido programa de televisión. El punto de partida de Orwell, comunista perseguido por los comunistas, era la dictadura soviética, pero en realidad nos hablaba de la obsesión de todas las dictaduras por erradicar la disidencia y limitar la autonomía del pensamiento, de hacer creer a los ciudadanos que viven en el mejor de los mundos posibles y de que nada se puede cambiar. Matando la esperanza se acaba con todo.
El Muro de Berlín cayó en 1989, pero otro muro se había ido levantado sin que nos diéramos cuenta. Un muro pensado por los economistas de la Escuela de Chicago y con capataces tan solventes como Reagan, Thatcher o Pinochet. Nos hicieron creer que el neoliberalismo (una nueva perversión del lenguaje, pobre liberalismo, un movimiento emancipador) era el único sistema posible. Que su triunfo sobre el socialismo soviético nos llevaba al mejor de los mundos. El capital, el dinero, entendió bien a Marx y es el único que ha comprendido de verdad la globalización. El dinero sabe que la patria no existe.
El sistema se ha sofisticado tanto que, aunque se estén desmantelando los servicios públicos, aunque no lleguemos a fin de mes y la brecha entre ricos y pobres sea cada vez más grande, como la estupidez de quienes nos gobiernan, nos han convencido de que somos felices, con una felicidad de clase media a la que accedemos solo por tener el último Smartphone, por pedir comida a domicilio con una aplicación servida por un “nuevo emprendedor” (el precariado autónomo), alguien que ha de pagar todo de su bolsillo, incluida su bicicleta. Y eso que, como dice Jorge Riechmann, el socialismo puede llegar solo en bicicleta.
Decía que 1984 era una lectura imprescindible para entender el siglo XX, pero sobre todo para comprender el presente, como si fuera ahora cuando viviéramos en esa distopía vaticinada por Orwell. Algunos libros pueden despertarnos de esa pesadilla, son un grito piel roja que no solo nos alerta del peligro sino que iluminan como luciérnagas que nos señalan el camino. Uno de ellos es precisamente el último libro de Manuel Rivas, Contra todo esto. Un manifiesto rebelde (Alfaguara).
“Y ahora la distopía está en la atmósfera. Es el ruido de las jaulas, como un zumbido de drones, que corren a atrapar las palabras salvajes, inconformistas, del pensamiento indócil”, escribe Rivas en el Manifiesto Rebelde que sirve de introducción y contextualización a esta colección de artículos que el autor gallego ha ido publicando en varios medios.
Hasta hace no mucho, cuando un novelista publicaba un libro de cuentos, solía responder en las entrevistas que los había escrito entre novela y novela, como si los relatos fueran un género menor. Una frase recurrente que con su habitual ironía desbarató el genial Hipólito Navarro cuando dijo en otra entrevista que entre cuento y cuento él escribía novelas, algo así porque no recuerdo la cita textual. De la misma manera, un lector despistado podría pensar que Contra todo esto debe ser algo menor dentro de la obra de Rivas, textos secundarios. Nada más lejos. El autor gallego ya nos enseñó hace tiempo que el periodismo es un cuento, una extensión más de su obra narrativa y poética, con la que dialoga.
En esta colección de artículos que configuran una visión del mundo, Rivas escribe contra los prejuicios, contra la España negra y goyesca a la que aún le huelen los calcetines, por más que ahora vista de Armani y veranee en las Maldivas, la que se resiste a sacar al dictador del Valle de los Caídos por ejemplo. Escribe contra la desmemoria histórica. Contra el machismo, el grande y el micro, el que todos llevamos dentro. Contra quienes agreden a la naturaleza y a los animales. Escribe contra la intolerancia, contra el abuso de poder, contra la injusticia y el conformismo. Y lo hace desde la literatura que se escribe en la orilla, con una prosa luminosa, con el disparo certero del poeta, con lecturas que nos enseñan a ver y a mirar de cerca la realidad, a reconfortarnos con la palabra rebelde. En Contra todo esto nos encontramos también con conmovedores adioses a José Saramago o a John Berger, dos autores que, como Albert Camus, nos enseñaron a decir que no, a rebelarnos.
Hierbas de ciego, el capítulo final, en el que se recogen aforismos y textos breves que funcionan como balizas, se abre así: “Extraordinaria la precisión de Katy, una superviviente de la trata de mujeres: “El oficio más antiguo del mundo no es la prostitución, es mirar para otro lado”. Este libro, este manifiesto rebelde que nos incita a decir basta, es si duda un avance laborioso contra la estupidez.
Comentarios
Por Autor75, el 26 agosto 2018
Totalmente de acuerfo con K., el oficio mas viejo del mundo es mirar hacia otro lado y lo q nos impide ser gigantes, frente a 4 bufones organizados q includo nos han hecho creer q x las sacrosantas leyes del mercado, es normal q el 1% de la poblacion mundial tenga el 60% de los recursos… y asi no hay remedio. No se trata de respetar al otro, se trata de no respetar los sbusos del otro
Por Sheyla Falcony, el 26 agosto 2018
Bravo por Rivas..porque con él no hay batallas perdidas. Hoy tenemos que derribar otros muros ..más peligrosos que opacan día a día la vida de los ciudadanos del mundo…Vamos por ellos .!