Leticia Ruifernández, la ilustradora que va soñando caminos y campo

La ilustradora Leticia Ruifernández.

Cambió Madrid por un pequeño pueblo de La Vera extremeña. Desde allí envía preciosas ilustraciones de paisajes y vida en el campo, que acompañan textos que reivindican otros espacios, otros tiempos. Leticia Ruifernández nos ha regalado este año sus conversaciones con Antonio Machado en ‘Yo voy soñando caminos’ y con los haikus de Alonso Palacios en ‘Poemario de Campo’. Hablar con ella esponja la mente.

La entrevista es por correo electrónico, pero puedo imaginarme a Leticia Ruifernández (Madrid, 1976) en su estudio del pequeño pueblo de La Vera extremeña en el que vive, rodeada de árboles, aunque una parte del monte se haya quemado recientemente y esa mancha negra sea ahora como una china en el ojo.

Allí se fue hace ya unos cuantos años con su pareja, el también ilustrador Javier de Isusi, y los hijos han ido creciendo al compás de sus respectivos proyectos artísticos y vitales. Famoso por las redes que fue creando a lo largo de su vida, Berger nos puso en contacto, aunque ya estuviera muerto cuando nos conocimos. Me emocionó el diálogo visual que mantuvo con el gran escritor británico John Berger en Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos, editado con mimo por Nórdica, una editorial que ha convertido el libro en una obra de arte.

El diálogo con los grandes autores del siglo XX ha continuado y con la misma editorial publica ahora Yo voy soñando caminos, una antología de Antonio Machado a cargo de Antonio Rodríguez Almodóvar, uno de los mayores especialistas en el poeta sevillano, y epílogo de Julio Llamazares. Esta novedad coincide además con el relanzamiento de Poemario de Campo, editado el año pasado pero cuya vida se ha visto lastrada por la pandemia. En este libro exquisitamente editado por los Libros del Jata, Ruifernández conversa con los haikus de Alonso Palacios, en un intento de atrapar el tiempo de la naturaleza y la belleza que se nos escurre en el día a día y, de paso, repensar de dónde venimos.

Han salido a la vez dos obras tuyas como ilustradora, ‘Yo voy soñando caminos’ y ‘Poemario de campo’. Dos obras aparentemente muy diferentes, pero con varios nexos de unión, ¿no?  

Los dos son libros en los que la imagen tiene un gran peso en el libro, no son meras acompañantes de los textos. Casualmente ambos tienen 40 ilustraciones. Son dos libros ilustrados, que no se ciñen al mundo de la literatura infantil, como estamos acostumbrados, sino que son libros ilustrados para todo público: adulto, y por qué no, infantil también. Los dos son libros de poesía, pero no sólo de poemas, ya que tienen unos apéndices que aportan otra información que también es relevante. Y yo creo que ambos beben de una tradición común que es la poesía popular, el folclore.

Es un terreno, el del diálogo con las palabras, que has trabajado en otros libros. Entiendo que es una forma tuya de entender el arte, como algo amplio y abierto, un campo donde se mezclan los géneros.

Sí, tenemos la idea de la ilustración como una imagen que traduce un texto a otro lenguaje, el visual. Y creo que los trabajos más interesantes de ilustración son los que no traducen, sino que aportan un nuevo relato al que ya cuenta el texto. En ese sentido es como si el texto fuera un punto de partida y yo fuera a recorrer un viaje diferente. Si el libro lo permite, el lugar al que llegaremos no es la línea a la que apuntaba el texto, sino que es otra llegada. Un lugar imprevisible al inicio.

En ‘Poemario de campo’ tus imágenes dialogan con los poemas, casi haikus, de Alonso Palacios. Ambos lográis atrapar el tiempo, el tiempo de la naturaleza, que es el nuestro también.

Que nuestro tiempo es el tiempo de la naturaleza creo que es algo que hemos olvidado como sociedad. En las comunidades campesinas de todos los tiempos ese tiempo de la naturaleza era el único posible: un tiempo cíclico, el de las estaciones, el de la Luna en su cambio de 28 días. Luego llegó el tiempo del progreso, un tiempo mental, lineal, y alejado de los ciclos de la naturaleza. Nos creímos esa convención y empezamos a vivir desde ahí. Cuando me fui a vivir a un pueblo pequeño, en Extremadura, el otro tiempo reapareció y mi vida se fue adaptando a él. Al menos parcialmente… Quizá es lo que aparece en Poemario de campo. También porque esa mirada del haiku es algo que capta lo esencial, que tiene en nuestra cultura más que ver con la copla o con los cantos tradicionales del campo y del trabajo, que captan de manera soberbia lo que permanece inmutable en el tiempo cíclico.

Explicáis en el libro que tú has trabajado a partir de sus poemas. ¿Cómo fue el proceso para poder dar con algunos de los animales o plantas en los que se había fijado Alonso Palacios?

Alonso había hecho más de cien pequeños poemas, todos de animales y plantas, y yo decidí coger un cuaderno apaisado e ir al encuentro de esos bichos, pájaros, árboles… y pintar los que me encontrara, siempre en vivo. En Extremadura tengo mucho campo donde mirar, así que empecé por lo más cercano, junto a mi casa y para algunas localizaciones preguntaba a un amigo guarda forestal: ¿dónde puedo encontrar un nido de abubilla? Y con sus orientaciones iba en su búsqueda. Me ocurrió también que hice una acuarela de un saltamontes y después me di cuenta de que Alonso no había escrito ningún poema. Entonces se lo pedía, y él lo creaba ex profeso. Así ocurrió con la garza, el saltamontes, el pato… No todas las acuarelas son de Extremadura, algunas imágenes las pinté en Almería. Llegué al final de mi cuaderno, y con ello al final del libro, habiendo realizado 40 dobles páginas, con la sorpresa de que había hecho 10 árboles, 10 pájaros, 10 bichos y 10 flores y frutos. Los poemas con cuyos protagonistas no me topé en el campo se quedarán, quizá, para otro libro…

Me encanta el poema que abre el libro y cómo lo has interpretado con el pincel. “La nuez esconde / en su joven cerebro / la memoria del bosque”. ¿Hemos perdido los humanos esa memoria del bosque, de lo que somos?

Pues como dice el poema, yo creo que esa memoria está ahí, escondida. Como especie tenemos cientos de miles de años, y siempre hemos vivido con esa memoria colectiva. ¿Cuánto tiempo llevamos en este otro tiempo, el del progreso, alejados del tiempo cíclico del que hablábamos antes? Poquísimo. John Berger ya nos decía que si mirábamos al tiempo inmediato parecería que la forma de vida del campesinado fuera a desaparecer, pero que si mirábamos a largo plazo esa mirada campesina, esa “memoria del bosque” que menciona el poema, tendría mucho que aportar a la humanidad.

También somos poesía, como la de Antonio Machado, un autor fundamental para ti. Supongo que dialogar con un poeta por el que sientes tanto respeto no ha debido de ser fácil.

Lo cierto es que cuando Diego Moreno, el editor de Nórdica Libros, me propuso hacer un libro de Machado, pensé que era un autor tan publicado y tan conocido que sería difícil crear una publicación nueva que aportase algo distinto. Luego me di cuenta de que ni era tan conocido, ni tan leído. Machado forma parte de nuestra educación literaria y sentimental, pero es sorprendente lo poco que se conocen su vida y su pensamiento. Leí Ligero de equipaje, la maravillosa biografía de Ian Gibson, y ahí surgió la idea de ir a conocer los lugares en los que había transcurrido su vida con la esperanza de poder captar de alguna manera los paisajes que inspiraron la obra de Machado. Y así me fui tras él, al encuentro de la luz y los aires que excitaron la sensibilidad del poeta y que se transformaron en las palabras de sus poemas.

¿Algún rincón o lugar que te haya resultado particularmente significativo del poeta?

Las ciudades en las que la presencia de Machado es más evidente son Soria, Baeza y Segovia. Cuando fui a pintar a Madrid me costó mucho dar con las huellas del poeta en la ciudad. La vorágine de la metrópoli que todo lo devora parecía no haber dejado nada. Cuando Machado estaba en Madrid, antes de la Guerra Civil, se reunía con su amada Guiomar en una fuente en Moncloa. Quise ir a pintarla y resulta que hoy en día está justo debajo de la casa del presidente, dentro del recinto del Palacio de Moncloa, y acceder ahí es una odisea de permisos, controles, etc… Pasados todos esos trámites conseguí llegar hasta la fuente: un remanso de silencio en el que parece que el tiempo se hubiera detenido en esos años 30 del siglo pasado y que el poeta pudiera aparecer entre los granados avejentados que rodean la fuente. También tengo que nombrar la tumba del poeta en Collioure, el pueblecito costero donde acabó el viaje del exilio de Machado y también el de su madre, y al que siguen peregrinando los lectores y lectoras de Machado a reconocer, admirar y mostrar respeto por ese ser humano tan extraordinario que fue don Antonio.

Collioure en una ilustración de Leticia Ruifernández.

Madrid a vista de pájaro, por Leticia Ruifernández.

¿Qué es lo que más te atrae de su poesía? ¿Y de su vida?

Es una poesía muy visual, y parece que al nombrarlos resignifica los paisajes. Los paisajes de Soria no serían los mismos si Machado no les hubiera escrito esos poemas. Admiro también cómo se identifica con esa naturaleza por la que pasea, no le es ajena, es una naturaleza “emocionada”. Pero también quiero hablar aquí de uno de los libros más importantes de Machado y que no es de poesía: Juan de Mairena. Para muchos es uno de los libros más importantes de filosofía del siglo XX español. En la selección de los textos de Yo voy soñando caminos se recogen no sólo poemas, sino fragmentos de este libro, o de sus cartas, entrevistas… Machado fue un gran escritor que también saltaba entre los géneros. Me impresiona de su vida cómo arremetió contra el caciquismo y la beatería reinantes en la España de principios del XX y cómo se comprometió con una transformación que iba en la línea de la Institución Libre de Enseñanza, donde él estudió y que imagino sería su guía a la hora de impartir sus clases como profesor de Instituto y que queda plasmada en toda su obra.

Una vida y una obra que son una referencia cívica, ¿no? En el momento tan convulso que vivimos en España, quizá necesitaríamos figuras como la de Machado. ¿Cómo lo ves?

Leer a Machado es absolutamente vigente. Aquí quiero citar directamente un fragmento de Juan de Mairena: “Los políticos que deben gobernar hacia el porvenir deben tener en cuenta la reacción a fondo que sigue en España a todo avance de superficie. Nuestros políticos llamados de izquierda –digámoslo de pasada– rara vez calculan, cuando disparan sus fusiles de retórica futurista, el retroceso de las culatas, que suele ser, aunque parezca extraño, más violento que el tiro”.

Desde hace años vives en un pequeño pueblo de Extremadura. ¿Piensas que esta mirada hacia lo rural que ha emergido en los últimos años es una moda o una tendencia que ha venido para quedarse?

Creo que en este país es una deuda muy antigua y que no se va a saldar con una moda pasajera. Los límites de las formas de vida urbanas, y de este reparto de la población y los recursos son reales y además se ha visto con gafas de aumento en este 2020. La aparición del libro de Sergio del Molino, La España vacía, destapó la realidad de ese mundo rural que no había sido nombrado, pero que corresponde con lo que vive una parte importantísima de la población de este país. Todo el fenómeno cultural, literario y político que estamos viendo es muy rico, porque corresponde con una realidad, no es una creación de un producto, de una moda. En otros países europeos no se da este fenómeno de despoblación y es esencial revertirlo y ofrecer las mismas oportunidades a la población rural que a la urbana.

Creo que la pandemia ha mostrado de una mera brutal los límites de la concentración de la población en las ciudades y de manera dramática para los niños y niñas.

¿Cómo es ser artista desde el mundo rural?

Ser artista en el mundo rural es una apuesta: quiero dedicarme a esto y pongo toda mi energía al servicio de ese propósito. No hay distracciones y la vida es mucho más barata. Obviamente, hoy en día estar en el mundo rural no tiene nada que ver con estar aislada. Cuando vine a vivir aquí hace 15 años no llegaba el ADSL al pueblo, pero hoy en día puedes trabajar para cualquier lugar del mundo desde un pueblo. Yo publico en Canadá y en Italia haciendo los trabajos desde aquí. Y para ver a la gente de tu sector, te mueves, vas a ferias o a algún sarao en alguna ciudad.

Yo antes vivía en Madrid y para desconectar me iba algún fin de semana al campo. Ahora es al revés: vivo en el campo, y para desconectar, me voy a Madrid, veo exposiciones, me siento un rato en un banco de la Gran Vía y pienso que con esa dosis tengo para una larga temporada.

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