Líbano entra en el Reina Sofía con la transgresora Huguette Caland

Huguette Caland. ‘Enlève ton doigt’. Foto: Cortesía de Huguette Caland Estate.
Con el título ‘Una vida en pocas líneas’, el Museo Reina Sofía expone la primera gran retrospectiva europea de la artista libanesa Huguette Caland (1931-2019) –única hija del primer presidente del Líbano tras la independencia–, con cerca de 300 obras entre dibujos, esculturas, collage, diseño y pinturas vibrantes de sensualidad y de color. Su estilo libre y colorista, con influencias del diseño gráfico, el pop y el surrealismo, desafió los convencionalismos sociales, estéticos y sexuales de su época. Este artículo tiene además un significado especial para ‘El Asombrario’: hace el número 100 de la serie ‘Sitios de paso’ de la escritora Ana Esteban.
Pasados los días tan grises, este tramo final de marzo esboza el primer color de la primavera: en los azules vibrantes que cuando para la lluvia se asoman a las nubes, en los rojos y los blancos de la ropa tendida, en las briznas verdes que brotan entre los adoquines. O en esos pájaros a los que nadie escucha y cuyo trino violeta se enredaba ayer en el piar de los semáforos. Marzo viene siempre así, sin decidirse a cerrar la puerta fría del invierno. Es el mes de los almendros. Y también de las mujeres.
En 1969, tras la ocupación israelí de Jerusalén Este, la pintora Huguette Caland fundó la ONG Inaash para que las mujeres de los campamentos de refugiados tuvieran un trabajo remunerado mediante sus labores tradicionales del hermoso bordado palestino, llamado tatreez. Sus típicos motivos geométricos y el recuerdo de su madre bordando en silencio inspiran los cuadros de la última época de la artista, que llenan una de las salas en la gran retrospectiva que con el título Una vida en pocas líneas le dedica el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía con casi tres centenares de obras.
Caland pintó su primer cuadro en 1964, cuando murió su padre. Es un gran lienzo desde cuyo centro irradia un rojo profundo que crece en matices como una espiral y que tituló Sol rojo / Cáncer. Liberándose de su papel de hija cuidadora y de las restricciones patriarcales, comenzó a vestirse con amplias abayas, se matriculó en la Universidad Americana de Beirut y desarrolló un estilo libre y colorista con influencias del diseño gráfico, el pop y el surrealismo; desafió así los convencionalismos sociales, estéticos y sexuales del Beirut de los años dorados, antes de la guerra civil libanesa. En el Reina Sofía aparece en un recorte de prensa mostrado en una vitrina, sentada en el suelo durante el montaje de su primera exposición individual de Dar el Fan en 1970, a la que invitó a las mujeres refugiadas de los campos de Sabra y Chatila fletando dos autobuses. Y más allá sonríe tumbada sobre la hierba bajo un sol de primavera en dos viejas instantáneas a color un poco amarillentas, con la fecha registrada por la cámara: abril del 67. Después viviría en París y también en Venice, California, incorporando a las formas inclasificables de su extensa obra su propia experiencia con las personas y los lugares que atravesaba, sus ideas feministas y su independencia política.

Huguette Caland. ‘Check Point (Bribes de corps) or Sourrire interrompu par le départ, 1974. Colección particular. Foto: Cortesía de Huguette Caland Estate.
“Los medios que utilizo para mi arte consisten, principalmente, en mi propia vida. Un fragmento de vida que va desde el primer instante de conciencia que recuerdo hasta el momento más reciente de mi existencia”, decía Caland. A lo largo de su carrera pintó muchos autorretratos porque era –le dijo una vez a su hija– el sujeto que mejor conocía. Aquí cuelga su Autorretrato en bata, de 1992, donde aparece sin rostro sobre un fondo intensamente rojo como el de su primer cuadro, con una bata blanca manchada de pintura; también hay otros donde incorpora trozos de papel o fotografías, sellos, dibujos, fragmentos de extraños mensajes. Y las cartas de su archivo, que despedaza y utiliza para sus composiciones, como en Nude Letters, de 1991, un fabuloso collage con el que la artista parece desnudar y ocultar a la vez su intimidad emocional en una especie de autorretrato sin efigie, formado solo por las palabras que alguna vez cruzó con alguien o que alguien le escribió: las piezas de su vida.
Como el millón de libaneses desplazados o exiliados, Caland siguió desde la distancia los desastres de la larga guerra civil que asoló el país dejando un rastro de muerte y desaparición de más de 150.000 personas. Su cuadro de 1981 Guerra incivil es una amalgama de cuerpos troceados y rostros en tonos ocres, cuya gradación podría sugerir el matiz que adquieren a veces los restos de sangre al secarse.
En París, donde la artista se instaló tras abandonar Beirut, desarrolló el conjunto de su obra más célebre, los Bribes de corps, una serie de pinturas que cuestionan los géneros normativos y reivindican el placer y la sensualidad de las formas, que había anticipado ya en cuadros como Exit, de 1970: una composición apretada y erótica de fragmentos de cuerpos y rostros que causó escándalo en su época, donde se reconoce a Paul, su marido de entonces, y a su amante Moustafa, el mejor amigo de éste, que vivía con ellos en la misma casa.
En el autorretrato de esta serie, de 1973, el lienzo está ocupado por una voluptuosa masa rosada desbordando los márgenes, con una pequeña hendidura que insinúa unas nalgas o un escote. Muchos críticos lo asocian a la percepción física de su autora, que describía el cuerpo de su niñez como algo monstruoso, pero las coloridas y suaves masas que caracterizan estos cuadros son, como los definió la artista Helen Khal, su profesora en la universidad y después amiga, el producto de una imaginación surrealista “que insiste en los placeres del descubrimiento sensual y niega cualquier tabú”.
Sus recuerdos de infancia, escribió Caland, estaban habitados por visiones de fragmentos de cuerpos y de rostros que en la oscuridad de la noche se convertían en “volúmenes autónomos”.

Huguette Caland. ‘Le Grand Bleu’, 2012 Colección particular. Foto: Cortesía de Huguette Caland Estate.
Caland dijo una vez en una entrevista que había “una única línea que atraviesa el universo. Ha sido mi gran fantasía… Es una línea elástica y totalmente imaginaria. Para mí, existe. Cada vez que esbozamos algo atrapamos esa línea, y luego la soltamos”. En la universidad, el artista John Carswell la había instruido en el arte del dibujo de línea continua, consistente en no levantar el lápiz del papel mientras una reflexión ocupa la mente. En sus dibujos, el trazo se desborda en seres equilibristas, cuerpos que contienen cuerpos, líneas que corren fuera del papel en planos inexistentes. Y que también se llenan de color en otras composiciones donde aparecen sus extrañas criaturas como insectos gigantes o en sus paisajes poblados por círculos y figuras geométricas.
A finales de los 80, Caland viajó a la región francesa de Lemosín junto a su amante, el escultor rumano George Apostu, que vivía exiliado en Francia tras huir de la dictadura de Ceauşescu y manifestaba ya la enfermedad que acabaría con él en 1986. De ese viaje surgieron los Espaces Blancs, paisajes insinuados en exquisitas ondulaciones casi escultóricas que de nuevo evocan cuerpos. “Nada se parece tanto a un cuerpo como un paisaje”, escribió.

Huguette Caland. ‘Guerre incivile’, 1981. Colección particular. Foto: Cortesía de Huguette Caland Estate.
Aquella Navidad, la artista dibujó sobre un fondo negro con tinta blanca el recuerdo de ese amor en las imperceptibles líneas que esbozan una pareja abrazada. Después se marchó de París, donde apenas ya conseguía exponer, y se trasladó a California.
En su cuaderno de bocetos de 1990, Caland apunta: “Necesito empezar este libro. Precisamente porque da tanto miedo. Da miedo hacer cualquier tipo de inscripción en una página en blanco. Una hermosa página en blanco, de un libro precioso. Una página en blanco es a veces comparable con cierta cualidad del silencio. Este silencio es tan intenso que la respiración se vuelve importante”. Hacia el final de su vida, la artista piensa en la vejez identificándose en una serie humorística y oscura con Rocinante, el caballo desgarbado y flaco de Don Quijote. Y realiza cuadros de gran formato que pinta por partes plegando el lienzo sobre su regazo, quizá para no cansarse. Obras como Le grand bleu (2012) se tiñen del color profundo del Mediterráneo de su infancia y recuperan los matices del paisaje libanés, a donde regresó en 2013 con la salud ya muy deteriorada. “La vida es concreta porque pertenecemos a un cuerpo. Y es abstracta porque sabemos que morimos. Nada más.” En las composiciones One boat y Two boats, de 2011, enfrentadas aquí como un díptico en una de las últimas salas, Caland había pintado barcos sobre el azul intenso del lienzo, como si fueran los emblemas de su propia partida. O de su vuelta a casa.
No hay comentarios