Liberad a Willy del show mediático y de las redes digitales 

Orcas en la Ría de Arousa este verano. Foto: Pablo Covel.

Orcas en la Ría de Arousa este verano. Foto: Pablo Covel.

Todo empezó durante la pandemia, con la insólita embestida de varias orcas a veleros de las costas de Galicia y Gibraltar. Y como en tantas historias marineras, la rumorología corrió de puerto en puerto hasta desmadrarse en fenómeno viral: «Las orcas atacan de nuevo» o «La venganza de las orcas asesinas», titularon los grandes diarios. Este verano, un año más, las orcas han vuelto a Galicia acaparando la atención mediática al interactuar con sus veleros. Pero desde la Coordinadora para o Estudo dos Mamíferos Mariños (CEMMA), que lleva décadas estudiando nuestros cetáceos, temen que la machacona repercusión, lejos de aportar rigor o aumentar el interés, eclipse la realidad o alimente el morbo y el desconocimiento: «Ahora todo el mundo cree ver orcas o tiburones donde no los hay, cuando a menudo está en presencia de otras especies igual de valiosas de las que nunca ha oído hablar». 

Porque no interesa, cautivos de nuestra trepidante burbuja mediática, ansiosos por ver solo lo que queremos ver, sea en una sombra o una aleta, para sacar rédito de la realidad, que, como la naturaleza, es mucho más diversa, rica y compleja. ¿Sabe la gente la variedad de cetáceos que llegan a nuestras costas? ¿Cómo juegan, ríen o sufren, compartiendo sus penas? La ciencia considera su sociabilidad y su misteriosa inteligencia muy superior a la del resto de animales, algo que ya apreciaban los antiguos griegos, que pintaban a los delfines entre criaturas mitológicas montados por Poseidón, dios del mar. Quizá su curiosidad tenga que ver con su remoto origen terrestre o con ser mamíferos, como nosotros, pues suben a superficie para respirar, pero también mueren de éxito viral, atrapados en las redes digitales por anzuelos y clickbaits. Los viejos bulos sobre monstruos marinos vuelven hoy entre las procelosas aguas de Internet, donde los medios son depredadores de nuestra atención, así que salimos con un equipo de la CEMMA a desenredarnos y conocer a nuestra fauna marina. Si a Willy lo liberaron de un show acuático, ahora toca liberar a Gladis y otros tantos cetáceos del show mediático.

Manada de delfines comunes. Foto: CEMMA.

Lo que las corrientes traen a la playa

Ni toda la costa de Portugal o de Andalucía superan la extensión litoral de Galicia, que, según el Instituto Geográfico Nacional, discurre sinuosamente a lo largo de más de 1.500 km, siendo la comunidad con más costa de España. Entre sus rías, como dedos, acumula por tanto una incalculable experiencia marítima, pero también una de las áreas costeras que más avistamientos, varamientos y rescates de animales marinos afronta. Inexplicablemente, carece de medios proporcionales para hacer frente a esta situación, que a menudo desborda a la única entidad al cargo, la CEMMA, una ONG. Esto señala su portavoz, el biólogo Alfredo López, investigador de la Universidade de Aveiro, quien este agosto afirmaba: «Si cada año aparecen varados en la costa gallega una media de 265 cetáceos, focas, tiburones y tortugas, en lo que va de año llevamos más de 380 varamientos, y estos días tenemos 4 o 5 al día». La mayoría son animales que llegan muertos, arrastrados por las corrientes, pero el 10% llegan vivos. Y en cualquier caso deben actuar, bien para liberarlos, bien para certificar la causa de la muerte y deshacerse de sus restos. «Encontramos muchos como resultado de haber sido atrapados en las redes de pesca. Y las tortugas, por ejemplo, antes de devolverlas al mar tenemos que garantizar que hayan expulsado los plásticos ingeridos».

Acompañamos a un equipo de la CEMMA en una zodiac de vigilancia pilotada por Marcos y tripulada por Alfredo, Marta, Mónica y Patricia. Al salir del puerto, en Vigo, nos desprendemos del mundo virtual para entrar en el natural, y conforme la ría se va abriendo, Mónica le toma el pulso al paisaje, anotando la temperatura del mar, el estado del viento y del oleaje, la visibilidad y el ancho de campo, que es la distancia a la que pueden avistar cetáceos. «Tomamos estas medidas cada 20 minutos para saber en qué condiciones se ven los cetáceos, que suelen moverse en grupo», dice. Mónica me muestra una lista ilustrada de las especies más frecuentes: varios tipos de delfines, calderones y ballenas. Al poco, suena el móvil de Alfredo: es una mujer que dice estar viendo un delfín cerca de la playa y teme que pueda quedar varado. «Hay días en los que el teléfono suena cada 15 minutos». Con el buen tiempo, las playas están llenas de ojos. «Además, ahora con los móviles es más fácil captarlos. No es que haya más».

Con los prismáticos a mano, atravesamos la ría entre el aroma a brea y salitre de las bateas, el canto de las gaviotas, el grácil vuelo de las pardelas y la exhibición de los cormoranes moñudos o las esbeltas garzas reales. Al llegar al extremo Norte de la ría, el equipo delibera y decide ir más allá de las Islas Cíes, dejando atrás el faro de Cabo Home. En los viejos derroteros y cartas náuticas, que tanto nos enseñan a mirar el paisaje, lo llamaban “el Cabo del Hombre” y a las playas «placeres de arena»… Alcanzamos a ver el otro lado de las Cíes, que para muchos gallegos es como la cara oculta de la Luna, porque solo los marineros, los pasajeros de cruceros y particulares con barco navegan del otro lado, a mar abierto, más allá de su protección. Y aunque volvemos a puerto sin ver una sola aleta, «estar, estaban», pues Alfredo me cuenta que esa tarde al caer el sol un cachorrito de delfín común varó en la viguesa playa de Samil.

Un equipo de la CEMMA. Alfredo López es el segundo por la derecha.

El hogar y la personalidad de los mamíferos marinos

El mar está lleno de peces, pero no solo. El resto lo agrupamos en un difuso conjunto de especies impersonales, como si fueran cosas, pero los cetáceos son seres con mucha ánima (o alma), como dijo Aristóteles. En la Antigüedad los tomaban por animales mágicos, y hoy la ciencia confirma que los delfínidos son sociables y empáticos, dotados de autoconciencia y lenguaje. Mientras los peces, entre los que se incluyen los tiburones, tienen la cola vertical, los cetáceos, como ballenas y delfines, tienen la cola horizontal.

La CEMMA ha contabilizado 24 especies de cetáceos en aguas gallegas, incluyendo delfines, zifios, cachalotes y ballenas que alcanzan los 20 metros. «Tenemos unos 700 individuos de arroaces (delfines mulares, como Flipper) registrados desde el año 2000, identificados por las marcas de su cuerpo», explica Alfredo. Gracias a ello pueden darles nombre, como a Íxaro, un arroaz de 30 años. Alfredo indica que los calderones y los delfines comunes (golfiños) son los más simpáticos y confiados, pues se acercan y acompañan a la embarcación: «Vienen a contarnos sus vidas, a enseñarnos a sus cachorritos recién nacidos, sus heridas, poniéndose de costado o levantando la aleta». Luego están los arroaces (delfín mular), que son juguetones y saltarines, pero desconfiados: «El otro día, en una salida, acompañamos a una madre arroaz que en un solemne comportamiento de réquiem llevaba el cachorro muerto en la cabeza y no se separaba de él».

La casa de los cetáceos varía con su profundidad, continúa Alfredo: «Los habitantes de las rías son los arroaces, que viven a una profundidad media de 20 metros. Fuera de las rías viven los demás, que a veces se acercan y entran en ellas, como las marsopas, a 90 metros de profundidad. Más allá de las islas, entre los 100 y 200 metros bajo la superficie, viven los delfines. Y muy lejos de la costa, a más de 30 km, en el borde del cantil, donde aumenta la profundidad, viven los delfines grises y los calderones, por debajo de los 300 metros. En el océano profundo está la casa de los cachalotes, los zifios y las ballenas, que entran en la plataforma gallega estacionalmente». Otros visitantes lejanos son las focas que vienen del gélido Norte, o las tortugas, que vienen del Caribe. «Este año soltamos 5 tortugas, porque la sexta murió. Tuvimos que rehabilitarlas porque traían el aparato digestivo lleno de plásticos. Tres de ellas las tenemos localizadas, porque pudimos marcarlas gracias a un proyecto de colaboración con la Fundación Oceanogràfic de Valencia. Una de ellas anda por el Norte de África», dice enseñándome la posición satélite en su móvil, que ubica dos puntos verdes en medio del océano y otro «intrépido» a la altura de Marruecos.

Una curtida ONG marina

La CEMMA fue fundada en 1992 y se dedica al estudio y divulgación de los mamíferos y tortugas marinas, incluyendo la bioacústica (su comunicación). Por convenio con la Xunta de Galicia es la responsable de la asistencia a los varamientos, la recuperación de animales heridos y el estudio poblacional. También participa en la redacción de planes de conservación de las especies más amenazadas, como las toniñas (marsopas). Se compone de 150 socios, entre particulares y colectivos ecologistas. En su sede de Nigrán (Pontevedra) cuenta con una UCI veterinaria y un banco de muestras biológicas, pero carece de instalaciones apropiadas para atender cetáceos de más de 2 metros o tortugas laúd. «Hay muchas carencias, pero el problema no es de legislación, sino de decisiones políticas y de recursos. CEPESMA, una ONG similar de Asturias, ha tenido que abandonar hace unos años», lamenta Alfredo. «El Ministerio de Transición Ecológica ha dispuesto 21 millones de euros para un plan de conservación de cetáceos”, añade. “También la Fundación Biodiversidad ha invertido 4,2 millones para el refuerzo de redes de varamientos, pero al mar no llega el grueso de esos fondos, porque o bien se destinan a gestión empresarial o se reparten por igual considerando en un mismo plano a comunidades con 40 o 400 varamientos al año».

«Desde el momento en que un gran cetáceo vara en nuestras costas y el 112 recibe una llamada”, continúa, “debería haber un protocolo, publicado por el Diario Oficial de Galicia-DOGA, que delimitara las responsabilidades y contara con nosotros como una parte más de la cadena de actuación, pero hoy por hoy la gestión de estos casos depende casi exclusivamente de nosotros. Las administraciones acaban delegando en una ONG porque nadie quiere hacerse cargo; quieren quitarse el problema de en medio o llevarlo mar adentro, como el Prestige. Hay que reconocer que algo hemos mejorado. En los 90 mataban a las focas a palos; ahora recurren a nosotros para que las recojamos y devolvamos al mar. Pero necesitamos más medios, y la repercusión mediática no siempre ayuda».

Cetáceos más frecuentes en las cosas gallegas.

Liberando a Gladis del show mediático

El sensacionalismo alimenta el miedo o el desconocimiento, dice Alfredo: «El gran problema de estas noticias es la desinformación de la gente». Además, cuando se agita así el ecologismo, la gente acaba por asociarse a las ONG internacionales en vez de a las que trabajan sobre el terreno, están especializadas y más lo necesitan. Marta Dacosta, una de las fundadoras de CEMMA, opina: «Puede ser más interesante desde el punto de vista biológico ver un arroaz boto (calderón gris) que una orca, con la que tanto la confunden, pero la orca es más mediática desde que la gente vio Liberad a Willy«. Quizá si en España se produjeran películas sobre nuestra fauna salvaje, más jóvenes correrían a las costas a conocer nuestras especies marinas, porque la globalización descentró nuestra sensibilidad de los horizontes y ecosistemas propios.

Historias no nos faltan… Por ejemplo, las orcas ibéricas son una subpoblación diferenciada del resto, y su brusco cambio de comportamiento con los veleros en 2020 sigue siendo una incógnita para la comunidad científica, que lo atribuye a un juego o a una reacción aprendida tras un trauma causado por algún velero. Las orcas que repiten este patrón se han identificado con el nombre de «Gladis», porque no todas lo hacen. Hoy por hoy no sabemos por qué las Gladis se comportan así, pero la razón no obedece a nuestra lógica maniquea. Para recomendar cómo actuar frente a ellas y responder con rigor a la alarma social, la CEMMA puso en marcha proyectos como FriendSHIP: orcas con la Fundación Banco de Santander, lanzando una web y una App de seguimiento (GT Orcas), donde explican que la orca ibérica recorre la costa española desde Gibraltar hasta Galicia cada verano para luego perderse en el Atlántico, y que, si se acerca a la costa, es persiguiendo su alimento: los bancos de atún rojo. La más longeva del grupo, «la abuela Toñi», ronda los 50 años. Las madres amamantan con leche a sus crías, y cuando se enfadan con ellas golpean su aleta caudal en el agua, llamándoles la atención.

En un contexto de crisis ecológica, lo que menos necesita nuestra fauna salvaje es acabar presa del circo mediático que todo lo sesga y descontextualiza. Marta y Alfredo cuentan que algunos navegantes reconocen que fue la osadía lo que los llevó a estos encuentros con las orcas, al alejarse de la costa por la noche, pero «otros parece que nos responsabilizan como si fueran nuestras hijas malcriadas». Mejorar nuestro conocimiento es la única forma de superar la utilización mediática de películas como Tiburón. Mónica González, secretaria de CEMMA, comenta: «Pasa lo mismo con el tiburón peregrino. Nadie sabe cómo es, pero alucinan con el tiburón blanco y ya creen que todos son iguales». Dice que su cetáceo favorito es el delfín listado: «Difícil de ver, pero maravilloso…».

Marta pide más atención para las esquivas toniñas (marsopas): «Les gustan las islas Estelas, por donde las vimos en el último embarque, pero están en peligro y los estudios dicen que pueden desaparecer en 20 años».

Sobrepesca, contaminación y cambio climático 

Alfredo describe algunos episodios que podrían atribuirse al calentamiento global: «A veces llegan especies de otras latitudes, que viajan desde Terranova transportadas por icebergs y acaban llegando mucho más al Sur de donde deberían. Pasó con un lobo marino de capelo o foca capuchina, que llegó a Malpica y había sido atacada por un tiburón. Es lo que un científico ha llamado ‘paradojas del cambio climático’. Pero también es muy común ver focas calvas, que pierden el pelo al acabar viviendo en zonas más cálidas de las que les corresponde».

El cetáceo más vulnerable de nuestras costas es la marsopa, cuyo refugio poblacional está en Galicia. Alfredo señala que debería haber un plan de conservación que tomara medidas, como restringir la pesca durante la temporada de cría. A amenazas como la contaminación por plásticos se suma ahora la sombra de la eólica marina, nos dicen, pero para informarse sobre estos retos la ciudadanía puede unir fuerzas saliendo al mar con entidades como CEMMA, que además de cuidar nuestros mares y a sus carismáticos habitantes, nos desenreda e inspira, al mostrarnos a Gladis, como a Willy, saltando libre de nuestra jaula de grillos virtual.

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