Libros para comportarnos como animales
Para vivir como un tejón, un zorro o un vencejo. Hoy os recomendamos desde ‘El Asombrario Recicla’ un clásico del escritor sudafricano y premio Nobel John Coetzee, ‘Siete cuentos morales’, y uno de los libros más originales y divertidos que hemos leído últimamente, ‘Ser animal’, de Charles Foster. Dispuesto a intentar comprender a los animales sin las anteojeras de los humanos, Foster ha tratado de vivir como algunos de ellos: un tejón, una nutria, un zorro, un ciervo o un vencejo. Ellos sí que saben vivir en armonía con el entorno, aprovechar bien los recursos, reciclarlo todo y no desperdiciar nada.
Uno de los momentos más emocionantes de mi vida de lector ocurrió hace casi tres años, en junio de 2016. El escritor sudafricano y premio Nobel John Coetzee cerró en el auditorio del Museo Reina Sofía las actividades de ese movimiento de agitación de la cultura que fue ‘Capital Animal’. Coetzee tiene fama de ser un hombre esquivo, alguien que no se prodiga mucho, de ahí que verlo en Madrid, en un auditorio lleno, fue sin duda un momento de celebración, para no olvidar. Mi admiración por Coetzee es doble, como escritor (es el mejor heredero de Kafka y ya sabemos que nadie puede ser escritor si no ha leído a Kafka) y también como activista, primero contra el Apartheid y siempre contra el maltrato animal. Coetzee no habló como Coetzee sino como su alter ego, Elizabeth Costello, una escritora un tanto cascarrabias y de pensamiento libre, defensora de los derechos de los animales.
Elizabeth Costello es la protagonista de algunos de los relatos que integran Siete cuentos morales (Random House), que he releído varias veces desde que se publicara en español en mayo del año pasado. En este breve pero intenso volumen de cuentos nos encontramos con los dos que abren el libro, El perro y Una historia, de ficción, y el resto protagonizados por una Costello envejecida y que, como viene siendo habitual en otros textos, mantiene con su racional y solícito hijo John conversaciones en torno a distintos temas y situaciones.
Tanto El perro como Una historia son pequeñas piezas maestras, por la capacidad de Coetzee de adentrarnos en los recovecos morales a partir de unos personajes, historias narradas siempre con una frialdad y distancia emocional marca de la casa, y con una pulsión y una extraordinaria capacidad de hipnotizar al lector. El resto, como digo, están protagonizados por Costello (como curiosidad, uno de ellos transcurre en un pequeño pueblo de España), lo que viene a ser una suerte de autobiografía de esta mujer empecinada y libre que no lleva bien envejecer y depender de los demás.
De estos cinco relatos sobresale sin duda El matadero de cristal, que debería ser de lectura obligatoria. Es conocida la frase que se atribuye a Paul McCartney (no tengo claro si alguien antes de él lo dijo alguna vez) de que si los mataderos fueran de cristal nadie comería carne. Bajo esa premisa, Costello le plantea a su hijo qué pasaría si en la ciudad donde vive, en Australia, se construyera un matadero de este tipo que sirviera como ejemplo. Costello, además, le ha enviado una caja con manuscritos inconclusos para que los lea, sin un objetivo claro. Papeles en los que polemiza con Heidegger, Descartes y otros filósofos en torno a la condición animal y al trato que les damos los humanos. Y lo hace con la sutileza y agudeza de siempre. Escrito en torno a 2016/2017 (más o menos cuando Coetzee visitó España), en El matadero de cristal nos encontramos con una Costello que atisba la crudeza de la vejez, la pérdida de facultades. Es una mujer inteligente que ve cómo poco a poco pierde facultades. Y se asusta. Llega el momento de replantearse las verdades que quedarán para siempre. Y entre ellas está la de la defensa de los animales. No porque los ame. Sino por justicia.
Por más veces que lo he leído, el final del relato, en el que Costello le narra a su hijo un documental que vio en la televisión sobre la selección industrial de los pollos (las hembras van a una canasta para destinarlas a la producción de huevos y los machos siguen por una cinta, donde los trituran vivos y sirven de fertilizantes) siempre me estremece y me hace llorar. “La mayor parte del tiempo, ni siquiera sé ya en qué creo. Las creencias que tenía parecen haberse disuelto en la niebla y la confusión en mi cabeza. Sin embargo, me aferro a una última creencia: que ese pollito que se me apareció anoche en la pantalla, apareció allí por alguna razón: él y todos los otros seres insignificantes cuyo camino se cruzó con el mío cuando iban rumbo a la muerte”. Costello tiene la certeza final de que escribe para que no se olvide que alguna vez existieron.
En un momento de este libro, Costello nos habla de la importancia de la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar de otro ser vivo y sintiente. Es lo que ha tratado de hacer hasta los límites más insospechados el naturalista británico Charles Foster en Ser animal (Capitán Swing), uno de los libros más originales que leído últimamente. Dispuesto a intentar comprender a los animales sin las anteojeras de los humanos, Foster trató de vivir como algunos de ellos: un tejón, una nutria, un zorro, un ciervo o un vencejo. “Este libro es una tentativa de ver el mundo desde la altura de los tejones de Gales, de los zorros londinenses, de las nutrias del Parque Nacional de Exmoor, de los vencejos de Oxford y de los ciervos escoceses y del suroeste de Inglaterra; un intento de aprender qué supone arrastrarse o descender en picado por un paisaje que es fundamentalmente olfativo o auditivo más que visual. Es una suerte de chamanismo literario y ha sido divertidísimo”, escribe Foster en la nota preliminar.
Para vivir como un tejón Foster se construyó una tejonera, comió lombrices, se arrastró por el suelo a cuatro patas y empezó a ver el bosque de otra manera. Uno puede pensar de alguien así que está loco y al principio confieso que se me pasó por la cabeza. Pero nada de eso. Foster es un naturalista experimentado, viajero empedernido, en su día cazador (de lo que se arrepiente enormemente), alguien que tiene una sólida formación en biología evolutiva. Precisamente, la ciencia nos trae cada día nuevas investigaciones que desmontan la idea que los humanos tenemos de los animales. Por suerte, queda lejos la idea de Descartes, para quien solo eran máquinas, y tras la involución del siglo XX nos aproximamos más a Darwin, el padre de la Evolución, para quien los humanos y los simios éramos primos hermanos, parte de la misma familia. “Dos pecados han afectado a la literatura tradicional de la naturaleza: el antropocentrismo y el antropocentrismo”, asegura Foster.
Hay que leer este libro como un viaje, un viaje divertido y alucinante hacia lo desconocido. Cambiar el chip. Para entender a los tejones, por ejemplo, lo importante es intentar ver el bosque a través de los oídos. “Bastante de lo que significaba ser un tejón consistía meramente en permitir que el bosque nos hiciera lo que le hace a los tejones: en estar allí cuando llueve; en asumir los horarios de los tejones; en estar encogidos bajo tierra; en dejar que los jacintos de los bosques te cepillen la cara en lugar de las botas”.
Al leer el libro la sensación que tiene el lector es la de estar frente a algo diferente, una obra que nos interpela de verdad como especie, una especie colonizadora que se cree la dueña del planeta.
El autor disfrutó a lo grande escribiendo el libro. Estoy seguro de que el lector hará lo mismo cuando lo tenga entre sus manos. Yo me he divertido como un niño. La mejor crítica que le podría hacer.
Comentarios
Por cambo, el 16 abril 2019
revolcarse en el suelo
olerlo
meterse en charcos
andar descalzo por la natura
etc
Por José Luis, el 16 abril 2019
¡Muchas gracias, me encanta!
Por Juan, el 17 abril 2019
Hay que ver este video: https://www.ted.com/talks/frans_de_waal_do_animals_have_morals?language=en
y leer los libros de Frans de Waal, como «¿Somos lo suficientemente inteligentes para saber lo inteligentes que son los animales?»; «Nuestro simio interior»; «Política de chimpancés»; «La edad de la empatía», etc.