Llega a Madrid el musical que Broadway nunca quiso tener que estrenar
‘Come From Away’ es un ejercicio de teatro musical documental fabricado en Canadá y que, contra todo pronóstico, arrasó en su estreno en Nueva York en 2017. La obra está basada en hechos reales y narra la peripecia que se vivió durante 5 días en el pueblo de Gander, en la isla de Terranova, que vio multiplicada por dos su población en cuestión de horas tras ser desviados 38 aviones comerciales con 6.700 pasajeros a su aeropuerto, al estar cerrado el espacio aéreo de Estados Unidos por los atentados suicidas del 11 de Septiembre de 2001.
Come From Away es un musical que tenía todas las papeletas para haber sido un fracaso estrepitoso en Broadway. Los neoyorquinos podrían haber salido literalmente corriendo al enfrentarse a una obra que trata de verle el lado positivo a un suceso derivado del 11S de 2001, el día en que unos terroristas estrellaron dos aviones en las Torres Gemelas de Manhattan cambiando el mundo para siempre. ¿Qué probabilidades de éxito podía tener, además, un espectáculo creado por un matrimonio canadiense cuyo antecedente teatral más notable se tituló My Mother’s lesbian Jewish Wiccan Wedding (La boda lésbica, judía y wiccana de mi madre), un pequeño musical que fue todo un éxito en el Fringe Festival de Canadá? Sobre el papel, ninguna.
Sin embargo, Irene Sankoff y David Hein, sus autores, contaban con un as en la manga: una historia real llena de luz, empatía y esperanza en el género humano. Contaban con una gran historia. La de todo un pueblo de la isla de Terranova volcado en acoger de la forma más cálida, cómoda y humana posible a miles de personas que se vieron atrapadas, de repente, en un lugar extraño en uno de los días más oscuros e inquietantes de la historia reciente. Y ese suceso de heroica hospitalidad contado a través de una obra de teatro documental musical resultó ser un ejercicio catártico para una sociedad que ha evolucionado hacia la división, el extremismo y la polaridad. Tanto que la obra fue nominada a 7 premios Tony, consiguiendo el de mejor dirección, y a 9 Drama Desk Awards, logrando triunfar en las categorías de mejor musical, mejor actriz y mejor libreto tras su estreno en Broadway en 2017.
Ahora llega a Madrid en la versión de la productora argentina The Stage Company, con la dirección de Carla Calabrese, que también comparte la tarea de trasladarla al castellano junto con Marcelo Kotliar. La dirección musical corre a cargo de Santiago Rosso. Esta producción cuenta con un elenco de 16 actrices y actores que se doblan (incluso cuadruplican) para interpretar varios personajes a la vez, dando vida tanto a algunos de los habitantes de Gander como a varios de los pasajeros que vieron sus vuelos desviados a esta remota localidad. Y pese a que han pasado 23 años de aquellos sucesos, lo que estos actores y actrices hacen que ocurra encima del escenario posee un magnetismo innegable.
Gander, en la canadiense isla de Terranova, es una pequeña localidad que en aquella época contaba con alrededor de 10.000 habitantes. Está situada en la franja noreste del lago Gander y antes del 11S era conocida por el aeropuerto internacional de mismo nombre, que aún continúa siendo utilizado de manera preferente en casos de aterrizajes de emergencia, ya que cuenta con instalaciones de seguridad y médicas para lidiar con ese tipo de situaciones.
Aquel día llegaron de golpe y en pocas horas 6.700 personas, porque sus aviones habían sido desviados al cerrarse el espacio aéreo de Estados Unidos tras los ataques. En el aeropuerto aterrizaron 38 aeronaves de diversas aerolíneas de todo el mundo como Olympic Airways, Air France, Lufthansa, British Airways y Alitalia, entre otras. Las 500 plazas hoteleras de la localidad fueron reservadas para pilotos y tripulaciones. Pero los pasajeros no fueron dejados a su suerte y el pueblo milagrosamente funcionó como una maquinaria bien engrasada de logística.
Irene Sankoff y David Hein viajaron a Gander en 2011, cuando se cumplían 10 años de los atentados. Por ese motivo, varios de los pasajeros volvieron a la localidad para participar en un emotivo reencuentro. El matrimonio aprovechó para realizar cientos de entrevistas y recopilar un buen número de anécdotas que finalmente quedarían inmortalizadas en el musical.
Pese a una sencilla escenografía, los creadores de Come From Away son capaces de transmitirle al público la angustia que sintieron los pasajeros que tuvieron que aguardar durante horas -hasta 31 en algunos casos-, sentados dentro de las aeronaves. Al mismo tiempo, nos enseña cómo el pueblo bullía en un todos a una para acoger a los inesperados visitantes. Todo en una atmósfera marcada por la incertidumbre, el miedo y el terror que aquellos días recorrió gran parte del planeta. Cuando los dejaron salir de los aviones, se encontraron en un lugar extraño y con lo puesto. Por razones de seguridad no se les permitió acceder a sus equipajes, que quedaron en las bodegas de los aviones.
Come From Away transcurre en una época anterior al boom de los teléfonos inteligentes, la democratización total de Internet y de las redes sociales, de tal forma que la mayoría de los pasajeros no sabía la razón por la que los habían desviado a aquella pequeña localidad canadiense, y los que habían recibido de alguna forma la noticia no querían creerse que aquel horror hubiera tenido lugar hasta verlo con sus propios ojos. Y esa es una de las escenas más impactantes de este musical: el momento en el que los pasajeros son testigos de la magnitud de la tragedia que había ocurrido en Nueva York, Arlington (Virginia) y Zanesville (Pensilvania). Sólo vemos las caras y las reacciones corporales de los actores, que simulan estar observando por primera vez las brutales imágenes de los atentados y el resultado es estremecedor.
El musical también nos muestra cómo cientos de voluntarios se afanaron por transformar colegios, gimnasios, iglesias, almacenes y otros inmuebles en lugares que pudieran servir de hogar improvisado para todas esas personas que quedaron varadas en una ciudad que no era la suya. Los vecinos de Gander cocinaron y cocinaron mucho. Las estanterías de los supermercados se vaciaron en cuestión de horas y la pista de hockey sobre hielo del equipo local se convirtió, durante unos días, en una de las mayores neveras del mundo.
Pero también se detiene en cuestiones menos prosaicas como el odio, el miedo y la tolerancia. Aquel día, de repente, practicar una religión o pertenecer a una etnia determinada podía convertir a esa persona en sospechosa. En Come From Away no solo se habla de la logística del alojamiento, la comida, la medicación, la higiene y hasta los parches de nicotina, fundamentalmente habla sobre un instinto que pareciera que últimamente ha abandonado al ser humano: el de ayudar a sus semejantes sin importar quiénes sean, qué religión profesen, cuáles sean sus creencias y su orientación sexual.
Así, en los tiempos que corren en los que el racismo, el odio visceral y la intolerancia extremista crecen como una mala enfermedad a la que no le encontramos cura, Come From Away es un estupendo recordatorio de que no hay nada más humano que la empatía y nada más gratificante que ayudar al prójimo cuando las cosas se ponen feas.
No hay comentarios