¡Llega el Tetris de la Navidad!
Pues nada, oye, que en cuanto respiras un poco, te das algún que otro bañito en la playa y parpadeas un par de veces, ya está aquí otra vez la Navidad, esa época del año en la que toca ser feliz —quieras o no—, a pesar de que seamos legión aquellos a los que las fiestecitas nos producen un ataque galopante de melancolía. De hecho, podríamos decir que la humanidad se divide en dos grupos: los que la aman y los que la odian. Yo confieso que pertenezco al segundo —y que conste que no es pose ni rebeldía, como me reprochan a menudo, sino pura morriña—.
Cada año, el primer día que me topo con la iluminación navideña en la calle, lo que me viene a la cabeza son mis horas de Tetris, un juego al que estuve enganchada de joven. ¿Os acordáis? Consistía en encajar unas piezas geométricas que no dejaban nunca de caer. Al principio, la tarea parecía fácil, pero las endemoniadas formas avanzaban cada vez más rápido hasta hacerte perder la partida. Lo borré de mi ordenador una noche que había estado cenando en casa de unos amigos y, en vez de sus caras, lo que veía eran figuras que se precipitaban hacia mí para ser ordenadas.
Imagino que os estaréis preguntando qué tiene que ver esto con la Navidad, yo lo veo claro: la vida, en general, es como el Tetris, pero a finales de diciembre es cuando las piezas alcanzan su velocidad máxima. En esas fechas, uno tiene que intentar que todas sus facetas (madre, hija, amiga, ex, trabajadora) confluyan de tal forma que todo cuadre, de manera que la trabajadora, que solo tiene dos días libres, viaje 400 kilómetros —algunas veces con nieve— para ejercer de hija, hermana y amiga, sin que la madre que a su vez es tenga la tentación de obligar a sus hijas a alejarse de sus amigos, que viven en otra ciudad; no olvidemos, además, que la ex en la que se ha convertido debe respetar el deseo del padre —es decir, su ex— de pasar las fiestas con sus hijas —que también son las de ella—. En fin, que todo esto, aparte de parecer un texto de Groucho Marx, requiere unos conocimientos de geometría de los que carezco.
Si había un día que me provocaba especial pavor era la Nochevieja con sus uvas y la cara que tenía que poner al escuchar la última campanada. Cuando me convertí en ex, la fobia estuvo a punto de convertirse en patología. Pero yo, que no soy amiga de dramas, me inventé una terapia de choque que, sin duda, os recomiendo: consiste en reunir a un buen grupo de amigos todos los meses y tomar las uvas con ellos, más que nada para ir haciendo callo. No os aseguro que el sistema sea infalible, pero os garantizo que lo pasaréis bomba. Yo lo hice durante un año entero y, desde entonces, me enfrento al 31 de diciembre con un espíritu nuevo. Además —y perdonad este momento Umbral— de todo aquello salió mi novela Las uvas de la Hidra, que tantas alegrías me ha proporcionado durante este último año —¿Cómo? ¿Que todavía no la habéis leído? ¡Pues todavía estáis a tiempo!—.
En fin, bromas aparte, no quiero despedirme sin antes desearos unas felices fiestas… ¡Y a jugar!
Comentarios
Por Marta, el 15 diciembre 2017
Muy bueno, como siempre!!!! Y real, que tiempos los del tetris!!!
A por otra Navidad y sobre todo a por un 2018 inolvidable, que solo hay uno.
Una lectora admiradora????????
Por Marta Rañada, el 16 diciembre 2017
Marta. El Tetris y el comecocos, que también da para una columna… y, como no, las máquinas de pinball.