‘Lo que arde’: las estremecedoras miradas de una vaca, un árbol, un pueblo

Un fotograma de la película ‘O que arde’.

Un fotograma de la película ‘O que arde’.

Otoño. Llueve por fin en Madrid. Un cine. Una película no envuelta en millonarias campañas de promoción… Y se hace la belleza: ‘O que arde’ (Lo que arde). Las estremecedoras miradas de una vaca enferma, de un viejo roble, de una madre y su hijo perdidos en un pueblo. La mirada de su director, Oliver Laxe, sobre un abandonado medio rural. Pura poesía visual. Cine imprescindible.

El día de la fiesta nacional yo me quedo en la casa igual, cantaba Paco Ibáñez. Suelo hacerle caso porque nunca me han motivado ni las patrias ni las fiestas nacionales (de cualquier tipo), pero el sábado pasado, 12 de octubre, decidí acercarme al centro de Madrid, al cine. Quería ver la última película de Woody Allen, Día de lluvia en Nueva York. Como con las novelas de Paul Auster, las películas de Allen marcan para mí el inicio del otoño, más ahora que llueve tan poco y las estaciones se están evaporando en Madrid.

Sigo siendo un fan incondicional del cine de Allen (recomiendo la hermosa entrevista que le hizo Fernando Trueba en El Mundo ), aunque ahora se haya convertido en un personaje non grato para muchos. Como el desfile militar fue por la mañana, pensé que por la tarde ya no habría tanto problema para moverse por el centro. Me equivoqué. Las calles estaban tomadas por la gente y cuando llegué a la taquilla no había entradas. Como estaba cerca, me pasé entonces a ver la cartelera del cine Bellas Artes. Proyectaban esa noche una película de la que ni siquiera había oído hablar (hace años que no leo las críticas de cine), pero que me llamó la atención por el título: O que arde.  Otro aliciente para verla era que al término de la película había un coloquio del público con el director, Oliver Laxe (que ha sido repetidamente galardonado en el Festival de Cannes). De modo que decidí comprar una entrada y dejarme llevar por el azar.

Bendito azar. Mientras hacíamos cola para entrar, empezó a llover, el cielo se volvió otoñal de repente y comenzó a caer esa agua que tanta falta hace en Madrid y en esta España sedienta, necesitada de menos fiestas nacionales y de más política de verdad que alivie la situación en la que viven millones de españoles. No vería Día de lluvia en Nueva York, pero tenía un día de lluvia en Madrid. Era un buen punto de partida.

La sala del cine estaba abarrotada; seguro que la gente sabía a lo que iba, no como yo. Aunque lo averigüé enseguida. Tras una breve presentación del director francogallego, se apagaron las luces, un momento que me sigue pareciendo mágico. En la pantalla aparecieron unas máquinas que se adentran en un bosque. Se comen la noche, taladran la oscuridad con sus faros y con su pala van derribando eucaliptos, que caen al suelo como si fueran piezas del dominó. Hasta que las máquinas llegan a un árbol más vetusto y compacto. Un árbol que los mira y los reta. Un árbol que mira también al espectador y lo interroga. Pura poesía visual.

O que arde tiene la dificilísima complejidad de las historias sencillas. Amador es un pirómano que, tras cumplir parte de su condena, regresa a su pequeña aldea gallega junto a su madre octogenaria, Benedicta. Poco a poco, con una lentitud embriagadora, atenta al detalle, vamos conociendo los pormenores de la llegada de Amador, la compleja y conflictiva relación con su madre, la acogida de los vecinos, las suspicacias, las miradas. La película retrata el presente y se pregunta por el futuro (tan oscuro como la noche inicial del filme) de un mundo rural que está a punto de extinguirse, pero donde aún hay personas que resisten, como Amador y Benedicta.

O que arde es una de las películas más bellas y profundas que he visto en los últimos tiempos. Siento envidia del joven director, Oliver Laxe, por haber sido capaz de rodar una historia así, “tan poco sexy”, dijo al final en el coloquio. La vida difícil de unos personajes sencillos y heroicos le sirve a Laxe para tejer una dura crítica hacia el abandono del mundo rural. Es una película íntima y comprometida a la vez, política. ¿Qué buena obra de arte no lo es? Nos habla de relaciones personales, de nuestro vínculo inquebrantable con la naturaleza, una naturaleza nada idealizada que se extiende como una prolongación de quienes viven de ella y en ella.

En uno de los momentos más felices de la historia, la cámara enfoca los ojos de una vaca enferma a la que llevan en un todoterreno a una clínica veterinaria. Para Amador y Benedicta sus vacas forman parte de su familia, son su familia, nada que ver con esa ganadería industrial que mata en vida a los animales. En una casete suena Suzanne, de Leonard Cohen. La mirada de esa vaca es la mirada del árbol que nos interrogaba al comienzo. Hay mucha sabiduría en ellos. Uno sale reconciliado y removido a la vez después de ver O que arde. Una pena que, como comentó el director en el coloquio, no se haya podido distribuir por canales más amplios. Como sus personajes, que Laxe seleccionó en un casting, O que arde transmite verdad y honestidad. Y toneladas de belleza. No dejen de verla por favor. Cine imprescindible. Bendito azar.

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Comentarios

  • Montse D. Malde

    Por Montse D. Malde, el 20 octubre 2019

    Oye, estoy interesada en saber qué música suena en la película, además de Suzanne…Lo sabes tú?.
    Gracias

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