Lo que podemos aprender de los negacionistas
Giordano Bruno, Miguel Servet y Galileo Galilei. Tres de los científicos más célebres de entre los que fueron perseguidos por los cristianos –católicos y también protestantes en el caso de Servet– hasta ser ejecutados por herejes, en el caso de los dos primeros, mientras que el tercero fue obligado a retractarse para no correr la misma suerte. Los tres además son claros ejemplos de que el poder siempre es negacionista de todas las verdades y evidencias que ponen en tela de juicio su sistema de dominación. Ocurría en el pasado con la religión y ocurre en el presente con el capitalismo neoliberal, la religión de nuestro tiempo, que también niega la ciencia cuando supone una amenaza, como ocurre sin lugar a dudas con la emergencia climática.
Se nos podría replicar que el neoliberalismo no quema a nadie en la hoguera. Podríamos responder que lo que está pasando, más bien, es que el planeta se está convirtiendo en una inmensa hoguera. ¿Cuántas muertes son atribuibles, a nivel mundial, al aumento de fenómenos meteorológicos extremos –que la ciencia relaciona directamente con el cambio climático– tales como olas de calor, incendios, huracanes, inundaciones o sequías? Es difícil saberlo. Según la OMS, se calculan unas 250.000 defunciones adicionales cada año como resultado del cambio climático en las próximas décadas.
Pero si comparamos estos datos con los que arrojan otros estudios que hablan únicamente de las muertes atribuibles a las olas de calor, es muy posible que la cifra real sea mucho más abultada. De hecho, un informe de The Lancet asegura que más de 350.000 personas mueren cada año en el mundo por el calor extremo. Insistimos: esto sólo en el caso de las olas de calor, pero hay muchos otros fenómenos meteorológicos cada vez más recurrentes debido a la emergencia climática.
Completamos este panorama crematístico con las personas que han conseguido salvarse de la quema, pero no así sus hogares. Nos referimos a los desplazados por el cambio climático. Según ACNUR, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados, “cada año, más de 20 millones de personas deben abandonar su hogar y trasladarse a otros puntos de su propio país debido a los peligros que causan la creciente intensidad y frecuencia de eventos climáticos extremos”.
¿Pero qué son todas estas muertes y vidas destrozadas ante la perspectiva de seguir amasando millones? Si hay que seguir echando más leña, es decir personas, al fuego de esta hoguera, hágase. Parece que esta es la máxima de la minoría privilegiada que sigue engordando sus fortunas a costa de un sistema económico incompatible con la vida. El capitalismo neoliberal ha incendiado nuestro hogar común, este pequeño y amenazado planeta. El mundo está En llamas, título del hasta ahora último libro de la periodista y activista Naomi Klein, autora de obras tan emblemáticas como No Logo, La doctrina del Shock o Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima, dedicado también al cambio climático.
En el segundo capítulo de En llamas: un (enardecido) argumento a favor del Green New Deal, editado por Paidós, Klein disecciona el discurso de algunas de las organizaciones y personalidades negacionistas más destacadas. Para empaparse bien del asunto, la periodista acudió a la sexta Conferencia Internacional sobre Cambio Climático organizada por el Instituto Heartland. Uno de los encuentros de colectivos y personalidades defensoras del negacionismo del cambio climático más importantes de EE UU y, por tanto, de todo el mundo.
Si bien es cierto que en este foro se quieren guardar las apariencias, en el sentido de que la idea es aparentar que es un congreso científico serio, no es menos cierto que las teorías científicas que se exponen son antiguas y a menudo desacreditadas. Y además son contradictorias entre sí. Un ponente dice que no hay calentamiento global, mientras que el siguiente afirma que sí, pero que no es para tanto. Y el tercero puede apuntar que el cambio climático se debe a causas naturales y no a la acción humana. Solo nos falta alguien que diga que la solución pasa por poner una planta en cada balcón.
Pero en este foro nadie se lleva a engaños. La ciencia es lo de menos y todo el mundo lo sabe. “El problema no es el problema”, afirma Chris Horner, una de las estrellas del negacionismo yanki al que cita Klein. El problema real, sostiene Horner, es que “ninguna sociedad libre se haría a sí misma lo que requiere este plan [..]. El primer paso para lograrlo es eliminar todas esas incómodas libertades que no dejan de estorbar”.
Es decir, los negacionistas realmente lo que temen son las implicaciones políticas y económicas del cambio climático para su concepción de la libertad. Dicho de otra manera, saben de sobra que tratar este asunto como se merece, es decir, como una emergencia, es incompatible con el mantenimiento del libre mercado. En palabras de la periodista: “Sencillamente, no existe forma alguna de lograr que un sistema de creencias que desprecia la acción colectiva y venera la libertad total del mercado encaje con un problema que exige acciones colectivas a una escala nunca vista y el control drástico de las fuerzas del mercado que crearon la crisis y la están agravando”.
Los negacionistas son plenamente conscientes de ello, quizá más que nadie, y por eso se esfuerzan tanto y destinan cientos o incluso miles de millones de dólares a negar la ciencia del clima. Klein cita a otro bloguero negacionista, James Delingpole, quien afirma: “El ecologismo moderno consigue promover muchas de las causas estimadas por la izquierda: la redistribución de la riqueza, unos impuestos más elevados, una mayor intervención y regulación gubernamental”.
Efectivamente, las medidas que habría que poner en marcha contra la emergencia climática –y no tanto porque se reivindiquen de la izquierda sino, simplemente, porque se derivan de muchas de las recomendaciones que arrojan los estudios científicos– y que además serían muy efectivas de cara a construir un relato que permitiera su acogida favorable por la mayoría social, son incompatibles con la libertad de hoguera. Es decir, con el libre mercado.
Medidas como por ejemplo:
–La apuesta por la acción colectiva, por unos servicios públicos de calidad y por la construcción de infraestructuras públicas de servicios y energéticas sostenibles y verdes, que podrían generar millones de puestos de trabajo.
–La planificación económica para gestionar la escasez de manera justa, a fin de que nadie se quede atrás, y para primar las políticas más eficientes en el uso de recursos.
–La regulación corporativa, que pondría así fin a las malas prácticas empresariales en materia ambiental y social.
–La apuesta por economías locales, bajas en carbono, intensivas en empleo y mucho más eficaces a la hora de redistribuir la riqueza.
–Nuevos impuestos para los más ricos y también de tipo ambiental, según el principio de “quien contamina, paga”.
Y así hasta un largo etcétera de medidas muy razonables con las que, insistimos, se puede construir un relato ganador. Un relato con el aval no sólo de la justicia y de la ética, sino también de la ciencia, nada más y nada menos. Motivo por el que sólo podría ser derrotado desde el bulo, la negación o el desvío hacia otros temas en los que el poder se mueve mucho más a sus anchas. Y es que, sin duda, los negacionistas nos están enseñando, posiblemente sin querer, lecciones tremendamente valiosas todos los días. Solo hace falta que tengamos la capacidad y la determinación de aprenderlas y aplicarlas.
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