‘Los años oscuros’: buscando la luz para resucitar a un padre muerto en vida
Hacía mucho tiempo que una primera novela no me desarmaba. Desde que leí la fabulosa ‘Había una fiesta’, de Marina L. Riudoms, editada por Caballo de Troya. Pero ha vuelto a suceder con ‘Los años oscuros’, de Eva Gallud (Madrid, 1973), y su viaje hacia la oscuridad desde la luminosidad más absoluta. En ‘Los años oscuros’ una hija buscará la luz para resucitar a un padre que durante toda su vida se ha empeñado en ser un hombre muerto. Un retrato de la soledad de nuestro siglo y una feroz crítica contra la dictadura a la que nos someten las redes sociales para dejarnos aun más solos.
Los años oscuros es una novela extraordinaria que conforma una travesía complicada y abigarrada que mezcla en cada página la exactitud emocional con el libre albedrío. La protagonista de esta novela domina la realidad con mano firme, pero también domina con la misma disciplina la imaginación, y esa dualidad logrará que su presente haga las delicias del lector. La necesidad de salir de la realidad enfrentándose a otras realidades y la manera en que va comunicando la empática falsedad de las redes sociales o cómo narra la superficialidad que a diario va convirtiéndonos en héroes cada vez más solos son un hallazgo. Como también lo es la manera en que aborda la soledad del siglo XXI, manipulada con saña por esa ama y señora que es la tecnología, que va despellejando la realidad de cada ser humano hasta dejar su porvenir en carne viva. Todo un hallazgo en esta novela de intimidad poderosa y cíclica en la que todo son habitaciones cerradas que buscan el aire como lo busca el suicida que se arrepiente de haber engullido demasiadas pastillas.
Los años oscuros es una historia de abandonos y padres pródigos que vienen a caer con todo el peso de un cuerpo muerto sobre los desentrenados brazos de sus hijos. Es una historia de secretos, de delirios y miradas cóncavas que harán que la protagonista observe la vida como si la memoria fuese la dueña del mundo. Deshará el presente una y mil veces para buscar la paz que el pasado podría ofrecerle a su padre moribundo.
Los años oscuros es un refugio y una quimera en la que la enfermedad devuelve con una belleza muy concreta la movilidad a una familia a la que el alcohol había dejado embalsamada dentro de una bolsa de dimensiones agónicas:
“Toda mirada es un acto de enjuiciamiento. Solo en la contemplación, estática y sin propósito, alcanza la mirada la cualidad de iluminar. Pero quién quiere ser visto tal y como es”.
Una narración que engloba otra y que buscará la redención de un hombre que está condenado a morir:
“El libro entero surgía de un lugar que se había ido formando con lentitud”.
Una hija buscará la luz para resucitar a un padre que durante toda su vida se ha empeñado en ser un hombre muerto, sin que para ello su nombre haya de ser escrito en un certificado de defunción. Eva Gallud nos adentra en un parnaso luctuoso con una habilidad que paradójicamente nos llena los ojos de vida. Los años oscuros es una contradicción peligrosa que narra la alegría cotidiana de saber que nuestra silueta, a pesar de la tristeza, de la impostura, del miedo y del dolor, aparecerá a diario sobre la enérgica silueta del espejo.
Gallud sabe adentrarse en el alma de las palabras, reconocer solo la piel que sirve para arropar una buena historia y lo demuestra página a pagina con una precisión que anula lo superfluo y que comparte con el lector hasta invitarlo a la hipotética falibilidad de esta historia sin ningún complejo:
“Decía Borges que la memoria es un montón de espejos rotos”.
“Dime quién quieres ser que, yo te demostraré que es imposible”.
Los años oscuros pone de manifiesto que en demasiadas ocasiones nuestra biografía le pertenece a los muertos o a los moribundos, que somos los vivos o los que acompañarán sus últimos días quienes han de resolver sus dudas o satisfacer sus deudas morales. Que la mayoría de los hijos e hijas somos un nudo sin posibilidad de ser deshecho. Que los progenitores también están hechos de sombras.
Eva Gallud se recrea en la impostura y en quien la rechaza para construir una novela de amplia envergadura, y en ella va diseminando un sinfín de realidades que cuentan con gran precisión los problemas a los que se enfrenta una mujer que ya no es tan joven, que cree ser prisionera de lo concreto y que, sin embargo, sabrá reinventarse, vivificarse a través de un desenlace que más bien debería derivarla hacia la introspección. Y para ello crea a la magnífica Lupe, uno de los personajes que mejor ha sabido escuchar y respetar en la historia de mi ya longeva vida lectora, y la contrapone a la veleidosa y apetecible Solange, un terremoto artificial que llega a la vida de la protagonista para calentar su cuerpo helado :
“Era una de esas personas a las que te gustaría lamerle el cerebro. Era periodista suponía, o por lo menos trabajaba en el departamento de comunicación de una fundación o algo así”.
Los años oscuros es un río transparente que te ciega con la naturalidad de su belleza una y mil veces. Que te enseña que cada vez son más los añicos que componen nuestra vida y que cada vez hay menos cosas intactas dentro de nosotros. La vida va esquilmando nuestra despensa de víveres emocionales y cada vez estamos más vacíos, y cada vez nuestra carne se parece menos a nuestra carne.
Los años oscuros es un juego de miradas hábiles, un naufragio que narra la intemperie sin necesidad de que la protagonista tenga la ropa despedazada por el furor de una tormenta ni los labios agrietados por el persistente beso del sol. Y una feroz crítica contra la dictadura a la que nos someten las redes sociales, contra esas mentiras que inoculan en nuestra rutina hasta hacernos odiarla, cuando la rutina es a veces lo mejor que le puede pasar a un ser humano.
No dejéis de leerla porque muestra con maestría que es en lo extraordinario donde reside la cara más macabra de cualquier abismo.
‘Los años oscuros’. Eva Gallud. Editorial Dieci6. 251 páginas.
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